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¿Tiene remedio la España putrefacta, encanallada, a la que nos han conducido los capos de los cárteles mafiosos que nos malgobiernan?

CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN

¿Acabarán algún día las detenciones de políticos de los dos partidos que se han alternado en el poder en España en los últimos cuarenta y tantos años? ¿Es España un país especialmente corrupto; tenemos los gobernantes que nos merecemos, son todos los políticos unos golfos… acaso hemos cometido algún pecado por el que tengamos que purgar, o tal vez nuestros ancestros?

Diversos estudios realizados en la última década llegan a la conclusión, desalentadora sin duda, de que alrededor del 40% de los jóvenes considera que mentir, hacer trampas, en definitiva no ser honrado es correcto, y además necesario para tener éxito en la vida… Por increíble que parezca, según esos mismos estudios, ocho de cada diez adolescentes encuestados consideran que están recibiendo una formación en valores éticos adecuada para su futura incorporación al mercado profesional e integración social. Y el 54% de los adolescentes consultados cita a sus padres como los principales modelos a seguir, mientras que el resto de encuestados cita a amigos e incluso afirman no tener ningún modelo de referencia.

Desde pequeños, los adultos nos enseñan que lo correcto, lo moralmente aceptable es ser bueno, no mentir, no hacer trampas, no hacerle daño al vecino, y nos enseñan que para conseguir lo mejor para uno mismo no es necesario molestar a otros, incordiarlos, o causarles algún mal. Y al mismo tiempo, también, nos enseñan que ser bueno, justo, honrado es cosa de tontos, y que quien se comporta de forma honrada suele pasarlo mal, y acaba trayéndole malas consecuencias, etc. Enseguida los niños empiezan a darse cuenta que en el mundo real los que triunfan no son, desgraciadamente, los buenos, muy al contrario. Y además, también se dan cuenta de que las personas que no tienen un buen comportamiento, acaban saliendo airosos y no reciben ningún castigo.
En fin, se recolecta lo que se siembra:
En la actual España, la de la corrupción por doquier, hemos llegado a un grado tal de encanallamiento, de perversión, que son muchos (si no legión) quienes consideran que hay corrupciones malas, corrupciones regulares, y hasta corrupciones “buenas”. Es realmente triste que haya personas que consideren que las prácticas corruptas son daños o males relativamente “soportables” y lleguen a disculpar las acciones de gente canalla, bandidos, delincuentes, fundamentalmente por estar esas formas de actuación más o menos extendidas, y ya el colmo de los colmos por ser practicadas por “gente de los nuestros”.
Sí, hay gente que no es corrupta, o no lo es más aún, porque no se entrena lo suficiente, o no se siente capaz por cobardía, y no porque considere que es éticamente reprobable, detestable.
Estoy hablando de quienes dicen cosas tales como: “bueno, bueno,… tú es que eres un exagerado, un extremista,… no se puede ser tan rotundo.”
¿No hay que ser “rotundo” al hablar de compromisos éticos, de comportamientos moralmente aceptables?
Habrá quienes digan que eso es casi imposible en la actual sociedad, e incompatible con la forma de vida contemporánea… Habrá quienes digan que vivir en sociedad implica ciertos compromisos y deberes que pocas personas pueden rehuir, y que todos estamos obligados a cumplir, y que, en ocasiones no queda otro remedio que recurrir a la mentira, al engaño, al fraude, al robo, a la malversación de fondos públicos o privados, a perjudicar al prójimo, a tomar decisiones injustas para salvar nuestro prestigio, o lograr salir con éxito de una situación crítica, desesperada.
Si una persona es educada en “la virtud”, en el pensamiento racional, el conocimiento de lo que es correcto; inevitablemente tiene que acabar actuando bien, pues “no le queda otra opción”, pues si conoce qué es lo correcto no puede elegir lo incorrecto, dejándose llevar por el capricho y el deseo.
Y, evidentemente, si uno actúa de forma justa, correcta, su actuación le tiene que llevar a ser feliz, a sentirse a gusto consigo mismo, a disfrutar de la alegría de hacer lo correcto,
Cuando un ser humano ha averiguado que una alternativa es buena y la otra, mala, ya no puede tener justificación alguna para elegir una mezcla. No puede haber justificación para elegir alguna porción de aquello que sabe que es malo. En la moralidad, lo  malo es, predominantemente, el resultado de pretender que uno mismo es meramente “gris”, que no es ni blanco ni negro. El hecho de que diez (o diez millones) hayan realizado una elección equivocada no implica que también el decimoprimero deba inevitablemente errar; no implica nada, ni prueba nada, en relación con un individuo dado. El hecho de que la mayoría de la gente sea moralmente “gris” no invalida la necesidad de moral que tiene el ser humano ni la necesidad de “blancura” moral; por el contrario, hace esta necesidad más imperiosa.
Aceptar de forma resignada la idea de que “los humanos son incapaces de ser totalmente buenos o totalmente malos” es al fin y al cabo lo mismo que decir: “no estoy dispuesto a ser totalmente bueno y, por favor, no me considere totalmente malo”. Esta forma de creencia es una negación de la moralidad, que buscan no la “amoralidad” o ausencia de moralidad, sino algo más profundamente irracional: una moralidad no absoluta, fluida, elástica, “a mitad de camino” que preserve las “ventajas” que –según sus partidarios- les reporta hacer el bien y hacer el mal, según les convenga. Evidentemente, esta forma de “moralidad” es resultado de la bancarrota intelectual a la que nos ha conducido el irracionalismo, un vacío moral en la ética que inevitablemente acaba estando presente en la política, en la economía y, cómo no, repercutiendo en las relaciones interpersonales.
Todo ello es el lógico y perverso resultado de una guerra amoral de grupos de presión carentes de principios, de valores o de toda referencia con la justicia, una guerra cuya arma final es el poder de la fuerza bruta.
Los humanos somos capaces de pensar, de razonar, de ser “animales racionales” (lo cual no implica que todo acto, toda acción humana sea racional, por el simple hecho de provenir de un humano…) pero para actuar racionalmente debemos hacerlo optando por ello, moviendo nuestra voluntad. Cuando un ser humano mueve su raciocinio, pone en funcionamiento su capacidad de pensar, acaba llegando a la conclusión de que para sacar el máximo provecho a sus acciones (cosa legítima por supuesto) no hace falta hacerle daño a nadie, acaba llegando a la conclusión de que lo mejor es ser “buena persona”, acaba concluyendo que lo más práctico es la bondad, no porque vayamos a ser recompensados en un futuro, en el más allá, o porque podamos ser castigados por un ser superior…  No, sencillamente porque es lo mejor para uno mismo y para los demás, de los cuales, para bien y parar mal estamos necesitados…
Justificar determinadas formas de corrupción, decir que las hay “soportables” es entrar en el terreno del “todo vale”, del “todas las opciones son igualmente respetables…”, no hay “absolutos” ni verdades universales. Es una invitación a la inmoralidad y al caos…

¡Pues sí, hablemos de la maldita corrupción!
Raro es el estudio de opinión en el que se le pregunte a los españoles cuáles son los problemas que más les preocupan y que son más urgentes de hincárseles el diente, en el que los encuestados no respondan que la corrupción.
El sistema político español está perfectamente diseñado, de tal manera que la capacidad de decisión de los políticos, su posibilidad de decidir de forma arbitraria, caprichosa, sean de tal magnitud que corromperse, más que una consecuencia sea su resultado más lógico.
La corrupción en España se manifiesta de varias formas, tres en concreto:
– la corrupción que tiene relación con asuntos urbanísticos, de recalificación de terrenos;
– la corrupción relacionada con contratos de bienes y servicios por parte de las diversas administraciones;
– y la corrupción ocasionada por los diversos subsidios y subvenciones.

En el asunto de las recalificaciones, como bien se sabe, la clave está en que hay autoridades, generalmente municipales que poseen la capacidad de alterar el valor de los terrenos que recalifican, y por lo tanto la posibilidad de hacerse ricos, o favorecer a familiares y amigos.
Por otro lado, al existir multitud de oficinas públicas con capacidad de contratar bienes y servicios, también son enormes las posibilidades de adjudicaciones millonarias y milmillonarias, con las consiguientes comisiones o mordidas, también supermillonarias, a cambio del trato de favor, monopolístico que se les concede a “empresarios patriotas”, o de la cuerda del partido gobernante, sea cual sea el territorio e independientemente de los oligarcas y caciques que campen por sus fueros allí donde esté ubicada la oficina de contratación de bienes y servicios.
Luego, como tercera forma de corrupción, están los diversos subsidios y subvenciones, que fomentan la obediencia debida, el clientelismo, los estómagos agradecidos, respecto del político que, va repartiendo favores y regalitos.
Cuando se habla de todo ello la gente se indigna, grita, vocifera, pues cae en la cuenta de que, así, de ese modo los manirrotos y despilfarradores que nos mal-gobiernan originan un déficit continuo que acaba repercutiendo en el bolsillo del común de los mortales, e hipotecando el futuro de nuestros hijos, pero esa indignación suele durar poco. Desaparece cuando a uno lo tientan y acaba siendo agraciado con alguna de esas formas de corrupción. Y así hasta que los medios de información vuelven a airear algún caso “Gúrtel”, o “papeles de Panamá”, o ERES en Andalucía…
España, aparte de caos e indigencia intelectual, está gravemente afectada por los mediocres y los malvados que han acabado ocupando todos los resortes del poder, los golfos y gánsteres que están presentes en todas las instituciones, desde los municipios hasta el gobierno de la nación.

La corrupción impone su presencia y se deja sentir, ¡Y de qué manera!, en los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, y por supuesto, en la prolongación de estos: los medios de información y creadores de opinión. Y hasta en las universidades.
La corrupción aparece cada vez más como el gran caballo de Troya de la democracia, que desprestigia a políticos y partidos por igual, tanto los más nuevos como los menos nuevos. A ello se suma la constatación permanente de que muchos políticos viven en una realidad tan distante a la de la ciudadanía, que les resulta imposible aterrizar y palpar la realidad en la que vive la mayoría de la población. Entre la gente, la percepción más extendida es la de que quienes gobiernan, lo hacen para una minoría, cada día que pasa existe un mayor descontento hacia las élites y el poder político, que inevitablemente conduce a un mayor rechazo hacia la democracia representativa.

Aunque la presión del entorno, de lo política y socialmente correcto sean muy intensas, si las personas han adquirido desde muy temprana edad el hábito de no mentir, de no trampear, de no robar, de no hacerle la puñeta al prójimo, y lo han instalado en su esquema de pensamiento y acción como un valor moral sólido, y se ve reforzado y confirmado en la adolescencia, es bastante probable que perdure en la juventud y en la adultez.
¿Pero, entonces es inevitable dejarse arrastrar por el embuste, el engaño, la simulación, la hipocresía, el fraude y otras formas de inmoralidad y de corrupción?
Somos muchos los que pensamos que no, que la corrupción no es algo imposible de evitar, para lo cual es imprescindible aprender a ser fuertes psicológica y materialmente, independientes y autosuficientes hasta donde sea posible. Para ello debemos optar por la sinceridad, ejercitarnos en ella, y por supuesto tener la valentía de afrontar la realidad diaria con humildad, sin engaños de clase alguna.
Es posible que siempre siga habiendo hombres “grises” pero eso no implica que inevitablemente deba seguir habiendo principios morales “grises”. La Moral (sí, con mayúsculas) debe ser un código de negro y blanco, elegir entre maldad y bondad.

Y cuando alguien intenta tolerar o admitir una cuestión que va contra los propios principios, a fin de lograr el tan manoseado y cacareado “consenso”, es obvio cuál de las partes inevitablemente acabará perdiendo y cuál, también de forma inevitable, ganará.

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Carlos Aurelio Caldito Aunión

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