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«Reinar es velar: quien duerme no reyna; rey que cierra los ojos da la guarda de sus ovejas a los lobos…» Francisco de Quevedo.

CAROLUS AURELIUS CALIDUS UNIONIS

Tras diez años de la subida al trono de Don Felipe VI, muchos son sin duda en este momento los patriotas españoles que han llegado a la conclusión de que no se puede esperar de Nuestro Rey que «reine», ejerza de Jefe del Estado y de las Fuerzas Armadas Españolas (incluida la Guardia Civil) e impida que los enemigos de España acaben demoliendo, destruyendo lo poco que queda del Estado de Derecho, lo poco que queda de división de poderes, lo poco que aún permanece de la igualdad de derechos y obligaciones de los españoles, independientemente de donde nazcan o donde vivan,… Muchos son, sin duda, los españoles decentes que consideran que la Monarquía Española no sirve ya para nada o casi nada, salvo los que se consuelan-conforman con aquello de que «es una figura simbólica» …

¿Para qué sirve un rey que se niega a reinar?

¿Cuál es el motivo por el cual Don Felipe se niega a asumir las potestades, las funciones, que le otorga la Constitución Española de 1978?

La «carta otorgada» -que no «constitución»- de 1978 a la manera del «Estatuto de Bayona» de 1808, a través de la cual Napoleón trató de institucionalizar un régimen autoritario, pero con un reconocimiento básico de libertades (mientras mantenía secuestrada a la familia real española, con la entusiasta colaboración del «valido» Manuel Godoy); reconoce a Don Felipe VI una serie de potestades exclusivas, no le otorga el papel de guiñol al cual mueve el presidente del gobierno y a través del cual habla a la manera de un ventrílocuo… Quien diga lo contrario, está mintiendo con absoluto descaro. Cuestión diferente es que Don Felipe esté o no dispuesto a coger las riendas y reinar, lo cual por lo que viene demostrando no es su intención.

Lo que vengo describiendo me trae a la memoria a uno de nuestros clásicos, una de las mentes más claras que haya parido nuestra Patria: Francisco de Quevedo y Villegas, poeta, narrador satírico, jocoso a la vez que crítico severo y mordaz… y, también político, y un largo etcétera:

«Reinar es velar: quien duerme no reyna; rey que cierra los ojos da la guarda de sus ovejas a los lobos; y el ministro que guarda el sueño al rey, le entierra, no le sirve, le infama no le descansa»

En múltiples poemas, Quevedo reitera la necesidad de que el ministro ejerza su labor ayudando al rey, no ocupando y usurpando las funciones que al rey le corresponden…

Por otro lado, Quevedo también habla en sus poemas moralizantes del fenómeno de la tiranía y afirma que cuando afecta a algún gobernante, éste incurre en un grave pecado capital: el de la soberbia. «Ninguna cosa retrata tan vivamente la presunción (relativo a los presuntuosos, aquellos que realizan una valoración desmedida de sus cualidades o propiedades, mostrándose altaneros y altivos) de los soberbios como las bufonerías del fuego, son los soberbios como el humo, que cuanto más se levantan, más van desvaneciendo, en menores globos, con que brevemente desaparecen no dejando otra señal de sus caminos sino tizne, y hollín»

Don Francisco de Quevedo también compara a los sátrapas soberbios y tiranos con los cohetes de los fuegos de artificio:

Fuiste cohete en el mundo,

subiste a las nubes mismas;

subiste resplandeciente

bajas ya ceniza a tierra.

Porque la pólvora misma

que te subió tan ligera

abrasándote te baja

vuelto carbones en piezas.

He aquí otro soneto de Quevedo especialmente gráfico respecto de los soberbios, jactanciosos y fatuos gobernantes llenos de presunción, vanidades sin fundamento y ridículas:

¿Miras este gigante corpulento?

¿Miras este gigante corpulento

que con soberbia y gravedad camina?

Pues por de dentro es trapos y fajina,

y un ganapán le sirve de cimiento.

Con su alma vive y tiene movimiento,

y adonde quiere su grandeza inclina,

más quien su aspecto rígido examina,

desprecia su figura y ornamento.

Tales son las grandezas aparentes

de la vana ilusión de los tiranos,

fantásticas escorias eminentes.

¿Veslos arder en púrpura, y sus manos

en diamantes y piedras diferentes?

Pues asco dentro son, tierra y gusanos.

El poema describe a uno de esos gigantones de fiestas (particularmente en la del Corpus Christi), fabricados de cartón y madera, movidos por dentro por una persona (el «ganapán» del poema), que recorren las plazas y calles de pueblos y ciudades. Camina rígido, con gravedad, a capricho del que lo conduce desde dentro. La apariencia, soberbia, contrasta con la humildad de su interior: «por de dentro es trapos y fajina / y un ganapán le sirve de cimiento». Tras la descripción del gigante acartonado, Quevedo compara y hace notar las enormes similitudes con los gobernantes que adoptan actitudes tiránicas y soberbias «Tales son las grandezas aparentes / de la vana ilusión de los tiranos: / fantásticas escorias eminentes». La escultura efímera, adornada por fuera, hueca por dentro, sólo sustentada por un pobre hombre; la más clara expresión de la tiranía. Y, para terminar, en el terceto final subraya, «¿Veslos arder en púrpura, y sus manos / en diamantes y piedras diferentes? / Pues asco dentro son tierra y gusanos».

La intención de Don Francisco, obviamente, es mostrar la profunda miseria que esconde el esplendor de la riqueza superficial del tirano.

Quevedo compara en estos versos al sátrapa soberbio, tirano, con un gigante de los pasacalles de las fiestas patronales un gigante de los desfiles de gigantes y cabezudos, acompañados por charangas y bandas de música en las fiestas populares; un gigante de grandes dimensiones que esconde en su interior a una persona diminuta, insignificante, un gigante con pies de barro, un coloso aparentemente sólido que inspira terror en su actitud amenazante pero que, en el fondo es enormemente débil y vulnerable.

Bueno es recordar y advertir, especialmente a las víctimas de las «leyes educativas progresistas» que la expresión «gigante con pies de barro» tiene un origen bíblico (Daniel, II, 31-35). Procede del episodio en el que se narra el sueño del rey Nabucodonosor, rey de Babilonia entre el 605 y el 562 a.C.: Una enorme estatua hecha de diferentes materiales (oro, plata, bronce, hierro) es golpeada por una piedrecilla que cae de un monte. De forma increíble, la estatua cae al suelo, totalmente destruida. La piedra había dado en una parte del pie modelada con barro. Daniel interpreta el sueño como una señal de que todos los grandes imperios y sus soberbios tiranos tienen su punto débil y, antes o después, acaban sucumbiendo.

Dirá más de uno que haya llegado hasta aquí que, qué pretendo reproduciendo versos de Quevedo; pues muy sencillo: hacer constar que el sátrapa, Pedro Sánchez, que ha logrado prorrogar su estancia en el Palacio de la Moncloa por otros cuatro años (aunque está por ver si los separatistas, comunistas y etarras no acaban estrangulando a la gallina de los huevos de oro antes de que termine la legislatura), es un tirano soberbio que posee una actitud amenazante que inspira terror pero que, en el fondo es enormemente débil y vulnerable.

Sí, habrá que prepararse para una larga caminata por el desierto pues, desgraciadamente el sátrapa no tiene oposición, ni Feijoo ni Abascal son alternativa… pero, si se acaba poniendo en marcha un proyecto serio de gobierno, se encauzan todos los descontentos a través de una organización de masa al frente de la cual se pongan españoles decentes, buenos patriotas, la travesía nos llevará sin duda a «la tierra prometida», como cuando los israelitas guiados por Moisés…

Y me dirán ¿Y del rey de España no va a hablar?

Tiempo al tiempo, pero lo que sí está claro es que, tal cual haría un cordero que está siendo degollado, no está ofreciendo la menor resistencia, ni siquiera pataleando…

Don Felipe VI apenas se limita, de vez en cuando, a dar muestras de enfado y desagrado cuando se ve obligado a estar en presencia de Pedro Sánchez que de facto ejerce de Jefe del Estado y que ya hace mucho tiempo que ni siquiera guarda el protocolo ni disimula…

Así que ¿Para qué queremos un rey que no reine, ya sea porque no quiere, o se siente incapaz… o es que tal vez no sabe?

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Carlos Aurelio Caldito Aunión

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