Jaime Revès
Ramiro de Maeztu nació en Vitoria en 1875. De padre de origen navarro y madre inglesa, fue un hombre de viajes y de mundo. París. La Habana. Londres. Buenos Aires. Su actividad periodística y diplomática le permitió moverse en los círculos cosmopolitas de la época. Tuvo una evolución intelectual muy interesante que le llevó de un radicalismo de izquierdas y anticlerical a una admiración por el liberalismo británico y finalmente a abrazar el tradicionalismo y defenderlo apasionadamente desde las páginas de Acción Española.
En su estancia como embajador en Argentina conoció al sacerdote Zacarías de Vizcarra, a quien se atribuye la creación de la idea de la “Hispanidad” (que propuso como sustituto del término “raza” que venía utilizándose). Maeztu asumió esta visión y pasó a ser su principal abanderado y difusor.
En su obra Defensa de la Hispanidad (1934) Maeztu recopila y da coherencia a varios de sus artículos anteriores. El pensador vasco defiende la Hispanidad como concepto histórico y cultural. Maeztu pertenece a la Generación del 98, muy marcada por la idea de decadencia de España. A diferencia de otros intelectuales de su tiempo, Maeztu comprendió en un determinado momento de su vida que para que un movimiento de regeneración de un pueblo sea fructífero debía hundir sus raíces en su propia tradición. Influenciado por Menéndez Pelayo, Maeztu sostiene que donde no se conserva la herencia de lo pasado no puede surgir un pensamiento original y duradero.
Maeztu fue asesinado por fusilamiento el 29 de octubre de 1936 por milicianos del Frente Popular en las tapias del cementerio de Aravaca. A su lado caía también abatido Ramiro Ledesma Ramos, fundador de las JONS. Maeztu había presagiado tiempo antes la inevitable guerra fratricida en España y su propia muerte violenta. Eso no le hizo callar ni buscar refugio más allá de nuestras fronteras. Defendió sus ideales hasta el último día. Maeztu murió para que su causa pudiera seguir viva.
En sus viajes por el mundo Maeztu constata que existe un sentimiento que hermana a los pueblos de España con los pueblos de América, Asia y África en los que España estuvo presente. Es un sentimiento que también se extiende a Portugal y Brasil. Descubre que una agresión de Estados Unidos a un país de Iberoamérica daña el patriotismo de la nación agredida pero también el de las naciones vecinas.
Maeztu reflexiona sobre cuál es el verdadero vínculo que hermana a pueblos tan diversos. Rechaza las ideas de unidad territorial y racial propia de otras culturas europeas. Entiende que el fundamento de la Hispanidad no puede ser la unidad geográfica (tan heterogénea, desde los calores del Caribe a los fríos de la Patagonia, desde las llanuras de la Sabana a las alturas de los Andes), ni la étnica (aztecas, mayas, incas, araucanos, españoles, portugueses…). Maeztu concluye que el vínculo está basado en unos valores compartidos. Unos valores que conforman una cultura diferenciada, por ejemplo, de la anglosajona o del islam. Maeztu enfatiza el catolicismo, la monarquía y la igualdad racial desde una concepción trascendente.
El pensador vasco proclama las bondades del imperio hispano frente a las potencias del resto de Europa, que acudieron a América, África y Asia con ánimo explotador y actitud racista. A diferencia de la nuestra, otras naciones se creyeron intrínsecamente superiores por ser temporalmente más poderosas. El intercambio étnico y cultural del mundo hispano, desde luego, no se ha reproducido en otros imperios.
La Hispanidad se sustenta en la pluralidad de sus pueblos y naciones y en la diversidad cultural por encima de preceptos homogeneizadores. La Hispanidad no puede reducirse a criterios simplistas para apelar a su unidad. De modo que frente a la unidad, propone la idea de comunidad. Esta es la idea que puede inspirar un nuevo despertar de los pueblos hispanos en un momento en que hemos dado la espalda a nuestra forma de ser:
«Entonces percibimos el espíritu de la Hispanidad como una luz de lo alto. Desunidos, dispersos, nos damos cuenta de que la unidad no ha sido, ni puede ser, lazo de unión. Los pueblos no se unen en la libertad, sino en la comunidad. Nuestra comunidad no es racial, ni geográfica, sino espiritual. Es en el espíritu donde hallamos al mismo tiempo la comunidad y el ideal. Y es la Historia quien nos lo descubre. En cierto sentido está sobre la Historia porque es el catolicismo».
Maeztu se sumerge en los hechos que conforman nuestro pasado común para descubrir en él la Tradición, que dota de sentido el proyecto hispano. El autor defiende el valor de la monarquía hispana, a la que atribuye la cualidad fundamental de ser católica y, por lo tanto, misionera. El pensador vasco rechaza la idea de que España acudió a las indias con otra intención que no fuera la de la evangelización. De hecho, sostiene que la misión de España nunca fue el enriquecimiento sino la lucha por la verdad y la trascendencia. Por eso impulsó y financió la Contrarreforma frente al protestantismo, muy costosa en términos económicos y de vidas humanas. Aunque, evidentemente, reconoce que se produjeron abusos por parte de los españoles en América, recalca que el saldo final fue positivo:
«Se prohibió la esclavitud, se proclamó la libertad de los indios, se les prohibió hacerse la guerra, se les brindó la amistad de los españoles, se reglamentó el régimen de encomienda para castigar los abusos de los encomenderos, se estatuyó la instrucción y adoctrinamiento de los indios como principal fin e intento de los reyes de España, se prescribió que las conversiones se hiciesen voluntariamente y se transformó la conquista de América en difusión del espíritu cristiano».
Maeztu no pretende ser naíf. Aunque la dirección del proyecto fuera buena, muchas veces su ejecución sobre el terreno se separó del ideal de las directrices. Pero para Maeztu, la voluntad misionera de España y el mensaje de la Hispanidad hace que la presencia española en los otros continentes tuviera más luces que sombras.
Ahora bien, ¿cuál es el mensaje que los españoles llevaron al mundo allá por donde pisaban? ¿Qué nos diferenciaba de los ingleses o los holandeses? Para nuestro pensador, los españoles portaban un sentido de la persona diferente del de otras culturas de la época.
Maeztu señala que hay tres posibles sentidos del hombre. El primero es el de aquellos que se consideran buenos por algún tipo de providencia. Buenos y superiores por nacimiento. Se atribuyen misiones exclusivas y exclusivos privilegios en el mundo. A lo largo de su obra Maeztu habla de la Francia de Juana de Arco, de los Estados Unidos de Hoover y del islam. El vitoriano destaca que nosotros, ni siquiera en nuestros mejores tiempos, nos consideramos superiores:
«Los españoles no nos hemos creído nunca un pueblo superior. Nuestro ideal ha sido siempre trascendente a nosotros. Lo que hemos creído superior es nuestro credo en la igualdad esencial de los hombres».
La segunda visión del hombre es aquella que dice que no hay ni buenos ni malos porque no existe una moral objetiva. Entienden que lo bueno para el burgués es malo para el obrero y por eso debe nivelarse todo, suprimirse las diferencias de clases y fronteras para que sean iguales todos los hombres. Es la posición igualitaria y universalista, pero desvalorizadora, propia de la Rusia comunista. En esta visión, edificarse, comportarse rectamente, superarse, deja de tener valor desde el momento en que no hacerlo es igual de válido.
Por último, encontramos el sentido del hombre de los pueblos hispánicos. Según esta visión todos los hombres pueden ser buenos y para ello no necesitan sino creer en el bien y realizarlo. Esta fue la idea española del siglo XVI. La que España difundió en América, Asia y África como su mejor tesoro. La que nuestros pueblos hermanos acogieron como propia. La idea que los españoles proclamaron en el concilio de Trento, frente a quienes decían que la salvación depende de las solas fuerzas del hombre y frente a quienes decían que el hombre está predestinado y que su salvación solo depende de Dios. Esta es la idea que los españoles a capa y espada por toda Europa frente a la reforma protestante. De esta forma, Maeztu concluye lo siguiente:
«La misión histórica de los pueblos hispánicos consiste en enseñar a todos los hombres de la tierra que si quieren pueden salvarse, y que su elevación no depende sino de su fe y su voluntad».
Para Maeztu, la Hispanidad rechaza tanto la visión supremacista o providencialista del hombre como la igualitaria. Maeztu insiste en que esta es la senda española:
«Entre estos dos sentidos del hombre: el exclusivista del orgullo y el fisiológico de la nivelación, el español tiende su vía media. No iguala a los buenos y a los malos, a los superiores y a los inferiores, porque le parecen indiscutibles las diferencias de valor de sus actos, pero tampoco puede creer que Dios ha dividido a los hombres de toda eternidad, desde antes de la creación, en electos y réprobos. Esto es la herejía, la secta: la división o seccionamiento del género humano».
Ni se es superior por cuna o nacimiento ni se puede eliminar las nociones de bueno y malo. Por sus obras los conoceréis, en resumidas cuentas.
Y a continuación Maeztu lanza una de las reflexiones de mayor calado de una forma absolutamente coloquial, apta para todos los públicos:
«El sentido español del humanismo lo formuló Don Quijote, cuando dijo: «Repara, hermano Sancho, que nadie es más que otro, si no hace más que otro». Es un dicho que viene del lenguaje popular. En gallego reza: «Un home non e mais que outro, si non fai mais que outro». Los catalanes expresan lo mismo con su proverbio: «Les obres fan els Mestres»».
En apenas tres frases se concentra una visión completa y rompedora que podría inspirar cualquier pensamiento político renovador en la España de hoy. El caballero Don Quijote llama “hermano” a su escudero Sancho. Hay una igualdad en la dignidad. Pero a la vez dice que las obras distinguen a los hombres y les dan un valor distinto. Se reconoce que hay obras mediocres y obras maestras.
A la vez, Maeztu, vasco de Vitoria, no solo invoca la mejor obra literaria de todos los tiempos en lengua castellana. También destaca que la célebre frase del Quijote bebe de las mismas fuentes que los refranes gallegos y catalanes. Aquí está el valor de la tradición popular y la riqueza de la pluralidad del alma española.
En los últimos años se está produciendo un potente movimiento cultural para contrarrestar la leyenda negra antiespañola y darle el valor que se merece la contribución de España a la Historia universal. Dentro de este proceso es recomendable recuperar algunas obras que constituyen precedentes claros. Entre ellas, Defensa de la Hispanidad destaca con luz propia.
Gracias a Maeztu sabemos que el 12 de octubre no celebramos el descubrimiento de un nuevo mundo, sino la unión indisoluble de dos mundos.
FUENTE: https://revistacentinela.es/maeztu-y-su-defensa-de-la-hispanidad/
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