¿Por qué tanto empeño en publicitar el mito de Tartessos si apenas tiene base y del que todo son conjeturas?
CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN
Sobre el origen de la supuesta cultura tartesia se ha escrito mucho, a pesar de lo cual apenas nada se sabe y, por supuesto, nada es seguro todavía. Sin embargo, son muchos los que están empecinados en «vendérnosla» como si se tratara de un dogma de fe, aprovechando la general ignorancia de los españoles y de los andaluces en particular….
Fernando Sánchez Dragó publicó en 1978 «Gargoris y Habidis. Una historia mágica de España»; hace ya la friolera de 45 años. En su ensayo, Sánchez Dragó nos habla de multitud de mitos más o menos conocidos, que afectan a la cultura española (mejor dicho de la Península Ibérica) y que, desgraciadamente se enseñan como certezas en los centros de estudio. Estoy hablando de mitos y leyendas relacionados con la Atlántida, Tartessos, la Hispania prerromana, la presencia de los celtas, Hércules, Prisciliano, el Camino de Santiago, el Santo Grial, la Orden del Temple, la alquimia, la trashumancia, la tauromaquia, la supuesta convivencia pacífica de musulmanes, judíos y cristianos durante la Edad Media en España, y un larguísimo etc. en varios tomos….
La divulgación del libro supuso en aquella España que apenas iniciaba sus primeros pasos pseudodemocráticos un tremendo interés por brujas, templarios, herejes, moriscos, judeoconversos, y demás heterodoxos; pócimas alucinógenas, y ocultismos y esoterismos de toda clase. Y, -¡Será casualidad!- al mismo tiempo comenzaran a brotar por doquier los sentimientos “autonómicos de las Españas” que hicieron que muchos se empeñaran en sacar del baúl de los recuerdos las supuestas señas de identidad de las diversas regiones españolas, que el régimen del General Franco –también supuestamente- había perseguido, censurado, ocultado.
Fueron muchos los que, a río revuelto, hasta entonces entusiastas y fervorosos seguidores del régimen del General Franco, cuando el cadáver de Francisco Franco aún estaba caliente, se acabaron convirtiendo en antifranquistas sobrevenidos, tal cual ocurrió en la Segunda República, cuando quienes habían apoyado al General Primo de Rivera, de golpe y porrazo se convirtieron en sus mayores detractores, empezando por el Partido Socialista Obrero Español, pongo por caso… Sí, fueron legión los que se repartieron más o menos amistosamente los diversos territorios e instituciones, coparon todos los resortes del poder político, económico y financiero; y buscaron coartadas para sostener y argumentar todo el entramado que, posteriormente se bautizó como “estado de las autonomías”. En muchos casos echaron mano de la tradición oral y escrita, de mitos y leyendas más o menos ancestrales, y en otros se las inventaron descaradamente, sin el menor rubor.
De ese modo se empezaron a propagar patrañas y más patrañas; falacias que se acentuaron cuando los diversos gobiernos “centrales” del PSOE y del PP acabaron transfiriendo plenamente las competencia de la enseñanza pública a las 17 taifas (vaciamiento del Estado que culminó José María Aznar).
Una de esas taifas es Andalucía, en la que desde hace muchos años, en los centros de estudio (desde el parvulario hasta la universidad) se enseña, como dogma de fe, que hubo un tiempo lejano en que existió el reino de Tartessos.
En Galicia se resucitó el mito de Breogán; en Cataluña se inventaron un supuesto Reino de Cataluña (quienes se lo inventaron ahora llegan al extremo de afirmar sandeces tales como que Cristóbal Colón, o Miguel de Cervantes, pongo por caso, eran “catalanes”) y se dedican desde entonces a propagar por doquier la mentira de que el 11 de septiembre de 1714 “España venció y ocupó Cataluña”, y que Rafael Casanova era antiespañol…
Un sinfín de despropósitos, y nunca mejor dicho lo de “sin fín”, pues parece que esto nunca va a acabar. Cuando uno menos lo espera, si se le ocurre ojear un libro de texto cualquiera (da igual la taifa de la que se trate, sea del noroeste, del centro, del noreste, del sur, del suroeste…) se acaba encontrando ocurrencias a cual más fantasiosa, e imaginativa. Si es un libro de Geografía uno puede toparse con la versión disparatada de que el río Ebro (“Ebre” según ellos) solo fluye por Cataluña, o que el Guadalquivir es cosa exclusiva de Andalucía. En la taifa del suroeste, junto a “la Raya”, oficialmente denominada “Comunidad Autónoma de Extremadura” se estudia la epopeya de los “conquistadores” (los Hernán Cortés, Pizarros y compañía) como cosa exclusiva de extremeños y por supuesto, de forma descontextualizada, sin conexión alguna con la Historia Universal, y menos de España o de Europa… Si se trata de Geografía, los alumnos extremeños son obligados a memorizar hasta el más insignificante cerro, o elevación montañosa, o río, o arroyo, o vaguada, que esté comprendido entre la Sierra de Gredos y Sierra Morena… pero sin conexión con el resto de la Geografía de España… Ni que decir tiene que, los alumnos extremeños saben el nombre –en catalán- de determinadas ciudades catalanas, o valencianas, o baleares, pero ignoran que sus nombres en Castellano, mejor dicho Español, son Lérida, Gerona, Ibiza, etc. Y lo mismo podemos decir de las Provincias Vascongadas, o de Galicia.
Si nos trasladamos a la asignatura de Filosofía, nos podemos encontrar con ocurrencias tales como que la importancia del sufismo (misticismo musulmán para entendernos, aunque peque de simplificar) es semejante a la filosofía de la antigua Grecia, pongo por caso.
Y si se trata de Historia de España (por supuesto, se evita por todos los medios utilizar la expresión “España” no sea que se enfaden los nacionalistas y separatistas de alguna taifa, y se utilizan expresiones estúpidas como «estepaís»), se afirma como dogma de fe, que durante los ocho siglos de dominio musulmán en la Península Ibérica, hubo una convivencia pacífica entre cristianos, árabes y judíos.
En fin “la historia interminable”, como si se tratara del libro de Michel Ende.
Pero, volvamos al mito de Tartessos:
Quienes afirman que existió Tartessos, la imaginan como la más antigua y brillante civilización de Occidente y la única gran creación política autóctona de la Península Ibérica y la sitúan entre las provincias andaluzas de Huelva, Sevilla y Cádiz, además de la provincia de Badajoz; e incluso hay algunos osados que llegan hasta el Algarve y el Alentejo portugueses.
El principal inductor (autor intelectual dirían algunos) fue un alemán de nombre Adolf Schulten que se dejó caer por España el siglo pasado y estuvo investigando treinta años sobre el terreno con la intención de emular a su compatriota Schliemann, descubridor de Troya, y, pese a sus nulos resultados en la obsesión por localizar la principal urbe tartésica, logró resucitar el viejo mito de forma más viva que nunca.
Pero, lo que resulta especialmente asombroso es que una leyenda que está entre lo mítico y lo místico, y de la que, insisto, nada o casi nada se sabe, se dé por cierta y despierte tantísimo interés. Quienes hablan de Tartessos se refieren a la cultura resultado del mestizaje entre los indígenas del sur de España y los fenicios y griegos que se acercaron al suroeste de la península ibérica hacia el siglo noveno antes de Cristo, antes de las diversas guerras entre romanos y cartagineses (de origen fenicio) que acabaron con la victoria y posterior incorporación al Imperio Romano.
Todo esto empezó con el tesoro de «El Carambolo» (Camas, Sevilla) descubierto por casualidad a finales de la década de los años cincuenta del siglo XX. En principio (así lo estudié yo en la escuela) no se nombraba Tartessos, se hablaba simplemente de un hallazgo muy importante relacionado con la forma de vida y la cultura de la época posterior a la llegada de fenicios y griegos a la Península Ibérica, se hablaba de mestizaje, de la influencia de ambos pueblos del otro lado del Mar Mediterráneo… Tartessos, como la Atlántida, los «trabajos de Hércules», y un largo etc. eran consideradas poco más o menos que fabulaciones y fantasías… E, insisto, un buen día coincidiendo con la publicación la publicación de Sánchez Dragó y la puesta en marcha del fabuloso invento del «estado de las autonomías», quienes en Andalucía andaban en busca de algo en lo que apoyar sus «señas de identidad», resucitaron el asunto, al comprobar que la ignorancia generalizada de los españoles y en particular de quienes habitan en la región andaluza, estaban receptivos a que se les regalaran los oídos con mitos como el de Tartessos.
Y, transcurrido el tiempo, otro día volvió a darse otro hallazgo, accidental como la mayoría de las veces; esta vez en el pueblo badajocense de Guareña, a pocos kilómetros de Mérida, en 2014: «El Turuñuelo». Aunque, con anterioridad, en los años 70 hubo otro descubrimiento en los alrededores de Zalamea de la Serena (también en la provincia de Badajoz) que, algunos denominaron también como de origen tartésico -¡faltaría más!- el yacimiento arqueológico de «Cancho Roano«… Y, por aquello de que viene como anillo al dedo para seguir en la senda trazada por los diversos capos de las 17 taifas hispánicas, pues a seguir engordando el mito de Tartessos.
Por si todavía no se ha dado cuenta, me gustaría subrayar que nada más lejos de mis intenciones que negar que se hayan producido semejantes descubrimientos, pero otra cuestión muy diferente es que todos esos hallazgos corroboren la existencia de Tartessos, tal como algunos pretenden vendernos.
Bien, antes de terminar este texto, me parece interesante mencionar las supuestas fuentes en las que se basan quienes afirman la existencia de Tartessos como si de un dogma de fe se tratara:
- Uno de los indicios en los que se apoyan algunos de los defensores de la idea de que Tartessos estuvo en la Península Ibérica es la mención que se hace en la Biblia a «Tarsis», en los tiempos de Salomón, y especialmente a viajes comerciales con grandes barcos hasta lugares lejanos que nunca se especifican. Son muchos los que dicen que, cuando la Biblia habla de Tarsis se refiere a Tarso, ciudad situada en la actual Turquía. No hay ninguna prueba de que la Tarsis bíblica estuviera ubicada en el Coto de Doñana…
- Estrabón menciona la ciudad de Tartessos y la sitúa en una isla entre los dos brazos de la desembocadura del río homónimo, que identifica con el Betis (Río Guadalquivir). Es importantísimo señalar que Estrabón nunca viajó hasta la península Ibérica, pero obtuvo de sus predecesores las informaciones necesarias sobre su geografía: las dimensiones de sus costas, las ciudades principales que las jalonaban, los límites de algunas regiones del interior como Celtiberia, la forma de vida de sus gentes… Vivió entre el año 64 antes de Cristo y el 21 después de Cristo. Sus narraciones son testimonios de gente que sí estuvo en Hispania, y él cuenta lo que otros le contaban. Darle credibilidad a tales narraciones es un pecar de osadía.
- También Plinio el Viejo (primer siglo de la Era Cristiana) y Marco Juniano Justino (siglo segundo) hablan de Tartessos, pero de manera muy confusa e imprecisa.
- En el siglo cuarto antes de cristo, el griego Éforo de Cime afirmaba que escribe que la capital Tartessos estaba a dos días de viaje (1.000 estadios) de las columnas de Hércules (Gibraltar).
- Heródoto, en el siglo quinto antes de Cristao, habla sobre el rey Argantonio, y de las relaciones de Tartessos con Grecia… Y podríamos seguir con algunas menciones más a «Tartessos», pero, ninguna demuestra que existiera tal cultura, o civilización y menos que estuviera ubicada entre las provincias de Cádiz, Sevilla y Huelva (y mucho menos en la provincia de Badajoz o el Algarve o el Alentejo), lo único comprobado hasta ahora es que en esas zonas, en la costa mediterránea de la Península Ibérica hubo un mestizaje entre la forma de vida autóctona de los antiguos iberos o celtíberos y la forma de vida de quienes se acercaron procedentes del otro lado del Mediterráneo, principalment fenicios y griegos, luego caratagineses, etruscos, romanos… Hablar de «civilización perdida», de una cultura de enorme explendor, de poco más o menos que el origen de Andalucía y de España basándose en algo de lo que apenas nada o casi nada se sabe, y presentarlo como algo genuino es un absoluto disparate, además de una estafa.