CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN
Recuerdo que en aquellos primeros años de lo que algunos llaman de forma ampulosa, pomposa, «la transición», conocí a través de los anarquistas españoles una canción que decía algo así como … todos nacemos iguales, la naturaleza no hace distinción… guerras no queremos, ni la explotación… Y también había una máxima anarquista que decía: a cada cual, según sus necesidades, de cada cual según sus posibilidades.
Pero, ¿de verdad nacemos todos -y todas- «iguales»?
Somos muchos los que pensamos que ésta es una de las muchas falsedades enésimas veces repetida por eso que comúnmente se denomina «izquierda política y sindical» (y también por parte de la derecha progre, boba y acomplejada, todo hay que decirlo).
Este asunto es parecido a aquello que la generación de nuestros padres y educadores repetían hasta la saciedad de yo educo a mis hijos por igual, les doy a todos lo mismo, procuro no darle a ninguno trato de favor, no tengo preferencia por ninguno, los quiero a todos por igual… Lo cual era absolutamente falso (pero había que decirlo para quedar bien) pues no todos los hijos eran –son- iguales, ni todos necesitan, demandan, lo mismo, pues no todas las personas tienen las mismas necesidades. Quienes obraron así, en la generación de nuestros padres y abuelos, y quienes tienen por norma esa falacia, lo único que consiguen es maleducar, malcriar a sus vástagos, y conseguir producir en ellos enormes carencias de todo tipo.
El feminismo triunfante, subvencionado y políticamente correcto, nos vende una mentira semejante, una tremenda falsedad: las agrupaciones de mujeres y las secciones femeninas de los partidos políticos -casi todos, salvo excepciones- sindicatos, y demás oenegés dicen que representan la causa –legítima- de las mujeres, que defienden sus intereses, que luchan por liberación de la mujer… Decir esto, es lo mismo que decir que la totalidad de las mujeres es algo homogéneo. Es afirmar que todas las mujeres son iguales (por eso hablan de la mujer, en singular, y no de las mujeres) que todas las mujeres tienen los mismos intereses, las mismas aspiraciones, las mismas necesidades, son merecedoras de los mismos derechos.
Pero, ¿realmente es cierto todo ello?
Basta con mirar un poquito a nuestro alrededor, para darse cuenta que esto es una completa estupidez. No todas las mujeres son iguales -afortunadamente- ni tampoco son las mismas sus circunstancias personales –desafortunadamente en muchos casos- No todas las mujeres sienten igual, ni son de la misma opinión, ni tienen los mismos intereses, ni las mismas aspiraciones.
Como tampoco los hombres son un todo homogéneo. La diversidad, la heterogeneidad, son lo común entre los seres humanos (para bien y para mal).
Es obvio que la cotidianidad de una mujer, de eso que denominamos primer mundo, bien poco tiene que ver con la forma de vida de las que viven en esos otros segundo y tercer mundos. Como tampoco tiene nada de parecido la actual forma de vida de las mujeres occidentales con las de nuestras abuelas y tatarabuelas. Como tampoco es igual la vida de quienes viven en zonas urbanas y zonas rurales. Lo que resulta alucinante es que haya que recordar estas cuestiones tan obvias en pleno siglo XXI.
El actual discurso feminista es un cúmulo de falsedades, de insensateces, e incluso habría que hablar simple y llanamente de charlatanería, como en el caso de la astrología u otras pseudociencias.
Los grupos feministas suelen afirmar –como un dogma de fe- que las mujeres están sojuzgadas, oprimidas, marginadas, etc., que hay una verdadera conspiración de lo que llaman clase hegemónica del patriarcado masculino, heterosexual e imperialista contra ellas. E incluso, también afirman que las mujeres no tienen apenas acceso a las instituciones, que no se les permite tener capacidad de decisión, que no se las respeta, etc.
Pero, ¿Todo ello es realmente cierto? La consigna feminista de que la mujer española, europea, occidental es una víctima impotente es una idea absolutamente absurda que, se ha ido imponiendo con machaconería, acabando por instalarse como un axioma que nadie se atreve a cuestionar.
La tozuda realidad es muy diferente:
– Las mujeres españolas viven, como media siete años más que los hombres.
– Las mujeres controlan de «facto» más del 80% de las rentas familiares y son ya más del 55% en la universidad.
– Las mujeres representan alrededor del 55% de los votos en cualquiera de todas las elecciones que se convocan en España, motivo por el cual difícilmente pueden las feministas afirmar que están siendo dejadas de lado en el proceso de toma de decisiones políticas.
– Las mujeres tienen a priori ganado, de manera sistemática cualquier contencioso referido a custodias de menores tras el divorcio, como tienen garantizada la posibilidad de repudiar y desahuciar a sus esposos, apartarlos de sus hijos, expulsarlos de sus vidas, e impedir que participen en su educación y crianza.
– Las muertes ocurridas por accidentes laborales afectan escasamente a las mujeres (un 6% únicamente, el otro 94% es cosa de hombres).
– Sólo en el 35% de los crímenes violentos las víctimas son mujeres; pese a ello, el Congreso de los Diputados de España ha aprobado una legislación especial para castigar «la violencia contra las mujeres» como si ésta fuera un crimen más horrendo que el de «la violencia contra los hombres». Este es un ejemplo de lo que la igualdad significa para el fundamentalismo feminista, esto en castellano se denomina trato de favor.
– Dos de cada tres euros que el Sistema Nacional de Salud gasta, van destinados a las mujeres; e incluso, sin tener en cuenta los cuidados relacionados con la maternidad, las mujeres reciben más atenciones que los hombres. A pesar de ello las feministas siguen gritando que la salud de las mujeres está descuidada
– De los 25 empleos peor considerados, teniendo en cuenta factores como salario, stress, seguridad y esfuerzo físico, 24 de ellos son predominantemente, si no son casi en su totalidad, masculinos. Evidentemente esto explica por qué los varones suelen ser más propensos a accidentarse y a suicidarse (80%).
Si tal como repiten hasta el hartazgo las feministas, los hombres han planeado todo, de manera egoísta, para que el mundo en que vivimos sólo sea maravilloso para ellos, obviando totalmente las necesidades y los intereses de las mujeres… ¿tendría algo de verdad todo aquello de lo que hablábamos al principio?
Por supuesto que no. Si se observa con las gafas apropiadas la realidad tal cual es, y no la caricatura, la imagen distorsionada que nos presentan las fanáticas feministas, y todos aquellos a quienes han acabado manipulando, lograremos ver una situación completamente diferente.
Las mujeres españolas, occidentales constituyen el grupo social con mayores privilegios de la historia de la humanidad, ostentando (o ¿tal vez detentando?) una capacidad de influencia, un grado de poder, de bienestar, y salud nunca antes conocidos.
Platón en su libro La República, afirma que, para crear una utopía eficaz, es necesario que ésta esté dotada de censura y de engaño, requisitos imprescindibles para obtener la virtud pública. Esto es lo que en lengua española se llaman mentiras piadosas, la «Mentira Noble» de Platón.
El lobby feminista políticamente correcto, y altamente y de manera generosa subvencionado, ha adoptado como estrategia, la «Mentira Noble» para conseguir sus objetivos. El feminismo utiliza la censura, mientras mantiene un aura de rectitud moral, ética, en la que subyace un profundo cinismo, cinismo que reina en el mundo académico y el gobierno, sin apenas disidencia-contestación.
Todo lo que el academicismo feminista enseña es realmente peculiar: Enseña una nueva versión de la Historia, diferente y repensada con respecto a la que se venía enseñando hasta ahora. El feminismo tiene una visión de la Ciencia que sólo asume de forma selectiva lo que le interesa de lo que se enseña en los departamentos de ciencia y, paradójicamente, con un enfoque no liberal, puritano, retrógrado de la moralidad, en la que una acción es correcta dependiendo de quién la realice.
La visión del mundo creada por el feminismo contemporáneo tiene mucho en común con la de un ilusionista, que crea un escenario impresionante, que sólo es perceptible desde un determinado ángulo, y siempre y cuando todos los intentos de un estudio crítico sean abortados. Para más INRI, los hombres han ido interiorizando que es un gran pecado, una barbaridad, atacar a las mujeres, incluso si esas mismas mujeres adoptan un discurso disparatado y delirante en su afán de atacar de forma virulenta a los hombres. Ni que decir tiene que el mayor fraude de esta ideología –perspectiva de género la llaman-, es asumir que la agenda propuesta por las feministas, se realiza en verdad para beneficio de las mujeres. Si el feminismo fuera sinceramente liberador, promovería relaciones armoniosas entre ambos sexos y fortalecería la familia; sin embargo, la agenda feminista, al hacer lo contrario, perjudica a la mayoría de las mujeres, y por descontado a los hombres. Como resultado de una eficaz propaganda (todo hay que decirlo) divulgando falsedades y medias verdades, la gente de buena voluntad, la gente educada ha ido aceptando todo el discurso demencial del feminismo sin hacer apenas cuestionamientos.
Las feministas no se privan de hablar con frecuencia, de que los últimos miles de años son el período del ascenso del patriarcado, un enunciado con el que tratan de imponer la idea de que en otros tiempos mejores las cosas fueron diferentes. Incluso hay quienes sostienen que durante el Neolítico, Europa disfrutó de una sociedad pacífica e igualitaria, con igualdad de sexos pero centrada en la mujer, antes de la invasión de las brutales hordas patriarcalistas indo-europeas, hace más de cuatro mil años… (Marija Guimbutas)
Obsérvese que, en esta nueva versión del Génesis Bíblico, la raza humana ha sido expulsada del paraíso debido –solamente- a los pecados del hombre, no los de la mujer. Téngase en cuenta que, en la fábula feminista, únicamente los varones son los responsables de lo negativo, mientras que las mujeres representan todo lo positivo. Este planteamiento está presente una y otra vez en toda la doctrina feminista, dando a entender sin tapujos, que la mujer es superior moralmente al hombre.
Estas son algunas de las mentiras que se enseñan a los estudiantes hoy día, en nombre del feminismo.
La terca y cruda realidad es que la totalidad de la historia de la humanidad, es un continuo sin interrupción del denominado patriarcado, tal vez llegando incluso hasta nuestros primeros ancestros primates. En las sociedades humanas, sin excepción (aunque no guste a las feministas) el liderazgo está asociado al varón, y el cuidado y crianza de los niños a la mujer.
Quienes afirman que la socialización guarda relación con los roles sexuales, son incapaces de explicar por qué la socialización avanza siempre en una dirección uniforme, cuando – de acuerdo con sus premisas – debería ser de forma aleatoria, dando como resultado unas veces matriarcados y otras, patriarcados. ¿Por qué todas las sociedades, sin excepción, educan a los hombres para el liderazgo y a las mujeres para las tareas domésticas? ¿Por qué no al revés? La aplicación de la perspectiva de género de forma estricta, acaba inevitablemente en una regresión infinita, y termina postulando una causa sin causa: se dice que el dominio masculino que observamos en todas las sociedades es causado por la socialización, a pesar de que la socialización (que siempre origina el liderazgo masculino) en sí misma no tiene causa, y de alguna forma siempre fue así.
Como afirma Steven Goldberg, las teorías feministas cometen el error de tratar al ambiente social como una variable independiente, no logrando explicar por qué el ambiente social siempre se acomoda a los límites fijados por, y siguiendo, una dirección acorde con lo fisiológico (es decir, el ambiente nunca actúa como contrapeso suficiente para permitir que una sociedad evite el dominio masculino de las jerarquías) Dicho de otro modo, no es verdad, como las feministas dicen, que las sociedades inventan roles sexuales arbitrarios. Muy al contrario, todas las sociedades humanas poseen pautas de conducta que la biología parece hacer inevitables y, en consecuencia, tratan de socializar-educar a los hombres y mujeres tomando como referencia roles que se espera que ellos serán capaces de cumplir.
Se ha demostrado sobradamente que las hormonas masculinas y femeninas, invariablemente, crean características profundas que alteran el estado de ánimo. Sin embargo, las feministas atribuyen la conducta de los hombres a la socialización. La razón por la que las teorías feministas intentan forzarnos a ignorar el rol fundamental de las hormonas masculinas y femeninas (como determinantes de la conducta) es que inevitablemente tendrían que reconocer que los roles sexuales no solamente no son arbitrarios, sino que de hecho son permanentes (salvo una intervención quirúrgica radical).
Las feministas contemporáneas, así como los neomarxistas, se sienten obligados a postular una explicación puramente ambientalista, cultural, para todas las diferencias de tipo sexual, ya que, si las diferencias biológicas fueran admitidas como factores relevantes, la presunción de que las mujeres son víctimas de la discriminación no puede ser apoyada de ningún modo. Entonces, las feministas estarían obligadas a separar los efectos de lo que ellas denominan discriminación de aquéllos producidos por la biología, una tarea a todas luces imposible. Por consiguiente, según la perspectiva de género es imprescindible afirmar a manera de dogma de fe, que las diferencias biológicas varón/mujer no tienen consecuencias posibles que sean observables.
Como dice el biólogo Garrett Hardin, suponer que la conducta humana no está influida por la herencia, es lo mismo que decir, que los seres humanos no son parte de la naturaleza. La premisa darwiniana es que sí lo somos; los darwinianos insisten que el peso, la carga de la prueba debe recaer en aquellos que afirman lo contrario.
El filósofo Michael Levin describe la teoría feminista como una forma de Creacionismo, una negativa a aplicar la teoría de la evolución a los humanos.
Cambiando de tópico y dogma: Si fuera realmente cierto que las mujeres estuvieron recibiendo 59 céntimos de euro (o cualquier otro número que usted elija) por cada euro que el hombre gana, por realizar el mismo trabajo y con el mismo nivel de habilidades, entonces posiblemente ningún negocio sería rentable ni productivo si emplearan a algún hombre.
En este asunto ninguna explicación será admitida por las feministas contemporáneas a menos que presente a los hombres como explotadores y a las mujeres como víctimas. Para justificar el uso de la teoría de la conspiración, las feministas deben sostener que, o bien no existen diferencias genuinas, innatas, en las capacidades, actitudes y habilidades, entre hombres y mujeres, o bien que tales diferencias pueden existir, pero no tienen un efecto observable, en absoluto. Tan pronto como se admiten dichas diferencias como un importante factor que está influyendo en la elección de carreras y de actividades laborales, el argumento de la supuesta discriminación, de la brecha salarial –omnipresente- se desvanece.
Si nos trasladamos a la práctica deportiva, en las diversas modalidades donde existen registros de las marcas masculinas y femeninas, los hombres superan, de forma significativa, a las mujeres. Esas diferencias no son un truco; lo corriente es que los atletas varones que ya comienzan a destacar cuando son estudiantes de secundaria igualen los records de las mujeres adultas que poseen marcas mundiales en su especialidad deportiva. A las feministas no les queda otro remedio que admitir, aunque sea a regañadientes que al menos en el ámbito deportivo la diferencia entre hombres y mujeres es debida a factores innatos, y no consecuencia del entorno, del condicionamiento social. Ningún adoctrinamiento de género intensivo acabará transformando a una mujer en un jugador respetable de la Liga Nacional de Fútbol.
Como es lógico, todo esto sitúa al lobby feminista de género en la curiosa posición de tener que admitir que, los factores innatos sí cuentan para explicar las profundas diferencias en el rendimiento de hombres y mujeres en la práctica deportiva y el ejercicio físico en general, a la vez que afirman que no están presentes en ningún ámbito más.
Indudablemente cuando las feministas acaban admitiendo la tozuda realidad de que existen cualidades-potencialidades diferenciadas debido al sexo, se ven obligadas a confesar que el mayor rendimiento de los hombres en los trabajos agotadores es debido a factores innatos, y no a la discriminación o a la socialización. No cabe duda alguna de que es una cuestión ideológica y no de lógica, la que mueve la hipótesis de la absoluta intercambiabilidad varón/mujer (cuando se vean necesitadas de ello, las feministas acabarán negando la intercambiabilidad, pese a que como norma defiendan vigorosamente todo lo que se deduzca de ella).
El feminismo contemporáneo, el lobby feminista de género, haciendo hincapié en los derechos grupales, colectivos, y las ofensas al grupo, nada tiene de liberal, es profundamente reaccionario, y por supuesto representa una ruptura radical con la larga tradición humanista que enfatiza los derechos individuales, la igualdad de oportunidades, la promoción social teniendo en cuenta la capacidad, la destreza, el mérito, etc.
Más todavía: el movimiento feminista ataca constantemente a la libertad de expresión, siempre que sea usada de manera que las asociaciones de mujeres la consideren contraria a sus intereses. Esta perversa ideología -totalitaria y liberticida- pretende reemplazar la idea liberal de igualdad ante la ley por el siniestro algunos somos más iguales que otros, premiando a las mujeres con derechos y protecciones especiales que les son negados a los hombres.
Sin embargo, cuando se dirigen a un público escasamente informado e ingenuo las feministas no dudarán en proclamar que ellas sólo quieren igualdad. Pero si fueran sinceras y honestas, deberían especificar a qué privilegios están dispuestas a renunciar. En el retablo de las maravillas del feminismo contemporáneo la segregación o apartheid por razón de sexo es, o muy necesaria, o muy mala, dependiendo de cuál sea el sexo que está siendo excluido. A fin de cuentas, todos los argumentos feministas son ad hoc: utilizan cualquier argumento que se encuentren para intentar probar lo que desean probar en ese momento (victimización, discriminación, opresión, persecución, lo que sea) No importa que el argumento que el feminismo usa hoy, sea o no coherente con el que usó ayer, o el que use mañana. Los hombres, simultáneamente, son y no son más agresivos, son y no son mejores en matemáticas, son y no son más persuasivos, etc., dependiendo de qué es lo requerido por las exigencias del momento.
Al feminismo no le preocupa lo más mínimo que alguna mujer objete que el argumento de hoy es contrapuesto al de ayer: cualquiera que lo haga será etiquetada como enemiga de las mujeres, cómplice del patriarcado, y lindezas por el estilo, y será expulsada-excomulgada del movimiento…
Este texto es una adaptación, resumida, del ensayo que lleva por título «Refutando las mentiras feministas más comunes y el pseudo-academicismo» de Robert Scheaffer.
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