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Tenemos un gran problema: la derecha española no posee brújula, tampoco ningún rumbo… y no tiene al frente un buen timonel. El «centrismo político», ni chicha ni limoná…

Carlos Aurelio Caldito Aunión.
Badajoz, Taifa del Suroeste, junto a “la Raya”, 39°12´ latitud ′Norte, 6°09′ longitud Oeste.

Imaginemos que un buen día Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal Conde deciden salir a navegar en un barco que les presta un amigo común. Deciden emprender su singladura desde Tarifa, provincia de Cádiz, cuyas coordenadas geográficas son 36 grados Norte, 5 grados y 34 minutos Oeste, embarcan en el velero, izan las velas, levan anclas y se hacen a la mar.
Llegado un determinado momento, cuando Alberto y Santiago menos lo esperan se desata una tormenta de viento, lluvia y remolinos tan furiosa y oscura, tan terrible y feroz, que el velero es virtualmente alzado en el aire y llevado mar adentro…

De repente, ambos hombres se dan cuenta de que han perdido el control sobre el barco y que la nave se está alejando inquietantemente de la costa; como ninguno de los dos fue suficientemente precavido, se hicieron a la mar sin apenas instrumental de clase alguna… al cabo de un rato acaban dándose cuenta de que desconocen el lugar adonde se dirige el barco llevado caprichosamente por la enorme tormenta y que tampoco saben qué demonios pueda sucederles. Temen por su vida, se sujetan al palo mayor del mástil como buenamente pueden. Cuando la tormenta empieza a calmarse, a pesar de que el cielo no se despeja, se dan cuenta, después de mirar para todos los lados que lo único que se ve es agua. La costa ha desaparecido. Inevitablemente, Santiago y Alberto acaban reconociendo que están perdidos porque la tormenta los ha dejado a la deriva.

El barco está sano, no ha sufrido desperfectos, la vela está entera, el motor del barco funciona, pero ninguno de los dos tiene ni la más remota idea de a dónde los ha llevado la tormenta.
Entonces, quizá arrebatados por la falsa fe que a veces nos rapta en momentos desesperados, Feijóo y Abascal se hincan de rodillas y empiezan a rezar. No rezan porque sean devotos creyentes, sino llevados por el miedo, por desesperación. Se acuerda de lo que les enseñaron cuando iban a la catequesis y se preparaban para hacer la primera comunión… y acaban gritando ambos:

“¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Estamos perdidos! ¡Dios mío, ayúdanos, no sabemos dónde estamos!”.

Y,… de repente, el cielo se abre y un rayo de sol desciende sobre el velero y se oye una voz que dice: “¿Qué sucede?”.

Santiago y Alberto se muestran sorprendidísimos… están asistiendo a un milagro que les está sucediendo precisamente a ellos; fuera como fuera, lo mismo era producto de su imaginación…, lo cierto es que están viendo es un milagro. Ambos, al unísono contestan compungidos: “Estamos perdidos. La tormenta nos ha llevado mar adentro. Y… Ahora no sabemos dónde estamos”.

Entonces la voz les dice: “Estáis a 37 grados latitud Norte y 6 grados longitud Oeste, respecto del Meridiano de Greenwich”.

“¡Gracias, Dios mío!”, contestan Alberto y Santiago, sin dudarlo…
El cielo se cierra. Los dos hombres se miran el uno al otro, miran para todos lados y exclaman de nuevo: “¡Estamos perdidos! ¡Estamos perdidos! ¡Seguimos estando perdidos!”.

Y se vuelve a abrir el cielo: “¿Qué ocurre ahora?”.

“Nos acabamos de dar cuenta de que, para evitar estar perdido, no nos sirve de nada saber dónde estamos. Lo que necesitamos saber es hacia dónde tenemos que ir, a dónde dirigirnos”.

Entonces la voz responde: “A Tarifa, provincia de Cádiz”.

“No, no, no, pero es que no sabemos dónde está el lugar adonde tenemos que ir”, responde Abascal que parece estar menos atemorizado…

La voz precisa: “las coordenadas geográficas de Tarifa, provincia de Cádiz, son 36 grados Norte, 5 grados y 34 minutos Oeste “.

“No, no. Dios mío, seguimos estando perdidos, muy perdidos”, ésta vez quien interviene es Feijóo.

La voz celestial, que ya empieza a estar un tanto harta, pregunta de nuevo: “¿Qué pasa?”.
“Para dejar de estar perdidos, lo que necesitamos saber es el camino que va desde donde estamos hasta donde pretendemos ir”, responde Abascal. “

¡Uf!”, resopla la voz desde las alturas.

Entonces sucede un milagro más en este cuento. Cae sobre la embarcación un pergamino enrollado con una cinta color verde-esperanza. Rápidamente, Alberto y Santiago lo desenrollan, lo extienden y comprueban que contiene en su interior un mapa. Arriba, a la izquierda hay una lucecita roja que se enciende y se apaga, y dice: “Usted está aquí”. Abajo a la izquierda hay un punto marrón que dice: “Tarifa, Cádiz”. Y entre ambos puntos se puede ver un camino marcado fosforescente, a ratos verde, a ratos azul…

Ambos hincan de nuevo las rodillas y dan las gracias y agradecen el milagro… Levantan el ancla, extienden la vela, colocan el mapa delante del timón, muy esperanzados… encienden el motor… miran nuevamente ambos para todos lados, dudan, consultan el mapa… y finalmente, ambos en postura genuflexa vuelven a gritar:

“¡Estamos perdidos! ¡Estamos perdidos! ¡Estamos perdidos!”.

Así termina esta historia.

Esas últimas palabras de Feijóo y Abascal, tanto monta, monta tanto… demuestran que, aunque uno sepa dónde está y pretenda saber a dónde va, incluso cuando sepa cuál es el camino que va desde donde está hasta donde tiene que ir, si no conoce la dirección y no sabe el “hacia dónde”, seguirá estando perdido de todas maneras. Saber cuál es tu meta no te libra de que no estés perdido.
¡Hace falta saber el rumbo para no estar perdido! Para lo cual se necesita una brújula…
El rumbo es una cosa, el camino es otra, y la meta, los objetivos también son cuestiones diferentes.

¿Hacia dónde hay que ir?

Solo cuando se está bien orientado, si no se está perdido, cuando uno está en la buena dirección y se posee un rumbo, se puede tener la certeza de estar en el camino correcto. Y otra cuestión ¿Cómo voy a cambiar a mejor, a prosperar, a progresar en el mejor sentido de la palabra, si vivo limitado a lo que conozco, por miedo a perderme, extraviarme?
Pues vayamos a lo primero, para saber dónde estamos necesitamos conocer nuestra propia historia, y, por supuesto, no renegar de ella, o falsearla, o tratar de instalar en la gente falsos recuerdos… Después, toca hacer un buen diagnóstico, racional, coherente <en el sentido aristotélico de la expresión, en el sentido de que algo no puede ser y no ser al mismo tiempo, ser una cosa y la contraria> sin despegarse de la realidad; es la única manera de encarar los problemas, para lo cual es necesario voluntad y determinación, pues los que no desean solucionar problemas buscan pretextos y justificaciones, o crean observatorios, con muchos “asesores” que elaboran sesudos informes, se suben a la atalaya y nos cuentan que están muy preocupados… y que apuestan por tal o cual cosa. Nunca dicen qué dinero es el que apuestan, aunque a estas alturas toda la gente sabe que el único dinero que apuestan no es el suyo sino el de los demás.
Evidentemente, tras haber hecho un buen diagnóstico de la realidad, llega el momento de buscar soluciones, también lógicas, coherentes, pues por ejemplo, si algo es bueno, no puede ser bueno y malo a la vez, bueno para unos y malo para otros…

Por supuesto: no existen soluciones mágicas, y además todas las soluciones cuestan dinero.
Seguir la dinámica que vengo exponiendo implica diseñar un camino a seguir, que tenga sentido, de forma sensata, que no sea un disparate <aunque sean muchos los que se contentan cuando les cuentan disparates> que, esté bien orientado, que tenga asideros a los que agarrarse, que estén bien definidas las metas, los objetivos a alcanzar, y finalmente que dispongamos de “rumbo”, de una buena brújula.


Bien, llevemos todo esto a la actual situación por la que atraviesa España:
En la Españal actual, en la que una grandísima mayoría de españoles es estatista y su mayor deseo es que las divesas administraciones les solucionen la vida y los hagan felices, hemos llegado a tal extremo que, poca gente se atreve a decir abiertamente que no es una persona “de izquierdas”… Poca gente se atreve a decir “Sí, yo soy de derechas”. Raro es el grupo político que no se hace llamar “progresista” y que no utiliza un lenguaje “progre”, llevado por el miedo –pánico- de ser tildado de reaccionario, facha, franquista… inmoral al fin y al cabo.

Son muchos los españoles que optan por afirman que no son ni de derechas ni de izquierdas, que ellos son «centristas», y adoptan una postura intermedia y conciliadora, para ellos, ubicarse en el centro es ser «moderado» y estar en una posición equilibrada y razonable, frente a cualquier clase de «radicalismo» o «extremismo» que, se supone que son malas opciones. Quienes así dicen pensar, consideran que su posición intermedia es la óptima, la postura equilibrada, la única postura justa, realista y equitativa, y que cualquier otra cosa es extremismo desequilibrado. 

Los que dicen que son centristas afirman que participan de un cóctel ideológico perfecto, con los ingredientes-ideas adecuados, lo mejor de las otras ideologías, de manera que llegado el momento de una negociación, poder llegar a un «punto intermedio»… el centrismo, según ellos, es lograr una buena mezcla de seguridad y libertad, de socialismo y capitalismo, o de colectivismo e individualismo,… Quienes se sitúan en el centro están convencidos (o al menos así lo afirman) de que poseen la fórmula adecuada, mientras que aquellos con puntos de vista diferentes están equivocados.

Hasta tal punto hemos llegado que, muchos conservadores, liberalconservadores, demócratacristianos, etc. afirman que están en contra del socialismo -en sus diversas formas- y no se dan cuenta de que muchas de sus opiniones se basan en el socialismo. Estamos hablando de mezclar veneno con alimentos, en la idea de que ese «equilibrio» es lo más saludable. A ningún ingeniero aeronáutico se le ocurriría afirmar que su tarea es logra un «equilibrio», un punto intermedio entre los aviones que funcionan perfectamente y los que tienen defectos y acaban cayéndose del cielo… Tampoco nos parecería aceptable que las autoridades promovieran «una combinación saludable», intermedia entre llevar a los criminales ante la justicia y permitirles hacer lo que quieran. ¿O tal vez sí?

Es absolutamente inaceptable considerar que existe un porcentaje de crímenes violentos «apropiado», óptimo, en una sociedad decente, civilizada, lo mismo que si hablamos del fraude, de la corrupción y una larga lista de actos delictivos. Nada que sea reprobable puede considerarse «ingrediente de calidad» en una comunidad sensata, racional. Incluso aunque haya leyes que lo legitimen y haya partidos que lo hayan incorporado a sus programas electorales. En momentos como los actuales, en España, las leyes vigentes no son el mejor referente de lo que es justo y moralmente admisible. Tener tal actitud es el resultado de haber incorporado a nuestro esquema de pensamiento y de acción justificaciones tóxicas y malignas, en el convencimiento de que en ese «centro» del que venimos hablando está la virtud y que pensar y actuar de otra manera es ser extremista.

¿Tendrán Feijóo y Abascal en algún momento la valentía, y la decencia, necesarias para dar el golpe de timón que España necesita? Para ello es imprescindible construir una nueva nave, refundar la derecha, unificarla en un sólo bloque, incorporando a gente decente, especialmente a buenos gestores, de probada exitosa experiencia en la gestión de dineros ajenos, que sin duda no están ni en el PP ni en VOX, gente que tenga afán de servicio -en vez de intenciones de servirse de los españoles- y esa gente está en la empresa privada y entre profesionales liberales; hablo de gente que no desea hacer carrera de la política, gente bien preparada y no analfabetos funcionales, mediocres y malvados como los que integran todos los partidos políticos, salvo honrosas excepciones..

Si no es así, si Feijoo y Abascal no emprende la unificación, la refundación de la derecha y no ponen al frente a gente decente, otra vez los españoles serán engañados, estafados, por enésima vez.

Para saber más les recomiendo la lectura de mi libro: «ESPAÑA SAQUEADA: POR QUÉ Y CÓMO HEMOS LLEGADO HASTA AQUÍ… Y FORMA DE REMEDIARLO».

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Carlos Aurelio Caldito Aunión

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