Llama poderosamente la atención, a cuatro días de las elecciones, el «silencio atronador» de los obispos españoles.
Eulogio López
Valores no negociables: a los que un católico no puede renunciar. Desde ese punto de vista, un católico no puede votar al PP.
Por enésima vez toca felicitar y reproducir un artículo de Jorge Fernández, exministro del Interior con Mariano Rajoy y objeto de persecución por parte de PSOE y Podemos por sus convicciones cristianas. Cierta izquierda está dispuesta a admitir que existan católicos raros, de los que aman a Cristo y a su Santísima Madre, pero siempre anónimos, pero, hombre, ministros, pues ya no.
Su artículo se refiere a los principios no negociables que concretó Benedicto XVI, para todo aquel cristiano que participe en política, sea como elector o como elegido. Y sí, se echa de menos, a cuatro días de las elecciones, la voz de los obispos españoles. Que nos estamos jugando mucho.
Pero hay algo más que reseñar y es la valentía de Fernández al hablar de principios no negociables para un cristiano cuando sabe que su partido, el PP, es uno de los grandes juguetones con estos principios: vida, familia, libertad de enseñanza y bien común. Mismamente, con los dos primeros. Fernández sabe que el único partido con representación parlamentaria, que hoy defiende esos principios no negociables son los ultras de Vox, a quien Feijóo dedica lindezas todos los días.
«Principios innegociables» (para los católicos)
Cuando apenas quedan 48 horas para terminar legalmente la campaña electoral y dar paso a la jornada de reflexión previa a la cita con las urnas, se echa en falta que la Jerarquía de la Iglesia no haya publicado la habitual nota oficial aportando las orientaciones que un católico debe tener presentes a la hora de emitir su voto.
: 19.07.2023
Cuando apenas faltan 48 horas para terminar legalmente la campaña electoral y dar paso a la jornada de reflexión previa a la cita con las urnas, se echa en falta que la Jerarquía de la Iglesia –con excepciones que la honran, como el arzobispo de Oviedo entre otros– no haya publicado la habitual nota oficial aportando las orientaciones que un católico debe tener presentes a la hora de emitir su voto. Es un silencio tanto más clamoroso cuanto más necesario es cubrirlo ante el actual gobierno, que con sus socios y aliados promueve una agenda política que incurre en radical oposición a la doctrina de la Iglesia en ámbitos esenciales de la misma, como son la defensa de la vida desde la concepción a su muerte natural; el derecho de los padres a elegir la educación para sus hijos más acorde con sus convicciones morales y religiosas, y la defensa de la familia constituida sobre la base del matrimonio entre un hombre y una mujer. Estos son principios atacados y opuestos respectivamente por las leyes sobre el aborto y la eutanasia; la «ley de Educación Celaá» –de la actual Embajadora de España ante la Santa Sede–, y por las leyes que despliegan la ideología marxista de género LGTBIQ. Son principios tan esenciales para la Iglesia Católica, que los sumos Pontífices San Juan Pablo II y Benedicto XVI, se pronunciaron con tanta claridad como contundencia respecto a todos ellos considerándolos, junto al bien común, como «principios no negociables para un católico». La confusión y la ignorancia, llegan a situaciones tan elevadas como la de un ex diputado socialista, al que un caso de –presunto– abuso sexual escolar a un hijo suyo, lanzó a la fama y de ahí a una candidatura socialista por La Rioja. Ahora se ha descolgado con unas declaraciones en un video colgado en su Twitter que recogen lo que piensa al respecto un tan «ilustrado» ex diputado, y que dejo a su criterio, amable lector, el calificar: «La Iglesia está por debajo del Estado y debe someterse a todos los criterios que el Estado decida». No debe extrañar pues que pontifique tan ilustre prócer que «se puede ser cristiano y socialista», pero no «ultra católico y socialista», con el argumento de que las del aborto y la eutanasia son leyes «cristianas, y no ultra católicas» porque «lo que la Iglesia hace en este país es tan repugnante como fruto delirante de un sectarismo atroz». Vivimos tiempos ya anunciados de apostasía pública y publicada, y la verdad debe ser defendida y proclamada. También para poder ser auténticamente libres.