PREVALENCIA DE LA EDAD SUBJETIVA FRENTE A LA BIOLÓGICA

Se ha producido en los últimos tiempos un avance bastante importante, muy positivo respecto del concepto que se tenía hasta ahora respecto de la edad. Afortunadamente son cada vez más los que piensan que hay que desterrar etiquetas tales como «anciano» y «viejo» La canción «no tengo edad…» se hace actual. Los cuidados físicos y el equilibrio de la mente, alejada de entornos y personas tóxicos que son los que realmente producen envejecimiento, nos crean salud, nos rejuvenecen y provocan ganas de vivir.

Llevar una buena vida, una vida sana, equilibrada requiere practicar ejercicio físico… también usar ropa de lino y algodón.

Considero que es imprescindible desterrar, también, esa idea tan repetida, publicitada por los medios de información de la «midorexia», que hace referencia a aquellas personas que no aceptan su edad, presentando conductas y pensamientos encaminados a mantenerse siempre jóvenes y atractivos, que lleva aparejado el miedo a envejer. La idea archirrepetida de que los hombres y las mujeres, a partir de los 50 años, no pueden usar determinado tipo de ropa, «por no ser adecuados a su edad».

¿Por qué hay que estar de acuerdo con semejante ide, por más que sea repetida por los diarios, las radios y las televisiones?

Hay que sentirse libre, mostrar desacuerdo, pues la forma de vestir es un reflejo de la personalidad, de la manera que uno tiene de sentir, de vivir. Hay que dejar de mirar edades y mirar seres humanos.

Es asombroso ver el aspecto físico de mujeres y hombres de 60 y 70 años en los que parece que no ha transcurrido el tiempo. Por el contrario, hay personas de entre 30 y 40 que parecen de mayor edad. No hay que añadir años a la vidad sino vida a los años. Colores en el vestir y en el pensamiento, ser libre de pensar y de actuar y meter en tu mente, darles paso a conceptos nuevos relacionados con la juventud y la vitalidad.

VIVIR, en el amplio sentido de la palabra y ser uno mismo, independientemente de la imagen que los demás tengan de ti…

¡Quiérete!

Pilar Enjamio, Psicóloga y escritora.

  • Si algunos, después de llegar hasta aquí, quieren seguir reflexionando sobre la edad, sobre llevar una buena vida, vivir, les recomiendo que lean el cuento de JORGE BUCAY que viene a continuación. Estoy seguro de que no los dejará indiferentes.

El Buscador, cuento para reflexionar.

“Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como un buscador…
Un buscador es alguien que busca; no necesariamente alguien que encuentra.
Tampoco es alguien que, necesariamente, sabe qué es lo que está buscando. Es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda.

Un día, el buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Había aprendido a hacer caso riguroso de estas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo. Así que lo dejó todo y partió.

Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos, divisó, a lo lejos, Kammir, Un poco antes de llegar al pueblo, le llamó mucho la atención una colina a la derecha del sendero. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadores. La rodeaba por completo una especie de pequeña valla de madera lustrada.

Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto, sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en aquél lugar.

El buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles.
Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de aquel paraíso multicolor.

Sus ojos eran los de un buscador, y quizá por eso descubrió aquella inscripción sobre una de las piedras:

Abdul Tareg, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días.

Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que aquella piedra no era simplemente una piedra: era una lápida. Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en aquel lugar.

Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Se acercó a leerla. Decía:

Yamir Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas.

El buscador se sintió terriblemente conmocionado. Aquel hermoso lugar era un cementerio, y cada piedra era una tumba.

Una por una, empezó a leer las lápidas. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto.
Pero lo que lo conectó con el espanto fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los once años…

Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio pasaba por allí y se acercó. Lo miró llorar durante un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.

-No, por ningún familiar —dijo el buscador—.

-¿Qué pasa en este pueblo? ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué hay tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que les ha obligado a construir un cementerio de niños?

El anciano sonrió y dijo:

– Puede usted serenarse. No hay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré…:

“Cuando un joven cumple quince años, sus padres le regalan una libreta como esta que tengo aquí, para que se la cuelgue al cuello. Es tradición entre nosotros que, a partir de ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella:

A la izquierda, qué fue lo disfrutado.

A la derecha, cuánto tiempo duró el gozo.

Conoció a su novia y se enamoró de ella. ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una semana? ¿Dos? ¿Tres semanas y media…?
Y después, la emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer beso…¿Cuánto duró? ¿El minuto y medio del beso? ¿Dos días? ¿Una semana?
¿Y el embarazo y el nacimiento del primer hijo…?

¿Y la boda de los amigos?

¿Y el viaje más deseado?

¿Y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano?

¿Cuánto tiempo duró el disfrutar de estas situaciones?¿Horas? ¿Días?

Así, vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos… Cada momento.

Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado para escribirlo sobre su tumba. Porque ese es para nosotros el único y verdadero tiempo vivido”.

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