Leandro Fleischer
© Revista El Medio
Al momento de escribir estas líneas, el líder del partido derechista Yamina, Naftalí Bennett, se dispone a unirse a la coalición negociada por Yair Lapid, presidente de la facción centrista Yesh Atid y principal referente de la oposición al Gobierno encabezado por el Likud de Benjamín Netanyahu.
Esta coalición, de formarse, sería de lo más variada. Estaría compuesta por los partidos derechistas Tikva Hadasha –del ex miembro del Likud Gideon Saar–, Yisrael Beiteinu –de Avigdor Liberman– y Yamina; por los centristas Kajol Labán –del ministro de Defensa Benny Gantz– y Yesh Atid; por los izquierdistas Avodá (Laborista) –de Merav Michaeli– y Meretz –de Nitzan Horowitz–; y con el apoyo externo de la facción árabe Raam, de Mansur Abás.
Una coalición de este tipo tiene un nombre: desesperación. Evidentemente, cualquier cosa vale para arrebatarle el poder a Netanyahu, incluso que Yisrael Beiteinu acepte formar Gobierno con una facción árabe, o que Yamina se acerque a Meretz. Pero lo de formar Gobierno sería el único acuerdo que alcanzarían: luego comenzarían los conflictos internos irremediables ante la primera situación de conflicto con los palestinos o por una decisión que se tenga que tomar respecto de los asentamientos en Judea y Samaria, o vaya uno a saber qué.
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Lo insólito es que Yisrael Beiteinu, Yamina, Kajol Labán y hasta me atrevería a decir que incluso Yesh Atid tienen mucho más en común con el Likud que con Avodá, y por supuesto que con Meretz o Raam.
Pero más insólito aún es que Bennett obtuvo solo 7 escaños de la Knéset (Parlamento) en las últimas elecciones; 7 de 120, ergo, algo más del 8%. Sin embargo, según el acuerdo de rotación negociado por Lapid, quien aparentemente estaría dispuesto a regalar un riñón con tal de arrebatar el poder a Netanyahu, el líder de Yamina asumiría como primer ministro con ese puñado de votos que recibió en los últimos comicios. Sí, estaría dispuesto a gobernar con un apoyo ampliamente minoritario. Por lo tanto, no sólo incumplió su palabra, sino que da la espalda a los ciudadanos israelíes e incluso a sus propios votantes, quienes seguramente no estarán muy contentos de que se una a un Gobierno con la izquierda y una facción árabe, la cual, así como las otras que hoy forman parte de la alianza Lista Conjunta, siente un gran desprecio por el Estado de Israel, por más que últimamente haya intentado ocultarlo.
¿Cuál es la excusa de Bennett? Supuestamente quiere evitar una quinta elección en algo más de dos años. Si así fuera, ¿por qué estaría dispuesto a asumir como primer ministro? Si su único objetivo fuera eludir otra ronda electoral, lo cual sería un objetivo más que justificable, con solo 7 bancas en el Parlamento debería renunciar a la jefatura del Gobierno y dejársela a Yair Lapid, quien fue el que más apoyo recibió en la última elección, le guste o no le guste. Es decir, si no es una cuestión ideológica, entonces no debería siquiera pensar en ser primer ministro. Pero bueno, aparentemente, el único oportunista siempre será Netanyahu, ¿no?
Ahora bien, claro que Netanyahu no es un santo. Es un viejo zorro político, tan oportunista como los demás. Sí, no cumplió el acuerdo de rotación firmado por Gantz e hizo una maniobra política para evitar entregar el poder al ministro de Defensa después de 18 meses; sí, está acusado de fraude, abuso de confianza y soborno, pero su culpabilidad o inocencia la debe decidir la Justicia, no Lapid. Y por más que Netanyahu se mueva como pez en el agua en la política y haya podido mantenerse en el poder gracias a eso, el Poder Judicial se maneja de forma independiente y, aunque patalee, si es hallado culpable, pagará, incluso con prisión. Pero no hay que apresurarse.
A Netanyahu le tocó bailar con la más fea: a los conflictos habituales con los terroristas islámicos que atacan Israel desde todos los puntos cardinales con el financiamiento y apoyo iraní se sumó la pandemia, la crisis económica histórica derivada de la misma y uno de los peores ataques con misiles desde Gaza que sufrió el Estado judío en muchos años, sumados a los violentos disturbios y atentados terroristas provocados por palestinos en Judea y Samaria y Jerusalén y por árabes-israelíes en las ciudades mixtas de Israel.
¿Cómo enfrentó el Gobierno liderado por Netanyahu estas situaciones? Israel ha tenido la mejor campaña de vacunación del mundo y es la envidia de todo el planeta en este aspecto; la crisis económica está quedando rápidamente atrás; y durante el último conflicto armado logró asestar un duro golpe a Hamás y la Yihad Islámica. Un buen trabajo, no solo de Netanyahu, también del ministro de Defensa, Benny Gantz, y del jefe de las Fuerzas de Defensa de Israel, Aviv Kochavi. Además, no debemos olvidar los acuerdos de normalización de las relaciones con Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y Marruecos –que seguramente no serán los únicos–, los cuales han influido positivamente en el Medio Oriente para avanzar hacia la estabilización de la región y aislar a Irán.
Me pregunto: con todos estos éxitos, ¿es necesario apresurarse para sacarlo del poder? ¿Es necesario hacerlo a cualquier precio? ¿Es necesario hacerlo para que asuma el líder de un partido que fue votado por pocas personas y con una coalición armada a las apuradas y cuyo único fin claro es desbancar al primer ministro? ¿Cuánto puede durar un Gobierno de este tipo? No sé, preguntas, preguntas que deberían hacerse los mismos políticos que tan ansiosos están por sacar a Netanyahu o por alcanzar el poder. Esta coalición, que desde mi óptica está condenada al fracaso, cuando caiga, será un duro golpe para los mismos políticos que la compongan. A veces es mejor esperar, ¿no? La paciencia es una bella virtud.
Claro que la coalición que buscaba formar Netanyahu no es de mi agrado. Desde mi óptica liberal, no concuerdo en lo más mínimo con el conservadurismo de los partidos ortodoxos o con la facción Sionismo Religioso, la cual representa una derecha fanática e irracional con la que no comparto casi nada. No obstante, los éxitos del Gobierno de Netanyahu no deben obviarse y, en el imperfecto sistema republicano israelí, dadas las circunstancias, al primer ministro no le quedaba alternativa más que aliarse con ellos. Pero, reitero, los éxitos del primer ministro no pueden obviarse.
La decisión de quién debe ser el primer ministro de Israel, si es que se quiere tomar de la manera más democrática posible, es a través de la votación directa para primer ministro entre los dos candidatos que más votos recibieron en la elección: Netanyahu y Lapid. El Likud propuso llevar a cabo este tipo de votación, pero sus opositores se opusieron, ya que, claro, sabían que perderían.
¿Derrocar a Netanyahu? Puede ser. ¿A cualquier precio? Nunca. Israel no se puede dar el lujo de hacer experimentos políticos bizarros.
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