CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN
Quienes tienen la manía de atreverse a pensar, procuran tener opión propia y están dispuestos a cambiar de opinión y aprender, suelen llegar a la conclusión de que estos momentos que nos han tocado vivir son los más parecidos a una «distopía», una sociedad en la que predominan la alienación individual y colectiva como premisas imprescindibles para exista un estado policial, un régimen totalitario, liberticida, policial, en el que la libertad de pensamiento y acción estén absolutamente prohibidas. Se puede afirmar sin exajerar que vivimos en una suerte de distopía, y que esa distopía ha llegado para quedarse, si no le ponemos remedio.
Pero, la distopía que sufrimos es diferente a las que vaticinaron George Orwell o Aldus Huxley. La principal diferencia entre la distopía de este principio de siglo y las distopías anticipadas en novelas como «1984» o «un mundo feliz» es que en ambas la gente es más o menos consciente de que no vive en una sociedad libre, mientras que en la distopía del siglo XXI la gente está convencida de que es libre.
Antes de proseguir con la distopía que ya está aquí, considero interesante hablar un poco de las de Huxley y Orwell:
Las dos distopías tienen muchos detalles en común. Ambas predijeron un futuro definido por armas de destrucción masiva, biológicas y químicas en el caso de Huxley (Un mundo feliz), y guerra nuclear en el caso de Orwell (1984). Coincidieron en cuanto al peligro de que acabara creándose una nueva sociedad en la que la humanidad se dividiría en categorías determinadas por la ingeniería biológica y el condicionamiento psicológico (Huxley) o una amplia clase media sometida a forma diversas de lealtad totalitaria (Orwell).
Ambos hombres imaginaron que las sociedades futuras estarían obsesionadas con el sexo, aunque de manera opuesta: la represión y el celibato impuestos por el Estado Orwelliano; la promiscuidad deliberada y narcotizante en el mundo feliz de Huxley. Según la visión de Huxley, la humanidad se enfrentaría a un mundo futuro sedado por el placer y las drogas y las distracciones voluntarias de la ‘infantilización civilizada’.
Para Orwell, la humanidad se tendría que enfrentar a un estado de guerra permanente y un control mental totalitario, resumido en la imagen de una bota aplastando un rostro humano, incesantemente.
Sin dudas, en este primer cuarto del siglo XXI son muchas las profecías de Orwell que, desgraciadamente, se han visto cumplidas, aunque la situación no sea tan extremadamente sombría, gris y profundamente represora como la que narra su novela «1984» y se haya acabado produciendo una cierta hibridación con el «mundo feliz» de Huxley, de tal manera que vivamos al mismo tiempo una situación lúdica, festiva…
En relación con el título de este artículo, es bueno subrayar que una de las máximas de «El Partido», en el libro de Orwell, es que “es obligatorio rechazar la evidencia de tus ojos y oídos”, es constante la insistencia en que la gente debe ignorar la evidencia de sus sentidos para acabar negando la realidad y vivir en una relidad paralela…
Volvamos a la realidad del siglo XXI:
Como antes afirmé, en la distopía de Orwell, en un grado u otro la gente sabe que no es libre y está obligada a utilizar el doble pensamiento para no acabar teniendo problemas con sus gobernantes. «¡Hazme caso, sé listo y hazte el torpe!» Decía mi abuelo…
Por el contrario, en la actual distopía, en ese futuro que ya ha llegado sin apenas darnos cuenta, la gente no tiene idea de cuán omnipresente es el Estado y cuál es el grado de control, de dominio de los gobernantes. Nuestros conciudadanos están convencidos de que sus ideas, su visión del mundo y sus posiciones políticas son suyas, de producción propia, cuando en realidad los diversos esquemas de pensamiento y de acción, de creencias les han sido inculcado, los han metido en sus cabezas mediante una hábil y eficaz propaganda profundamente sofisticada sin que ellos siquiera lo supieran o se percataran de ello.
Aunque haya quienes se resistan a admitirlo, todas las agrupaciones políticas dominantes, con capacidad de influencia, e incluso las aparentemente menos influyentes, han sido creadas por los poderosos, siguen sus directrices y están manejadas por ellos y, lógicamente la propaganda tiene como objetivo lograr que el público se suscriba a ellas para promover los intereses de los poderosos, y a veces incluso la propaganda supuestamente disidente.
Debido a que la inmensa mayoría de nosotros hemos sido manipulados para abrazar uno de esos sistemas de creencias, ideologías, doctrinas al servicio del poder; hemos llegado a tal situaición que las medidas más abiertamente totalitarias descritas por los novelistas distópicos se han vuelto innecesarias. Basta con enjaular a un pájaro o cortarle las alas para evitar que eche a volar.
Que nadie se engañe, si nuestras mentes no son libres, entonces no somos libres. Si somos manipulados -con éxito- para pensar, hablar, actuar, votar, trabajar y consumir de acuerdo con los deseos de los gobernantes, entonces estamos tan enjaulados que casi no es necesario que nos pongan cadenas alrededor del cuello. Es difícil no estar más alineados que ya lo estamos, por la voluntad de los poderosos, ya sólo falta que seamos lobotomizados o que nuestros cerebros sean reemplazados por chips informáticos.
Pues sí, el futuro distópico descrito por Orwell y Huxley ya está aqui, y ha llegado para quedarse, si no le ponemos remedio. Y lo más sorprendente es que son muchos los que piensan que la distopía no está entre nosotros y es una amenaza que existe en algún lugar lejano en el futuro en lugar de estar aquí y ahora a nuestro alrededor.
Las personas que viven en sociedades distópicas no necesitan ficción distópica, necesitan hechos distópicos. Periodismo distópico. Documentales distópicos. Polémicas distópicas. Sólo la verdadera información y las ideas basadas en la realidad pueden contrarrestar las mentiras y la manipulación que nos inundan día a día.
Nunca conseguiremos sacudirnos el yugo de la actual distopía existente mientras una grandísma mayoría siga sin percibir lo profundamente faltos de libertades y derechos que estamos en realidad. No nos liberaremos del yugo totalitario, liberticida mientras los actuales gobernantes sean capaces de mantener su imagen de sociedad libre y agradable para preservar la ilusión de que somos libres, y sigan considerando innecesario empezar a encarcelar, callar, eliminar a todos los que desentonan de innumerables formas. Sin la capacidad de manipular al público a gran escala, nuestros gobernantes no pueden gobernar.
Una vez que la gente ya no acepte narrativas que sirvan al poder, tendremos la capacidad de comenzar a trabajar hacia la creación de una sociedad basada en la verdad que funcione para todos. Pero esto nunca sucederá mientras seamos manipulados exitosamente para hacernos creer que este modelo de civilización humana es aceptable y sirve a nuestros intereses. El primer paso es desconectar nuestros cerebros de la propaganda.
Y antes de terminar, conviene retomar a Aldus Huxley:
A Huxley le interesaba la eugenesia, la cual cautivó a muchos intelectuales de izquierda y de derecha.
La llegó a considerar un campo siniestro; correctamente, ya que la idea de que los pobres tienen rasgos genéticos que podrían y deberían eliminarse mediante la reproducción es, de hecho, una de las ideas más oscuras y peligrosas del siglo XX. Pero primero sintió el atractivo de la idea de que la modernidad nos puede mejorar; que la ciencia puede curar un poco el dolor y la dificultad de ser humano.
El cambio revolucionario en las actitudes hacia el sexo, por ejemplo, no es algo que muchas personas imaginaran en 1932, pero Huxley sí: la separación del sexo y la reproducción es completa en ‘Un Mundo Feliz’, como lo es en la vida moderna. Pronosticó correctamente el desarrollo de nuevas tecnologías para la anticoncepción, y también pronosticó correctamente sus consecuencias.
En ‘Un Mundo Feliz’, la promiscuidad no es sólo normal, sino que se fomenta como objeto de consumo. El sexo es una distracción y una fuente de entretenimiento, casi una droga. Huxley se sentiría absolutamente sorprendido si levantara la cabeza y comprobara cuánto se parece nuestro mundo de aplicaciones de citas y entretenimiento sexualizado masivo a lo que él predijo hace casi un siglo…
Huxley también anticipó la revolución de la información.
Es divertido ver cuántas características de Facebook se predicen en ‘Un Mundo Feliz’. La declaración de misión de Facebook de “darles a las personas el poder de construir una comunidad y unir el mundo” se parece mucho al lema del nuevo mundo de “Comunidad, identidad, estabilidad”. También está presente la idea de que “la privacidad está ya obsoleta”. Esto último enlaza con lo que Orwell llama «el crimen de pensamiento» -¿les suena lo de los delitos de odio e incitación al odio?- en ‘1984’.
En nuestro mundo el sexo se muestra en todas partes, hay entretenimiento para distraernos cuando queramos y drogas para que dejemos de sentir. También hay un número creciente de líderes influyentes que reescriben la historia e ignoran la verdad y promueven la damnatio memoriae (castigo al olvido), al mismo tiempo que centran su atención en los «crímenes de pensamiento».
La idea de una guerra permanente de bajo nivel, de la que habla Orwell, se parece mucho a la situación de constantes guerras existentes en el mundo en las últimas décadas…
Una sociedad gobernada por un gobierno mundial, con líderes fuertes, que usa todos los métodos posibles de vigilancia y recopilación de datos para vigilarnos y observarnos constantemente, al mismo tiempo que nos controlan; una sociedad «globalizada» supuestamente cada día más próspera, no necesariamente con mayor abundancia de bienes y servicios, y que utiliza nuevas tecnologías sin precedentes en las ciencias y la genética: esa sociedad se parece mucho, demasiado, a una combinación de las visiones de Orwell y Huxley. Ese tipo de sociedad ya está aquí, no es el futuro, es el ahora.
Huxley y Orwell escribieron sus libros para intentar evitar que sus distopías se hicieran realidad. Es seguro que ninguno de los dos habría pensado en ellas como una razón para renunciar a la esperanza. Sus advertencias siguen siendo válidas.
Aún podemos cambiar de rumbo. Puede haber vida después de Facebook.
No está de más recordar unas últimas palabras de Huxley, pertenecientes al prólogo de su distopía:
“Aunque sigo estando no menos tristemente seguro que en el pasado de que la cordura es un fenómeno muy raro, estoy convencido de que se puede alcanzar y me gustaría verla en acción más a menudo”.
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