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SOY SORDO Y NO PERTENEZCO A NINGUNA “COMUNIDAD SORDA”, NI FORMO PARTE DE NINGUNA “CULTURA SORDA”… ¿POR QUÉ HABRÍA DE SENTIR ORGULLO POR SER SORDO?

CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN

En España existen dos organizaciones que se arrogan la representación de las personas sordas españolas, que dicen ser las más representativas: la Confederación Española de Familias de Personas Sordas y la Confederación Estatal de Personas Sordas.

Como observarán, la segunda organización, para no molestar a quienes quieren destruir España, evita llevar el vocablo «ESPAÑA» en el nombre de la organización… pero, casualmente sus dirigentes reivindican el reconocimiento pleno de la «LENGUA DE SIGNOS ESPAÑOLA» como una lengua más y que se proteja, enseñe, etc. en los centros de estudio, que se generalice la presencia de intérpretes de la «LENGUA DE SIGNOS ESPAÑOLA» en todos los centros de estudio, desde el parvulario hasta la universidad, así como en los diversos organismos públicos y poderes del Estado. Por supuesto, sus acciones cotidianas están impregnadas de aquello que algunos llaman «deuda histórica», sus dirigentes cada vez que abren la boca tratan de inducir a la compasión y presentan a la gente sorda como un «colectivo» marginado, ignorado, maltratatado, y un largo etc. Pues, saben que éstas son las llaves que conducen a abrir las puertas de subvenciones y ayudas diversas que les permitan crear una burocracia suficiente para colocar a sus familiares, allegados y amigos.

Los dirigentes de esta Confederación Estatal de Personas Sordas son los que convencieron años atrás a los gobernantes para que algunos programas de televisión incluyan una imagen de un intérprete de «LENGUA DE SIGNOS ESPAÑOLA» en la parte superior, derecha de los televisores.

Según los datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística, en España actualmente existen 1.230.000 personas sordas (alrededor del 2 por ciento de los españoles). De ellas, el 98% utiliza la lengua oral para comunicarse. Según el estudio del INE, apenas 27.300 personas emplean la lengua de signos, el 2%.

Me voy a permitir un paréntesis para indicar que el primer profesor de sordos, del que se tiene constancia, fue el matemático y pedagogo, judío español, Jacobo Rodríguez Pereira (nacido en Berlanga, Badajoz) en el siglo XVIII que acabó trasladándose a Francia para evitar ser perseguido por «herejía».

Bien, volvamos al siglo XXI. Hace unos días Naiara Larrakoetxea, presidente de la Confederación Estatal de Personas Sordas, hablaba en una entrevista de que una de las principales causas del fracaso escolar de los niños sordos es que se les niega el acceso a la lengua de signos y que, en esos momentos comienza la marginación social, cultural y laboral de las personas sordas. Por supuesto, ¡faltaría más! su discurso está en la dirección de quienes falazmente afirman una y otra vez que la lengua materna de los sordos es la lengua de signos, situando la lengua oral y escrita como segunda lengua. Y, en él también está implícita la idea de que privar a los niños sordos del aprendizaje de la lengua de signos conduce a mermarlos en su desarrollo personal y frenar e impedir que se socialicen adecuadamente.

Ni que decir tiene que el discurso de Naiara Larrakoetxea está impregnado de otra enorme falsedad, el embuste de que existe una Comunidad Sorda, un «colectivo» que participa de unos valores culturales y lingüísticos construidos en torno a la lengua de signos y a una concepción del mundo visual. Quienes como ella afirman tales tontadas, la Comunidad Sorda está integrada por personas sordas y oyentes, de cualquier condición personal y social, que comparten el mismo legado lingüístico y cultural.

Vamos, algo así como el discurso de los separatistas y nacionalistas de las diversas taifas hispánicas que reivindican la «imersión lingüística», la protección de «su lengua», la persecución de la lengua española, etc.

No es de extrañar que Naiara Larrakoetxea, presidente de la Confederación Estatal de Personas Sordas, hable de forma reiterada de discriminación sociolingüística, de persecución de la «cultura sorda», del «derecho de la infancia sorda a ser educada en su lengua», de la urgencia de que haya profesores sordos en los centros de estudio que puedan servir de «referente identitario y lingüístico» para los menores sordos…

La presidente de la Confederación Estatal de Personas Sordas, afirma sinsorgadas de tal calibre como que «Se deben respetar las opciones que escoja cada alumno, cada persona sorda toma sus propias decisiones y como tal deben ser respetadas… tener acceso a la lengua de signos desde la primera infancia es un seguro de vida. Cualquier comunicación plena que pretenda ser respetuosa con la legislación vigente y con los derechos de las personas sordas, debe contemplar la lengua de signos. Y efectivamente, existen a día de hoy muchos menores sordos/as que no conocen su lengua. Se está condicionando el desarrollo de las personas sordas que, llegado el momento, somos quienes sufrimos toda esta dejadez por parte de las instituciones.»

Ya digo, una cadena de despropósitos, de estupideces a cual de mayor magnitud que, nadie osa discutir y menos cuestionar.

Todo esto me trae a la memoria cuando la Junta de Extremadura y la Universidad de Extremadura se jactaron públicamente y se pavonearon en grado sumo, por haber logrado que una mujer extremeña estudiara Magisterio, con la presencia permanente de una intérprete de lengua de signos, llegando a plantear que se le diera empleo a la mujer sorda y se le colocara a su lado a un intérprete de lengua de signos para que le sirviera de intermediario entre ella -profesora de enseñanza primaria- y sus futuros alumnos… Vamos, como aquel al que se le ocurrió asar la manteca.

E, insisto, para que nadie se confunda: soy sordo.

Pero, entonces ¿Cuál es el camino a seguir con las personas sordas, o mejor dicho con la minoría de niños que nacen sordos o pierden la audición en los primero años de vida?

Pues, muy sencillo, tal como propone la Confederación Española de Familias de Personas Sordas-FIAPAS han de emprenderse todas las acciones necesarias para lograr la detección precoz de la sordera, con la intención de poder realizar, cuanto antes, la intervención audioprotésica y logopédica que cada niño sordo necesite en particular.

Debido a la especial insistencia de la Confederación Española de Familias de Personas Sordas, se fueron poniendo en marcha diversas iniciativas que culminaron, en 2003, con  la aprobación –por el Ministerio de Sanidad y Consumo y las Comunidades Autónomas– del Programa de Detección Precoz de la Sordera en toda España.

Que se sepa, el Programa de Detección Precoz de la Sordera carece de precedentes en Europa, ya que contempla las etapas posteriores al diagnóstico, o sea, la adaptación protésica y la intervención logopédica, así como la orientación familiar y el seguimiento individualizado de cada niño con sordera. A través de este abordaje global se facilita la adquisición natural y precoz del lenguaje oral, que es la clave del aprendizaje y, por tanto, elemento fundamental para el acceso al conocimiento. Sin embargo, para alcanzar este objetivo, es necesario que la intervención se realice de manera global e interdisciplinar, con la participación coordinada de todos los profesionales implicados: pediatras, otorrinos, audioprótesistas, logopedas, profesorado, etc.

La literatura científica más reciente señala al diagnóstico precoz de la sordera como elemento fundamental para definir el pronóstico educativo y de integración del niño sordo, ya que permite aprovechar el periodo considerado más crítico de desarrollo en los niños, en torno a los tres/cuatro años de edad, cuando la plasticidad cerebral es mayor y tiene lugar la adquisición de determinadas habilidades cognitivas y lingüísticas que, superadas estas edades, son difícilmente recuperables. Si bien es cierto que la detección y el diagnóstico precoz de la sordera cambian sustancialmente la perspectiva educativa y social para los niños y niñas sordos, no lo es menos que para que sean realmente efectivos deben ir seguidos de dos actuaciones igualmente determinantes:

• iniciar cuanto antes el tratamiento audioprotésico y logopédico más indicado en cada caso, facilitando el acceso temprano y natural al lenguaje oral, y

• ofrecer una atención global centrada en la persona con disminución auditiva y su familia, evitando las respuestas parceladas, descontextualizadas y descoordinadas, dando confianza y seguridad a los padres, reduciendo de esa manera su desorientación y su peregrinar, dando palos de ciegos.

Es importantísimo subrayar que el diagnóstico por sí sólo es estéril si no va seguido de la temprana y adecuada adaptación protésica. Y ésta es insuficiente si, paralelamente, no se lleva a cabo la atención temprana y la intervención logopédica especializada que el déficit auditivo de cada niño en particular requiera, individualizando el proceso de acuerdo con las necesidades del niño sordo y con sus circunstancias personales y familiares. Sólo así es posible que los niños sordos lleguen a interiorizar de forma natural y precoz, y en el momento evolutivo que les corresponde, los patrones fonológicos, los elementos lingüísticos y la estructura de la lengua oral, compartiendo con sus padres oyentes interacciones comunicativas normalizadas y espontáneas, a través de un mismo código, sin restricciones de contenido o de forma.

Hay que insistir especialmente en que es imprescindible aprovechar el periodo específico del desarrollo, puesto que es el momento en que se sientan las bases del desarrollo comunicativo y de la adquisición del lenguaje oral, así como de la maduración de la percepción auditiva y de todas las capacidades y habilidades que de ella se derivan y que inciden en los procesos de maduración neurológica. Se trata de un tiempo irrecuperable, en el que es necesario disponer de la información auditiva para el desarrollo del cerebro y para adquirir el lenguaje oral de una forma global y automática, ya que en este periodo quedan selladas las características morfológicas y funcionales de las áreas corticales del lenguaje.

Es por ello que existen enormes diferencias entre las personas sordas estimuladas tempranamente y las que han recibido atención de forma más tardía y/o inadecuada.

En definitiva, realizar el diagnóstico precoz de la sordera evita no sólo la desorientación de las familias, sino la pérdida de un tiempo precioso –y preciso– que, si no se aprovecha convenientemente, compromete seriamente el futuro de los niños con sordera, sus aprendizajes y sus posibilidades de integración social y laboral cuando la persona sorda llegue a la adultez.

El Programa de Detección Precoz de la Sordera prevé que, tras la detección y el diagnóstico, el tratamiento protésico y la atención temprana y logopédica se inicien en torno a los seis meses de vida y como muy tarde antes de que la persona sorda cumpla su primer año de vida, con la finalidad de reducir al máximo el tiempo de de privación auditiva en el desarrollo evolutivo del niño.  Se trata de evitar que la falta de audición tenga un efecto permanente sobre el desarrollo del niño y, más concretamente, sobre el desarrollo del lenguaje oral y de habilidades de aprendizaje y de comunicación que dependen de él.

En este plan de acción está implícita la idea de que todos los medios que se inviertan en esta etapa infantil se han de considerar rentabilizados al cien por cien cuando, en la edad adulta, nos encontremos con personas sordas, con disminución auditiva, autónomas e independientes, profesionalmente preparadas e incorporadas plenamente a la vida laboral y a su medio familiar y social.

Según datos de la Comisión para la Detección Precoz de la Hipoacusia, sabemos que el 80% de las sorderas infantiles están presentes en el momento del nacimiento y que, en España, anualmente, uno de cada mil niños nace con una sordera profunda bilateral y que cinco de cada mil recién nacidos padece una sordera de distinto tipo y grado. Lo cual supone que, de acuerdo con las actuales cifras de natalidad, cada año en España dos mil quinientas familias tienen un recién nacido con problemas de audición. De ellos, aproximadamente quinientos serán casos de sorderas profundas. También se sabe que:

• más del 95% de los niños y niñas sordos nacen en el seno de familias cuyos padres son «normo-oyentes», y

• más del 40% de la población infantil con sordera severa y profunda va a ser candidata a implante coclear.

Diversos estudios de opinión, realizados entre personas sordas y familiares de sordos llegan a la conclusión, por orden de importancia, de que los factores que contribuyen a la autonomía personal de las personas con sordera, son en primer lugar el dominio de la lengua oral y en segundo el uso de prótesis auditivas, requisitos ambos para poder adquirir una buena formación y un puesto de trabajo digno. En ningún estudios de los realizados se plantea la necesidad del aprendizaje de la lengua de signos como conditio sine qua non; por más que le desagrade a la presidente de Confederación Estatal de Personas Sordas, Naiara Larrakoetxea. Es más, cuando se ha priorizado la enseñanza de alguna lengua de signos, lo único que se ha conseguido ha sido que los niños sordos no progresen en el aprendizaje, se queden rezagados y acaban teniendo, como mínimo, un desfase de un par de años al finalizar su estancia en la enseñanza primaria, respecto de sus restantes compañeros.

Y, ¿Esto por qué ocurre? Pues, para empezar, ningún lenguaje de signos es una transcripción directa del lenguaje oral (ni del escrito). Los lenguajes de signos son de tipo «tarzanesco». Sí, aquello de «yo Tarzán y tu Jane…» un lenguaje muy pobre, precario, telegráfico, en el que no existen artículos, ni preposiciones, ni tiempos verbales; que no permite apenas expresar matices… y, no se olvide, pensar significa hablar uno consigo mismo, ponerle nombre a las situaciones, a los objetos, y para todo ello hay que ser capaz de construir oraciones gramatical y sintácticamente correctas; lo cual, con el lenguaje de señas, es imposible, pues conduce inevitablemente a un esquema de pensamiento pobrísimo que, evidentemente, lastra cualquier posibilidad de que los niños sordos progresen en el sistema de enseñanza, aparte de que, si los niños sordos no aprenden el lenguaje oral (para lo cual no están impedidos, salvo que tengan algún problema de fonación, alguna anomalía en las cuerdas vocales), difícilmente pueden comunicarse con los demás y menos ser capaces de leer y escribir en su lengua materna, que evidentemente no es el lenguaje de los signos…

La única manera de eliminar las barreras de acceso al aprendizaje y al conocimiento para las personas sordas es detectando lo más pronto posible a los niños sordos y procurando por todos los medios que aprendan el lenguaje oral cuanto antes.

Tras experiencias de años, décadas, tanto en España como en otros otros países, el modelo al que se debe aspirar en la enseñanza de personas con sordera, desde el inicio en la escuela infantil, es el de la escuela inclusiva, definida como aquella que ofrece la oportunidad educativa en un contexto de aula ordinaria, donde las diferencias y la diversidad entre el alumnado se aprovechan para el aprendizaje colectivo y  cooperativo, con una enseñanza personalizada que promueve el desarrollo educativo, social y la autonomía del alumno. Procurando, en lo posible, agrupar a niños sordos en determinados centros de estudio, para mejor rentabilizar medios humanos y materiales.

Los alumnos con sordera, puesto que están en contacto con otros compañeros de diferentes edades y con características parecidas, pueden identificarse con ellos, resolver conflictos internos, aceptar la sordera y todo lo que se deriva psicológicamente de la interacción entre iguales, garantizando un mejor esquema de autoestima y autoeficacia.

Por otra parte, en este tipo de centros, también las familias conocen a otras en su misma situación, con hijos sordos, las familias se conocen e intercambian experiencias y sentimientos, lo que contribuye a una mejor vivencia, comprensión y mayores perspectivas de futuro respecto a la situación de sus hijos. Otra ventaja del agrupamiento escolar es que favorece la adquisición de conocimientos y experiencia por parte del profesorado, sobre todo lo relacionado con la sordera y sobre su papel en la educación de este tipo de alumnado. Asimismo la escuela inclusiva, con niños sordos, facilita la inculcación de valores al resto de los alumnos normo-oyentes en cuanto a solidaridad, tolerancia y aceptación de quienes son diferentes, con todas sus particularidades.

Y, antes de terminar, no puedo desaprovechar la ocasión para indicar, una vez más, cómo ha de obrar un normo-oyente cuando tiene que «lidiar» con una persona sorda.

En estos tiempos en los que se ha puesto de moda confundir la expresión «oír» con «escuchar», pese a que la palabra «oír» es a la palabra «escuchar», como «ver» es a «mirar», y tras años y años de sordera, pues padezco disminución auditiva desde la adolescencia, y seguir, y seguir encontrándome a multitud de gente que no sabe cómo reaccionar, relacionarse con la gente sorda, lo cual dificulta más aún la comunicación a los sordos; vuelvo a retomar el «decálogo» acerca de cómo han de conducirse los «normoyentes» con quienes no oímos (pese a que escuchemos, pongamos toda la atención de la que somos capaces), así que, sin más preámbulos, ahí va:

Antes de iniciar la conversación

  • No le hables nunca sin que te esté mirando.
  • Llama su atención con un ligero toque o con una discreta señal antes de hablar. No olvides que, la persona sorda no tienen posibilidad de anticipar que alguien se le aproxima oyendo sus pasos.
  • Otra opción, para captar su atención, es avisar a la persona que tiene al lado para que le indique que pretendes hablar con él o ella.
  • Háblale de frente, para que pueda verte bien la boca; con la cara bien iluminada para facilitar la lectura labial y pueda captar la «comunicación no verbal».
  • Sitúate a su altura (si se trata de un niño, con mayor motivo).
  • Dentro de lo posible, reduce el ruido ambiente: baja el «volumen» de la radio o del televisor para lograr una mejor comunicación.

Durante la conversación

  • Mantén el contacto visual (si tienes gafas de sol, quítatelas, por favor). No te des la vuelta durante la conversación, ni bajes la cabeza, procura que la persona sorda te vea.
  • Mientras hables, no mantengas nada en los labios (un cigarrillo, un bolígrafo…), ni en la boca (un caramelo, goma de mascar…). Evita poner las manos delante de la boca.
  • Vocaliza bien, pero sin exagerar y sin gritar.
  • Habla de forma natural, vocalizando bien. No le hables deprisa, ni demasiado despacio.
  • Susurrar o gritar puede distorsionar los movimientos de tus labios, lo cual hará que a la persona sorda le sea difícil comprender tus palabras. De igual modo, si exageras los movimientos de tu boca será más difícil de entenderte que si hablas normalmente.
  • No hables de modo rudimentario o utilizando un argot o alguna clase de jerga. No intentes comunicarte con palabras sueltas.
  • Utiliza, a ser posible, oraciones completas, con sujeto, verbo y predicado.
  • Si no te entiende, repite el mensaje. Construye la frase de otra forma más sencilla, pero correcta, y con palabras de significado similar.
  • En caso de que sea necesario, complementa la comunicación, bien con gestos naturales que, le sirvan de apoyo, bien con alguna palabra escrita.
  • En conversaciones en grupo, para facilitar la integración de las personas sordas, es necesario respetar los turnos entre los interlocutores e indicar previamente quién va a intervenir.
  • Avisa a la persona sorda de qué asunto, de qué tema le vas a hablar, así le será más fácil seguir la conversación. Intenta no cambiar de tema repentinamente, sin previo aviso, sin hacer una pausa para indicar el cambio.

No des nunca por supuesto que, todas las personas sordas pueden leer los labios. Cada persona sorda es distinta, de manera que algunas pueden leer los labios, pero otras no.

Tampoco des por supuesto que la generalidad de las personas sordas utilizan la «lengua de signos» de forma natural, o algo semejante. Los sordos que utilizan lengua de signos son una pequeñísima minoría (apenas un dos por ciento).  Las personas con sordera profunda, o una pérdida de audición severa, pueden hablar y comunicarse de forma oral.

No te sorprendas por la franqueza de las personas sordas (o si encuentras a algún sordo «desconfiado»). Entre las personas sordas se valora especialmente la sinceridad. Es mucha la gente que se queda sorprendida por la franqueza de las personas sordas. No olvides que entre la gente sorda la sinceridad no es algo descortés, simplemente es necesaria y facilita la comunicación.

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Carlos Aurelio Caldito Aunión

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