Juan Manuel de Prada
En su biografía de Olivares, Marañón advierte que al Valido le faltó habilidad para «hacerse perdonar» sus capacidades, provocando las iras del populacho, que es «celoso hasta el paroxismo» del mérito ajeno.
Djokovic tampoco tiene esa habilidad, tampoco sabe ni quiere hacerse perdonar sus insultantes dotes y sus proezas innumerables en la pista, que hoy lo consagran definitivamente como el mejor tenista de todos los tiempos.
Por estos pagos el odio a Djokovic se justifica por amor a Nadal; pero nada refleja más impotencia y miseria humana que consolarse con las derrotas o los infortunios del máximo rival de nuestros ídolos. También se justifica el odio a Djokovic alegando que tiene maneras insolentes, que gusta de provocar al público, que no se arredra ni achica cuando lo abuchea la jauría. Todo esto son farfollas.
A Djokovic la chusma lo odia por la misma razón por la que Caín odiaba a Abel. Todo un mundo gris y rencoroso de caínes celosos hasta el paroxismo del mérito ajeno se revuelve contra la grandeza solitaria de Djokovic. Todos los mediocres del planeta, todos los mindundis de alma leprosa, todos los Pérez y los Smith envenenados de anonimato, todos los fracasados con halitosis, todos los victimistas profesionales, todos los feos que se matan a pajas, todos los planchabragas que van en patinete para salvar el planeta, todas las charos empoderadas con verrugas en las tetas, todos los tuiteros vociferantes que no se desgañitan en el casino de su pueblo porque así se ahorran el euro del café, todos los fabricantes de baba sistémica, todos los tragacionistas que se pincharon el mejunje y ahora sienten palpitaciones, todos los engorilados de gimnasio que arrastran lesiones, todos los gordos acomplejados que lloriquean ante el espejo, todos los flacos amarillos de envidia, todos los moderaditos que se la cogen con papel de fumar, todos los modositos que fluyen de género por miedo a coger, todos los memos, memas y memes que infestan el atlas se revuelven contra el campeón que no sabe ni quiere hacerse perdonar porque es el mejor de todos los tiempos, porque es un águila que vuela sola, porque desde el cielo de las leyendas puede sacarse la chorra y mear sobre la patulea que lo vitupera.
Nunca hay que tratar de halagar a los imbéciles; por el contrario, conviene azuzar su odio, porque el odio de la chusma da vida a quien es odiado. Someterse a la chusma por hacernos los simpáticos es como renunciar a nuestra primogenitura por un plato de lentejas. Ejércitos planetarios de la mediocridad, muchedumbres lóbregas del fracaso y del rencor, rebaño sin metáforas y sin risas, sabed que Djokovic es el más descomunal tenista que vieron vuestros ojos. Sabed también que los cuerpos (y las almas) se mantienen más sanos sin terapias génicas y que Kosovo es el corazón de Serbia y lo será por los siglos de los siglos. ¡Idemo, Nole!
Publicado en ABC
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