CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN.
“Imagina a toda la gente […] viviendo al día, sin países y sin religiones, sin nada por lo que luchar o morir, una hermandad del hombre compartiendo todo el mundo, y el mundo vivirá como uno solo.” John Lennon.
Permítaseme una advertencia: No hay que considerar que todo lo que están contando los medios de manipulación de masas, acerca de la invasión de Ucrania por parte del ejército de Rusia es cierto. Cuando, como es el caso, asistimos a una guerra “televisada”, es mejor no confiar en casi nadie. Pues, si algo predomina en estos momentos son las noticias falsas. Es mejor poner en duda, tanto lo que cuentan los pro-Putin, como los pro-Ucrania.
Como decía Mark Twain, cada vez que se encuentre usted del lado de la mayoría, es tiempo de hacer una pausa y reflexionar.
El espectáculo se ha apoderado de algo tan terrible como las muertes que se producen en las guerras. “Modelos” que aparentan estar en el frente. Alcaldes con fusiles de francotirador (cualquier militar sabe que hay que estar muy preparado para ello). Territorio ocupado que nadie sabe si en realidad es así (la mayoría de las veces, quienes ven la televisión ni siquiera saben situar el país en un mapa). Y medios al servicio de los intereses de quienes realmente ostentan el poder en cada país y que actúan al dictado del partido gobernante-subvencionador. Atrévanse a pensar, piensen por ustedes mismos siempre. Si no entienden algo investiguen, busquen información en fuentes fiables y alternativas a su propia posición ideológica. La verdad nunca es blanca o negra en materia política, social o militar.
Como habrá advertido usted, si es que procura estar bien informado, tener criterio propio, etc. en Europa, desde hace décadas hemos sustituido al Homo Sapiens por el “Homo Festivus”. Europa está entretenida, de fiesta en fiesta, viviendo al margen de la realidad.
Europa está distraída, de fiesta en fiesta, ignorando el enorme riesgo de inestabilidad que suscita la militancia y el creciente poder de las civilizaciones no occidentales. Pero, no estoy hablando de la fiesta tal como siempre se ha entendido: una situación excepcional que se contrapone a lo cotidiano, con cierto componente de catarsis. Actualmente en Europa (y España no es una excepción) lo cotidiano es la fiesta (la distracción permanente) y lo excepcional lo que siempre fue cotidiano; en Europa ahora predominan el hedonismo y la euforia compulsiva, la fiesta como forma de liberación del mundo de lo concreto, el ideal de los “revolucionarios de mayo del sesenta y ocho” llevado a la práctica, todo lo deseable es un “derecho”.
Y mientras tanto… Los trovadores, bufones, y predicadores del multiculturalismo no paran de hablarnos de que nos encaminamos, e incluso de que vivimos ya en el mejor de los mundos posibles, el imperio de los derechos humanos, un mundo global donde todas las voces son escuchadas, todas las creencias reconocidas y respetadas, en el que ya no caben discriminaciones de ninguna clase. Nos hablan de un mundo poblado por “socialdemócratas” pacíficos, participativos, tolerantes, festivos… Lo que el francés, desgraciadamente fallecido (2016), Philippe Muray, denominó «el imperio del bien» que, llegó a afirmar que el planeta tierra es ya un gran parque de atracciones, en el que «la manada» lo único que busca es ser cada vez más numerosa, y en el que, la tierra es un gran parque de atracciones”, en donde la “manada” lo único que busca es ser cada vez más “numerosa”, un parque de atracciones en el que los inconformistas, los que van a contra corriente y son políticamente incorrectos, críticos con los tiempos que les ha tocado vivir, los que dudan, son considerados «enfermos». Si, Philippe Muray tenía absoluta razón, nuestro mundo, hiperindividualista ahoga en la fiesta (homo festivus) su vacío espiritual.
Los trovadores, bufones y predicadores del multiculturalismo nos hablan de un mundo poblado por “socialdemócratas” pacíficos, participativos, tolerantes, festivos… Y mientras en Europa se produce un enorme desarraigo (derivado de la imposición de “la innovación y la trasgresión” frente a “la tradición”) y se impone el pensamiento débil, ahí afuera se está librando un tremendo choque de culturas, de civilizaciones arraigadas en religiones, que casi inevitablemente acabarán dominando la política a escala mundial: en las fronteras entre civilizaciones se producirán las batallas del futuro.
Y en estas estábamos y llegó Vladimir Putin y mandó parar la fiesta.
La invasión de Ucrania por parte de las tropas rusas, ha vuelto a demostrar que homo festivus ya no es el dueño del mundo, homo festivus se defiende cada vez peor, cuando vuelven a darse situaciones trágicas. Ya fueron muchos «hominis festivi» los que, tras los atentados terroristas de yihadistas, musulmanes, que durante la última década acabaron comprobando que lo de procesionar con velas y ositos de peluche no servía para nada, pero, al parecer tenía que llegar Putin para que, más y más europeos descubrieran que su élites habían programado una «dulce eutanasia».
La invasión de Ucrania por parte de las tropas de Putin ha supuesto que, muchos hayan descubierto (más vale tarde que nunca) que, uno de los tiranos se ha quitado por completo su ropa festiva de luz.
Pues sí, Putín llegó y mandó parar la fiesta, cuando homo festivus estaba más manso y sumiso, cuando los líderes del Imperio del Bien, utilizando la «epidemia del covid19» como pretexto, habían aprobado leyes liberticidas, para sofocar a los rebeldes bajo el pretexto de luchar contra las “fake news”, y habían emprendido toda clase de iniciativas para frenar a los disidentes y encerrarlos en “jaulas fóbicas”, aparte de hacer un uso masivo de los medios -de manipulación de masas- para lograr el consenso y la sumisión de los ciudadanos recurriendo al “bombardeo de saturación” para dar a luz al nuevo mundo, a la «nueva normalidad», al nuevo orden mundial mediante «el reseteo», «el gran reinicio»…
Y entonces, llegó Putin y mandó parar.
Hace apenas medio año, tras la retirada de los EEUU y sus aliados de Afganistán, con el rabo entre las piernas (aunque ya muchos hominis festivi se hayan olvidado), las principales potencias mundiales y las diversas organizaciones internacionales responsables de preservar la paz en el mundo han fracasado nuevamente de forma estrepitosa, han demostrado una vez más que es ineficaz emprender guerras preventivas, o intervenir supuestamente para frenar los más de cincuenta conflictos bélicos existentes en el mundo de forma permanente, sean de baja, media o alta intensidad.
Y entonces llegó Putin y mandó parar.
Y después de la invasión de Ucrania, inevitablemente surgen preguntas como las que siguen:
Hay un factor que no podemos olvidar: en la era de la información y de la globalización, por mucho que se traten de ocultar, o tergiversar determinados asuntos, o manipular a la opinión pública, lo que los diversos gobiernos realicen en el exterior acabará influyendo en futuras elecciones y determinadas actitudes pueden decidir quiénes acaban ganando o perdiendo la votación para presidir los EEUU o de cualquier país de Europa occidental.
Es por ello que los EEUU y sus aliados estuvieron indecisos y acabaron interviniendo demasiado tarde en la guerra de los Balcanes, en la última década del siglo XX, cuando se desmembró y se hizo trozos la antigua Yugoslavia. Hasta tal punto se retrasaron que cuando decidieron actuar ya se había producido una enorme tragedia, un verdadero exterminio especialmente en Bosnia-Herzegovina.
Es por ello que los EEUU y los países de la Unión Europea han advertido, sin rodeos que, no tienen intención de intervenir en la guerra de Ucrania, a pesar de que recurran a pretextos a cual más peregrino, e incluso cómico.
Según afirman algunos estudiosos, los que de esto saben, en el mundo hay de forma permanente alrededor de cincuenta lugares en los que existen guerras de baja, media o alta intensidad, el mayor o menor conocimiento que se tiene sobre ellas por parte de la gente corriente, se debe fundamentalmente a si los medios de información, creadores de opinión y manipulación de masas las consideran “noticia” y deciden abrir o no los telediarios hablando de ellas, o por el contrario, ocultarlas o hablar como mucho de pasada. Si a alguien de buena voluntad se le pregunta que si le parece bueno, positivo, necesario que haya una especie de “gobierno mundial” con su correspondientes ejércitos y policías, para que intervengan allí donde sea necesario, para evitar guerras, destrucción, hambre, enfermedades, y un largo etc., es seguro que contestaría que le parece estupendo, salvo que a la persona que se le pregunte sea un canalla.
Ese es el motivo por el que siempre habrá ciudadanos que justifiquen que los ejércitos de sus países se impliquen e intervengan para poner orden en lugares como en Ucrania, de la cual todos los días nos hablan en la televisión, y nos muestran imágenes de personas muertas y heridas, niños y niñas huérfanos, gente y más gente huyendo (los llamados “refugiados”) debido a las atrocidades que comete el ejército ruso, es lógico que la gente piense que lo mejor sería intervenir y acabar con quienes han destruido sus casas, matado a familias, etc. y que los refugiados puedan algún día regresar a su tierra de origen.
Claro que, al mismo tiempo se da la paradoja de que nadie quiere asumir el coste de que irremediablemente habría de soldados españoles, europeos, estadounidenses, rusos, etc. que morirían en tales intervenciones, de soldados que nunca regresarían o lo harían en ataúdes.
Lo que vengo describiendo me recuerda inevitablemente a lo que Charles Dickens llamaba “filantropía telescópica”, en el capítulo quinto de su libro “Casa desolada”, que aborda la idea de hacer el bien a quienes están lejos, aunque olvidemos los males de los que tenemos más cerca, olvidándonos del prójimo (palabra derivada de la expresión latina proximus, el de al lado, el más cercano).
Charles Dickens nos describe a la señora Jellyby que, posee un grandísimo interés en mejorar la Vida (así, en mayúsculas) de aquellos que sufren allende los mares mientras olvida mejorar la vida (así, en minúscula) de los que con ella conviven; por ejemplo, sus propios hijos. Ese Peepy, ese chiquillo que rueda escaleras abajo dándose cabezazos con los peldaños ante la tranquilidad e indiferencia de su madre, preocupada por la educación de los indígenas de Boorioboola-Gha, en la orilla izquierda del Níger.
El telescopio le alcanza a ver las orillas del Níger pero no la escalera de casa. Ese Peepy, ese muchacho que tiene el atrevimiento de interrumpir la encomiable e inconmensurable actividad solidaria, caritativa de su madre, con una tira de tafetán en la frente, sucio y magullado, y que recibe como respuesta un exclamativo “¡Largo de aquí, Peepy!”, por parte de su progenitora bienhechora, que devuelve nuevamente la mirada a lo mal que lo pasan quienes viven en el continente africano. La señora Jellyby es la personificación de la solidaridad y la filantropía virtuales y con mando a distancia.
Lo que nos cuenta Dickens ocurría en la Inglaterra victoriana, pero actualmente son muchos, forman legión los que desean mundos perfectos, llevar a cabo fantásticas utopías… para los que sufren… y al mismo tiempo son incapaces de poner en orden su propia casa, o les trae al fresco y no se sienten concernidos por la desgracia de los más próximos, y no se les pasa por la mente ser solidarios con el vecino que atraviesa una mala racha.
Al parecer es más fácil derivar una cierta cantidad de nuestra cuenta corriente para mejorar la vida de los desdichados que nos sacan por la televisión de vez en cuando, que para tratar de solucionar las penurias de quienes se cobijan bajo el puente de la autovía que utilizamos para salir de vacaciones.
¿No les parece a ustedes que algo está fallando, que algunas cosas no funcionan como debieran y que eso de la filantropía telescópica que pretendía hacer la señora Jellyby en el libro de Dickens, en los momentos actuales “solidaridad y filantropía virtuales y con mando a distancia” tampoco es la solución… aparte de servir, entre otras cuestiones, como tapadera y coartada para que muchos puteros del primer mundo se permitan el lujo de practicar turismo sexual y sentimental?
Y para terminar ¿No es hora, ya, de plantearse que es imprescindible dedicarle más dinero del presupuesto a defender «el imperio del bien», en lugar de despilfarrarlo en continuas fiestas?
Pues, ustedes dirán.
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