¿Por qué los niños ya no aprenden a leer y escribir? Un ensayo culpa a la excesiva influencia de pedagogos y psicólogos en la escuela


Claudia Peiró

“¿Quién secuestró a los maestros?” es un ensayo escrito por Lucrecia Rego de Planas [en adelante, LRP], una profesora mexicana de cálculo financiero, que tiene estudios de posgrado en humanidades y en investigación interdisciplinaria.

Último pero no menos importante: tiene 9 hijos. Y de la experiencia de supervisar su educación a lo largo de varios años -yendo todos a la misma escuela- es que han surgido las reflexiones que volcó en este trabajo.

La primera parte de su ensayo, que se puede descargar en el sitio Catholic.net, lleva un significativo subtítulo: “De cuando los niños aprendían en la escuela”. Su diagnóstico es contundente: “El nivel académico está bajando año a año: los niños aprenden cada vez menos cosas en la escuela y las pocas cosas que aprenden, las aprenden mucho peor”.

Ella llega a estas conclusiones comparando el desempeño de sus seis hijos mayores con el de los tres últimos. Los primeros demoraban apenas 20 minutos en hacer la tarea y les quedaba el resto de la tarde libre para jugar o pasear. Con los tres últimos “el tiempo para hacer las tareas cada tarde se vuelve interminable, tedioso y agotador”. Y no les queda espacio para el entretenimiento con amigos o familia. El colegio es el mismo; las tareas no son más ni más difíciles. Tampoco son ellos menos inteligentes que sus hermanos mayores.

FUENTE: https://www.infobae.com/opinion/2024/02/18/por-que-los-chicos-ya-no-aprenden-a-leer-y-escribir-un-ensayo-culpa-a-la-excesiva-influencia-de-pedagogos-y-psicologos-en-la-escuela/

La explicación es otra: “Hasta hace unos cuantos años los niños aprendían en la escuela y los deberes eran sólo practicar y repasar lo que ya habían aprendido en clase. Ahora, no aprenden en la escuela y por lo tanto no saben cómo resolver sus tareas. Las mamás nos vemos obligadas a explicar y enseñar, por las tardes, todo aquello que debieron explicarles y enseñarles las maestras por la mañana.”

El ensayo que denuncia tres “influencias mortíferas para la educación”, a saber: los contadores, los psicólogos y los pedagogos

LRP es docente y puede hacer por sus hijos lo que la escuela ya no hace. No es el caso de todos los padres. Sin mencionar el tiempo.

Los Planas consideraron el cambio de colegio, pero solo para constatar que este deterioro de la enseñanza es generalizado, afecta a todas las escuelas -públicas y privadas, confesionales o laicas- y no sólo en México.

LRP sostiene que existen tres “influencias mortíferas para la educación”, a saber: los contadores (contables en España), los psicólogos y los pedagogos. Como en México, tampoco en Argentina existían esos personajes en el ámbito escolar cuando la escuela pública era eficiente.

Me voy a centrar sólo en los dos últimos, ya que los primeros conciernen esencialmente a los privados.

“¿Qué tienen que ver los psicólogos con el deterioro de la enseñanza?”, se pregunta la autora. “Mucho”, responde. Se refiere a la moda, relativamente reciente, de tener un psicólogo de planta en la escuela porque, para “justificar su puesto, se sienten comprometidos a encontrar un niño problema en cada uno de los alumnos”.

Es análogo, digo yo, a lo que sucede con las estructuras creadas para atender la problemática de la mujer. Hay que defender la existencia de ámbitos y remuneraciones y para ello, si el patriarcado no existe, se lo inventa y si no hay machismo se detecta micromachismo.

En el caso de los psicólogos de las escuelas, LRP lo explica así:

“Si ven a un niño tímido, seguramente fue un niño no deseado por su madre.

Si ven a un niño flojo, es que su madre no le presta atención.

Si ven a un niño soñador y pensativo, seguro tiene ADHD [trastorno de déficit de atención con hiperactividad].

Si ven a un niño inquieto y activo, quiere llamar la atención.

Si ven a un niño solitario, es porque se siente rechazado.

Si ven a un niño que obtiene puro sobresaliente, seguro es porque lo presionan demasiado en su casa.

Si reprueba varias asignaturas, es porque está pasando por un momento de tensión familiar.

Si no sabe escribir, tiene dislexia. Si hace los números al revés, tiene dislalia; si no sabe sumar, discalculia. Si no quiere correr, distrofia.

Si come rápido su almuerzo a la hora del recreo, es ansiedad. Si no se lo come, anorexia.”

O sea, todos tienen algo, todos necesitan terapia, pero, sobre todo, todos tienen alguna justificación si fallan en la escuela. Es una manera de quitarles responsabilidad, dice LRP, porque los psicólogos -si no todos, muchos de ellos- tienden a pensar que lo que son defectos, errores o faltas son en realidad enfermedades o traumas.

Comienzo de año escolar en Argentina (imagen de archivo: NA: DANIEL VIDES)

La consecuencia es que “los maestros ya no pueden regañarlos, llamarles la atención o castigarlos, pues eso sería tan ridículo como castigar a alguien porque le dio varicela”. El resultado son los “niños ingobernables”, la “violencia en las aulas”, las “faltas de respeto a la autoridad”, porque está prohibido prohibir, retar o castigar.

Una psicología mal entendida tiende a encontrarle a toda conducta una explicación no moral, a desterrar la culpa y a poner como norte y objetivo esencial de la vida el perseguir el “deseo” de cada uno, y de este modo desvaloriza o hasta descalifica el esfuerzo, el sacrificio o el deber de hacer cosas que no necesariamente nos contentan en el momento, y esto lleva a la autocompasión, la autocomplacencia, en definitiva, al egoísmo.

En palabras de LRP, “el psicólogo trata de quitarle todas las cruces al niño y lo hace pensar primero en sí mismo y sólo en sí mismo”.

Pasemos a los pedagogos. La autora dice que, en su necesidad de justificación, apuntan contra los maestros: “Su extensa labor de desacreditación del magisterio y de todas las técnicas tradicionales de enseñanza ha surtido efecto (un efecto abrumador) y han terminado desterrando de las aulas a los mejores maestros, ésos que sí enseñaban a los alumnos, y han ocupado sus puestos, conociendo mucho del ‘desarrollo evolutivo del niño’ y sin saber nada, absolutamente nada, de las materias que deben enseñar”.

Estas inquietudes de LRP coinciden con el diagnóstico de Hannah Arendt en su imperdible ensayo “La crisis de la educación”. La célebre pensadora cuestiona el rol preponderante que, “bajo la influencia de la psicología moderna”, ha adquirido la pedagogía. Ésta “ha evolucionado hacia una ciencia de la enseñanza en general, de tal manera que se ha liberado por completo de las materias que en realidad se vayan a enseñar”, con pésimas consecuencias en la formación de los profesores.

Basta repasar los programas de los Institutos de formación docente de nuestro país para ver hasta qué punto la parte metodológica ocupa cada vez más espacio en los programas en detrimento de la materia que el futuro profesor deberá enseñar.

Hannah Arendt también criticó el rol preponderante que, “bajo la influencia de la psicología moderna”, adquirió la pedagogía en las escuelas

El pedagogismo, dice Arendt, “deja a los estudiantes abandonados a sus propios recursos, además ya no es efectiva la fuente más legítima de la autoridad del profesor” que emana de su dominio de la materia a enseñar. “Puesto que el profesor no necesita conocer su propia materia, no es infrecuente que sepa poco más que sus alumnos”, sentencia Arendt.

Desde hace varios años sigo la polémica que se da en Francia en torno a esta tendencia que ellos llaman “pedagogismo”. En los años 60 y 70, una “revolución” pedagógica arrasó con la escuela que enseñaba a leer y escribir y los rudimentos de la matemática en primer grado, descalificándola por tradicional, aburrida y poco estimulante e instauró una doctrina que podría resumirse en los siguientes principios:

La principal misión de la escuela no es transmitir contenidos, sino crear el ámbito en el cual el niño se formará como individuo pleno.

El maestro no tiene el monopolio del conocimiento.

El alumno es el principal sujeto del proceso de aprendizaje y puede y debe “construir su propio saber”. El niño debe ser co-autor de su proyecto de aprendizaje.

El niño aporta más al maestro que el maestro al niño.

El método importa más que el contenido.

De estos principios se desprende que:

Los niños deben ser entretenidos antes que instruidos, motivados antes que formados.

Si el niño comete muchas faltas es porque se le exige demasiado.

La competencia es mala, traumatiza. Premios y castigos quedan abolidos.

La idea de que la educación debe ser antes que nada entretenida llevó a desterrar el esfuerzo, la memorización y la repetición. También significó la erradicación de la lectura en voz alta. No se dicta, no se corrige, para no coartar la libre expresión.

La pedagogía moderna promovió la sustitución de los ejercicios repetitivos por la creatividad del juego e infundió en los maestros el temor a ser tildados de autoritarios. Ya no se aburre a los niños exigiéndoles el aprendizaje de las tablas de multiplicar, ni de las reglas de la conjugación o de la ortografía, por la vía de la memorización; se espera que las “deduzcan ellos mismos”.

Con el argumento constructivista de que «el niño construye su propio saber», se descalifica el rol del maestro (Imagen Ilustrativa Infobae)

Es cierto que todo niño tiene una curiosidad sin límites, pero también tiene la necesidad de aprender y de hacerlo en una etapa dada de su vida, aquella durante la cual su cerebro es capaz de absorber una inmensa cantidad de conocimientos y de adquirir muchísimas habilidades; capacidad que se mitiga con el tiempo.

No hay modo de exagerar las ventajas o carencias que una buena o una mala formación en la etapa inicial dejan para el resto de la vida. Las habilidades que no se adquieren en los primeros años serán mucho más difíciles de aprender luego.

La principal diferencia entre el ser humano y el animal es que éste no puede transmitir un saber aprendido. Por más entrenado que esté, un perro jamás podrá adiestrar a sus cachorros. Esa capacidad de acumular saber y transmitirlo de generación en generación es la clave de la evolución de la humanidad. Al desautorizar al maestro como transmisor de conocimientos en nombre de la “libertad de aprendizaje” del alumno, la pedagogía moderna supone que cada niño puede empezar de nuevo, descubriendo por sí solo cómo se enciende fuego…

Hasta ahí el resumen de lo que es el pedagogismo.

En su ensayo, LRP reivindica a los maestros “tradicionales” y “pasados de moda” que a sus seis hijos mayores les enseñaron a leer y escribir en tiempo y forma, y de este modo los capacitaron para “comprender y asimilar pequeñas historias que narraban la forma de vida del hombre prehistórico, la vida de los animales y las plantas, las divisiones del reino animal y vegetal, las partes del cuerpo humano, las señales de tránsito, las reglas de urbanidad y muchas cosas más, que aparecían en esos ‘arcaicos’ planes de estudio”. Y en cuanto a la matemática, a los 7 años ya podían hacer cálculos mentales y “aprender los fundamentos de la multiplicación”.

“Con la llegada de los pedagogos y sus ‘modernas’ técnicas de enseñanza, basadas en el ‘desarrollo evolutivo del niño’, mi hijo de diez años (4° de primaria) apenas está empezando a dominar las tablas de multiplicar, lee trastabillando, sin puntuación ni entonación alguna; escribe con una letra terrible, sin respetar márgenes ni renglones y sin poner mayúsculas, acentos ni puntos”, cuenta.

La pedagogía moderna ha impulsado el adelgazamiento de los programas, porque no hay que abrumar a los chicos con cosas tan tediosas como las clasificaciones del reino animal y vegetal, los países por continente y sus respectivas capitales, la historia cronológica con las fechas de los acontecimientos relevantes, etc, etc.

“Lo más triste del asunto -escribe LRP- es quemi niño tiene muy buenas calificaciones: ¿cómo es esto posible? ¿en qué piensa la maestra cuando imprime en el cuaderno de mi hijo un sello de tinta que dice ‘¡ERES UN CAMPEÓN!’ sobre una plana plagada de tachones y faltas de ortografía?”

Y agrega: “Es totalmente frustrante esa falta de exigencia en la forma de calificar, pues nos quitan todas las armas a los padres”. Los deberes que ella considera mal hechos no son corregidos por la maestra, que no repara en prolijidad ni errores de ortografía, no sea cosa de coartar la creatividad del niño, o acomplejarlo.

La pedagogía “existe desde que el mundo es mundo”, dice LRP. Hasta que llegaron los Piaget, los Dewey, los Sneill y los Marcuse. Y la Pedagogía se fue llenando de palabras difíciles para designar “las cosas más sencillas: ‘constructo’, ‘taxonomía’, ‘proceso metacognitivo’ y otras cosas por el estilo; un lenguaje claramente complicado y antipedagógico”.

Un lenguaje rebuscado para llegar a “conclusiones demasiado obvias, a las que puede llegar cualquiera que no haya estudiado absolutamente nada: tales como que hay que planear, poner un objetivo concreto a la clase, dar el contenido, hacer ejercicios y luego evaluar”.

Justamente en estos días leí un documento producto de esta ciencia infusa en que se ha convertido la pedagogía y que le da toda la razón a la autora. En un documento de 2016, del Ministerio de Educación de la Nación, titulado “Proyecto Institucional del Aprendizaje”, se constata esta manía de presentar como nuevo lo que es más viejo que la escaraplea.

“Hoy la actualidad y los cambios en la (¡sic!) que estamos inmersos, nos adentran en una escuela que piensa (sic), siente e interpela la realidad para descubrir y trabajar con la finalidad de una organización educativa que le permita ser protagonista al estudiante de un proceso de construcción en vías a su proyecto de vida”. Ba, bla, bla. Ocho carillas para no decir nada nuevo.

Sigue: “La Planificación Institucional del Aprendizaje se introduce como una herramienta estratégica y pedagógica para la elaboración, de manera colectiva entre directores y docentes, de un plan anual de organización de la vida escolar centrado en los procesos de enseñanza y aprendizaje”. ¿No es eso lo que hace la escuela desde que es escuela?

Un ejemplo de esa ciencia infusa en que se ha convertido la pedagogía, o cómo decir obviedades con lenguaje pretendidamente erudito

“Sus componentes se encuentran vinculados al para qué y qué enseñar, cuándo enseñar, cómo enseñar, y qué, cuándo y cómo evaluar”. Parece mentira, pero la “escuela que piensa” ha desvirtuado a tal punto la educación que ya ni sabe en qué consiste. Invierte, mejor dicho pierde, tiempo en estas conversaciones inconducentes en vez de concentrarse en enseñar.

La divulgación masiva de la pedagogía no ha mejorado la educación pero sí le ha provisto a todo el mundo -alumnos poco dedicados, padres que los apañan y autoridades que quieren dibujar resultados- de argumentos para disculpar al niño y responsabilizar al maestro, al método, al contenido.

La memoria es uno de los principales blancos de ataque de la pedagogía moderna. “No entiendo qué tienen los pedagogos en contra de la memoria. La memoria es una facultad de la inteligencia, junto con la razón y la imaginación. Y la inteligencia, junto con la voluntad y la libertad, son las facultades que nos hacen diferentes a los animales”, dice LRP. “No encuentro cuál es el error que ellos ven en hacer memorizar al niño las tablas de multiplicar, las capitales de los estados, la localización de los países, un poema, un cuento, una canción, una partitura de piano, los hechos históricos más relevantes para que entiendan la cultura en la que vivimos y mil cosas más”, agrega con toda lógica.

Si algo caracteriza al pedagogismo es la falta de sentido común, el ir contra la lógica. Una cosa es repetir sin entender, otra es dejar de usar la memoria, herramienta imprescindible para el aprendizaje.

“Cualquier persona que se precie de ser culta, no lo es por lo mucho que ha leído, sino por lo mucho que ha podido retener en su memoria de aquello que ha leído”, dice LRP. Y acusa a los pedagogos de querer que su hijo “cuente bolitas y palitos cada vez que necesite multiplicar 3 X 4″, cuando “lo más eficaz es que sepa de memoria que 3 X 4 es 12 y que 7 X 8 es 56″.

Detalle del cuadro “Cálculo mental” (1895) de Nikolay Bogdanov-Belsky

Otro leit motiv de los pedagogistas es que la educación no debe ser una mera transmisión de conocimientos. “¿Qué tiene de malo lo transmisivo?”, pregunta ella. “Las escuelas, institutos y universidades son precisamente eso: centros de transmisión del saber. Con la enseñanza transmisiva, las nuevas generaciones pueden aprovechar el saber acumulado de las anteriores”, explica. “Los constructivistas (ahora llamados pedagogos) (…) no quieren que el niño aprenda ni se esfuerce en aprender, sino que juegue, que esté contento, que trabaje en equipo durante muchas horas y diga su parecer”, dice.

Otra ridiculez que indigna a la autora es el bendito “aprender a aprender”. “Se aprende aprendiendo algo, no aprendiendo a aprender algo”, dice LRP. Y explica lo elemental: “El cerebro no necesita aprender a aprender; siempre está listo para aprender. De hecho, el cerebro continuamente está aprendiendo algo. El proceso de aprendizaje en el cerebro es continuo.”

Y remata: “Señores pedagogos, se aprende a contar, contando; se aprende a leer, leyendo; se aprende a escribir, escribiendo”.

En fin, dan ganas de decir: “Pedagogos, ¡a las cosas!”

El desprecio por lo que llaman “métodos tradicionales” es algo gracioso: no se entiende cómo llegamos hasta acá, cómo se hicieron los grandes descubrimientos y cómo se formularon tantos teoremas y sistemas que permiten al mundo funcionar, a la industria desarrollarse, a los médicos sanar, etc., etc. Todo eso se hizo gracias a la transmisión del conocimiento acumulado por una generación a la siguiente, es decir, a los métodos que descalifica la pedagogía moderna -que no puede exhibir ningún éxito-.

Escuchamos a cada rato decir que tenemos una escuela del siglo XX en pleno siglo XXI. Son fórmulas pretendidamente ingeniosas, pero huecas. Sin embargo, peligrosas. Como pregunta la autora del libro: “¿Será que ya no quieren que los niños estudien a Sócrates y a Platón? ¿Qué ya no lean a Miguel de Cervantes ni a Shakespeare? ¿Qué ya no estudien Historia Universal? ¿Considerarán que las leyes de Newton están pasadas de moda? ¿Se referirán a las enseñanzas de Jesucristo, por tener 2000 años de antigüedad?”

Shakespeare y Cervantes, infaltables en la educación «tradicional»

LRP también apunta a otro fenómeno producto de estos enfoques indulgentes: “Que los jóvenes no se avergüenzan [de no saber]. Llegan a la Universidad sin saber qué es el Teorema de Pitágoras, no tienen idea de quién fue Miguel de Cervantes, no pueden decir completos los Diez Mandamientos, no saben si Colombia está en América Central o en América del Sur, no saben ni siquiera expresarse correctamente y son incapaces de redactar un párrafo coherente con la puntuación correcta y sin faltas de ortografía. ¡Y no les importa! Se ríenles parece gracioso ser ignorantes.”

Algo les ha enseñado esta escuela. En palabras de LRP, “están convencidos de que les irá igual de bien que a los que sí saben”, porque al final “todos pasaban el curso”.

“No nos enfocamos en transmitir contenidos que el alumno puede ya encontrar en la Internet”, cita LRP a los cráneos de la modernidad en la educación. Es increíble que consideren que chicos que no tienen una base sólida de conocimientos, categorías de observación y de análisis, un bagaje de lectura y de saberes previos pueden navegar en internet y discernir lo serio de lo superficial, lo esencial de lo accesorio, lo falso de lo verdadero. Es como arrojarlos al mar sin brújula. Someterlos desarmados al bombardeo de la información virtual.

Esto se relaciona con otra tendencia del pedagogismo actual que afirma que, como los chicos ven publicidades, miran dibujos animados o leen historietas, la escuela debe adaptarse a ese lenguaje y presentar contenidos en ese formato. Gravísimo error. La escuela tiene que enseñar lo más formal, lo clásico, el idioma en su correcta expresión; el chico tendrá tiempo y estímulo de sobra para todo lo demás por fuera de la escuela.

“Da pena hojear los libros de texto que ahora llevan nuestros hijos -dice LRP-, especialmente en Bachillerato: grandes ilustraciones a cuatro tintas, (…) hermosas fotografías dignas del National Geographic, bonitas historias ilustradas y nada de contenido sustancial de la materia y ni un solo ejercicio de práctica o evaluación”.

Esta tendencia se generaliza porque, como señala ella, “los pedagogos, además de haberse adueñado de las escuelas, también se han adueñado de las editoriales educativas” que en consecuencia ya no editan buenos libros.

“El nuevo sistema educativo ya no presenta ideales modélicos a los alumnos (los grandes genios, héroes, sabios y santos de la humanidad) pues no quiere que el alumno se destaque o se distinga imitándolos, sino que se inserte de manera anónima en la sociedad consumista”, dice LRP, aludiendo a la famosa “deconstrucción” (aunque ella no usa esa palabra) que está haciendo estragos en los contenidos. “Los profesores de Historia ya no pueden narrar con emoción las grandes hazañas de los grandes héroes, ni juzgar a los grandes traidores de los pueblos. [Al niño] no se le habla de las grandes pasiones que movieron a los hombres de cada época a actuar de tal o cual manera para cambiar el rumbo de la historia”, agrega.

Feria del Libro Infantil y Juvenil (imagen de archivo)

Finalmente, hace un comentario sobre algo que todos los docentes padecen: las jornadas pedagógicas obligatorias. Para esto se suspenden las clases, o sea, se le roba tiempo a la enseñanza con “cursillos” cuyo “único objetivo es dejar claro, en la mente de los maestros, que los pedagogos tienen un ascendiente intelectual sobre ellos”, afirma LRP.

En cuanto al ¿qué hacer?, considera importante alertar a los padres de “que en la escuela están pretendiendo idiotizar” a sus hijos, y propone “rescatar a todos los buenos maestros que han quedado enterrados debajo de las cenizas y escombros de la pedagogía moderna”. También entre nosotros hay muchísimos maestros que se ven impedidos de ejercer su oficio con eficacia por culpa de estos enfoques anti enseñanza.

Este fue el testimonio que me dio en 2017 Nora Biaggio, una maestra con 30 años de experiencia: “En Lengua, no se utilizan métodos que sirven, por ejemplo las palabras generadoras, y en cambio te dicen que hay que ponerle carita feliz a cualquier cosita que hace el nene, decirle que está todo bien, nunca se corrige lo que haya asimilado mal. Y cualquiera que trabajara con palabra generadora o con métodos de tipo conductistas, para ir ordenando el pensamiento, era mal visto”.

La entrevisté porque fue la primera sindicalista docente a la que escuché preocupada por el vaciamiento educativo, tema que nunca parece inquietar a los gremios. Biaggio, que pertenece a una corriente minoritaria de Suteba, hablaba de “asistencialismo educativo” o “aplastamiento educativo”, de un sistema “en el que se enseñan rudimentos y no excelencia”.

“Ma, me, mi, mo, mu, pa, pe, pi, po, pu, la P con la A, PA. Está mal visto. Si una docente presenta su planificación y su carpeta de clase con ese método, es observada, por eso muchísimas compañeras, creo que la inmensa mayoría, tienen una carpeta que yo llamo clandestina, la que de verdad se usa, y otra que muestran”, me contó Biaggio.

Hay que tomar conciencia de esta enormidad: para enseñar como corresponde, el maestro se tiene que esconder…

Muchos docentes quieren enseñar de modo sistemático y riguroso, evaluar; pero hay una constante presión de las autoridades. En algunos casos, la presión viene de los directivos de los colegios, pero en muchos otros, también éstos son acorralados por los supervisores, que son los agentes del sistema.

En aquel año, luego de la gestión kirchnerista, durante la cual imperó una pseudo-inclusión sin la menor preocupación por la calidad, reinaba una suerte de fetichismo tecnológico, la idea -escuchada en un alto despacho del Ministerio de Educación nacional- de que “como hoy el conocimiento está en Internet, al alcance de todos, con instrumentos adecuados cualquiera se lo puede apropiar” (sic)…

Nora Biaggio había asistido a la desilusión de las familias de condición más humilde: “Empiezan a sentir que la escuela no es para ellos; ya no tienen ese sentimiento de ‘lo mando a la escuela porque a lo mejor mi hijo termina siendo doctor’, pero nosotros sí queremos esa escuela de m’hijo el doctor, porque la escuela es la única herramienta que una persona desfavorecida le puede dar a sus hijos”.

Eso tan elemental ya no estaba garantizado, decía Biaggio. “He llegado a tener pibes de 7° grado, con los que tenía que volver a trabajar con el silabeo, (…) en el mejor de los casos aprendían hasta la P, de P en adelante no sabían distinguir una letra. Entonces, nadie puede leer, analizar un texto, criticar”.

Actualmente se diagnostica que un porcentaje abrumador de chicos no entiende lo que lee, pero no se explica el motivo. Biaggio me daba una de las pistas en aquella entrevista: “Se abolió la gramática estructural, la que explica que para comunicarnos hay un orden de palabras. Una lógica. Que, de acuerdo a dónde ponga la palabra, lo que estoy comunicando tiene un significado u otro”.

El flyer de la campaña lanzada por más de 100 organizaciones de la sociedad civil para denunciar la situación crítica de la comprensión lectora en Argentina.

Los malos resultados se barren debajo de la alfombra: “Los docentes que en primaria o en secundaria tenían índices de fracaso, eran cuestionados y se han vivido situaciones bochornosas donde directores cambiaban las calificaciones para que no se les bajara la nota a ellos mismos o al docente, porque a todos nosotros nos califican, a fin de año hay una nota muy importante que se toma en cuenta para ascensos y concursos. Entonces, si alguien discrepa, choca con el sistema, le van a poner una nota baja en la inspección”, decía Biaggio.

“Acá el problema es cómo todo lo que sabe la humanidad les llega a los niños desde el jardín hasta la universidad”. Elemental.

Lo entiende cualquiera, menos los pedagogos.

[Este artículo reproduce parte del contenido de mi newsletter “Contracorriente”. Para recibirlo por mail suscribirse aquí]

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RedaccionVozIberica

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