¿Os acordáis de la Reina de Corazones de Alicia en el País de las Maravillas? Me refiero a la señora que cada vez que alguien hacía o decía algo que no le gustaba gritaba aquello de ¡que le corten la cabeza! Una mujer tremendamente irritable que, se sentía ofendida por cualquier cosa y que, en el momento menos pensado estallaba como una bomba.
Como contrapunto, en el cuento de Lewis Carroll, era el rey, pequeñito, siempre tranquilo, impertérrito, el que buscaba una solución más pacífica, a ser posible no violenta, cada vez que su esposa sacaba los pies del tiesto y perdía los nervios. Unas veces lo conseguía y otras no, pero, siempre lo intentaba.
La Reina de Corazones parecía que estaba enfadada con el mundo y rara era la persona con la que no se hubiera peleado y no hubiera sido víctima de su ira.
En el cuento de Alicia, la Reina de Corazones representa la frustración ante el fracaso, el miedo a todo lo que huela a cambio, el miedo a perder el control, el miedo a sentirse cuestionado, el miedo a perder el poder. Sí, miedo, mucho miedo, acompañado de ignorancia, de odio, de violencia. Son muchos quienes opinan que la ira es el miedo cuando sale al encuentro del mundo, y quienes no saben gestionar la ira y el miedo, los convierten en pelea, violentando a los demás, que generalmente no tienen ninguna responsabilidad en ello.
Evidentemente, quienes se encolerizan, quienes se comportan de forma iracunda, son personas que no han aprendido a gestionar bien sus frustraciones, la envidia, el fracaso, el desafecto, el miedo… Todos ellos “sentimientos”.
Y, como decía mi filósofa preferida, Ayn Rand, los humanos somos personas “pontencialmente racionales” (no racionales, a secas, como suele afirmarse comúnmente) pues, tenemos la posibilidad de utilizar nuestro raciocinio, nuestra capacidad de razonar, de forma lógica, o renunciar a ello y dejarnos llevar por los deseos, los caprichos, los sentimientos; todos ellos muy humanos, pero no pertenecientes al ámbito de lo racional.
Pensar y actuar de forma racional significa (siguiendo a Aristóteles) no despegarse de la realidad, realidad que es UNA, pues sólo existe una realidad, no diversas realidades. Otra cuestión bien distinta es cómo viva cada cual la realidad. Pues, cada cual la vive según se la cuenta a sí mismo. Y, ahí ya intervienen los sentimientos. Y, evidentemente, pensar y actuar con lógica significa, también, entre otras muchas cuestiones, reconocer que son muchas las cosas que ignoramos, ante las cuales sentimos miedo, odio, irritación e incluso nos sentimos invitados a ejercer violencia sobre otras personas. Pensar y actuar con lógica empieza por reconocer con humildad la realidad de sí mismo, aceptarla y posteriormente aprender a gestionarla. Y la mejor forma de gestionarla no es precisamente violentar a los demás, y más si uno ocupa un cargo de gestión, de responsabilidad, con capacidad de decidir sobre la vida de los otros, en alguno de los tres poderes: ejecutivo, legislativo o judicial.
En la España actual son muchos, políticos, jueces, fiscales… los que actúan como la Reina de Corazones del cuento, anteriormente citado, de Lewis Carroll. Son muchos los miembros del establishment, de los poderes fácticos – partido gobernante, oposición, periodistas, trovadores y demás opinadores y creadores de opinión– que están obsesionados con cortarle la cabeza a todo quisqui que ose rechistarles, incluido el niño del cuento de “El Rey desnudo” o la Alicia del cuento de Lewis Carroll.
Quienes, arrogándose una superioridad moral de la que –dicen-, carece el común de los mortales, pretenden ser los nuevos gestores de la moral colectiva, llevan años, lustros, décadas tratando de imponernos cómo hemos de comer, de amarnos, de relacionarnos, de cuidar nuestra salud, la manera de cómo hemos de educar a nuestros hijos, de qué forma y cuándo hemos de morir… y lo pen-último: cómo hemos de pensar y de sentir. Es por ello que ya han pasado a legislar acerca de qué sentimientos y qué pensamientos son buenos, correctos, aceptables… y cuáles son “pecados de pensamiento”.
Evidentemente, entre los pecados de pensamiento están, el pensar, como piensa Armando Robles, y muchos más españoles decentes, que España se enfrenta a una profundísima crisis política, social, moral y económica; pensar como piensa el director de Alerta Digital que, no hay que hacer la vista gorda, mirar para otro lado, hacerse el “Don Tancredo”, rehuir el combate, y dejar hacer a quienes sin nadie que los frene, sin rubor, se jactan abiertamente y sin rodeos de tener como objetivo la destrucción de la Nación Española.
Evidentemente, entre los pecados de pensamiento y sentimiento, están el pensar y sentir, como hace Armando Robles, que en todas las regiones españolas, sin excepción, en los centros de estudio se ha generalizado la ignorancia, la mediocridad, se persigue y penaliza el mérito y el esfuerzo, y todo lo que huele a disciplina. Que en todos los centros de estudios españoles se falsifica la Historia de España, se potencian jergas locales, dialectos, lenguas regionales, en detrimento del español-castellano, al que se presenta como lengua opresora, a la vez que se divulgaba el embuste de que durante décadas, centurias, se ha perseguido a los que tienen por lengua materna otra diferente al castellano.
Pues, sí, evidentemente, entre los pecados de pensamiento y sentimiento, están el pensar, como hace y expresa Armando Robles (y también sus colaboradores entre los que me honro) que se viene inculcando odio y violencia a una generación tras otra de españoles, desde las guarderías, desde el parvulario, se refuerza en la enseñanza primaria hasta llegar a la universidad, y acaba siendo reforzada por las diversas televisiones regionales.
Evidentemente, somos muchos, como Armando Robles, los que día tras día incurrimos en “delito de pensamiento y sentimiento”, si nos atenemos a las constantes denuncias de las que somos víctimas; pecados de los que somos presuntamente culpables mientras no se demuestre lo contrario, y a los que la fiscalía (mayoritariamente integrada por comisarios del pensamiento de lo políticamente correcto) pretende amordazar, freírnos a denuncias, la mayoría infundadas y condenarnos al ostracismo, a la muerte civil.
Sí, somos muchos, como Armando Robles, el director de Alerta Digital a los que, por más que lo intenten, no lograrán hacernos callar, por más que nos amenacen, tal como hacían los verdugos de la Reina de Corazones en el cuento de Lewis Carrol, de cortarnos la cabeza con un hacha, cada vez que ésta se sentía contrariada.
Si en España hubiera un gobierno de gente decente, sus miembros utilizarían la cabeza, en lugar de amenazar a los disidentes de “cortarles la cabeza”. Pero, claro, eso (usar la cabeza, el raciocinio) para tratar de dar soluciones a los problemas cotidianos de los españoles, es impensable en gente cuya única ocupación y preocupación es la propaganda, para intentar tapar sus vergüenzas y salir lo más exitosa y airosamente posible.
Pues sí, amigos, vienen tiempos difíciles en los que, seremos muchos los que, como Sócrates, en la antigua Grecia, hace ya más de 2500 años, seremos acusados de pervertir a los ciudadanos y especialmente a la juventud y tratarán de condenarnos al ostracismo, a la muerte civil… por no participar de lo política y socialmente correcto.
ENTRE ABAJO Y FIRME
Carlos Aurelio Caldito Aunión.
Director y fundador de VOZ IBÉRICA.
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