CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN
El volcán de Tonga lanzó a la atmósfera más de 50 millones de toneladas de vapor de agua y la explosión es equivalente en potencia al de 500 bombas atómicas como la lanzada sobre Hiroshima al final de la Segunda Guerra Mundial.
Cuando el volcán submarino Hunga Tonga-Hunga Ha’apai entró en erupción el 15 de enero de 2022, sus efectos se dejaron notar en todo el planeta. Los tsunamis provocados por la erupción afectaron a las costas de buena parte del mundo… Meses después, una investigación publicada en la revista Nature confirmó que esta erupción se había convertido en la mayor explosión en la Tierra de la Era Moderna, quedando registrada como una de las más poderosas jamás observadas.
Sus consecuencias se dejaron notar desde el primer instante, desencadenando ondas de gravedad atmosférica que dieron la vuelta al mundo 4 veces y enviando los escombros provocados por la explosión hasta más de 50 kilómetros de altura en la atmósfera. Sin embargo, sus consecuencias para el planeta todavía estaban lejos de haber cesado.
La ceniza y los gases alcanzaron la atmósfera en compañía de miles de millones de litros de vapor de agua, tal y como indica un nuevo estudio publicado en la revista especializada Geophysical Research Letters y bajo el título The Hunga Tonga-Hunga Ha’apai Hydration of the Stratosphere.
Esta erupción es la mayor explosión en la Tierra de la Era Moderna y una de las más poderosas jamás observadas.
Esta erupción sigue suponiendo un reto de dimensiones nunca antes vistas para los investigadores pues, según el nuevo estudio, sus efectos podrían llegar a alterar el clima de la Tierra hasta el punto de calentarla durante los próximos cinco años (algunos hablan de hasta diez años), afectando también a la capa de ozono.
Hasta ahora, nunca se había observado que un evento de esta magnitud pudiera inyectar en la atmósfera tal cantidad de vapor de agua, motivo por el que la comunidad científica permanece alerta para analizar sus efectos a medio y largo plazo.
Es por ello que la tecnología espacial ha sido clave para desentrañar el misterio del vapor de agua en la atmósfera: gracias al Microwave Limb Sounder (MLS, por sus siglas en inglés), un dispositivo a bordo del satélite Aura de la NASA que mide una variedad de compuestos de la atmósfera terrestre a más de 100 kilómetros de altura, los autores del estudio pudieron analizar la cantidad de agua y dióxido de azufre que la erupción expulsó a la atmósfera.
Nunca se había observado que un evento de esta magnitud pudiera inyectar en la atmósfera tal cantidad de vapor de agua.
Luis Millán, científico atmosférico del Jet Propulsión Laboratory de la NASA y coautor de la investigación, buscó estos dos compuestos en concreto por su capacidad de afectar al clima. Las estimaciones del estudio indican que 146.000 millones de litros de agua llegaron hasta la estratosfera, lo que viene a ser el equivalente a 58.000 piscinas olímpicas o, lo que es lo mismo, aproximadamente el 10% del agua que ya había en la estratosfera.
Mientras que ya está extensamente documentado el efecto refrigerador de los volcanes en el clima global debido a la llegada del dióxido de azufre a las capas más altas de la atmósfera, reflejando los rayos solares hacia el exterior, el volcán de Tonga sigue planteando nuevos desafíos.
Tal cantidad de vapor de agua en la atmósfera puede provocar un efecto totalmente contrario: el agua absorbe la energía del sol en vez de reflejarla, potenciando el efecto invernadero. Mientras que el dióxido de azufre se disipará en poco tiempo, el agua podría llegar a permanecer durante 5 años o más, acelerando el calentamiento que ya se produce por los gases de efecto invernadero.
Sin embargo, todos estos efectos requieren de tiempo para poder ser documentados y estudiados, por lo que de momento no hay consenso en la comunidad científica sobre los efectos a largo plazo de la erupción del Hunga Tonga-Hunga Ha’apai, un volcán submarino que sigue batiendo récords por su magnitud, ofreciendo datos nunca antes vistos.
La columna de humo cruzó la mesosfera y alcanzó una altura de 57 kilómetros de alto, según mediciones con imágenes satelitales. La erupción dejó seis muertos y una fuerte onda atmosférica que dio la vuelta al mundo.
La poderosa erupción submarina del volcán Hunga Tonga-Hunga Ha’apai ocurrida el 15 de enero pasado en el Pacífico Sur generó una fumarola que alcanzó los 57 km de altura, lo que la convierte en la más alta alguna vez registrada, según se detalla este jueves (03.11.2022) en un estudio publicado por la revista Science.
La mesosfera está situada entre la termosfera y la estratosfera. «Meso» significa medio, y esta es la capa más alta de la atmósfera en la que los gases están todos mezclados en vez de estar estratificados por su masa.
Asimismo, la gran columna de gases se convirtió en la primera en haber cruzado la mesosfera: «La mesosfera es una de las capas superiores de la atmósfera y, por lo general, es bastante tranquila: allí arriba no hay clima agradable, y el aire es muy seco y extremadamente fino», explicó Simon Proud, autor principal de la investigación.
«Es una de las partes menos conocidas de la atmósfera, ya que es muy difícil de alcanzar. Abajo de esta podemos utilizar aviones. Arriba, en tanto, tenemos las naves espaciales. Muchos meteoros se queman en la mesosfera, y también alberga nubes noctilucentes (que brillan de noche), que a veces son visibles en el cielo de verano en dirección a los polos», agregó el especialista de la Universidad de Oxford.
La fumarola estaba lejos de alcanzar la siguiente capa atmosférica, la termosfera, que comienza a unos 85 km por encima de la superficie de la Tierra. Una delineación llamada línea de Karman, a 100 km por encima de la superficie de la Tierra, se considera generalmente el límite con el espacio.
Los científicos subrayaron que esta gran fumarola estaba compuesta principalmente por una mezcla de agua, ceniza y dióxido de azufre, lo que se diferencia de las erupciones terrestres, las cuales carecen de agua.
La ensordecedora erupción envió olas de tsunami a través del Océano Pacífico y produjo una onda atmosférica que dio varias veces la vuelta al mundo.
«Para mí, lo impresionante es la rapidez con la que se produjo la erupción. Pasó de la nada, a una nube de 57 kilómetros de altura en solo 30 minutos. No puedo imaginar lo que debió haber sido ver eso», agregó Proud.
Las fumarolas más altas antes registradas corresponden al Monte Pinatubo de Filipinas en 1991 (40 km) y a El Chichón de México en 1982 (31 km). Es probable que otras erupciones produjeran columnas de humo más altas, pero tales mediciones no se podían realizar antes. La fumarola del Krakatoa en Indonesia (1883) probablemente también llegó a la mesosfera.
Los científicos recurrieron a tres satélites meteorológicos que obtuvieron imágenes cada 10 minutos y se basaron en lo que se denomina efecto de paralaje, es decir, determinar la posición de algo viéndolo a lo largo de múltiples líneas de visión.
Los daños y las pérdidas de vidas humanas -seis muertos- fueron relativamente bajos debido a la ubicación remota de la erupción, aunque esta arrasó una isla pequeña y deshabitada. Tonga es un archipiélago de 176 islas con una población de poco más de 100.000 personas, situado al sureste de Fiyi.
«Podría haber sido mucho peor», reflexionó Proud, sobre este impresionante fenómeno de la naturaleza.
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