LUIS VENTOSO
Nada es casual, se predica un modo de vida donde Dios no existe, la familia es una antigualla, el sexo bilógico, un invento y el sentido común, un absurdo.
La izquierda socialdemócrata europea tuvo una buena idea: crear el colchón del estado de bienestar, con sanidad pública para todos y educación gratuita. Aunque el invento corre el riesgo no asumido de acabar volviéndose insostenible, lo cierto es que ha contribuido a la calidad de vida de nuestras sociedades. El modelo estadounidense es diferente: no existe la red de seguridad estatal, pero a cambio hay pista libre para prosperar con mayor facilidad. Es una sociedad diseñada para favorecer los negocios. El patrón europeo ofrece menores oportunidades económicas. A cambio garantiza la filantropía de un Estado intervencionista y protector (que te cruje a impuestos en cuanto intentas levantar la cabeza y/o tienes éxito).
La izquierda se topó a finales del siglo XX con un serio problema político. Y es que la derecha se apropió de su única buena idea, el colchón del estado del bienestar, que hizo suyo cada vez con mayor naturalidad. Sin nada razonable y novedoso que aportar en el plano económico, el izquierdismo socialista mutó entonces en «progresismo», primando las políticas de identidad.
Ante su probada incompetencia para mejorar el condumio de las familias, que al final es lo importante para «la gente», la izquierda buscó su lugar bajo el sol con una retahíla de reivindicaciones victimistas, casi siempre impregnadas de desesperanza.
En lugar de atender a los intereses de las amplias clases medias, el «progresismo» se centró en alzaprimar de manera hiperbólica determinadas causas sectoriales, a veces justas, pero que han sacado de quicio. En lugar de ayudar a que los empresarios, el motor del empleo, lo tengan más fácil, se han centrado en una extraña pasión arcoíris. En lugar de ayudar a la familia tradicional, el mejor invento que existe para criar a unos niños felices –y no lo digo yo, lo dicen los estudios–, se centraron en destrozarla y propugnar 16 modelos de familia (Ione dixit). En lugar de alabar a Dios y buscar consuelo y guía en Él, lo negaron en un ejercicio de soberbia bobalicona, cuando solo somos «polvo en el viento» (el Libro del Eclesiastés dixit). En lugar de respetar el valor de la tradición y aceptar y abordar con rigor académico las enseñanzas de la historia, despreciaron sus lecciones en nombre de un adanismo tontolaba. Impusieron una lectura obligatoria del pasado, que solo puede ser abordado con orejeras estatistas, y hasta se inventaron un nuevo lenguaje, plomizo y absurdo, que bautizaron como «inclusivo» (Carmen Calvo, Bolaños y Yoli dixit).
En lugar de defender con naturalidad la evidencia de que hombres y mujeres tenemos idénticos derechos, se pasaron de frenada con una politización histérica, que ha molestado a las propias feministas históricas. En lugar de aceptar los dictados del sentido común, decidieron fumárselo en nombre de sus flipes sectarios, llegando al extremo de negar algo tan evidente como que hay hombres y mujeres, que el sexo biológico existe.
En lugar de mirar sin prejuicios lo que muestra al detalle la ecografía de un ser humano en el útero, prefirieron hacer el avestruz ante esa evidencia y consagrar como «derecho» la eliminación de la criatura. Y en lugar de disfrutar de la belleza de la vida y del mundo, de saborear la obra de Dios y cultivar el optimismo y la esperanza, postularon la queja constante, el amargor de la envida, el feísmo cutre –véase los museos de arte moderno– y el insulto a los que no piensan como ellos, bordería que consideran el summum de una supuesta modernidad (paleta e intransigente).
Toda esa empanada mental es el resumen de lo que se hace llamar «progresismo». Y lo notable es que está tan extendido que en España ha contagiado ya a muchos periodistas, intelectuales, medios y políticos que creen que son de derechas, cuando en verdad están intoxicados hasta el tuétano por la manera de ver el mundo de Sánchez-Podemos-Almodóvar-La Sexta-El País-Netflix y todos los «intelectuales» que viven de las cuchipandas culturetas pagadas por las administraciones. Y ese, y no otro, es el problema de la extremeña María Guardiola, y de tantos que no se enteran y han asimilado como pipiolos todo el implacable sermón del «progresismo» obligatorio.
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