PERO GRULLO DE ABSURDISTÁN.
Absurdistán es un vocablo que a veces se usa para describir de manera sarcástica, irónica, punzante, cáustica, incisiva, picante, mordaz, burlona… a una nación en la que el absurdo es la norma, especialmente en el pensar, decir y actuar de sus autoridades públicas y de su gobierno. La expresión fue utilizada originalmente por los disidentes de Europa del Este para referirse a la antigua Unión
Soviética y sus estados satélites y sus gobiernos títeres.
Absurdistán no es una palabra aplicable en exclusiva a aquel tipo de régimen político, del que algunos afirman en España, sin ponerse colorados, que son herederos; sin duda la terrible situación que sufre España guarda enormes semejanzas con las características definidoras de Absurdistán.
Y quién mejor que, Pero Grullo “que a la mano cerrada llamaba puño”, el más famoso, decidor de perogrulladas -tautologías retóricas-, o sea, verdades redundantes del tipo “estamos aquí porque hemos venido”, para hablar de esa nación encanallada, Absurdistán, la más representativa de la sinrazón, del fracaso de la inteligencia y de paso prologar el libro de Carlos Aurelio Caldito Aunión.
El autor de “España saqueada, por qué y cómo hemos llegado hasta aquí… y forma de remediarlo”, es un estudioso de las diversas formas de estupidez y hace mención a ella en múltiples ocasiones a lo largo de su libro. Sin duda alguna, entre otras cuestiones, su libro es una continua denuncia del fracaso de la inteligencia y del triunfo de la sinrazón.
Tal como Carlos ha afirmado en múltiples ocasiones, cuando alguien se comporta habitualmente de manera “civilizada”, de forma amable, ante las personas conocidas y no tan conocidas, o incluso
completamente desconocidas, o de un “estatus inferior”; estamos ante un “ser humano decente”, todo lo contrario del “perfecto estúpido”. La cordialidad, las muestras de civismo, de educación, no
solo le hacen sentirse a uno mejor consigo mismo, también hacen que los demás se sientan bien.
Toda la gente suele tender a tener una buena imagen de sí misma, a todos nos gusta pensar que somos unas bellísimas personas, buenas, con un comportamiento moralmente aceptable… y sobre todo inmunes a cualquier estúpido que tengamos cerca y menos, tentados a imitarlos. Pero, lamentablemente la estupidez es una enfermedad terrible, enormemente contagiosa, cualquiera que no esté suficientemente alerta puede contraer la enfermedad.
De todos es sabido que, cuanto más tiempo, más esfuerzos, y más energías dedica la gente a realizar algo, aunque acabe llegando más tarde o temprano a la conclusión de que ese “algo” es inútil, o simple y llanamente idiota, más difícil le resulta abandonarlo, da lo mismo que sea una mala inversión económica que una relación sentimental destructiva, o un trabajo poco satisfactorio, o si se trata de un entorno lleno a rebosar de gente abusadora, de acosadores, de matones. Por lo general, los humanos tendemos a justificarnos y acabamos buscando algún tipo de compensación para no cambiar. Es demasiada la gente que acaba diciéndose a sí misma y a los demás aquello de “llevo demasiado invertido –tiempo, dinero, energías…- para abandonar”; o “el asunto es muy importante, merece la pena… si no fuera así no me habría implicado tanto en ello”.
Esto demuestra que mientras más tiempo pasa uno cerca de gente estúpida, más se tiende a volverse como ellos. Es algo así como cuando vamos al cine, o a un concierto, o a una obra de teatro, y al cabo de unos minutos descubrimos que el espectáculo es insoportable, aburrido, y en lugar de abandonar la sala, seguimos hasta el final, de manera incomprensible…
Vengo hablando desde hace un rato de los “estúpidos” pero pienso que sería interesante definirlos un poco. Cuando uno tropieza con una persona grosera, faltona, fanfarrona, impertinente, prepotente, etc. lo primero que se le viene a la cabeza es “¡Jo.. qué estúpido!”
Viene a cuento que les mencione un estudio sobre los tontos y la tontería, de Santo Tomás de Aquino, en el que, entre otras muchas cuestiones menciona que además de la parálisis, el estupor (de ahí la expresión “estúpido”) existe otro factor importante en la caracterización de la tontería: la falta de sensibilidad: y diferencia entre estulto y fatuo, dice que la estulticia implica embotamiento del corazón y hace obtusa la inteligencia, “stultitia importat hebetudinem cordis et obtusionem sensuum”. Por el contrario, la fatuidad es la total ausencia de juicio (el estulto tiene juicio, pero lo tiene embotado…).
De ahí que la estulticia sea contraria a la sensibilidad de quien sabe: sabio (sapiens) se dice por saber (sabor): así como el gusto discierne los sabores el sabio discierne y saborea las cosas y sus causas: a lo obtuso se opone la y la perspicacia de quien sabe, de quien es capaz de saborear.
La metáfora del gusto, de la sensibilidad en el gusto como ejemplo, y referente, para quien sabe saborear la realidad encierra una de las principales tesis de Santo Tomás de Aquino sobre la tontería. Hasta tal punto que llega a considerar que, frente a la creencia general de que la felicidad está en la posesión de dinero y bienes materiales, como afirma la legión de estultos que, saben sólo de bienes corporales que el dinero puede comprar; el juicio sobre el bien humano no lo debemos tomar de los estultos sino de los sabios, lo mismo que en cosas de sabor preguntamos a quienes tienen paladar sensible.
Prosigue Tomás de Aquino afirmando que se trata siempre de una percepción de la realidad: lo que de hecho es amargo o dulce, parece amargo o dulce para quienes poseen una buena disposición de gusto, pero no para aquéllos que tienen el gusto deformado.
Cada cual se deleita en lo que ama: a los que padecen de fiebre se les corrompe el gusto y no encuentran dulces cosas que en verdad lo son…
También es importante otra característica que nos señala Tomás de Aquino acerca del insipiente: creer que todos tienen -y son de su condición.
Otra cuestión de la que nos advierte Santo Tomás de Aquino es la de que, entre las causas morales de la percepción de la realidad, destaca la buena voluntad que es como una luz, mientras la mala voluntad sumerge a uno en las tinieblas del prejuicio y la superstición.
Por supuesto, en su análisis de los tontos y la tontería, Tomás de Aquino nos habla de que hay grados de tontería y de tontos; igual que hay grados de inteligencia y de personas inteligentes.
Se les puede denominar de múltiples maneras: abusones, acosadores, idiotas, torturadores, verdugos, tiranos, prepotentes, déspotas, etc. pero a mí me parece que lo que mejor les cuadra es la palabra ESTÚPIDOS.
Estamos hablando de gente tóxica, destructiva, que maltrata, que lastima, que hiere a toda la gente que se cruza en su camino. Los abusadores, acosadores, los estúpidos suelen hacer que cualquier
clase de organización o agrupación humana baje su rendimiento, una característica de los equipos gobernados, dirigidos por estúpidos es que en ellos suelen estar presentes sentimientos de miedo, odio y venganza. En una comunidad en la que existe miedo (miedo que es absolutamente alienante, pese a que algunos afirmen que el miedo es “libre”) cualquier miembro del grupo está intentando siempre “proteger su espalda” y procurando que los abusadores no pongan la vista en él y acaben humillándolo… Es más, cuando se les ocurren ideas para mejorar o ayudar a la comunidad, a la organización, se retraen por miedo y no las expresan.
En las agrupaciones humanas en las que gobierna gente estúpida (abusona, acosadora, gánsteres, etc.) cuando la gente no se siente bien tratada, no se siente satisfecha, casi nadie está dispuesto a hacer algún esfuerzo extra, o implicarse de manera especial; cuando los miembros de un grupo tienen el convencimiento de que quienes tienen el poder son gente estúpida pocas veces están dispuestos a dejar lo que en ese momento estén haciendo, para ayudar.
Los estudios al respecto demuestran que cuando la gente corriente, educada, compasiva, se incorpora a un grupo en el que abunda gente desagradable, abusona, agresiva, se suele acaba convirtiendo
en “fotocopias” de los estúpidos y corren un gran riesgo de convertirse en insensibles, moralmente desarraigados; desarraigo moral que se suele propagar como si de un virus se tratara.
Hay un proverbio árabe que dice que cuando una persona inteligente se junta con una viciosa, carente de virtud, se vuelve idiota.
Los estúpidos tienen tendencia a aliarse, coaligarse, y cuando esto sucede es muy difícil separarlos. Un enjambre de estúpidos es como un “aspirador de civismo”, absorbe toda la amabilidad, la
cordialidad, la bondad de quienes estén en su radio de influencia.
Se suele decir que el mejor indicador del comportamiento futuro es el comportamiento pasado, es por ello que generalmente quien es abusón en el colegio (aquél estúpido que todo el mundo recuerda
de su infancia, aquel que oprimía y humillaba a sus compañeros) es muy posible que sea un abusador cuando adulto en la vecindad, en el trabajo, o en cualquier contexto en el que se mueva.
La buena noticia es que el precio que acaban pagando los estúpidos termina siendo muy alto, mucho más de lo que puedan imaginar, pues aunque no sean conscientes de ello, cada vez que menosprecian a alguien, lo someten a vejaciones, a alguna burla grosera e hiriente, o lo tratan como si fuera invisible, o le infligen alguna forma de maltrato, su lista de enemigos aumenta cada día… el miedo obliga a la mayoría a guardar silencio, e incluso a unirse a los estúpidos, durante cierto tiempo, pero llegado un momento el número de enemigos es tan grande que cuando perciben a sus abusadores en situación de vulnerabilidad, o débiles en algún grado, acaban lanzándose al ataque.
Como decía Walt Whitman: “Rechaza todo aquello que insulte a tu alma”, es preferible evitar por todos los medios pasar tiempo trabajando, o compartiendo cualquier clase de actividad con estúpidos, o vivir cerca de ellos, o junto a ellos…
La pregunta obligada es
¿Por qué es tanta la gente que aguanta, soporta, tolera, justifica, o incluso alaba el comportamiento denigrante de otras personas?
Tras ese recorrido un tanto inquietante sobre los estúpidos y la estupidez, terminaré recogiendo brevemente las indicaciones que Tomás de Aquino da acerca de los remedios contra las tonterías
(propias o ajenas).
Primero, hay que recordar que, entre las obras de misericordia, las más importantes, las siete “limosnas espirituales”, tres guardan relación más o menos directa con el asunto que nos ocupa: soportar a los molestos (“portare onerosos et graves”), enseñar al que no sabe (“docere ignorantem”) y dar buen consejo al que lo ha menester (“consulere dubitanti”).
¡Ah, se me olvidaba! Tomás de Aquino también menciona a un tipo de tonto: el idiota. Siempre atento a los orígenes de los nombres, Tomás de Aquino hace notar que idiota, propiamente significa aquel que sólo conoce su lengua materna… Pues “eso”.
De todos modos, indudablemente no somos peones sin poder de clase alguna que, en cuanto nos vemos rodeados de estúpidos estamos inevitablemente abocados a convertirnos en sus clones.
Y, antes de terminar invitándolos a leer y saborear el libro de Carlos Aurelio Caldito Aunión, “España saqueada…” permítanme recordarles lo que afirmaba Leonardo da Vinci: “es más fácil resistir al principio que al final”.
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