“Tengo la firme convicción, avalada por años de observación y experimentación, de que los hombres no son iguales, de que algunos son estúpidos y otros no lo son.” Carlo María Cipolla.
CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN.
“Robin Hood se cree que fue el primer hombre que asumió un halo de virtud practicando la caridad con la riqueza de la que, no era dueño, regalando bienes que él no había producido, y haciendo pagar a otros el lujo de su piedad. Es el símbolo de que la necesidad, y no el logro, es la fuente de todo derecho, de que no tenemos que producir sino solo desear, de que no es lo ganado lo que nos pertenece sino aquello que no hemos ganado. Se convirtió en justificación de los seres mediocres que, incapaces de ganarse la vida, exigen el poder de apoderarse de la propiedad de sus mejores, proclamando su voluntad de dedicar la vida a sus inferiores, al precio de robar a quienes están por encima de ellos.”Ayn Rand, “La Rebelión de Atlas”.
Hay tres libros que desde hace años forman parte de mis lecturas “de cabecera”, uno es “Alegro, ma non troppo” de Carlo María Cipolla; otro es “Oligarquía y Caciquismo como forma de Gobierno en España” de Joaquín Costa, el tercero “Manual del perfecto idiota latinoamericano” de Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner, y Álvaro Vargas Llosa. Los tres siguen estando de plena actualidad (el de Costa absolutamente profético, con un siglo de anticipación)
El libro de Cipolla (Cebolla en italiano) es el mejor tratado sobre la estupidez humana con diferencia. El libro de Joaquín Costa, quienes me conocen saben de sobra que, lo menciono en enésimas ocasiones, pues es la más clara definición de la España actual, a mi modesto entender. No puedo dejar de pasar la ocasión de recomendar leer ambos textos a quienes no lo hayan hecho aún; y más en estos momentos de ociosidad y tedio debido a la pandemia del coronavirus…
Hoy voy a centrarme especialmente en Carlo Cipolla, pues viene como anillo al dedo para hablar de la “izquierda” política.
Los “valores” de eso que se hace llamar izquierda son formas de estupidez que han anidado profundamente en la conciencia de la mayoría de la gente, estupideces propias de la modernidad, que se han colado en la Iglesia, en el Estado -en el poder ejecutivo, en el judicial, en el legislativo… e incluso en el “cuarto poder”- en la mente de todo quisqui, y que han acabado introduciéndose hasta en nuestras casas. De la mano de los “valores progresistas” se ha ido instalando entre nosotros, casi sin apenas darnos cuenta, la estulticia… habiendo llegado a tal extremo que la idiocia ha dejado de ser vergonzante; tal cual los diversos fanatismos religiosos. Al fin y al cabo la izquierda es una forma de herejía del Cristianismo.
No olvidemos que la idiocia y la maldad no son excluyentes; es más, como decía Sócrates, la maldad es solo un tipo de estupidez.
Uno de los rasgos más característicos de la estupidez es que generalmente ningún estúpido piensa que lo es. Por el contrario, el más estulto de los estultos actuará y hablará con la convicción de que posee una mente privilegiada. Tal cual decía, también, Sócrates si uno cayera en la cuenta de cuan estúpido es en una determinada circunstancia, elegiría no actuar como un necio.
A poco que uno se acerque a la Historia de la Humanidad, y particularmente la de los últimos siglos, acaba llegando a la conclusión de que si ha habido una causa determinante, especialmente influyente en las tragedias, maldades, desgracias, genocidios… por los que se han visto afectados millones y millones de seres humanos esa ha sido la estupidez izquierdista. Y lo paradójico del asunto es que todavía las diversas utopías intervencionistas siguen teniendo buena fama y enormes prestigio y predicamento.
Generalmente tendemos a culpar a la perversidad intencional, a la malicia, a la megalomanía, a la codicia, a la conspiración,… de las malas decisiones que se toman, y de los resultados de las mismas, que por supuesto “existen”; pero un estudio exhaustivo de la conducta humana nos lleva inevitablemente a la conclusión de que el origen de los terribles errores que cometen los humanos está en la pura y simple estupidez.
Como dice el historiador italiano Carlo María Cipolla, cuando la estupidez se combina con otros factores, como la ideología izquierdista, los diversos socialismos o comunismos, sus efectos acaban siendo devastadores.
No está de más recordar la cuarta y la quinta de las “leyes sobre la estupidez humana” que enunció Carlo Cipolla:
Los estúpidos son peligrosos, mortíferos porque a los individuos sensatos les es difícil comprender un comportamiento estúpido. Una persona racional, con una mente lúcida, puede entender la “lógica perversa” del malvado, ya que sus actos persiguen su provecho personal, y son previsibles… Sus acciones no son éticamente admisibles, pero sí son “racionales” y por tanto podemos anticipar tanto sus movimientos como sus consecuencias.
Por el contrario, cuando se trata de personas estúpidas, todo ello es absolutamente imposible; no hay manera racional de prever cuándo, cómo y por qué, un estúpido llevará a cabo su pérfida y cruel embestida. Frente a un individuo estúpido nadie está completamente a salvo.
Cuando los necios actúan ocasionan trastornos, destrucción, daños a otras personas sin obtener ningún beneficio para ellos mismos e inevitablemente la sociedad entera se empobrece.
Tampoco debemos ignorar que cuando los estúpidos se “coordinan y organizan”, el encontronazo puede aumentar como una progresión geométrica, es decir, por multiplicación, no por suma o adición, de los factores individuales de estupidez.
Tal como también nos enseña Carlo Cipolla el poder tiende a situar a “malvados inteligentes” en la cima de cualquier organización (que en ocasiones acaban comportándose como “malvados estúpidos”); y ellos, a su vez, tienden a favorecer y proteger la estupidez y mantener fuera de su camino lo más que puedan a la genuina inteligencia.
Esto es lo que los psicólogos denominan Mediocridad Inoperante Activa, y Joaquín Costa “meritocracia por lo bajo”.
Decía Carlo Cipolla que en determinados momentos históricos, cuando una nación está en situación de ascenso, de progreso, posee un alto porcentaje de personas inteligentes, fuera de lo común que, procuran mantener al grupo de los estúpidos bajo control; al mismo tiempo que producen bienes y servicios, ganancias para sí mismos y para los demás miembros de la comunidad, suficientes para convertir el progreso en perdurable.
Así mismo, afirma que en cualquier comunidad en declive el porcentaje de individuos estúpidos es incesante; haciéndose notar, acabando por influir en el resto de la población, especialmente entre quienes ocupan el poder, un alarmante crecimiento de malvados con un alto grado de estupidez y, entre aquellos que no están en el poder, un igualmente alarmante crecimiento de la cantidad de individuos desprovistos de inteligencia. Cuando en una sociedad predominan los estúpidos, inevitablemente está abocada a la destrucción, a caminar hacía su propia ruina.
La reversión de esta tendencia a veces es posible, pues requiere una combinación de factores muy poco comunes, como la convergencia de personas inteligentes capaces de asumir poder y con capacidad de llevar a cabo un empuje colectivo que introduzca un cambio trascendente.
Como nos dice Mario Vargas Llosa en el prólogo del “Manual del perfecto idiota latinoamericano”, el idiota izquierdista cree que somos pobres porque “ellos” son ricos y viceversa, que la historia es una exitosa conspiración de malos contra buenos en la que aquéllos siempre ganan y nosotros siempre perdemos (él está en todos los casos entre las pobres víctimas y los buenos perdedores), no tiene empacho en navegar en el cyber-espacio, sentirse on-line y (sin advertir la contradicción) abominar del consumismo. Cuando habla de cultura, agita al aire –a la vez que levita- con frases del tipo: «Lo que sé lo aprendí en la vida, no en los libros, y por eso mi cultura no es libresca sino vital». ¿Quién es él? Es el idiota izquierdista…
Esa clase de idiota despierta el afecto y la simpatía, o, a lo peor, la conmiseración, pero no el enfado ni la crítica, y, a veces, hasta una secreta envidia, pues hay en los idiotas de nacimiento, en los espontáneos de la idiotez, algo que se parece a la pureza y a la inocencia, y la sospecha de que en ellos podría estar agazapada, escondida nada menos que esa cosa terrible llamada por los creyentes santidad.
Pero, no debemos olvidar que aparte de los progres idiotas relativamente bienintencionados y aparentemente inofensivos, están los idiotas realmente peligrosos, ese grupo de sinvergüenzas, depredadores, cínicos, que ni tienen programa, ni principios, ni objetivos (bueno, sí, objetivo si tienen, CONSERVAR EL PODER A TODA COSTA…) y que proclaman que están al lado de los más desfavorecidos… Claro, que aunque suenen parecidas, una cosa es la Ética, y otra la Estética… Esta secta de “paripé”, poses, aparentar, mentir, y demás pues andan bastante bien; pero de “Moral”; de eso entienden poquito…
Lo que sí hay que reconocerles, en honor a la verdad, es su enorme habilidad anestésica, su enorme capacidad de manipular a la gente corriente y de crear falsas expectativas… En ese sentido, hemos de retomar el mito de Robin Hood:
Como bien se sabe por parte de quienes están suficientemente informados acerca de las diversas ideologías políticas, los «progresistas» de todas las naciones ansían sustituir el capitalismo por alguna forma de socialismo o colectivismo. Desprecian la propiedad privada de los medios de producción y la economía de mercado, y defienden con entusiasmo métodos centralizados de planificación y de gestión económica. Proclaman la necesidad de un gobierno omnipotente y omnipresente, y dan por buena cualquier medida que otorgue mayor poder a los burócratas y a las entidades gubernamentales; y, por supuesto, condenan, y tildan de anacrónicos, reaccionarios y retrógrados en economía –y en política- a quienes no comparten sus objetivos.
Quienes se consideran y proclaman que son progresistas, están sinceramente convencidos de que son verdaderos demócratas. Confunden la democracia con el socialismo. Y no sólo no se plantean que socialismo y democracia puedan ser incompatibles, sino que tienen el convencimiento absoluto de que solamente el socialismo (o alguna clase de colectivismo) es sinónimo de verdadera democracia, de democracia plena. Quienes se hacen llamar “progresistas” intentan obstaculizar el funcionamiento del mercado, procuran interferir en la vida económica y tratan de poner todas las dificultades a su alcance y paralizar el capitalismo.
Quienes se denominan “progresistas” crean barreras aduaneras, promueven la expansión del crédito y políticas de dinero barato y recurren al control de los precios, a la fijación de los salarios mínimos y a las expropiaciones. Quienes dicen de sí mismos que son “progresistas”, cuando alcanzan el poder acaban transformando la tributación en confiscación y en expropiación, y proclaman que el mejor método de aumentar la riqueza y el bienestar consiste en despilfarrar, gastar sin freno. Y para más inri, cuando las cosas se ponen feas y las inevitables consecuencias de esa forma de hacer política -vaticinadas mucho tiempo antes por los economistas- ya no tienen apenas remedio, consiguen – hábilmente por cierto- que, la opinión pública le eche la culpa no a su política de “bondad y solidaridad extremas”, sino al gran satán del capitalismo salvaje y a la voracidad de los mercados.
A los ojos de la mayoría de los ciudadanos, como resultado de la propaganda machacona de los trovadores y apologistas del intervencionismo, da igual la forma, el origen de la depresión económica y del paro, de la inflación y del alza de precios, y del despilfarro, de la inquietud social –e incluso de la guerra- no es la política anticapitalista, sino el capitalismo.
He aquí algunos dogmas de la ortodoxia, del pensamiento progresista actual:
Aunque a algunos les pueda parecer increíble, proclamas intervencionistas de esta calaña aparecen en un libro que nadie a estas alturas calificaría de “progresista”: «Mi lucha» (en alemán Mein Kampf) de un socialista de nombre Adolf Hítler…
En el indecente discurso “progresista” está implícita la idea de que cualquiera que trate de emular a Robin Hood está justificado, legitimado: A un industrial que amasa una fortuna y a un delincuente que asalta un banco se los considera igualmente inmorales, dado que ambos buscan obtener riqueza para su propio beneficio «egoísta».
Inevitablemente surge una pregunta: ¿Robin Hood fue un héroe o un villano?
Cada cual responderá según su nivel de rentas, según el patrimonio que posea…
Tras la crisis de salud ocasionada por la pandemia del coronavirus y la terrible crisis económica que tenemos a la vuelta de la esquina, se ha vuelto a propagar la idea de que, es imprescindible crear un “Estado- Robin Hood”, que expropie a “los ricos” y redistribuya entre “los pobres”. Desgraciadamente, como el milenarismo y las teorías apocalípticas, los antihéroes, salva-patrias, y personajes populistas resurgen en periodos de crisis de salud pública, de crisis económica y moral tal como la que en estos momentos sufrimos.
¿Cómo y por qué, si no, se hicieron con el poder personajes tales como Stalin, Hitler, y demás tiranos y liberticidas que en el mundo ha habido?
Pues, “eso”, todos ellos progresistas y tratando de imitar a Robin Hood…
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