No es lo mismo globalismo que globalización. Como tampoco es lo mismo estar jodido que estar jodiendo… Tal como dijo nuestro Nobel de Literatura, Camilo José Cela.
Antes de hablar del feminismo de género, es imprescindible hacer una serie de precisiones, si me permiten la digresión:
Con el ascenso del populismo en los países desarrollados, la globalización económica cada día que pasa tiene peor fama, de forma injusta e inmerecida.
Cada vez son más las personas que rechazan la globalización con el argumento de que es injusta y que además es la fuente de los males existentes en el mundo. Incluso, algunos afirman que es en la globalización económica donde está el origen de las crisis económicas, de las guerras, de las migraciones, de la pobreza, de la desigualdad y de todo aquello que nadie desea.
Quienes afirman tales maldades de la globalización económica, ignoran consciente o inconscientemente que la globalización ha aumentado el nivel de vida de la mayoría de los habitantes del planeta tierra. Una cosa es el globalismo y otra bien distinta la globalización. El globalismo es un concepto político.
La globalización es un concepto económico. Confundir ambas cosas es mezclar las churras con las merinas que, aunque son ovejas no son iguales. Globalización económica significa “división del trabajo a escala mundial”. Se trata de sacarle la mayor rentabilidad a las habilidades y los recursos. Es por ello que la población de cada país se especializa en aquello en que mejor sabe hacer, adquiriendo así una ventaja comparativa en relación a la de otras naciones: hago aquello en lo que soy mejor que los otros y les vendo; y compro de los otros aquello que ellos hacen mejor que yo. Todos esos intercambios, esas transacciones económicas se deberían realizar lo más libremente posible, sin que los gobiernos impongan tarifas proteccionistas y barreras arancelarias. Allí donde funciona este esquema, siempre se acaba dando un enorme aumento en el nivel de vida de todos los implicados.
En la actualidad es casi imposible que algún lugar del mundo aspire a vivir en una situación de autarquía, de autosuficiencia y aspirando a producir absolutamente todo lo que sus habitantes necesitan para vivir dignamente. Si los dirigentes de algún país intentasen tal cosa, producir todo lo que consumen sus conciudadanos, no solo sería un monumental desperdicio de recursos escasos, sino que elevaría los costes de producción y, como consecuencia los precios de los bienes y servicios acabarían siendo increíblemente altos, afectando de forma negativa al bienestar de la población.
¿Cómo es posible que, actualmente, un trabajador corriente tenga a su alcance una amplia variedad de bienes y servicios, cuya producción requiere los esfuerzos coordinadores de millones de trabajadores?
La respuesta es que cada uno de esos trabajadores forma parte de un mercado de tal magnitud, tan amplio que, facilita que muchos emprendedores e inversores de todo el mundo organicen actividades de producción altamente especializadas, que les resultan enormemente rentables debido a que el mercado para sus productos es a escala global.
Esta especialización tanto de trabajo como de producción, a lo largo de diferentes sectores industriales en todo el mundo, es la característica fundamental de la globalización económica.
La globalización económica, acompañada del libre comercio (conditio sine qua non para que se pueda dar la globalización económica) aumenta la productividad de todas las partes implicadas. Y por lo tanto el nivel de vida de todos. Sin la globalización económica, hubiera sido imposible que la pobreza se redujera con la intensidad con que lo ha hecho en las últimas décadas, en todo el mundo.
A pesar de la mala fama –inmerecida- de la globalización, cualquier persona que elijamos al azar, aunque no lo sepa es un entusiasta defensor de la globalización económica. Raro es quien no madruga, se levanta temprano y va a trabajar con la intención de ganar la mayor cantidad de dinero posible y, con él, poder consumir lo que desee. Las personas trabajan y producen para poder consumir productos buenos y baratos, independientemente de su lugar de origen. Les trae al fresco la parte del mundo de dónde vengan; lo que les interesa es que sean buenos y baratos. En eso consiste la globalización económica.
Aunque sean muchos los que lo ignoren, globalización y globalismo son fenómenos contrapuestos, antagónicos.
Globalización económica significa libre comercio y libre mercado (en ello subyace la idea de que el mejor gobierno es el que menos interviene y el que se dedica a gobernar, es decir: garantizar que se cumplan los pactos entre particulares, perseguir a los delincuentes, y defendernos de potenciales agresiones del extranjero).
La globalización económica no necesita la intervención de los gobiernos y de sus burócratas, funciona mucho mejor sin ellos.
El libre mercado, el libre comercio funcionan cuando no hay políticos y burócratas que se entrometen e imponen obstáculos a los pactos e intercambios entre particulares.
El globalismo es exactamente lo contrario de la globalización económica: Es un pacto de políticos y burócratas, para que exista el globalismo es imprescindible que haya políticos y burócratas.
El globalismo es una política internacionalista, creada, puesta en marcha, dirigida por burócratas, que ven el mundo entero como una esfera en la cual pueden influir y de la cual pueden parasitar. El objetivo del globalismo es dirigir y controlar todas las relaciones ente los ciudadanos de los diversos países del mundo, de los habitantes de todos los continentes creando organizaciones internacionales y legislando de manera autoritaria, para poder finalmente actuar, también, de manera autoritaria.
He aquí el principal pretexto del globalismo: Buscar soluciones y ponerlas en prácticas para abordar los problemas cada vez más complejos de este mundo y de quienes en él habitamos (crisis económica, “calentamiento global”, refugiados, lucha contra la “desigualdad”, y cuantas nobles causas a usted se le ocurra nombrar), para lograr esa bondad extrema se requiere tomar decisiones de forma centralizada, un gobierno mundial que actúe a escala mundial.
Los políticos y burócratas globalistas promueven leyes sociales, laborales, reglamentaciones económicas y toda clase, con la pretensión de hacerlas extensivas a todos los habitantes del planeta, para lo cual es necesario un cuerpo burocrático supranacional, que las imponga de manera uniforme en cada país.
Como consecuencia de lo que vengo exponiendo, para los globalistas, el estado-nación como representante del pueblo soberano es considerado obsoleto y es necesario sustituirlo por un poder político transnacional, globalmente activo y alejado por completo de los deseos de la gente. Por supuesto, en esta forma de pensar está implícita una mentalidad claramente colectivista, socialista, intervencionista. Desde este esquema está organizada, estructurada la Unión Europea, su objetivo es crear un super-estado europeo, en que las naciones-estado se irán diluyendo como el azúcar en un vaso de café. Es por ello que los británicos han acabado diciendo que con ellos que no cuenten.
Son muchos ya los europeos que piensan que ese sueño burocrático monstruoso tiene fin y no está demasiado lejano… Tras la decisión de los británicos de salir de la UE es posible que el sueño de los burócratas de Bruselas acabe entrando en estado de “schop”, e incluso más prontos que tarde acabe colapsando dependiendo de los resultados electorales que vayan sucediéndose en algunos importantes países europeos: Francia, Holanda, Alemania, Italia…La globalización es Steve Jobs; el globalismo es George Soros, es el Club Bilderberg, es la Comisión Trilateral, los Rockefeller, los Rothschilds y la ONU.
El globalismo representa el autoritarismo y la centralización del poder político a escala mundial, la globalización económica – que no es más que la división del trabajo y el libre comercio – representa la descentralización y la libertad, promoviendo una productiva y, aún más importante, pacifica cooperación más allá de las fronteras.
Bien, una vez aclarados algunos conceptos, volvamos al feminismo de género:
Si buscamos antecedentes de lo que algunos tuvieron la feliz ocurrencia de llamar “perspectiva de género,” posiblemente los encontremos ya en la antropóloga Margaret Mead cuando terminaba el primer tercio del siglo XX, pero no será hasta 1963 cuando Robert Stoller hable de “identidad de género” e “identidad sexual” y añada que lo que él denomina “género” (que bien traducido al español habría que denominarlo “sexo psicosocial” o algo parecido) es una “construcción”, resultado de la educación y del entorno, y que apenas en nada o casi nada está determinado por la herencia, por los rasgos anatómicos, biológicos con los que el común de los mortales aparece por este mundo.
Entre otras muchas cuestiones, la “perspectiva de género” niega que los humanos seamos parte de la Naturaleza, e inspirándose, también, en el libro de Federico Engels, “La familia, la propiedad y el estado” afirma que la familia tradicional es el lugar en el que se maleduca a las personas y se les inculca lo que sus partidarios llaman “el patriarcalismo” y la idea de que los hombres son superiores a las mujeres y merecedores de trato de favor y más y mejores derechos que las mujeres, o el tres por ciento de la población que es más o menos el número de personas homosexuales; por descontado, añaden (contradiciéndose a sí mismos y sus peculiares teorías) que los varones tienden por naturaleza “y cultura” a establecer relaciones de dominación, vejatorias, desiguales, intrínsecamente o explícitamente violentas con las mujeres… y rematan la faena afirmando sin ruborizarse que las únicas relaciones “igualitarias” posibles son las que se dan entre personas del mismo sexo.Por supuesto, todas estas ideas disparatadas, y algunas más son la base, los principios, los argumentos en los que se apoyan quienes abogan por una nueva sociedad, “un nuevo ser humano”, una nueva moral colectiva que en lo político se traduciría en una especie de dictadura, un régimen de apartheid por razón de sexo, en el que estaríamos gobernados por un grupo de sabias lesbianas y homosexuales; un régimen de apartheid en el que, tal cual ya se viene ensayando en lugares como España, los varones son ciudadanos de segunda categoría, privados de los más elementales derechos constitucionales, tales como la presunción de inocencia.
Lo que en principio fue considerado estúpido, extravagante, en aquellos años, acabó destruyendo el feminismo hasta entonces existente, aquel que surgió a partir de las sufragistas de finales del siglo XIX, que simplemente pretendía un trato justo y ausencia de discriminación para las mujeres.
Sirvan como muestra las palabras que siguen, de la feminista Shulamith Firestone: «… asegurar la eliminación de las clases sexuales requiere que la clase subyugada (las mujeres) se alce en revolución y se apodere del control de la reproducción; se restaure a la mujer la propiedad sobre sus propios cuerpos, como también el control femenino de la fertilidad humana, incluyendo tanto las nuevas tecnologías como todas las instituciones sociales de nacimiento y cuidado de niños. Y así como la meta final de la revolución socialista era no sólo acabar con el privilegio de la clase económica, sino con la distinción misma entre clases económicas, la meta definitiva de la revolución feminista debe ser igualmente -a diferencia del primer movimiento feminista- no simplemente acabar con el privilegio masculino sino con la distinción de sexos misma: las diferencias genitales entre los seres humanos ya no importarían culturalmente».
Pero ¿Por qué acabó sucediendo esto, cuál es la razón de que el primitivo, o genuino feminismo haya desaparecido o apenas quede nada de él?
El feminismo de género echó a andar de la mano de las fundaciones Ford y Rockefeller, es decir, lo que ahora se denomina “globalismo”.En 1995, la ONU celebró la primera Conferencia de Pekín (Cumbre de Beijing 95) para abordar la situación de las mujeres en el mundo, su problemática, todo lo concerniente a las mujeres y, no es casualidad que ambas fundaciones se hicieran notar especialmente.
En España el Gobierno del Partido Popular, presidido por José María Aznar, siguiendo los pasos del gobierno “socialista” de Felipe González (que pasará a la Historia por haber importado el engendro, y ser el principal promotor de la ideología de género en España, creando el Instituto de la Mujer…) y plagiando al Partido Republicano estadounidense, actuó siguiendo las directrices de la ya mencionada conferencia de la ONU, y profundizó en el camino emprendido por el socialista Felipe González y su partido.
Todo ello pese a las voces en contra que fueron surgiendo en el mundo occidental judeocristiano que alertaban de las terribles consecuencias que la divulgación de la perversa ideología neomarxista podría acarrear.
Todo ello pese a que fueron muchos los que se acercaron con atención a la doctrina totalitaria y liberticida de la que vengo hablando, e inevitablemente acabaron vaticinando los peligrosos alcances que podrían llegar con su aplicación.
El “popular” Aznar amplió el camino iniciado por el gobierno de Felipe González y lo convirtió en una autopista, que por supuesto publicitó luego con bombo y platillo. Fue su gobierno el que creó y consolidó los diversos Institutos de la Mujer en las diversas regiones (léase “comunidades autónomas”). También fue el gobierno del PP, presidido por Aznar el que sentó las bases para la futura “ley integral contra la violencia de género” y demás leyes de apartheid y de discriminación “positiva” contra los varones.
Por entonces comenzó a ponerse en marcha un enorme tinglado, mafioso y fraudulento –a costa de nuestros impuestos, y con subvenciones de la Unión Europea- una gran ubre, de megasubvenciones para grupos “de mujeres” que fueron surgiendo “ad hoc” por doquier, como setas, y cuyo último objetivo es la financiación fraudulenta de los partidos, sindicatos, y ONG-lobbies que están detrás de los mencionados grupos de mujeres.
Algunas de las consecuencias de la implantación del feminismo de género, en Europa y en el Tercer Mundo, están siendo entre otras la desestructuración de las familias, el control de la población y la desestabilización de las sociedades, enfrentadas en guerras de sexos, así como la erradicación de las culturas locales de los países pobres, en especial los de África y Asia.
El feminismo de género considera a un 50% de la población –las mujeres- “minoría discriminada”, y por tanto merecedora de cuantiosas subvenciones y ayudas; “deudas históricas” y cosas similares, lo denominan los neo-marxistas e izquierdistas políticamente correctos. Desde el año 2000 se vienen poniendo en funcionamiento en España de manera acelerada las Políticas de Género basadas en la agenda de la Unión Europea. Desde entonces tres de los cuatro principales cargos en el Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional fueron ocupados por tres españoles, con la aprobación y complacencia de quienes controlan y financian tan importantes instituciones promotoras de las Políticas de Género.
España se ha convertido en el líder mundial de referencia en la aplicación de Políticas de Género, con la aprobación el 28 de diciembre de 2004 –día de los Santos Inocentes en el santoral católico- de la denominada “Ley Integral contra la Violencia de Género”. Dicha Ley, que viene aplicándose desde hace más de una década –casi tres lustros- y cuyo resultado ha sido el procesamiento de alrededor de 2.000.000 hombres, consagra el Derecho Penal de Autor, es decir discrimina entre hombre y mujer estableciendo diferentes tipos de sanciones para un mismo delito, en función del sexo del autor y de la víctima. No existe precedente mundial de una ley similar.
Mientras se condena a hombres por haber expelido un pedo, o por decirles a las madres de sus hijos que son unas “malas madres”… ellos y ellas –quienes viven de los suculentos beneficios del tinglado mafioso, de la industria del maltrato- dicen que las denuncias falsas no existen, y que hay que endurecer -¿más?- las leyes.
La actual legislación considera que es suficiente una simple denuncia, o el certificado de los servicios sociales de cualquier ayuntamiento, o de una de las miles de asociaciones “de mujeres”, como documento acreditativo de la condición de “Mujer Maltratada”, para abrir la puerta a la recepción de ayudas sociales y recibir trato de favor en multitud de ámbitos, y es ya una realidad legal consolidada en los distintos Boletines Oficiales de España.
Pero, volvamos al asunto que nos ocupa: Existen algo más que sospechas, suficientes indicios que indican que quienes promueven el “globalismo”, los promotores del “nuevo orden mundial”, han manipulado el feminismo con el claro objetivo de suplantar las tensiones sociales (lo que algunos llaman “lucha de clases”) por una lucha de sexos inducida. De esa manera la gente acaba poniendo más atención, en el hecho de que se haya producido la muerte de cincuenta y tantas mujeres por violencia intrafamiliar durante el último año (todo queda en familia y se echa la culpa “a la violencia masculina/machista”, es decir, a los trabajadores varones) y le pasa desapercibido que se produzcan más de 1.500 muertos durante el año en accidentes laborales o en accidentes de tráfico, en los que también mayoritariamente fallecen hombres. Por idénticos motivos, nadie habla del millar de hombres separados que se suicidan anualmente en España tras el divorcio. Se desactiva de esa manera el conflicto social, para evitar que las grandes empresas –del entramado globalista- salgan perjudicadas; se divide a los trabajadores y a los ciudadanos en general, creando un ambiente contencioso entre sexos; se acaba con la familia nuclear para pasar a unidades mini-familiares atomizadas en las que, todos son consumidores individuales, cada vez más desarraigados, infantilizados y manipulables, dando entrada a consumidores adolescentes y niños.
¡Negocio redondo!
Por otro lado, las iniciativas de todo tipo, encaminadas a destruir lo que siempre se ha llamado “la familia”, fomentando el divorcio, familias “monoparentales”, uniones homosexuales, etc. origina una mayor descohesión social y una sociedad muchísimo más fácil de manipular. Se está creando de esta manera una sociedad acéfala.
Otro asunto especialmente importante, es que las mujeres suelen ser más conservadoras y más “pasivas” políticamente que los hombres. Es por ello que se les van otorgando cada vez más derechos, a la vez que se va privando de ellos a los hombres, lo cual conduce cada día a una mayor desmovilización social y un mayor conformismo.
Estoy hablando de una política consistente en buscar “un problema” –lo haya o no, eso es lo de menos-, “encontrarlo” a fin de aplicar lo que les interese a determinados políticos, diagnosticar erróneamente, decretar soluciones duras e injustas y luego aplicarlas a medias.Hemos llegado a una situación tal que, es urgente, imprescindible necesario mirar con lupa las consecuencias de la progresiva implantación de las políticas “de género” en el mundo, es imprescindible denunciar la política de apartheid por razón de sexo, los intentos megalómanos de imponer y crear «el hombre (mujer) nuevo»,… teorías de semejante calibre siempre han producido enormes desastres, basta con leer un buen libro de Historia del Siglo XX para saber hasta dónde puedan llegar las maldades de la bondad extrema…
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