“Si te vas con tu papá por acá no vengas más”: el testimonio de adultos que de niños sufrieron alienación parental
Claudia Peiró
“Yo estaba con uno y me hablaba mal del otro”; “me dijeron que mamá estaba muerta”; “me decían que mi padre era el lobo”; “procuraba no mostrar que también quería al otro para que no se enojaran conmigo”. Damián De Santo, Cecilia Dopazo, Roly Serrano y Gastón Recondo cuentan su padecimiento infantil por la guerra que se libraron sus padres con ellos como rehenes…
FUENTE: https://www.infobae.com/sociedad/2022/03/13/si-te-vas-con-tu-papa-aca-no-venis-mas-el-testimonio-de-famosos-que-de-ninos-sufrieron-alienacion-parental/
Son relatos impactantes y al mismo tiempo conmovedoras historias de resiliencia. En ellos no hay rencor ni odio. Hay perdón y comprensión, al punto que por momentos parecen ellos los adultos en relación a padres que no fueron capaces de medir el daño que les estaban causando. Por eso el mensaje final es la esperanza.
La esperanza de que de una vez por todas los responsables de estos procesos comprendan que los Juzgados de Familia están desbordados de expedientes, que deben ser dotados de más herramientas para poder responder a estos conflictos intrafamiliares con algo más que perimetrales y medidas cautelares que luego se vuelven eternas resultando en la obstrucción del vínculo de un menor con uno de sus progenitores por años. Algo inaceptable pero que se está volviendo moneda corriente.
Esperanza de que los jueces comprendan que sus decisiones repercuten en menores para los cuales el tiempo tiene una intensidad muy diferente a la de los adultos.
Los testimonios -grabados y producidos por Pablo Mangiarotti para la asociación Infancia Compartida y de los que aquí se muestran extractos- interpelan a quienes niegan estas realidades. “Pónganle el nombre que quieran, pero existe”, dice Gastón Recondo, en relación a la “alienación parental”. De niño, él se negó a ver a su padre para contentar a su madre, por miedo a ser rechazado o reprendido por ella.
De los relatos se desprende la forma en que un niño termina asumiendo el discurso de la madre o del padre obstructor del vínculo del hijo con su ex pareja.
Damián De Santo cuenta con lágrimas en los ojos que cuando se reencontró con su padre después de más de 10 años sin verlo le pidió perdón: “Lamento haberte herido de chico si en un momento dije que no te quería ver…”
“Existe la manipulación infantil”, afirma Cecilia Dopazo que recién de adulta pudo valorar en toda su dimensión la lucha de su padre por no perder el vínculo con ella. “Hoy le estoy muy agradecida, porque aunque era un papá que yo no quería ver, de grande lo valoré un montón: tuve un papá que me quiso y la peleó”.
Roly Serrano no supo hasta los 15 años que era mentira que su madre había muerto. Se reencontró con ella a los 30. Se declara curado de todo ese padecimiento. “La gente que no puede curarse causa daño y daña a un niño que a futuro puede cometer los mismos errores”.
GASTÓN RECONDO: “YO ESTABA CON UNO Y ME HABLABA MAL DEL OTRO«
“Yo procuraba no mostrar que también quería al otro porque mi sensación era que se podían enojar conmigo. Cuando estaba con mi mamá trataba de no decirle que lo había pasado bien con mi papá. Y al revés. Siempre estaba tratando de que no se la agarraran conmigo por las diferencias que tenían entre ellos”, dice el periodista deportivo Gastón Recondo, hoy de 48 años.
Sus padres tenían criterios diferentes de cómo colocar los cubiertos en la mesa, entonces él tenía que estar muy atento para recordar la regla de cada casa. “A ese nivel de concentración tuve que llegar para que ninguno de los dos dijera ‘está ganando el otro’”, dice Recondo que afirma no tener ningún recuerdo de un diálogo amable entre sus padres. “Pasé a ser una suerte de botín”, recuerda.
Era muy chico cuando ellos se separaron y empezaron a librarse una guerra continua a través del hijo. “Yo estaba con uno y me hablaba mal del otro. Perdían de vista que me podían estar haciendo daño”.
“Con 10 años recién cumplidos me animé a decirle a mi papá que no lo quería ver. Venía con una asistente social y yo me negaba a verlo. Iba a la puerta del colegio y yo me escabullía por detrás. Un día vino la policía a casa. Nos fuimos, nos encerramos diez días en casa de unos amigos”, cuenta.
De ahí, fueron a una audiencia en Tribunales. “El juez me dijo que me iba a vivir con mi padre. Fuimos a comer a Pipo y en la mitad del almuerzo recuerdo que me pregunté por qué estuve un año sin verlo si yo no sentía rechazo hacia él”.
“Ponele el nombre que quieras (a la alienación parental), pero existe. Ningún chico quiere ver sufrir a su madre. Te enojás con quien la hace llorar. Así te impregnan de un sentimiento que no es tuyo. ¿En quién vas a confiar más en la vida que en tu mamá y tu papá? En la adolescencia aprendés a desconfiar y de grande aprendés a quererlos de vuelta, pero en la infancia mamá y papá son tus héroes y si tu mamá te dice algo, nunca suponés que te puede estar mintiendo”.«Si tu mamá te dice algo, es verdad; nunca suponés que te puede estar mintiendo”
Después de un año de estar con su padre, éste le devolvió la tenencia a la madre y las cosas se aplacaron un poco. Pero él encontró entonces contención en otro lado: “Mi rescate fue la parroquia, mi hogar, mi red”.
Recondo tiene cinco hijos de dos matrimonios. Los previene: “Si te dicen ‘esto en casa no lo cuentes’, es indicio de que algo anda mal”.
Retrospectivamente dice que le hubiera gustado que el juez lo escuchara a él delante de sus padres. “Eso nunca pasó. El juez nunca habló conmigo. Que dijera ‘vamos a ayudar a esta mujer’ pero sin extirparlo a él”. Y recrimina: “La justicia se saca los temas de encima, pero lo que se está sacando de encima son personas”.
“Lo que no puede pasar es que no haya consecuencias por la falsa denuncia”, reflexiona, en relación a los muchos casos de obstrucción de vínculos que hay en tribunales.
“Cuando cumplí 21 años, hice una cena en un restaurante y les dije a mis padres: ‘es increíble que se hayan tomado 18 años para sentarse juntos’”.
DAMIÁN DE SANTO: “CUANDO TE PREGUNTEN POR TU PAPÁ, VOS DECÍ QUE SE MURIÓ”
“Cuando te pregunten por tu papá decí que falleció, que no está más, que se murió”, fue la instrucción que le dio su madre luego de la separación. “Vos no te podés plantar frente a tu mamá y decirle yo tengo papá y lo quiero ver, o frente a una asistente social y un juez de menores… te decís acá meto la pata y le voy a arruinar la vida a uno de los dos, pero bueno, prefiero arruinarle la vida al que no está viviendo conmigo, al que no me da techo, comida”, cuenta el actor Damián De Santo, evocando los sentimientos que, cuando tenía apenas 7 años, lo impulsaron a decirle a su padre que no quería verlo más.
Sus padres se separaron cuando él tenía 6 años y su hermano mayor 10. “Entre ellos había mucha agresión verbal. Mi vieja se ponía muy violenta. Él no le pegaba pero sí vi forcejeos cuando intentaba contenerla y que no gritara, porque ella abría la ventana y sacaba el escándalo a la calle. Era tremendo.”
Esas peleas siguieron en la vereda, cada vez que el padre venía a buscar a Damián y a su hermano. La madre los amenazaba: “Si ustedes se van con su papá no vienen más”. Un día, cansado de que ella no lo autorizara a viajar con los chicos, entonces de 7 y 11 años, el padre los buscó en la escuela y se los llevó una semana a Cataratas. De regreso, los dejó en la puerta de la casa y se fue, pero la madre no les abrió. Cuando se hizo de noche, tomaron un taxi y fueron a casa del padre.
“El conflicto era tan grande que mi hermano y yo le dijimos a papá que no viniera más”, recuerda. Su hermano lo veía igual, pero él no se animó. ”Eso a una criatura que está desprotegida… lo que hace es que donde vivís tomás toda esa realidad y creés que no existe otra”.
Se le cierra la garganta y se le llenan los ojos de lágrimas cuando recuerda los esfuerzos de su padre por estar con él: “Mi papá, que era contador, laburaba en el centro pero se tomaba un cafecito en la esquina de casa y cuando me veía salir me seguía con el auto, me veía entrar al colegio y se iba a trabajar. Ahora que soy padre… es fuerte, difícil de digerir y entender cómo se puede llegar a una situación así”.Las lágrimas de Damián De Santo al recordar el momento en el cual su padre casi se arrodilla delante de él para rogarle que no lo rechazara
Y las lágrimas vuelven cuando cuenta el reencuentro: “No lo vi durante casi 12 años. A los 17, casi 18, yo salía del colegio, y veo a mi viejo parado en la salida, me acerqué… (hace una pausa porque las palabras no salen) y casi se arrodilla ante mí, y yo le dije ‘levantate, tranquilo, yo sé todo…no te preocupes, lamento haberte herido de chico si en un momento dije que no te quería ver, necesito retomar la vida con vos’. Y la retomamos…”
Le dije a mi madre que estaba viendo a mi viejo: “Lo voy a disfrutar muy a pesar tuyo, lamento si te fue mal con él pero es mi papá”.
“Cuando mi mamá murió de cáncer, él estuvo ahí. Estuvimos los dos, él y yo, cuando se murió. Nueve meses después, él murió en un accidente de tránsito. En un año perdí a mis dos viejos. Separados 30 y pico de años para morirse casi juntos…”, dice con triste ironía.
Él también explica en palabras sencillas eso que tantos profesionales que deben intervenir en estos casos se niegan a ver: “Esto es fácil, vos le decís a un pibe que su papá ya fue, que se terminó, nos abandonó, nos robó, se fue con otra mujer para hacer otra familia, listo, no lo quiero ver más. Listo, no es muy difícil. Entonces lo empezás a ver con los ojos de ella”.
“Agradezco que él haya reaparecido en mi vida, porque volví a tener un papá y dejé de tener la responsabilidad que tuve por mucho tiempo de ese rol que me dieron que no era mío”, reflexiona. Ahora se pregunta con qué derecho los jueces toman tan ligeramente decisiones que tienen pesadas consecuencias. “Para el juez es una frase: no podés ver a tu hijo. Necesitamos gente capaz y con pelotas. Un juicio laboral o por accidente es más rápido que uno de familia. Porque hay plata de por medio. El tiempo sana pero son tiempos demasiado largos. 12 años de impasse.”
Pese a todo, concluye: “Doblemente orgulloso estoy, del viejo y de mí.”
CECILIA DOPAZO: “ME DECÍAN QUE PAPÁ ERA UN LOBO…”
Los padres de la actriz Cecilia Dopazo se separaron cuando ella tenía un año. Al comienzo, las cosas funcionaron bien. Lo veía los jueves y los domingos. Pero cuando cumplió 5 años, su madre la llevó a Miami por 15 días. Una vez allá le dijo: “Nosotras no volvemos”. “¿Y papá? ¿Le avisaste?” “Sí”. “¿Y qué dijo?” “Que está bien”.
“Recuerdo que me llamó la atención -dice Dopazo-. Fui al preescolar y luego a primer grado. Yo jugaba a que mi papá me llamaba por teléfono. Pero eso no sucedía. Transcurrió un año y medio sin que yo supiera nada de él, hasta que mi mamá se pone de novia y volvemos a Argentina porque mi padrastro tenía un hijo acá”.
El reencuentro fue difícil. Ella entendía el castellano pero no lo hablaba y el padre no hablaba inglés. Para colmo, se instalan con la madre en Cipoletti, Río Negro. Un juez determina que Cecilia tenía que viajar cada 15 días a ver a su padre. “Durante un año y medio fue así. A mí no me gustaba viajar sola y nadie me preguntó. Me daba miedo y eso no jugaba a favor de mi papá”.
Luego vuelven a Buenos Aires pero las cosas no mejoraron mucho. “Mi mamá ninguneaba [todo lo que venía del padre] y mi papá ninguneaba a mi mamá y eso era una manera de ningunearme a mí porque yo era las dos cosas. Cuando iba a lo de mi papá estaba vedado todo lo que tenía que ver con el inglés, yo era una mitad cuando estaba con uno y otra mitad con el otro, no era un entero nunca”.
Cecilia Dopazo: «Hice terapia para poder empezar a ver a mi papá con mis propios ojos y no con los ojos de mi mamá»
Una terapeuta la ayudó a salir adelante: “A los 12 años fui a una psicóloga y eso fue muy bueno porque el objetivo de ese análisis era poder empezar a ver a mi papá con mis propios ojos y no con los ojos de mi mamá”. “Me decían que mi papá era el lobo y él no era el lobo”.
Cecilia recién supo de la dimensión de la lucha de su padre cuando éste murió. Ella tenía 40 años. La segunda esposa de su padre le dio una caja con papeles. “Ahí encontré todos los trámites que hizo mi padre [cuando ella estaba en Miami]. La carátula era ‘Secuestro de menor’. Fue conmovedor, porque por un lado estaban todos esos papeles con membrete y sellos pero también papelitos de mi viejo haciendo cuentas, viendo a quien le pedía qué plata para poder viajar porque no estaba en una posición holgada. Para sacar la visa. Había pocos recursos, hablamos del año 75, no había teléfonos, no tenía conocidos en EEUU. Había cuentas del pasaje en cuotas. Pero yo volví justo antes de que él viajara”.
“Existe la manipulación infantil -concluye-. Al chico hay que preguntarle y escucharlo pero no necesariamente hacer lo que él quiere. No puede decidir. No recuerdo haber mentido pero sí omitido cosas”.
“Mi padre era introvertido. Mostraba su interés en hechos contundentes pero de chica algunas de esas cosas me molestaban. Hoy le estoy muy agradecida, porque tengo un papá, crecí con un papá, aunque sea un papá al que yo no quería ver, era un papá que insistía en verme. Fue un papá muy molesto para mí pero al que de grande valoré un montón. Para tu composición psíquica y tu autoestima es muy distinto que tu papá haya peleado por vos. Es muy importante para tu identidad, para entender cómo estás conformado, es fundamental, fundante. Y yo tuve un papá que me quiso y la peleó”, dice.
ROLY SERRANO: “MI ABUELA ECHÓ A MI MADRE Y LE QUITÓ LOS HIJOS”
Cuando tuvo uso de razón, a Roly Serrano le dijeron que su madre había muerto.
Su padre se había casado a escondidas de la familia; vivían en el interior de Salta. Su abuela y tías le hicieron la guerra a la madre. El padre empieza a ponerse mal, toma, se vuelve violento. Ella lo deja y se va a vivir a la capital salteña. “Acto de heroísmo tremendo”, dice Roly, para una joven que tenía solo 20 años. “Se emplea como sirvienta en casa de una familia que mis tías conocían. Le quitaron los hijos y la echaron. La pusieron en un tren a Buenos Aires. Mi papá no la supo defender”.
“Con buena intención pero mala idea mi padre nos dejó con esos tíos pudientes para que nos diesen educación, pero nos trataban como personal doméstico. Yo vivía castigado porque era muy rebelde. A los 8 años venimos a vivir a Buenos Aires. Yo seguía con mis actos de vandalismo. Me pegaban con látigo en el quincho al fondo del terreno. A los 13 años, un día lo veo venir a mi tío con el látigo y agarro un botella, la rompo y le digo: si me tocás te mato. Agarré un bolsito y me fui de casa”.
La de Roly Serrano es la infancia más dura. Sin embargo, habla con reconocimiento de sus padres, más allá de los reproches. “Volví a Salta pero mi abuela no me recibió en su casa. Empecé a vivir en la calle. Pero de mi papá había aprendido la cultura del trabajo. Así que aunque dormía en la calle trabajaba. A los 15 ya sobrevivía bien, alquilaba una pieza. Y entonces me reencuentro con mi padre. Él no sabía que me maltrataban. ‘Hubiera preferido ser peón de campo pero estar con vos’, le dije. En medio de esa discusión, me confiesa que mi madre no había muerto. Ahí la pelea fue peor. No lo vi por cinco años. Fui progresando. Siempre tuve la inteligencia de escaparle a la marginalidad que me rondaba. En el 76 me toca la colimba. Termino el secundario ahí. Cantaba en peñas o cargaba las valijas en la terminal. Siempre changueaba. Conozco a un grupo de artistas y empiezo a estudiar teatro. Y vuelvo a Buenos Aires.”
Serrano recuerda que buscaba a su mamá en las madres de sus compañeros, buscaba aceptación y afecto. Y en esa búsqueda se reformó. “Ese ejercicio me cambió mucho el carácter. Esa necesidad de ser aceptado.”
A los 30 años, averiguó donde trabajaba su madre y se le presentó. “Ella se sorprendió absolutamente de verme. Ese encuentro fue muy fuerte para ella pero cometió el error de no poder blanquear con sus otros hijos esta historia. Yo le dije ‘quiero conocer a mis hermanos’. Y ella: ‘Sí, pero no les digas que sos su hermano, decí que sos un primo’. Lo viví como un nuevo abandono: ‘Lo lamento por vos’, le dije”.
Tiempo después, lo busca una de sus medio hermanas. Le cuenta que su mamá cada vez que lo veía en la tele, se ponía mal y lloraba, pero no les decía por qué. Hasta que un día que él estaba almorzando con Mirtha Legrand, la madre lo vio y llorando les dijo: “Ese señor que está ahí, que se llama Roly Serrano, es hermano de ustedes”.
“Y ahí mi hermana más chica toma la decisión de buscarme y yo me alegré tanto y ella me cuenta la parte de la historia de mi mamá que yo no conocía. Con el tiempo entendí la pobre vida que le había tocado. Ahí es cuando yo digo bueno todo eso del abandono ya está, quiero estar con esta mujer que ha sufrido tanto o más que yo. Eso es curarse. La gente que no puede hacer eso causa daño y daña a un niño que, si no puede curarse, a lo mejor a futuro comete los mismos errores”.