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Quien controla el miedo de la gente, se convierte en el amo de sus almas

Carlos Aurelio Caldito Aunión

La ignorancia lleva al miedo, el miedo lleva al odio y el odio lleva a la violencia. Averroes.

“El miedo en las personas no debe ser excesivo, sobre todo nunca llegar al odio, ya que sería peligroso; el miedo es tan sólo un medio al fin, y el fin es la seguridad del príncipe.”

“A los hombres se les ha de mimar o aplastar, pues se vengan de las ofensas ligeras, ya que de las graves no pueden: la afrenta que se hace a un hombre debe ser tal que no haya ocasión de temer su venganza”.

“Los príncipes deben ejecutar a través de otros las medidas que puedan acarrearles odio, y ejecutar por sí mismos aquellas que les reportan el favor de los súbditos”.

Nicolás Maquiavelo

Maquiavelo analizó minuciosamente, evitando emitir juicios de valor, en su libro “El príncipe”, de qué manera se hacen obedecer los gobernantes. Nicolás Maquiavelo afirmaba que hay dos formas: una haciendo lo posible para que sus súbditos -ahora diríamos por los gobernados- los amen y la otra haciéndose temer.

Por supuesto, Maquiavelo también señalaba que, además del temor los gobernantes podían usar el engaño, la simulación, la traición, etc. como instrumentos para ser obedecidos.

En relación con lo anterior, pienso que es interesante recordar lo que afirmaba la filósofa objetivista Ayn Rand. Ésta decía que, en todas las sociedades existen dos clases de personas: quienes producen y los que no producen, que generalmente viven a costa de los primeros.

 Los que producen crean riquezas aparte de causarle un gran beneficio a la sociedad; los que no producen se limitan a “succionar” a los que producen, a parasitar de ellos, no producen nada y para más inri suelen destruir lo que crean los productores, para lo cual se sirven de las leyes y de la administración del estado.

Pero, no nos engañemos, para que este esquema exista y se perpetúe, para que haya corrupción, aparte de políticos corruptos es imprescindible que también haya una gran mayoría de personas, de ciudadanos, que los apoyen, siendo por tanto sus cómplices (entre otras formas, votando y volviendo a votar una y otra vez a los partidos corruptos), o convirtiéndose en estómagos agradecidos, paniaguados, miembros de la red clientelar de esos mismos políticos corruptos, de los que reciben en mayor o menor medida trato de favor, subvenciones, regalías diversas, concesiones de subsidios, y un largo etc. Por descontado, para que ese círculo vicioso, perverso, funcione son necesarios la ignorancia y el miedo.

Los actuales gobernantes, como también los burócratas, los empleados públicos que forman parte del aparato del Estado, de las diversas administraciones: municipales, provinciales, regionales, nacionales… aunque sean en muchos casos apreciados por los ciudadanos en general, y considerados necesarios, necesitan mantener al ciudadano medio en la ignorancia, también necesitan fomentar e inspirar miedo, y hacer uso de la coacción, de la fuerza (de la cual poseen el monopolio) para hacer cumplir las leyes. Pero, incluso aunque el aparato del Estado sea la más mínima expresión, practique una política de mínima intervención y apenas se entrometa en la vida de los ciudadanos corrientes, del común de los mortales, a pesar de que sean necesarios, imprescindibles, algunos burócratas de defender leyes legítimas, es evidente que algunos, muchos, demasiados merecen nuestra desconfianza y temor.

Entre los gobernantes y los burócratas, los empleados públicos, predominan los “preocupados”…

Los “preocupados” (todos ellos llevados por “la bondad extrema”) son una subespecie de burócratas totalitarios que surgen por doquier, rápidamente, a medida que se generaliza el “estado de bienestar”, la socialdemocracia como régimen político y económico. Estamos hablando de quienes dicen que se preocupan por nuestra salud, nuestra educación, nuestro bienestar, por la seguridad en el tránsito de vehículos, porque tengamos un entorno saludable, por el consumo de medicamentos, por cómo nos alimentamos, por la forma en que nos amamos, por todo lo que a usted se le ocurra… Pero, mejor será que no les demos más ideas, para crear más y más burocracia, más y más impuestos… Lo que sí está claro es que, vivimos en “la era de los preocupados” y que estos son ya legión y superan con creces a cualquier otra clase de “profesión” u ocupación.

¿Por qué debemos desconfiar de ellos?

Pues, sencillamente porque los ciudadanos estamos siendo obligados a pagar a estos profesionales que, tanto se preocupan de nosotros, y da lo mismo si queremos sus servicios o no… Si esta casta de “preocupados” no fuera gubernamental, en cualquier ámbito sería considerada un fraude, una actividad mafiosa…

De veras que no hay cosa más estúpida que estar obligado a pagar a “los preocupados”, para que se preocupen por nosotros. Según parece, no somos suficientemente capaces de preocuparnos por nuestra cuenta, y tenemos que pagar a otros para que lo hagan y de paso aumente el número de nuestras preocupaciones.

Pero, la mayor falsedad de ese discurso bienintencionado es que, estos políticos, sindicalistas, miembros de “oenegés” y la legión de funcionarios públicos “preocupados” que, supuestamente actúan por nuestro bien y pretenden salvarnos de todo mal y hacernos felices, no están realmente preocupados por su bienestar ni el mío. En realidad, ellos no saben que tú o yo existimos (y además no les importamos lo más mínimo), no saben lo que es bueno o malo para mí, para usted… Y, por otro lado no son expertos en lo concerniente a su bienestar o al mío. Y, para recochineo, esa legión de “preocupados” (aparte de aligerar nuestros bolsillos), están atentando en multitud de ocasiones contra nuestra salud, impiden que seamos felices y que llevemos una buena vida; aunque proclamen lo contrario.

Ellos son, sin duda alguna, quienes suscitan miedos, ansiedades, rabia, preocupaciones… en la mayoría de la gente, asustando a la mayoría de forma innecesaria, e incluso empujando a muchos a la muerte.

Si en algo debería hacer especial hincapié el gobierno, las diversas administraciones, no es en lo que uno se pueda hacer a sí mismo (incluso perjudicándose), sino en las acciones que puedan dañar a los demás.

Como resultado de las acciones que emprenden los “preocupados”, la gente cada día es menos emprendedora, es más inhibida, cada día es más ignorante, miedosa, dependiente, y no opta por actuar buscando su propio crecimiento personal, ni buscando su felicidad, llegando al extremo de pensar que es la administración pública quien debe dárselos… Y, cada día es mayor el número de personas que piensa que carece de importancia el que, los “preocupados” limiten nuestros derechos (a la propiedad, la libertad, e incluso a la vida) y violen la igualdad de los ciudadanos ante la ley…

Ni que decir tiene que, los “preocupados” (políticos, sindicalistas, empleados públicos) hacen todo lo que está en su mano para asustarnos, para que cumplamos «voluntariamente» con lo que ellos deciden que es bueno para todos nosotros.

Es frecuente que nos enfrentemos a restricciones e imposiciones que, están justificadas debido al riesgo de daños que, se pueden ocasionar en otros ámbitos de nuestra vida cotidiana, como por ejemplo las normas de circulación de vehículos para evitar los accidentes de tráfico… Y, evidentemente, esas imposiciones y restricciones están totalmente justificadas.

Sin embargo, la casta de los “preocupados” aprovecha cualquier circunstancia que pueda ocasionar miedo, angustia… debido al desconocimiento, a la ignorancia de la gente (como está ocurriendo con el COVID19) para aumentar la coerción y la violación de los derechos individuales.

Y, una vez llegados hasta aquí, habrá muchos que digan que, estamos poco más o menos que obligados a resignarnos a la terrible situación de robo, cohecho, despilfarro, prevaricación, nepotismo, arbitrariedad generalizada, despilfarro, y un largo etc. por parte de los oligarcas y caciques (y su legión de burócratas) que, dicen que se “preocupan” por nosotros y actúan por  nuestro bien, aunque en realidad su único objetivo es parasitar a nuestra costa, por los siglos de los siglos, como si alguien especialmente poderoso nos hubiera echado una maldición, o algo parecido.

Pues NO, somos muchos los que consideramos que el parasitismo que, ejercen los “preocupados” en España no es un daño soportable, un mal menor, y que España tiene remedio.

Inevitablemente, una vez más acudo a Joaquín Costa y su idea de que para regenerar España es necesario un “cirujano de hierro”, o mejor dicho una intervención quirúrgica urgente, una terapia de choque que corte de raíz todos los males que nos aquejan. Y me dirá más de uno que ¿Eso cómo se hace? Pues, muy sencillo:

Empezando por aplicar el principio de “mínima intervención”, promoviendo la máxima neutralidad de la Administración en todos sus ámbitos, local, provincial, regional, nacional; generalizando la idea de que el mejor gobierno es la mínima expresión del mismo, que se limite a perseguir las diversas formas de delincuencia, proteger a los ciudadanos de posibles agresiones del exterior, proteger la propiedad privada, la libre iniciativa privada, siempre que no implique atentar contra la integridad de otros, o intentar abusar, o intentar esclavizar… y por supuesto, vigilar para que se cumplan los pactos y contratos entre particulares. Y evidentemente la supresión completa de todo tipo de subvenciones, incluyendo a las organizaciones sindicales, patronales y partidos políticos.

Es imprescindible, si se quiere erradicar el parasitismo de la casta de los “preocupados” (algunos los llaman “élites extractivas”) recuperar el estado unitario, desmantelar el “estado de las autonomías”, y que el gobierno central recupere todas las competencias, empezando por las de Justicia, Sanidad y Educación, que el sobrevalorado José María Aznar traspasó a los gobiernos regionales.

También es imprescindible reformar la actual ley de «régimen local” para que los alcaldes y concejales dejen de tener la capacidad de decisión que tienen en la actualidad, y particularmente lo que respecta a intervenir en el mercado inmobiliario, recalificando terrenos, aprovechando ellos y sus allegados y testaferros la información privilegiada que les da el ser alcaldes y concejales; e igualmente, es necesario desposeer a las corporaciones locales de su capacidad de contratar bienes y servicios con la arbitrariedad que actualmente lo hacen, evitando por todos los medios que favorezcan a empresarios amigos, e incluso creen empresas ad hoc, en la idea de que los ayuntamientos son su cortijo particular y que lo de menos es el interés de los administrados.

Ni que decir tiene que, si se quiere acabar con el parasitismo de la casta de los “preocupados”, con la terrible corrupción, es también urgente crear una sola oficina de contratación de bienes y servicios, además de recuperar la unidad de mercado, eliminando toda la legislación de las diversas taifas regionales, que en lugar de favorecer la libre empresa y el libre comercio, para lo único que sirve es para expoliar a los ciudadanos que realmente emprenden, producen y crean riqueza y por lo tanto empleo. Esa es otra, ya es hora de que los españoles cambien el “chip” y se den cuenta de que los gobiernos no crean empleo ni riqueza sino la iniciativa privada.

España necesita reformas, necesita profundos cambios; y los cambios no vendrán con más estado, más políticas socialdemócratas, más políticas intervencionistas, más burocracia de “preocupados”, más despilfarro -pese a que una gran mayoría de los españoles así lo piense-; no vendrán con una legislación y con formas de gobierno que espantan las inversiones, en lugar de recibirlas con los brazos abiertos, con una legislación y una forma de gobierno que no fomenta la apertura al comercio exterior, los cambios que España necesita con urgencia extrema no vendrán con leyes y formas de gobierno que distorsionan la realidad, que distorsionan las estadísticas para engañar a la ciudadanía, aunque lo hagan cínicamente con “talante” a la vez que con ausencia de talento.

¿Alguien está dispuesto a cambiar la organización territorial del Estado, o a profundizar en el sistema de democracia liberal con estricta separación de poderes, o a meterle mano al sector energético, o hacer una reforma laboral medianamente decente, o promover un nuevo sistema de pensiones, o eliminar los privilegios de los colegios profesionales, o eliminar trabas burocráticas inútiles, o promover la innovación y el crecimiento empresarial en lugar de seguir subvencionando estúpidamente a la legión de “preocupados”?

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Carlos Aurelio Caldito Aunión

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