PERO GRULLO DE ABSURDISTÁN
¡¿Pero no serás tan reaccionario como para querer hacernos retroceder siglos, décadas, lustros, años?! No. En la actualidad la ideología dominante es progresista: el pasado fue una larga noche de machismo, homofobia, racismo y dominación de clase… está de más cualquier discusión. Argumentos así son utilizados por quienes dicen ser progresistas para descalificar, ad hominem, a cualquiera que identifiquen como conservador, una vez identificado como de derechas, conservador, reaccionario… tus opiniones son irrelevantes, tu reputación está ensuciada, tu presencia en el mundo es un error; mejor que te calles.
En cualquier grupo social siempre suele haber dos grupos claramente definidos, uno está formado por quienes consideran que las fórmulas convivenciales han probado suficientemente su eficacia, y que, aunque sean susceptibles de mejora, no es necesario sustituirlas por otras. Luego está otro grupo de personas que consideran que el “edificio social” está en ruinas y que más valdría derruirlo, echarlo abajo y construir otro nuevo; aunque generalmente no suelen tener muy claro qué es lo que habría que edificar, con qué cimientos, con qué material, con qué método… Y dado que ven la botella vacía o medio vacía, se niegan a ver nada bueno en la realidad actual.
Cuando en una sociedad predominan los que comúnmente se llaman conservadores y los llamados progresistas son una escasa minoría, la sociedad apenas cambia, evoluciona, o avanza a mejor. Por el contrario, si los “progresistas” son mayoría entonces el riesgo de llegar a una situación caótica es enorme. La Historia de la Humanidad así lo demuestra.
Tanto el Diccionario de la Real Academia Española, como el María Moliner de Uso del Español, dicen que se considera conservador a quien se opone a hacer intentos revolucionarios, a la gente que considera que no hace falta hacer cambios profundos, o radicales en la sociedad.
En ambos diccionarios la palabra “conservador” no tiene connotaciones negativas, conservar es sinónimo de hacer durar las cosas buenas que se poseen.
A lo largo de toda la historia del conservadurismo, los conservadores han querido promover todo lo que es bueno, verdadero y bello. Creen, al menos en la tradición occidental, en la prudencia, la justicia, la fortaleza, la templanza, la fe, la esperanza, la caridad, el trabajo, el destino y la piedad. Estas virtudes (griegas, romanas, judías y cristianas) han formado la base de la promoción de lo humano, de lo que significa ser humano, ser hombre, ser mujer, ser persona… los conservadores también han querido conservar lo mejor de la tradición occidental.
Esto no quiere decir que los occidentales sean únicos. Hemos de suponer que los hindúes, los budistas y los confucianos también han querido preservar sus respectivas culturas. Pero, dentro de la Tradición Occidental (¡sí, con mayúsculas!), vale la pena recordar a Sócrates, Platón, Aristóteles, Cicerón, Livio, Tácito, San Pablo, San Agustín, Santo Tomás de Aquino, La Escuela de Salamanca, Tomás Moro, Edmund Burke, Alexis de Tocqueville, Roger Scruton, Donoso Cortés… y muchísimos más que han destacado que lo humanos actúan mediante el esquema «ensayo-error» y que cuando comprueban que algo funciona, es eficaz, lo incorporan -de manera espontánea- a sus esquemas de pensamiento y de acción y lo convierten en hábito.
¿Significa esto que todos los que han adoptado la etiqueta de conservadurismo durante el último siglo, las últimas décadas, son realmente conservadores? Claro que no. El vocablo conservadurismo ha sido secuestrado, a veces por demagogos, a veces por populistas, a veces por los nacionalistas, a veces por multitud de quienes hacen profesión de la política y, a veces, simplemente por aquellos que se prostituyen ante el público para ganar dinero.
Sin embargo, el conservadurismo, bien entendido, sigue existiendo. Es posible que el verdadero conservadurismo siga siendo el gran desconocido, el gran incomprendido y, más raramente, se ponga en práctica en este mundo que nos ha tocado vivir, de estupidez, de sinrazón… Pero, eso no impide que nosotros nos irgamos, alcemos la voz y proclamemos cuantas veces sea necesario que, lo que es bueno, verdadero y bello merecen ser conservados.
Si el conservadurismo es válido, lo es en todos los tiempos, en todos los lugares y en todas las personas. Puede adoptar un carácter cristiano aquí, un carácter judío allá, o un carácter estoico allá, pero sigue estando universalmente ligado a ciertos principios humanos universales, cualesquiera sean sus manifestaciones locales.
Uno de los mayores éxitos del conservadurismo, y también uno de los mayores inconvenientes, que a veces hace imposible ponerlo en funcionamiento socialmente, es que se basa en la humildad, en admitir que no siempre comprendemos perfectamente el mundo. No es fácil saber cómo aplicar principios universales a nuestra situación específica. Por supuesto, esta humildad es un reconocimiento crítico de nuestra individualidad.
Imaginemos que formamos parte de un jurado, doce personas que observan el mismo juicio, doce personas que buscan justicia, pero también doce personas con doce puntos de vista distintos… Si hay una duda razonable dentro del grupo, debe declararse la inocencia. Pocas instituciones existen que contengan mejor las complejidades del mundo que el jurado. A todos los efectos, es una institución que, en el mejor de los casos, equilibra lo universal y lo particular.
Hay algo más que hace que el conservadurismo sea a la vez hermoso y frustrante. A diferencia del liberalismo, el socialismo y el corporativismo, que son, por naturaleza, profundamente utilitaristas, el conservadurismo es profundamente poético. Ama lo estrafalario y lo extraño, ensalza lo diferente. Frente al liberalismo, el socialismo y el corporativismo, elogia las diferencias (verdaderas) e incluso las celebra. Cada persona aporta sus talentos a la comunidad, para agudizarlos y para frenar nuestros muchos defectos y arrogancias.
¿Qué es exactamente lo que queremos conservar? Es una pregunta que cada persona y cada generación debe hacerse. Si lo hacemos bien, emplearemos la prudencia (la capacidad de comprender el bien y el mal), la justicia (dar a cada persona lo que le corresponde), la templanza (el uso de los bienes creados para el Bien) y la fortaleza (la perseverancia), pero deberíamos hacerlo mediante la fe, la confianza, la esperanza y, sobre todo, mediante el amor (darse a los demás). ¿Se traduce esto en soluciones inmediatas para el mundo? No, por supuesto que no. Pero nos permite vernos unos a otros con otros ojos, por muy nublada que esté nuestra visión.
Sin duda, el conservadurismo existe y seguirá existiendo, independientemente de lo que afirmen sus críticos.
Y ya, para terminar, permítanme que saque del olvido, de la «damnatio memoriae» a la que fue condenado a un español universal del que nos deberíamos sentir orgullosos: JUAN DONOSO CORTÉS.
Un hombre de su tiempo, el tiempo convulso de la Europa de las revoluciones del siglo XIX, pero también un pensador de proyección universal y duradera, a pesar del sombrío silencio que se cierne en la España actual sobre su obra y su figura.
Estudió en Cáceres, Salamanca y Sevilla, y terminó la licenciatura de Derecho, tras lo que se trasladó a Madrid, donde pronto alcanzó notoriedad en los medios liberales, por su abierta defensa del liberalismo y de la Ilustración. Para entonces, había trabado amistad con destacados liberales, como Quintana (1772-1857). Tomo parte en las conspiraciones liberales de 1833-1834. Y fue miembro de la sociedad secreta “La Isabelina” en la que tomó contacto con Romero Alpuente (1762-1835), con Flórez Estrada (1766-1853) y con el célebre conspirador Aviraneta (1792-1872). Integrado en la función pública desde 1832, obtuvo en 1836 un nombramiento en la Secretaría del Primer Ministro, Mendizábal (1790-1853). Fue Donoso Cortés quien supervisó los Decretos de la Desamortización General de 1836.
Después, se alineó con el moderantismo y llegó a ser consejero de la Reina Madre, M.ª Cristina, en 1840. En 1842 se alejó de los moderados acentuando su conservadurismo y participó en la redacción de la Constitución de 1845. Su evolución prosiguió y, en 1848, se pasó al tradicionalismo católico, en el que permaneció hasta su muerte. En su trayectoria recorrió, pues, todos los sectores políticos, desde la izquierda liberal a la derecha integrista, aunque nunca se integró en el carlismo. Murió en 1853, el mismo año que Mendizábal. Fue también uno de los refundadores del Ateneo de Madrid, en 1835, que llegó a presidir en 1848. En sus últimos años se ocupó como embajador, consejero de Isabel II y del Papa Pío IX, y mantuvo amplias relaciones con numerosas personalidades europeas del momento.
Donoso Cortés alcanzó fama mundial en los años postreros de su vida con dos célebres discursos, titulados Sobre la Dictadura y Sobre Europa, ambos de 1849, y con un ensayo, Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo (1850). Los tres fueron traducidos a varios idiomas y recibió por ellos felicitaciones desde Viena, París, Roma, etc. En su Discurso sobre la Dictadura afirmo:
Digo, señores, que la dictadura en ciertas circunstancias, en circunstancias dadas, en circunstancias como las presentes, es un gobierno legítimo. Es un gobierno bueno, es un gobierno provechoso, como cualquier otro gobierno. Es un gobierno racional, que puede defenderse en la teoría, como puede defenderse en la práctica… (…). La dictadura pudiera decirse, si el respeto lo consintiera, que es otro hecho en el orden divino. Tan es así, que Dios se reserva el derecho de transgredir sus propias leyes, y esto prueba cuán grande es el delirio de un partido que cree poder gobernar con menos medios que Dios, quitándose así el propio medio, algunas veces necesario, de la dictadura.
O dictadura del sable o dictadura del puñal
El texto, en sí mismo una teoría del sistema gobierno, ha de ser contextualizado de modo adecuado. Porque la experiencia de gobierno en España, desde 1808, habitualmente se desenvolvió en situaciones de excepción; es decir, de dictadura. Primero por la excepcionalidad derivada de la guerra externa (1808-1814), luego por el retorno del absolutismo (1814-1820), después en el modo incierto y bastante caótico del Trienio Liberal (1820-1823), de nuevo dictatorial en la Década Ominosa (1823-1833), y nuevamente de excepción desde 1833, por razón de la guerra carlista.
El texto de Donoso precisa que el dilema no se plantea entre la libertad y la dictadura, pues en tal caso, dice, él optaría por la primera. El dilema se plantea entre la “Dictadura del Gobierno” y la “Dictadura de la Insurrección”, entre la “Dictadura del sable” y la “Dictadura del puñal”. Matiz importante que permite apreciar el origen liberal de su pensamiento, aunque en proceso de profunda transformación.
Un Discurso en el que Donoso prefiguró la teoría del “Cirujano de Hierro” que popularizaría a finales del siglo XIX Joaquín Costa (1846-1911), y que algunos usaron como referencia doctrinal para justificar las dictaduras de Primo de Rivera (1870-1930) y de Franco (1892-1975), ambas en el siglo XX. La tesis que proponía Donoso Cortés consideraba imposible evitar la confrontación, la pugna frontal y extrema entre la revolución y la reacción, decantándose por el triunfo de esta última. Más tarde, en su Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo, y el Socialismo, ahondaría y precisaría su pensamiento político.
Donoso Cortés ganó fama en toda Europa, al convertirse en referente del retorno a la tradición como única posibilidad de salvación de la sociedad, frente a las sucesivas oleadas revolucionarias. Opuesto a las ideologías autoritarias de los nacientes nacionalismos y socialismos, que prometían -y prometen- el paraíso en la tierra, el conservadurismo tradicionalista de Donoso Cortés posee la ventaja de que, al menos, no prometía instaurar el “Reino de Dios en la tierra”. Pues, como dice el evangelio, ese reino no es de este mundo. En el Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo, su obra principal, elaboró la teoría política básica de la reacción postrevolucionaria. Una obra que ha terminado por convertirse en uno de los textos de filosofía política más notables del pensamiento político integrista surgido tras el triunfo de las revoluciones liberales.
Al comienzo de su Ensayo, expresó Donoso Cortés su propósito de oponerse al socialismo. Sin embargo, lejos de constituir su obra una refutación del socialismo, es casi más una confirmación de las razones del mismo, aunque en modo negativo. Sus objeciones al socialismo se limitan a impugnar las bases en las que se fundamentaría esa sociedad idílica prometida por el socialismo contra Dios, a la que Donoso opondrá la sociedad encarnada en la tradición católica. Su crítica al socialismo no se formula, pues, tanto desde una defensa de la sociedad liberal, en la que tampoco creyó al final de su vida, sino desde la objeción general al planteamiento de que se pueda llegar a establecer el bien absoluto sobre la tierra por decreto. Pero en el desarrollo de su obra se aprecia cómo el enemigo, para Donoso Cortés, no era tanto el socialismo, como el liberalismo.
El liberalismo y el parlamentarismo, dice Donoso Cortés, producen en todas partes los mismos efectos negativos: ese sistema ha venido al mundo para castigo del mundo (…). Por eso, Donoso planteará una disyuntiva excluyente: o hay quien dé al traste con ese sistema, o ese sistema dará al traste con la nación española, como con toda la Europa. Para Donoso, el liberalismo era como un puerto peligroso e inseguro. La sociedad no puede detenerse en él: debe seguir su rumbo hacia el puerto seguro y definitivo del catolicismo o, en otro caso, se estrellará indefectiblemente, naufragando en las escolleras del socialismo.
El Ensayo fue pronto traducido a otros idiomas. Y los elogiosos comentarios que recibió en Francia y en Roma, y luego en toda Europa y en América, proyectaron su pensamiento político internacionalmente. Le reportaron fama y prestigio, que se amortiguó a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Pero el estallido de la Revolución Bolchevique (1917), le puso de nuevo de actualidad. Y es que, Donoso Cortés había predicho que el socialismo podría surgir y establecerse Rusia con formas totalitarias, por lo que el triunfo de Lenin, en 1917, hizo que muchos volviesen a revisar la obra de Juan Donoso Cortés, Marqués de Valdegamas.
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