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Progresismo, el opio del pueblo, el último refugio de los canallas.

Ayer, conversando con un amigo «filósofo», éste me corrigió respecto de lo que yo he afirmado en más de una ocasión, y la penúltima en uno de mis artículos: https://www.voziberica.com/fango-y-podredumbre-del-estado-de-las-autonomias-y-acerca-de-la-maldad-de-los-oligarcas-y-caciques-que-nos-malgobiernan/

Mi amigo me decía que Aristóteles no estaba en contra de la «democracia» y matizaba que «sólo criticaba aquella que no tiene como fin el bien de la sociedad, y sólo se preocupa de los intereses de un determinado grupo social»…

Yo le respondía que Aristóteles rechaza lo que algunos posteriormente denominan “oclocracia”, y él llama “democracia”, al gobierno encabezado por una minoría populista, de demagogos, ignorantes y malvados aupados al poder por una multitud ruidosa, ciega, irracional, ignorante y fácilmente manipulable e integrada por analfabetos… Entonces acaba sucediendo que una «mayoría» gobierna en exclusivamente en su propio beneficio exclusivo y discrimina a las minorías. Aristóteles dice que la democracia “se da cuando se hacen con el poder los indigentes”; Política: Libro III, cap. V.

Tanto Aristóteles como sus contemporáneos consideraban posible una forma republicana de gobierno en pequeñas comunidades, con ciudadanos alfabetos, instruidos, para evitar la oclocracia, que Aristóteles denomina «democracia». La forma republicana es el gobierno de la mayoría (elegido por la mayoría) a favor de todos. En esta forma de gobierno todos los ciudadanos participan del poder. La república se caracterizaría por su respeto a la ley y por el equilibrio social, fruto del surgimiento de una clase intermedia apegada a los intereses comunes que modera, suaviza, atenúa el antagonismo, la confrontación entre ricos y pobres.

Si por democracia se entiende sufragio universal, Aristóteles no planteaba tal cosa como deseable, como mucho se acerca a algo similar a lo que sería la República Romana de los tiempos de Cicerón… la República Romana fue degradándose y acabó en «oclocracia» pues, la plebe llegó a convertirse en populacho, una muchedumbre ruidosa dispuesta a seguir a cualquier jefe que le hiciera promesas y le facilitara dinero o placeres. No faltaba más que un tirano que, más tarde acabó llegando, dando fin a la República.

Aristóteles acaba inclinándose por la Aristocracia (el gobierno de los mejores, los más sabios, los más preparados, los más virtuosos) como forma de gobierno, por considerar que es la que menos riesgo corre de corromperse. Aunque apunta que sería posible un sistema republicano con un gobierno aristocrático capaz de acabar, o atenuar, la conflictividad y promover la paz social, mediante el establecimiento de una “clase media”, caracterizada por su estabilidad, la cual sería un freno para el abuso tanto de los ricos como de los pobres. Si la clase media es débil tendremos oligarquía o democracia (oclocracia), y si por el contrario esta es fuerte tendremos una república estable y libre de conflictos sociales. Se trata de crear un gobierno estable y duradero, que elimine los estorbos que puedan alzarse para impedir la consecución de la felicidad y el bienestar de los ciudadanos sin perjudicar a ninguna minoría…

Aristóteles dice que la democracia “se da cuando tienen el poder los indigentes”. DEMOCRACIA: Es cuando la mayoría gobierna en beneficio exclusivo o contra una minoría. 

En España hace ya mucho tiempo, desde la muerte del General Francisco Franco y la llamada transición mediante la que se instituyó una «partitocracia», las agrupaciones mafiosas que se hacen llamar partidos políticos y dicen ser nuestros representantes, son simplemente instrumentos de saqueo, élites extracción, sólo tienen como objetivo el interés de sus dirigentes y de sus oligarcas y caciques. Da lo mismo las lecciones que se convoquen, los partidos abordan todas las elecciones con el mismo reclamo: “vótame a mí”. Y su único argumento: “somos mejores”, «somos mejores recaudadores, somos mejores gestores que… ellos son corruptos, manirrotos, despilfarradores…» “los otros son peores”. Un pintoresco razonamiento que convence a sus hooligans y que éstos a su vez tratarán de hacer llegar al máximo de votantes para arrastrarlos a los colegios electorales el día de la votación.

Todos, sin excepción, poseen un discurso vacío, de ambigüedad calculada, de relativismo moral, retorica vacua, y un largo etc. que luego les permite justificarse de miles de formas cuando desatienden por completo, o casi, lo que debería ser la acción política, los asuntos públicos, lo que realmente inquieta, ocupa y preocupa al común de los mortales… todo es disimulable, disculpable con la ideología. Porque la ideología sirve para establecer por encima de las razones una razón superior, verdadera, tan incuestionable que no puede ser discutida. Es por ello que los capos de los partidos se pueden permitir divulgar dogmas-eslóganes tales como «si tú te empobreces es porque otros son cada vez más ricos… Si no consigues lo que tú consideras justo es porque el sistema es injusto…» La perfecta justificación para saquearnos, inventar nuevos impuestos y subir los ya existentes, intervenir en la economía y poner trabas al libre mercado, limitar y eliminar derechos y libertades individuales, etc.

Quienes dicen ser la “izquierda oficial”, «progresistas», suelen tener una extraña habilidad y también poseen el don de la oportunidad para apropiarse de determinados conceptos, reciclarlos y adecuarlos a sus intereses, recurriendo, claro está, a eufemismos, circunloquios, y sobre todo a lo que los lingüistas denominan “frases y palabras talismán”, expresiones que poseen un prestigio especial –generalmente de forma inmerecida- de forma que, nadie se atreve a cuestionarlas. Luego, también por su enorme habilidad, consiguen que todo quisqui acabe asumiendo su discurso, su jerga, su esquema mental y de acción y se acabe convirtiendo en «progresista». ¿Quién va a atreverse a afirmar que está en contra del «progreso», de avanzar para mejorar?

Pues sí, los progresistas de todo pelaje utilizan palabras y frases «talismán» que parecen condensar en sí todas las excelencias de la vida humana. De este modo, los que se hacen llamar progresistas, han acabado ganando la batalla del lenguaje, lo cual les permite divulgar consignas con las que logran desinformar y manipular a sus potenciales votantes-clientes, desde todos los púlpitos, desde todos los centros de enseñanza, desde la guardería hasta la universidad… acción que, será reforzada por parte de los diversos medios de información.

Comenzaron apropiándose del vocablo “progreso”, logrando que fuera su seña de identidad, y recurren con enorme éxito al uso monopolístico de algunos adjetivos que sirven de bellos envoltorios para sus ideas, a la vez que denigran a los contrincantes hasta tal punto que, han logrado convencer, o casi, a la mayoría de la gente de que, ellos son lo único moralmente aceptable y que, lo demás es absoluta maldad.

Como decía anteriormente, también han conseguido que, quienes no se hacen llamar de izquierdas hayan acabado utilizando y adoptando su jerga, e incluso gran parte de sus postulados, como es el caso del Partido Popular, e incluso VOX, cada vez más socialdemócratas, cada vez más estatistas, más intervencionistas.

Si intentamos definir la palabra “progreso” podríamos afirmar que es lo que, para bien y para mal, ha llevado al género humano desde los tiempos más primitivos a poder disfrutar del bienestar que disfrutamos en la actualidad. Desde esta perspectiva, otorgar de forma excluyente el vocablo «progresista» a los que comulgan con una determinada doctrina política es un absoluto sacrilegio lingüístico, pese a que se haya consolidado entre nosotros casi de forma definitiva…
Progresistas fueron Sócrates, Platón, Aristóteles, Marco Aurelio, Séneca, Quintiliano, Averroes, Leonardo da Vinci, Galileo, Descartes, Einstein, madame Curie y muchísimos pensadores, científicos e investigadores más, ingenieros, arquitectos, médicos y personas de los diversos ámbitos de la ciencia (muchos de ellos anónimos) que, emprendieron acciones para que los humanos lográramos beneficiarnos de sus descubrimientos, y consiguiéramos mayores cotas de bienestar y felicidad.

Decía Friedrich Hayek, en “Camino de servidumbre” que, generalmente la comunidad científica suele favorecer de forma casi inconsciente el aumento del poder gubernamental, siempre que éste se publicite como una causa noble, con la intención de proteger a los ciudadanos de la maldad de las grandes empresas, alivie la pobreza, proteja el entorno, o fomente la «igualdad»…

Respecto de lo que indicaba Friedrich Hayek, viene a cuento hablar de los denominados calentamiento global y cambio climático, y más después de las recientes riadas que han sufrido Valencia y las provincias cercanas; me estoy refiriendo a un nuevo «ecologismo autoritario”, una nueva forma de totalitarismo, un intervencionismo (en el cual realmente apenas hay preocupación u objetivo alguno de carácter conservacionista-ambientalista) con el que se ha ido propagando una especie de ideología apocalíptica, basada en el miedo a una crisis que nos amenaza como algo inmediato, y a la que solamente cabe dar solución mediante medios coactivos, represivos -por parte de los Estados, por supuesto-. Como decía Averroes, hay una ecuación que mueve el mundo, o mejor dicho a las personas: la ignorancia conduce al miedo, el miedo al odio y el odio a la violencia…

Todos estos ingredientes están presentes en la retórica progresista, de la cual participan todas las agrupaciones mafiosas autodenominadas partidos políticos. A lo largo de la Historia hay ejemplos para dar y tomar del terror que produce en la gente corriente y desinformada el anuncio de la llegada del fin de los tiempos. Incluso, todavía hoy siguen causando temor las profecías de Malaquías y Nostradamus.

El progresismo es el último refugio (o tal vez el penúltimo) de quienes tienen como único objetivo parasitar, saquearnos, vivir de nuestros impuestos como han demostrado en la terrible desgracia sufrida por los españoles que viven en Valencia y provincias vecinas; situación que podía haberse evitado, o por lo menos minimizado, si se hubieran emprendido acciones de mantenimiento y limpieza de nuestros ríos, arroyos, torrenteras, barrancos, etc. y si se hubiera prohibido construir en zonas inundables, y si se hubiera evacuado a la población que vive en esos mismos territorios… y si se hubiera movilizado a las fuerzas armadas, y….

El progresismo es la causa noble, la mentira noble, la falsedad de los gobernantes destinada supuestamente a preservar la armonía social. El progresismo es el perfecto pretexto de los canallas al que recurren con la intención -dicen- de proteger a personas especialmente vulnerables de la maldad de grandes, enormes intereses egoístas, con intención de aliviar la pobreza, y/o fomentar la «igualdad»…

Vivimos un tiempo de ciego triunfalismo con el que, casi como si de una religión ser tratara, se celebra la democracia como el sistema más perfecto que pueda existir, como la mayor forma de progreso imaginable.

El problema de la democracia, que como decía más arriba no era considerada por Aristóteles como la mejor opción de gobierno, son los votantes. O, más exactamente, los votantes desinformados. Son multitud los estudios que revelan que los votantes ignorantes y desinformados son una apabullante mayoría y que muchos muestran una ignorancia extrema en cuestiones políticas. Y pese a ello, su voto vale lo mismo que el de una persona que conoce a fondo la situación real de su país.

Sin duda, el proceso de elección de los miembros de las diversas asambleas legislativas y los diversos gobernantes: alcaldes, presidentes de diputaciones, de cabildos insulares, de los diversos gobiernos regionales y del gobierno central, es profundamente injusto (aparte de abrirles la puerta de las instituciones a lo peor de nuestra sociedad, a los más canallas), lo es sobre todo porque los desaciertos, los errores que salen de las urnas acaban teniendo gravísimas consecuencias, acaban acarreando graves perjuicios para gente que no se lo merece. Para subsanar ese problema habría que poner en marcha algún tipo de meritocracia, «aristocracia» lo llamaban Aristóteles y sus contemporáneos, un sistema en el que los ciudadanos más competentes y mejor informados posean más capacidad de decisión, de gestión, en suma,  más poder político, si lo que se pretende es el gobierno de los más sabios, más decentes, más expertos en la gestión de dineros ajenos… por supuesto, estoy hablando de dar paso a una élite de profesionales que demuestren estar cualificados, en posesión de un alto conocimiento de las materias que verdaderamente afectan al progreso de un pueblo.

La experiencia de los últimos cincuenta años de «democracia a la española» lleva a la conclusión de que, se debe evitar por todos los medios que el gobierno caiga en manos de personas que solo fomentan la ignorancia, la corrupción, la irracionalidad o la simple inmoralidad, aparte de buscar exclusivamente su beneficio personal y el de sus parientes y amigos. Como ya he afirmado en otras ocasiones, el sistema de elección de los gobernantes no ha de medirse por su valor intrínseco, sino por sus resultados: teniendo en cuenta si la forma es eficaz y justa, pues de ello dependen nada menos que nuestra libertad y nuestro bienestar.

Cualquier comunidad que esté en sus cabales, cuyos miembros no estén embrutecidos o encanallados, procura evitar que la gente viva inmersa en continuos sobresaltos y por el contrario, busca la manera de que quienes la integran se sientan miembros de una sociedad estable, perdurable, próspera; y para evitar males mayores de los que ya conocemos, y de los cuales se ha venido hablando en este texto, es imprescindible poner en marcha algún procedimiento para que los ignorantes no puedan decidir irresponsablemente, con sus votos y nos impongan disparates y crueldades; más todavía: hay que imponer, tanto a quienes voten, como a quienes sean susceptibles de ser elegidos, algún procedimiento de examen de actitud…

De todas maneras, tal como está el panorama mejor sería realizar un sorteo entre quienes en España son mayores de edad, poseen determinada formación académica, experiencia profesional, etc. excluyendo a quienes sea necesario y darle las riendas de la gestión de nuestro dinero a gente semejantes a los administradores de fincas que, tengan un currículo que demuestre que son gestores exitosos, además de cumplir con su deber, poseer una moral intachable, respeto a los bienes ajenos y una actitud de transparencia. Sin duda alguna sería mucho más eficaz y nos resultaría más barato. ¿Imaginan lo que ahorraríamos en impuestos?

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Carlos Aurelio Caldito Aunión

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