«Todo buen español debería mear siempre mirando a Inglaterra»… ¡Gibraltar español!
CAROLUS AURELIUS CALIDUS UNIONIS
Viene a cuento recordar que ese Gibraltar que los futbolistas españoles, que han ganado recientemente la Copa de Europa de Selecciones nacionales, han reivindicado y subrayado que es ESPAÑOL, es el mismo que el 9 de diciembre de 1967, la XXII Asamblea General de la ONU le solicitó al Imperio británico que lo descolonizara ¡antes del 1 de octubre de 1969!, en la Resolución 2353 de Naciones Unidas
Como es de suponer, la mayoría de los españoles saben que en la celebración de la consecución de la copa de Europa de Selecciones Nacionales de Fútbol, ganada recientemente por la Selección Española, varios futbolistas, jaleados por Álvaro Morata y Rodrigo Hernández corearon «Gibraltar Español», eslogan que fue requeterrepetido por los demás miembros de la Selección y por el público asistente… y acabó siendo un clamor en toda España; con el consiguiente enfado de los ingleses y especialmente de los gibraltareños… El colmo de los colmos es que la UEFA (Federación Europea de Fútbol) pretende «abrir un expediente» a los jugadores de fútbol españoles con la intención de sancionarlos… A partir de ahora, cuando los españoles orinen deberán, también, hacerlo mirando hacia la sede de la UEFA, situada en Nyon, Suiza y proferir improperios hacia su presidente, Aleksander Čeferin; además de como proponía Blas de Lezo, tras su victoria sobre el ejército inglés en la defensa de Cartagena de Indias a mediados del siglo XVIII, durante el reinado de Felipe V de Borbón… mear mirando hacia Inglaterra.
Blas de Lezo fue el brillante estratega que derrotó a una flota inglesa de 186 barcos , con 23.600 hombres entre soldados y marineros, … los defensores españoles sólo contaban con seis navíos y 1.905 hombres; pero hablemos de Gibraltar que por supuesto, es español aunque quienes dicen ser progresistas, de izquierdas, etc. afirmen lo contrario y caigan en la incoherencia, como acostumbran, de exigir la descolonización de los territorios que aún siguen siendo colonias de algún imperio ya desaparecido o casi, pero claro, para ellos, como en todo, hay colonias y colonias, territorios ocupados, o no, según les convenga y si son o no de su cuerda…
Aunque ya no se enseña en los centros de estudio, por orden expresa de la izquierda, Gibraltar fue ocupado por los ingleses en los tiempos de Felipe V, o mejor dicho mediante el «Tratado de Utrecht» -firmado en 1713- a través del cual se pretendía poner fin a la guerra de sucesión española; en el tratado los representantes de España se vieron obligados a hacer concesiones como ceder Gibraltar y la Isla de Menorca a los ingleses, además de amplias ventajas comerciales en el imperio español de las Indias, rompiéndose de ese modo el monopolio que hasta entonces había mantenido España con América.
“Artículo X. El Rey Católico, por sí y por sus herederos y sucesores, cede por este Tratado a la Corona de la Gran Bretaña la plena y entera propiedad de la ciudad y castillo de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortalezas que le pertenecen, dando la dicha propiedad absolutamente para que la tenga y goce con entero derecho y para siempre, sin excepción ni impedimento alguno. Pero, para evitar cualquiera abusos y fraudes en la introducción de las mercaderías, quiere el Rey Católico, y supone que así se ha de entender, que la dicha propiedad se ceda a la Gran Bretaña sin jurisdicción alguna territorial y sin comunicación alguna abierta con el país circunvecino por parte de tierra. Y como la comunicación por mar con la costa de España no puede estar abierta y segura en todos los tiempos, y de aquí puede resultar que los soldados de la guarnición de Gibraltar y los vecinos de aquella ciudad se ven reducidos a grandes angustias, siendo la mente del Rey Católico sólo impedir, como queda dicho más arriba, la introducción fraudulenta de mercaderías por la vía de tierra, se ha acordado que en estos casos se pueda comprar a dinero de contado en tierra de España circunvecina la provisión y demás cosas necesarias para el uso de las tropas del presidio, de los vecinos u de las naves surtas en el puerto. Pero si se aprehendieran algunas mercaderías introducidas por Gibraltar, ya para permuta de víveres o ya para otro fin, se adjudicarían al fisco, y presentada queja de esta contravención del presente Tratado serán castigados severamente los culpados…
“Si en algún tiempo a la Corona de la Gran Bretaña le pareciere conveniente dar, vender, enajenar de cualquier modo la propiedad de la dicha Ciudad de Gibraltar, se ha convenido y concordado por este Tratado que se dará a la Corona de España la primera acción antes que a otros para redimirla.”
Cuando Gran Bretaña se apropió de Gibraltar también se comprometió a la retrocesión a España en caso de que se produjera algún cambio del régimen pactado. Según esta cláusula, España ya hace mucho tiempo que ha recuperado su derecho a reintegrar Gibraltar al territorio nacional, y más si tenemos en cuenta que el Reino Unido cambió el estatuto de Gibraltar tras un referéndum realizado en 2002 y una «Orden Constitucional» de 2006.
En resumidas cuentas, la cesión de Gibraltar hecha por España a Gran Bretaña en 1713 nunca significó un traspaso de soberanía plena pues, el Reino Unido no puede disponer como quiera de esa posesión, sólo se produjo una transmisión del derecho de uso del territorio con condiciones muy concretas; condiciones que los ingleses han incumplido en múltiples ocasiones: el Reino Unido ocupa la zona del istmo cuando el Tratado de Utrecht no le concede la posibilidad de apropiárselo; en segundo lugar, el Tratado de Utrecht no permitía la apertura de la valla, a pesar de que diversos gobiernos españoles lo hayan consentido; y la tercera cuestión que contraviene el Tratado de Utrecht es la concesión por parte del Reino Unido de un estatuto de autogobierno a los gibraltareños, en 2006… por lo tanto, los diversos incumplimiento por parte de Inglaterra han conducido a que España haya recuperado los derechos soberanos de origen sobre el territorio cedido y obviamente, los ingleses deberían proceder a devolver Gibraltar. Los derechos de Inglaterra sobre el peñón han caducado, según el Tratado de Utrecht y el derecho internacional.
Durante la etapa franquista España mantuvo aislado a Gibraltar (tal como determina el Tratado de Utrecht), situación que se continuó hasta el año 1985 en que esa política cambió con el doble fin de desarrollar el conjunto de la región vecina e intentar atraer a los gibraltareños a posiciones más favorables a España. Esto se hizo en el contexto de la incorporación en las instituciones europeas, como se verifica en el Canje de Notas entre España y el Reino Unido con ocasión de nuestra adhesión a la Comunidad Europea, que se refiere explícitamente al “proceso negociador bilateral”. Sin embargo, los sucesivos pasos para facilitar los intercambios no han dado lugar con el tiempo a avances significativos hacia el objetivo español de recuperar el territorio. Más bien al contrario, aprovechando el fin del aislamiento, el Reino Unido ha potenciado la creación de un espacio de servicios internacionales en la Roca, en contra de la letra y el espíritu del Tratado de Utrecht. En ese plan a medio plazo de convertir a Gibraltar en un centro de negocios, la aplicación del Derecho Comunitario en Gibraltar (aunque no es territorio comunitario ni está sometido al espacio Schengen) sirve al menos para evitar la tendencia británica y gibraltareña a crear un limbo jurídico donde hubieran podido ampararse actividades dudosas. Hay que recordar que solo en 2013 el Reino Unido ha aceptado actuar realmente contra paraísos fiscales que son parte de su territorio, como la Isla de Man, Guernsey y Jersey, a través de “acuerdos” con esas entidades. La Declaración número 55 al Tratado de Lisboa de 2007 confirma la responsabilidad del Reino Unido a ese respecto: “Los Tratados se aplicarán a Gibraltar como territorio europeo cuyas relaciones exteriores asume un Estado miembro. Ello no supone modificación alguna de las respectivas posiciones de los Estados miembros de que se trata.” La exigencia de aplicación del Derecho Comunitario fue confirmada por sucesivas sentencias del Tribunal de Justicia de Luxemburgo que obligaban al Reino Unido a acatar sus normas en Gibraltar, por ejemplo, sobre información bancaria o el impuesto de sociedades. En suma, la comunicación con la región circundante es una tendencia comenzada en 1985 que fue reforzada desde los acuerdos de Córdoba de 2006. Sin embargo, la facilitación de la cooperación transfronteriza ha sufrido reveses por chocar con cuestiones de fondo, en concreto desde 2010 por disputas sobre el territorio… los objetivos últimos de España no se han visto alcanzados.
La decisión española de terminar el aislamiento por tierra de Gibraltar pretendía sobre todo avanzar en las negociaciones sobre la retrocesión. Pero esta idea nunca progresó pues, el Reino Unido ha tutelado el reforzamiento de la economía de Gibraltar y al mismo tiempo ha dado a la ciudad un estatuto político autónomo reforzado.
Frente a esta realidad, España podría perfectamente cerrar la frontera en el futuro en aplicación del Tratado de Utrecht u otras razones (incluso los países del espacio Schengen se reservan ese derecho en casos especiales). Si el fin último para acabar el aislamiento previsto en Utrecht era fomentar la retrocesión y, en lugar de ese propósito, la consecuencia ha sido un reforzamiento de la entidad política y económica de Gibraltar, desde un punto de vista español parece lógico volver a la situación anterior.
El Reino Unido ha intentado cambiar el estatuto jurídico de la colonia en dos momentos fundamentales, entre los cuales se han producido tres fases negociadoras. El primer intento de cambio de régimen tuvo lugar en la década de 1960, cuando se buscó la descolonización al amparo de Naciones Unidas. Pero frente a la consulta organizada en 1967, en la que los gibraltareños respaldaron en su gran mayoría la independencia, Naciones Unidas entendió que el referéndum contravenía peticiones anteriores de la ONU y que no se habían tenido suficientemente en cuenta los derechos de España, por lo que instaba a la continuación de las negociaciones de los dos países (este es el contenido de la importante resolución de la Asamblea General 2353 de 1967). Claramente, las Naciones Unidas entendían que Gibraltar no era un caso de descolonización sino un derecho adquirido por el Reino Unido a través de tratado. Al no poder lograr una independencia internacionalmente reconocida, se redactó una Orden Constitucional el 23 de mayo de 1969, que continuaba el estatuto de Gibraltar como Crown Colony, pero con una cierta autonomía en los asuntos domésticos, mientras que cuestiones clave como la defensa y las relaciones exteriores quedaban en manos del Reino Unido. Se trata de una constitución otorgada, es decir, no es un texto redactado de manera democrática sino ofrecido por el gobierno del Reino Unido a la colonia. En el preámbulo de esa constitución se contiene el famoso compromiso unilateral de respetar la voluntad de los gibraltareños, que afecta a la tercera condición del Tratado de Utrecht….
El Reino Unido no puede de manera unilateral desentenderse de su compromiso con España que se refiere a la cesión territorial y al derecho de retrocesión. En cualquier caso, el texto no se refiere tanto a la soberanía territorial (que no posee el Reino Unido) sino al vínculo de soberanía personal y nacionalidad que une al Reino Unido con el pueblo de Gibraltar. Al comienzo del mismo párrafo se dice que Gibraltar is part of Her Majesty’s dominions, lo que apunta a la propiedad cedida y no a la soberanía territorial.
Durante décadas, la razón fundamental del Reino Unido para no llevar a cabo negociaciones con España sobre Gibraltar fue que nuestro país estaba regido por una dictadura. Tras la muerte del General Franco, la activa participación española en las instituciones occidentales, que transformaron a nuestro país en un socio fiable en pie de igualdad con el resto, no produjo sin embargo avances sensibles en la solución de la controversia sobre Gibraltar. En Inglaterra existe una actitud de una aparente negociación que esconde ausencia de voluntad británica de devolver el peñón. Mientras esto sucede, Gran Bretaña mantiene la idea, contraria al Tratado de Utrecht, de que la última palabra sobre la «retrocesión a España» la tienen los habitantes de Gibraltar. Los británicos, abanderados de la democracia siempre en casa ajena, incumplen las resoluciones de la Asamblea General de la ONU de forma sistemática desde hace más de medio siglo y se niegan a negociar con España, aunque algunas veces hagan el paripé.
Y, así las cosas, Gibraltar se ha acabado convirtiendo en foco de contrabando, centro de conspiraciones y refugio para delincuentes de toda clase.
Aparte de la zona militarizada, Gibraltar sigue viviendo de su capacidad de influencia sobre los territorios limítrofes, los que rodean a la colonia. Los trabajadores españoles tienen prohibido dormir en la colonia y los aviones que usan el aeropuerto penetran en el espacio aéreo español… con permiso de las autoridades españolas. Ni siquiera el Brexit, contra el que votaron los gibraltareños, ha servido para plantearse por parte española el cierre de la frontera o medidas de control.
Aparte de los habitantes de los municipios que rodean el peñón, la izquierda española, en general, apoya la permanencia de la colonia, de forma inexplicable, al mismo tiempo que añade que reivindicara la soberanía sobre Gibraltar y la devolución a España es una causa «franquista», añeja, anacrónica… Luego, para recochineo la izquierda y quienes se dicen progresistas afirman que este asunto es uno más de los que se ha apropiado la derecha… Lo mismo que afirman respecto del triunfo de la Selección Española de Fútbol, masculina, en la Copa de Europa de Selecciones nacionales; pues de la femenina ya se han apropiad ellos.
Y, si quieren saber más de Blas de Lezo, los invito a que sigan leyendo:
Durante varios siglos Inglaterra intentó por todos los medios a su alcance acabar con el Imperio Español, lo cual no consiguió, por más intentos que hizo, ya fuera mediante acciones de piratería como con enfrentamientos navales y por tierra. Obviamente, sus fracasos le ocasionaron un enorme desprestigio a escala internacional. Gran Bretaña intentó durante centurias sustituir a España en su papel hegemónico en el escenario internacional, eso sí, con la debida cortina de humo del enfrentamiento religioso para darle al asunto una pátina de “legalidad”.
En 1655, Jamaica se convirtió en un nido de corsarios cuyo único objetivo y propósito manifiesto era atacar navíos y ciudades españolas en un ‘continuum’ de erosión permanente a las líneas de abastecimiento que buscaban rumbos propicios hacia a la península. La exuberante isla quedó oficialmente bajo la tutela de su Graciosa Majestad dando cobertura abierta, cuando no apoyo manifiesto, a toda la piratería que transitó por aquellos mares. Especies como el galés Henry Morgan, saqueador de la desguarnecida Portobelo, sentían una comodidad que esporádicamente era alterada por las incursiones de los españoles y posterior desalojo del sancta sanctórum caribeño de turno, ya fuera este La Tortuga, Barbados, las Caimán o Jamaica.
El sitio de Cartagena de Indias se desarrolló entre el 13 de marzo y el 20 de mayo de 1741, y fue el episodio decisivo que marcó el desenlace de la guerra del asiento (mal llamada de la “oreja de Jenkins”) que tuvo lugar durante los nueve años que van de 1739 al 1748.
El episodio que produjo tan terribles consecuencias se desató cuando el guardacostas español, La Isabela, bajo mando del capitán Julio León Fandiño apresó a otro capitán (este último un contrabandista británico llamado Robert Jenkins) y en castigo le cortó una oreja al tiempo que le decía: “Ve y dile a tu Rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”. A pesar de lo moderado del castigo para las costumbres de la época, Jenkins recogió su oreja y regreso a todo trapo a Inglaterra con ella, eso sí, conservada en un frasco de alcohol. El caso es que le contó a su monarca una historieta muy truculenta dándole una versión totalmente rocambolesca de lo ocurrido, que sólo buscaba caldear ánimos y lavar la afrenta infligida. La soliviantada población de las islas clamaba venganza mientras Jenkins se dejaba querer y su monarca se frotaba las manos con indisimulada satisfacción.
Su temeridad le costó a Inglaterra la derrota que más se ha esforzado en maquillar de su historia
Con estos mimbres, Inglaterra preparó la mayor flota de desembarco que la Historia habría de conocer hasta el desembarco de Normandía. Doscientos buques y, según diferentes historiadores, en torno a veintitrés mil hombres, se dirigieron hacia el Caribe con objeto de hacerse con una ruta de paso decisiva en la zona aledaña al istmo que algo más de un siglo antes cruzara Balboa para descubrir el Océano Pacifico, y cuya caída implicaba ineluctablemente un “efecto dominó” sobre el resto de los virreinatos en poder de la Corona.
En Octubre en 1739, con el pretexto del incumplimiento de los acuerdos comerciales (derechos de asiento o mercadeo), obtenidos en América por el tratado de Utrecht, Inglaterra declararía la guerra a España. Tres escuadras británicas muy reforzadas con infantería se dispusieron para el asalto de lo que fuera menester. Tan seguros estaban del triunfo, que se acuñaron monedas conmemorativas para celebrar lo que se presumía como una gran victoria. Vanitas Omnia Vanitatis.
La segunda mayor flota de la historia
En todo el relato de lo que nos han enseñado como la historia oficial y hasta la Segunda Guerra Mundial, solo una flota -la del almirante eunuco Sheng He-, al servicio del tercer emperador Ming, contó con más efectivos que la dirigida por Vernon, el elegido como responsable para el mayor desastre militar ocasionado a Inglaterra y sin precedentes en la historia hasta ese momento.
Durante siglos, la férrea autocensura inglesa en lo relativo a sus derrotas, ha logrado sustraer al conocimiento público este “batacazo”, pasando de puntillas por él y disfrazándolo con el eufemismo de «la guerra de la oreja de Jenkins”, cuando la cruda realidad es que los muertos en combate superaron ampliamente la mitad y más de un centenar de barcos yace en los fondos marinos próximos. Para agravar la situación, algunos miles más sucumbieron a la malaria. No tuvieron mucha suerte ciertamente.
El almirante Vernon tuvo la osadía de atacar Cartagena de Indias, una plaza defendida por el vasco Blas de Lezo, y su temeridad le costó a Inglaterra la derrota que más se ha esforzado en maquillar de la larga serie que padeció en los siglos que van del XVI al XVIII. Vernon no tenía ni de lejos la talla de Nelson o Jervis. Su doctrina militar se basaba en la pura superioridad material y numérica, y le faltaba “ratonería”, concepción estratégica y conocimientos tácticos dignos de mención. Su mediocridad era directamente proporcional a su vanidad. Tenía más de cien pelucas, según y para qué ocasión. No consultaba nunca a los excelentes oficiales que tenía y siempre tuvo la marina real inglesa; y, además, solía entregarse al whisky escocés con una devoción inusual, hasta el punto de hundir por abordaje directo una fragata de su propia escuadra a la salida de Portsmouth. El crápula iba como un pincel, pero su mediocridad era legendaria. Y así le fue.
El gran Blas de Lezo
Enfrente tenía a un vasco de caserío que pasaba largas horas viendo cómo entraban y salían del puerto de Pasajes navíos mercantes y de guerra hacia destinos ignotos. Con el tiempo, se embarcaría en una de esas naves.
Este hombre ya había perdido una pierna a los 17 años en el combate naval de Vélez Málaga, tres años después en el sitio de Tolón un ojo y el brazo derecho en otro rifirrafe de los muchos que libró a lo largo de su vida. Lo que seguía teniendo intacto era el valor de irreductible propio de los hijos de esas tierras del norte.
Los defensores de Cartagena dieron un testimonio de heroísmo más allá de lo razonable
Tras los muros de Cartagena sólo había un millar de soldados españoles, dos compañías de negros libres, 600 auxiliares indios armados con arcos y flechas y trescientos milicianos. Eran un puñado de valientes. Estos defensores, en clara desventaja y en una relación desfavorable de uno contra diez, dieron un testimonio de heroísmo más allá de lo razonable. Tras arrojar los ingleses más de 6.000 bombas y 18.000 balas de cañón sobre Cartagena y perder seis navíos y más de nueve mil hombres e incapaces de quebrar la resistencia de los sitiados, tres meses después emprendieron la retirada llevando en el vientre de sus naves el triste cortejo de los lúgubres lamentos de los miles de moribundos y heridos en aquella desgraciada apuesta de invasión. La malaria se conjuró con los sitiados para rematar la faena.
Las difamaciones y calumnias vertidas por el virrey Sebastián de Eslava, que con su incompetente liderazgo no solamente no supo delegar, sino que casi da al traste con la victoria española, llegaron a oídos del rey, que procedió a la degradación de Blas de Lezo.
Lezo se consumió por las graves heridas recibidas en un cuerpo a cuerpo en uno de los varios y fallidos asaltos que aguantó Cartagena. Murió en la más absoluta pobreza rodeado hasta el último momento de sus oficiales más incondicionales y de su mujer e hijos. El siete de septiembre de 1741, rendiría su vida al Creador.
Hasta 1760 (casi dos décadas después de la gesta), no fue rehabilitado por Carlos III, uno de los pocos grandes reyes que ha tenido la fortuna de disfrutar este país.
Huelga decir que después de aquel descalabro, el rey inglés Jorge II prohibió a sus cronistas hacer mención alguna de tamaña debacle.
El veredicto histórico a la luz de aquellos acontecimientos no es otro que el de constatar el resultado que puede derivarse de un equipo motivado tras un líder carismático. Blas de Lezo es el ejemplo y la respuesta. Se pueden sacar conclusiones.