Carlos Aurelio Caldito Aunión
«En esta época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario.» George Orwell
¿Os acordáis de la Reina de Corazones de Alicia en el País de las Maravillas? Me refiero a la señora que cada vez que alguien hacía o decía algo que no le gustaba gritaba aquello de ¡que le corten la cabeza! Una mujer tremendamente irritable que, se sentía ofendida por cualquier cosa y que, en el momento menos pensado estallaba como una bomba.
Como contrapunto, en el cuento de Lewis Carroll, era el rey, pequeñito, siempre tranquilo, impertérrito, el que buscaba una solución más pacífica, a ser posible no violenta, cada vez que su esposa sacaba los pies del tiesto y perdía los nervios. Unas veces lo conseguía y otras no, pero, siempre lo intentaba.
La Reina de Corazones parecía que estaba enfadada con el mundo y rara era la persona con la que no se hubiera peleado y no hubiera sido víctima de su ira.
En el cuento de Alicia, la Reina de Corazones representa la frustración ante el fracaso, el miedo a todo lo que huela a cambio, el miedo a perder el control, el miedo a sentirse cuestionado, el miedo a perder el poder. Sí, miedo, mucho miedo, acompañado de ignorancia, de odio, de violencia. Son muchos quienes opinan que la ira es el miedo cuando sale al encuentro del mundo, y quienes no saben gestionar la ira y el miedo, los convierten en pelea, violentando a los demás, que generalmente no tienen ninguna responsabilidad en ello.
Decía un amigo mío (neuropsiquiatra) que el odio es algo así como, sentarse junto a la persona odiada, tomarse junto a ella un vaso de veneno y pensar que le va a acabar haciendo daño a la víctima de su ira, cuando, en realidad es el odiador quien se hace daño, a sí mismo.
Evidentemente, quienes se encolerizan, quienes se comportan de forma iracunda, son personas que no han aprendido a gestionar bien sus frustraciones, la envidia, el fracaso, el desafecto, el miedo… Todos ellos “sentimientos”.
Y, como decía mi filósofa preferida, Ayn Rand, los humanos somos personas “pontencialmente racionales” (no racionales, a secas, como suele afirmarse comúnmente) pues, tenemos la posibilidad de utilizar nuestro raciocinio, nuestra capacidad de razonar, de forma lógica, o renunciar a ello y dejarnos llevar por los deseos, los caprichos, los sentimientos; todos ellos muy humanos, pero no pertenecientes al ámbito de lo racional.
Pensar y actuar de forma racional significa (siguiendo a Aristóteles) no despegarse de la realidad, realidad que es UNA, pues sólo existe una realidad, no diversas realidades. Otra cuestión bien distinta es cómo viva cada cual la realidad. Pues, cada cual la vive según se la cuenta a sí mismo. Y, ahí ya intervienen los sentimientos. Y, evidentemente, pensar y actuar con lógica significa, también, entre otras muchas cuestiones, reconocer que son muchas las cosas que ignoramos, ante las cuales sentimos miedo, odio, irritación e incluso nos sentimos invitados a ejercer violencia sobre otras personas. Pensar y actuar con lógica empieza por reconocer con humildad la realidad de sí mismo, aceptarla y posteriormente aprender a gestionarla. Y la mejor forma de gestionarla no es precisamente violentar a los demás, y más si uno ocupa un cargo de gestión, de responsabilidad, con capacidad de decidir sobre la vida de los otros, en alguno de los tres poderes: ejecutivo, legislativo o judicial.
En la España actual son muchos, políticos, jueces, fiscales… los que actúan como la Reina de Corazones del cuento, anteriormente citado, de Lewis Carroll. Son muchos los miembros del establishment, de los poderes fácticos – partido gobernante, oposición, periodistas, trovadores y demás opinadores y creadores de opinión– que están obsesionados con cortarle la cabeza a todo quisqui que ose rechistarles, incluido el niño del cuento de “El Rey desnudo” o la Alicia del cuento de Lewis Carroll.
Quienes, arrogándose una superioridad moral de la que –dicen-, carece el común de los mortales, pretenden ser los nuevos gestores de la moral colectiva, llevan años, lustros, décadas tratando de imponernos cómo hemos de comer, de amarnos, de relacionarnos, de cuidar nuestra salud, la manera de cómo hemos de educar a nuestros hijos, de qué forma y cuándo hemos de morir… y lo penúltimo: cómo hemos de pensar y de sentir. Es por ello que ya han pasado a legislar acerca de qué sentimientos y qué pensamientos son buenos, correctos, aceptables… y cuáles son “pecados de pensamiento”.
Evidentemente, entre los pecados de pensamiento están, el pensar, como piensa JOSELE SÁNCHEZ, y muchos más españoles decentes, que España se enfrenta a una profundísima crisis política, social, moral y económica; pensar como piensa el antiguo director de LA TRIBUNA DE ESPAÑA que no hay que hacer la vista gorda, mirar para otro lado, hacerse el “Don Tancredo”, rehuir el combate, y dejar hacer a quienes sin nadie que los frene, sin rubor, se jactan abiertamente y sin rodeos de tener como objetivo la destrucción de la Nación Española.
Evidentemente, entre los pecados de pensamiento y sentimiento, están el pensar y sentir, como no se ha privado nunca de afirmar JOSELE SÁNCHEZ, que en todas las regiones españolas, sin excepción, en los centros de estudio se ha generalizado la ignorancia, la mediocridad, se persigue y penaliza el mérito y el esfuerzo, y todo lo que huele a disciplina. Que en todos los centros de estudios españoles se falsifica la Historia de España, se potencian jergas locales, dialectos, lenguas regionales, en detrimento del español-castellano, al que se presenta como lengua opresora, a la vez que se divulgaba el embuste de que durante décadas, centurias, se ha perseguido a los que tienen por lengua materna otra diferente al castellano.
Pues, sí, evidentemente, entre los pecados de pensamiento y sentimiento, están el pensar, como ha hecho y expresado siempre JOSELE SÁNCHEZ, sin circunloquios, sin rodeos (y también sus colaboradores entre los que me honro) que se viene inculcando odio y violencia a una generación tras otra de españoles, desde las guarderías, desde el parvulario, se refuerza en la enseñanza primaria hasta llegar a la universidad, y acaba siendo reforzada por las diversas televisiones regionales, la autoproclamada «televisión española» y por supuesto las demás televisiones generosamente regadas con fondos públicos.
Evidentemente, somos muchos, como JOSELE SÁNCHEZ, los que día tras día incurrimos en “delito de pensamiento y sentimiento”, si nos atenemos a las constantes denuncias de las que somos víctimas por atrevernos a escribir, a publicar lo que muchos piensan y apenas nadie se atreve a expresar; pecados de los que somos presuntamente culpables mientras no se demuestre lo contrario, y a los que la fiscalía (mayoritariamente integrada por comisarios del pensamiento de lo políticamente correcto) pretende amordazar, freírnos a denuncias, la mayoría infundadas y condenarnos al ostracismo, a la muerte civil.
Sí, seguimos siendo muchos los que molestamos, como JOSELE SÁNCHEZ, el que hace años dirigía LA TRIBUNA DE ESPAÑA, a los que, por más que lo intenten, no lograrán hacernos callar, por más que nos amenacen, tal como hacían los verdugos de la Reina de Corazones en el cuento de Lewis Carrol, de cortarnos la cabeza con un hacha, cada vez que ésta se sentía contrariada.
Porque, no se olvide: JOSELE SÁNCHEZ está siendo sometido a juicio por haberse atrevido a contar lo que muchos pensaban, narrar asuntos de los que tenían conocimiento exacto y no se atrevían a revelar. El pasado viernes, 25 de noviembre, día de aquelarre en el calendario del femiestalinismo degenerado, se juzgaba a Josele Sánchez por haber opinado acerca del jucio de «la manada» (también por haber revelado los datos de la “la víctima”). A JOSELE SÁNCHEZ le piden más años de cárcel que a muchos de los delincuentes sexuales a los que ahora ha rebajado la pena La Marquesa de Galapagrar a la sazón ministro de Igualdad y autora ¿intelectual? de la tristemente recién aprobada “Ley del sólo sí es sí”.
Al periodista, JOSELE SÁNCHEZ, que se atrevió a desafiar la unanimidad informativa y la sumisa obediencia al “pensamiento único” pretenden sancionarlo con casi once años de prisión, en un juicio que debía haber sido absolutamente mediático pues está en juego el derecho de los periodistas a informar sin ser acusados de revelación de secretos (porque de eso va el periodismo, de revelar secretos), y del que apenas ningún medio de información se ha hecho eco, no sea que suscite las iras del feminismo triunfante.
Si en España hubiera un gobierno de gente decente, sus miembros utilizarían la cabeza, en lugar de amenazar a los disidentes de “cortarles la cabeza”. Pero, claro, eso (usar la cabeza, el raciocinio) para tratar de dar soluciones a los problemas cotidianos de los españoles, es impensable en gente cuya única ocupación y preocupación es la propaganda, para intentar tapar sus vergüenzas y salir lo más exitosa y airosamente posible.
Pues sí, amigos, vienen tiempos difíciles en los que, seremos muchos los que, como Sócrates, en la antigua Grecia, hace ya más de 2500 años, seremos acusados de pervertir a los ciudadanos y especialmente a la juventud y tratarán de condenarnos al ostracismo, a la muerte civil… por no participar de lo política y socialmente correcto.
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