Thierry Meyssan
Thierry Meyssan aborda las mentiras que están siendo divulgadas en el marco de la propaganda de guerra.
Fuente: https://www.voltairenet.org/article216072.html
Indignada ante la guerra en Ucrania, la opinión pública occidental se moviliza para ayudar a los ucranianos que huyen de su país. Los occidentales consideran evidente que el dictador Putin no soporta la nueva democracia ucraniana.
Como en guerras anteriores, otra vez nos dicen que “los otros” son “los malos” y que nosotros –en Occidente– somos “los buenos”.
Pero en Occidente la gente se deja engañar por la propaganda de guerra sólo porque olvida lo que ya ha sucedido, lo que ya ha visto antes en los conflictos anteriores y porque de Ucrania no sabe absolutamente nada.
Por eso, tenemos que partir de cero.
Como cuando los niños llegan a las manos en el patio de una escuela tendríamos que preguntarnos quién comenzó la riña. Pero de eso no hay fotos. Hace 8 años, Estados Unidos organizó un cambio de régimen en Kiev con la cooperación de grupúsculos armados.
Los miembros de esos grupúsculos dicen ser «nacionalistas», pero no en el sentido que damos a esa palabra en Occidente. Los «nacionalistas» ucranianos dicen ser ucranianos “verdaderos”, de origen escandinavo o protogermánico, y no eslavos como los rusos. Enarbolan las ideas de Stepan Bandera (1909-1959) [1], el jefe de los colaboradores ucranianos de los nazis –algunos franceses lo considerarían el Philippe Petain de los ucranianos, pero Bandera es más bien el equivalente de Joseph Darnand, el ministro del Interior del régimen colaboracionista de Vichy, fundador de la Milicia Francesa, que fue posteriormente incorporada a la división Charlemagne de las Waffen SS. Los ucranianos que siempre se han considerado tanto de origen escandinavo y protogermánico como de origen eslavo llaman naturalmente a esos grupúsculos «neonazis».
En un país como Francia, la palabra «nazi» es un insulto que suele utilizarse a la ligera. Pero, históricamente, los nazis constituyeron un movimiento que defendía una visión racial de la humanidad para justificar la existencia de los imperios coloniales. Según esa visión del mundo, los hombres pertenecen a «razas» diferentes –hoy se diría más bien a «especies» diferentes. Por consiguiente, los hombres y mujeres de «razas» diferentes no pueden procrear, como los asnos y los caballos, cuyo cruce da como resultado los mulos o mulas, generalmente estériles. Es por eso que los nazis prohibían los matrimonios interraciales. Seguían una lógica según la cual si somos de razas diferentes, ciertas razas son superiores a las otras, lo cual “explica” la dominación occidental sobre los pueblos colonizados. En los años 1930, esa ideología era considerada una «ciencia» y se enseñaba en las universidades, sobre todo en Estados Unidos, en los países escandinavos y en Alemania. Importantes científicos defendían esa «ciencia». Por ejemplo, Konrad Lorenz (Premio Nobel de Medecina en 1973) fue un fervoroso nazi y escribió que, para preservar la raza, había que extirpar de la masa a los homosexuales, como un cirujano que elimina un tumor, para impedir que mezclaran su patrimonio genético con el de otras razas.
Aquellos científicos eran tan serios como los que hace poco nos anunciaban el apocalipsis con la epidemia de Covid-19. Eran considerados “científicos” pero sus conclusiones y objetivos no eran razonables.
La Rusia moderna se construyó en el recuerdo de lo que los rusos llaman «la Gran Guerra Patria», eso que los occidentales llaman la «Segunda Guerra Mundial». Ese conflicto no tiene para los rusos el mismo sentido que para las naciones de Occidente. Veamos por qué.
En un país como Francia, aunque fue ocupado por los nazis, la guerra duró sólo meses y, rápidamente, los franceses creyeron en la victoria nazi y optaron por la colaboración. A partir de 1940, los franceses vieron como los nazis y el régimen de Vichy, encabezado por Philippe Petain, arrestaban a 66 000 personas, generalmente por «terrorismo», o sea por participar en la Resistencia contra la ocupación nazi. Después, a partir de 1942, los franceses asistieron al arresto de 76 000 judíos y a su deportación hacia el este –en realidad eran enviados a los campos de concentración– porque eran una «raza inferior».
Pero en la Unión Soviética, los nazis no arrestaron a nadie porque su objetivo allí era exterminar o esclavizar a todos los eslavos en un plazo de 30 años para “limpiar” el «espacio vital» donde construirían el nuevo imperio colonial previsto en su Generalplan Ost. Por eso la URSS tuvo que lamentar la muerte de 27 millones de personas.
Conclusión: En la memoria colectiva rusa, los nazis son un peligro existencial. Para los occidentales no.
Los que llegaron al poder en Kiev a raíz del putsch de la Plaza Maidan no se declararon «nazis» sino «nacionalistas»… como Stepan Bandera, quien tampoco se proclamaba «nazi» sino «nacionalista» pero participaba en el exterminio de eslavos y judíos. El nuevo régimen de Kiev calificó al presidente derrocado de «prorruso», lo cual de hecho era falso, y prohibieron todo lo relacionado con la cultura eslava, principalmente la lengua rusa.
Los ucranianos son mayoritariamente bilingües, hablan tanto ruso como ucraniano, y el nuevo régimen prohibió a la mitad de la población hablar su lengua en los centros de enseñanza y en la administración. La población del Donbass, con gran cantidad de rusoparlantes, se sublevó. Pero también se sublevó la minoría de lengua húngara, que recibía la enseñanza en su propio idioma y que, por cierto, contó con el apoyo oficial de Hungría. Los ucranianos del Donbass exigieron que los distritos de Donetsk y Lugansk pudieran disponer de un estatus de autonomía que les permitiera hablar y enseñar su idioma (el ruso). Esos espacios administrativos (llamados oblast) se proclamaron repúblicas, lo cual no significaba que quisieran la independencia, sólo estaban reclamando autonomía administrativa, como las antiguas repúblicas de la Unión Soviética o… la actual República de California en Estados Unidos.
En 2014, el entonces presidente de Francia, Francois Hollande, y la canciller alemana Angela Merkel sentaron al nuevo régimen de Kiev a la mesa con los representantes del Donbass y negociaron los acuerdos de Minsk. Francia, Alemania y Rusia son garantes de la aplicación de esos acuerdos.
Kiev siempre se negó a aplicar los Acuerdos de Minsk, a pesar de que los había firmado. En vez aplicarlos, Kiev armó milicias «nacionalistas» y las envió a los límites del Donbass para que desahogaran allí su odio contra las poblaciones de origen ruso. Así que todos los extremistas occidentales pasaron por el Donbass para hacer prácticas de «tiro al ruso». Según Kiev, esos paramilitares eran 102 000 el mes pasado, representan la tercera parte del ejército ucraniano y están integrados a la Defensa Territorial. También según Kiev, otros 66 000 «nacionalistas» extranjeros han llegado a Ucrania como refuerzo, de todas partes del mundo, desde el inicio de la operación militar rusa.
En los 8 años transcurridos desde la firma de los Acuerdos de Minsk, los paramilitares «nacionalistas» asesinaron 14 000 personas en el Donbass, también según Kiev. Rusia realizó su propia investigación y contabilizó no sólo los muertos sino también los heridos graves. Y encontró 22 000 víctimas. Al abordar el tema, el presidente Putin habló de «genocidio», no en el sentido de la destrucción de un pueblo sino en el sentido jurídico del crimen que se perpetra, por orden de las autoridades, contra un grupo étnico.
En este punto las cosas se complican. El gobierno de Kiev no es homogéneo y nadie dio claramente la orden de perpetrar esa masacre. Pero Rusia considera responsables al presidente Petro Porochenko y a su sucesor Volodimir Zelenski. También Francia y Alemania son responsables, como garantes de la aplicación de los Acuerdos de Minsk.
En efecto, así hay que decirlo: Francia y Alemania también son responsables de la masacre.
Pero eso todavía no es todo. El 1º de julio de 2021, el presidente Zelenski –el mismo que armaba a los paramilitares «nacionalistas» y se negaba a aplicar los Acuerdos de Minsk– promulgó la Ley n° 38 sobre los pueblos autóctonos [2].
Esa ley garantiza a los tártaros y a los judíos caraítas (judíos que no reconocen el Talmud) el ejercicio de sus derechos, como el derecho a hablar su propia lengua, pero no reconoce esos derechos a los eslavos. Los eslavos… no existen, no hay ley que los proteja, son Untermenschen, o sea «subhombres» o «subhumanos».
Es la primera vez en 77 años que un país del continente europeo adopta una ley racial. Usted, querido lector, quizás está pensando que hay muchas organizaciones dedicadas a la defensa de los derechos humanos y que esas organizaciones seguramente protestaron. ¡No! Eso no sucedió. Hubo un gran silencio. Bueno, en realidad no todo fue silencio porque el “filósofo” francés Bernard-Henri Levy aplaudió esa ley.
Los prejuicios deforman la interpretación de los hechos, sobre todo en las repúblicas bálticas y en otros países que vivieron bajo la «doctrina Brezhnev». Esos pueblos ven a los rusos de hoy como herederos de los soviéticos. Pero los principales dirigentes soviéticos no eran rusos: Josef Stalin era georgiano, Nikita Jrushchov era ucraniano… ¡incluso Leonid Brezhnev era ucraniano!
Cuando los oblast de Donetsk y Lugansk eran ucranianos, la masacre contra sus habitantes era una cuestión exclusivamente ucraniana. Nadie estaba autorizado a protegerlos. Sin embargo, al firmar los Acuerdos de Minsk y someter esos documentos a la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU, Francia y Alemania asumían la responsabilidad de poner fin a la masacre. Pero no lo hicieron.
La naturaleza del problema cambió cuando, el 21 de febrero de 2022, Rusia reconoció la independencia de las dos repúblicas del Donbass. La masacre contra las poblaciones de esas repúblicas dejó de ser entonces una cuestión interna ucraniana para convertirse en un problema internacional.
El 23 de febrero, el Consejo de Seguridad de la ONU se reunió nuevamente –mientras las fuerzas rusas se preparaban para intervenir. En aquella reunión del Consejo de Seguridad, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, no pudo objetar la legitimidad del reconocimiento de las repúblicas del Donbass por parte de Rusia ni la legitimidad de la intervención militar rusa contra los neonazis y se limitó a pedir a Rusia que diera otra oportunidad a la paz [3].
El derecho internacional busca evitar la guerra pero no la prohíbe. Y, como aquella reunión del Consejo de Seguridad no arrojó ningún resultado concreto, Rusia estaba en su derecho de acudir en ayuda de las poblaciones del Donbass masacradas por los neonazis. Y eso hizo al día siguiente, el 24 de febrero.
El presidente Vladimir Putin, que ya había esperado 8 años, no podía seguir posponiendo la cuestión, no sólo porque ya había gente muriendo diariamente sino porque el ejército ucraniano estaba preparando una gran masacre para el 8 de marzo [4]. Y también porque, a la luz del derecho ruso, el presidente de la Federación Rusa es personalmente responsable de la vida de sus conciudadanos. En previsión de un posible éxodo, la gran mayoría de los habitantes del Donbass adquirieron la ciudadanía rusa en los últimos años.
Como en todas las guerras de la OTAN, ahora vemos como la población huye del conflicto. Para un país como Francia, eso recuerda el éxodo de 1940 ante el avance de las tropas alemanas. Es un fenómeno de pánico colectivo. En 1940, los franceses creían que la Wehrmacht iba a cometer violaciones en masa, como las que antes se habían atribuido a las tropas alemanas al inicio de la Primera Guerra Mundial. Pero los soldados alemanes que invadieron Francia en 1940 eran disciplinados y no cometieron ese tipo de violencias. Finalmente, la huida de los civiles franceses no tuvo justificación y estuvo motivada sólo por el miedo.
En nuestra época, la OTAN ha desarrollado, desde la guerra en Kosovo, el concepto de ingeniería de los movimientos masivos de población [5].
Por ejemplo, en 1999, la CIA orquestó el desplazamiento –en sólo 3 días– de más 290 000 kosovares desde Serbia hacia Macedonia. Si usted, estimado lector, tiene más de 30 años posiblemente recuerda los espantosos videos de aquellas largas filas de gente que se desplazaban a pie por decenas de kilómetros a lo largo de las vías férreas. El objetivo era hacernos creer que el gobierno de Slobodan Milosevic había desatado una represión étnica, con lo cual se justificaba la guerra que las potencias occidentales querían iniciar. En realidad, los kosovares no sabían por qué huían pero creían que marchaban hacia un futuro mejor. En Siria, usted recuerda seguramente el éxodo de poblaciones sirias, el objetivo era debilitar el país privándolo de su población.
Ahora, en el caso de Ucrania, lo que se busca es conmoverlo a usted mostrándole mujeres y niños que huyen, pero sin que se vayan los hombres, porque hace falta que luchen contra los rusos.
Siempre se trata de manipular nuestras emociones. Pero el hecho que los kosovares, los sirios o los ucranianos sufran no quiere decir que tengan razón.
La Unión Europea acepta todos los refugiados ucranianos. Todos los países de la zona Schengen aceptan a todas las personas que se presentan como fugitivos de la guerra en Ucrania. Según la administración alemana, cerca de un 25% (la cuarta parte) de todos esos “refugiados” que juran que vienen de Ucrania… no tienen pasaportes ucranianos sino argelinos, bielorrusos, indios, marroquíes, nigerianos o uzbekos, personas que evidentemente tratan de aprovechar la puerta abierta para cruzar legalmente las fronteras de la Unión Europea. Nadie verifica que realmente hayan estado antes en Ucrania. Para los patrones de las empresas alemanas se trata de una regularización disimulada de una gran masa de fuerza de trabajo barata.
En Occidente tendríamos que preguntarnos por qué el pueblo ucraniano no manifesta masivamente su apoyo al gobierno del presidente Zelenski. Durante la guerra de Kosovo, la población de Belgrado se congregó por días y noches sobre los puentes de su ciudad para impedir que la OTAN los bombardeara. En plena guerra contra Libia millones de personas se congregaron en Trípoli para expresar su respaldo al Guía Muammar el-Kadhafi. Durante la agresión contra Siria, en Damasco se reunió un millón de personas en respaldo al presidente Bachar al-Assad.
Nada de eso se ha visto en Ucrania. Al contrario, nos dicen que patrullas de la Defensa Territorial se dedican a buscar en las calles «saboteadores rusos»… incluso cuando la OSCE reportaba que todavía no había ni un soldado ruso en Ucrania, antes del inicio de la operación militar.
De las guerras anteriores tendríamos que haber aprendido que la primera víctima es siempre la verdad.
Desde la guerra de Kosovo, la OTAN se ha especializado en la propaganda de guerra. En aquella época se procedió incluso a cambiar al vocero de la alianza en Bruselas. Y fue sustituido por Jamie Shea, quien llegaba cada día con alguna historia horrorosa sobre los sanguinarios criminales serbios o con algún ejemplo sobre la ejemplar resistencia de los kosovares. En aquel entonces yo publicaba diariamente por fax el Journal de la Guerre en Europe o “Diario de la guerra en Europa”, donde resumía las declaraciones que emitía la OTAN y los despachos de pequeñas agencias de prensa de los Balcanes. Y veía, día tras día, como las dos versiones de la guerra en Kosovo se alejaban cada vez más una de la otra. Pensé entonces que la verdad probablemente estaba en un punto intermedio entre las dos versiones. Pero cuando terminó aquella guerra nos dimos cuenta de que las historias de Jamie Shea eran puros inventos destinados a alimentar las columnas de las publicaciones que las reproducían, mientras que los despachos de las pequeñas y modestas agencias de los Balcanes… sí decían la verdad. Pero aquella verdad no favorecía a la OTAN.
Eso me lleva a ver el consenso mediático occidental con bastante desconfianza. Por ejemplo, cuando nos dicen que Rusia bombardea una central nuclear… recuerdo las mentiras de George W. Bush sobre las armas de destrucción masiva del tirano «Saddam». Cuando nos explican que los rusos acaban de bombardear una maternidad en Mariupol, me vienen al recuerdo los bebés kuwaitíes supuestamente sacados de sus incubadoras por los horribles soldados iraquíes. Y cuando me dicen que el pérfido Putin está demente y que se parece a Hitler, me acuerdo de cómo trataban la prensa y los gobiernos occidentales al líder libio Muammar el-Kadhafi o al presidente sirio Bachar al-Assad.
Eso me impide tomar en serio las alegaciones de Occidente. Ya se sabe, por ejemplo, que los soldados ucranianos que estaban en la Isla de las Serpientes –en el Mar Negro– no fueron masacrados bajo las bombas rusas, como dijo el presidente Zelenski… sólo se rindieron a las tropas rusas –el propio Zelenski acabó reconociendo ese hecho.
También se sabe ya que el memorial judío de Babi Yar nunca fue bombardeado y arrasado por los rusos, quienes respetan a todas las víctimas de la barbarie nazi. Ya se sabe igualmente que la central nuclear de Zaporiyia tampoco fue bombardeada –desde el inicio del conflicto ya estaba protegida por las fuerzas rusas y equipos mixtos de rusos y ucranianos garantizan su funcionamiento. Por cierto, el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) confirmó que nunca hubo peligro de contaminación nuclear en Zaporiyia ni en Chernobil, ni en ninguna otra instalación nuclear ucraniana. Tampoco hubo bombardeo contra inocentes mujeres embarazadas en Mariupol. Las pacientes y el personal de la maternidad de Mariupol habían sido expulsados de la instalación, que fue transformada en cuartel del regimiento Azov, 3 días antes del bombardeo, y Rusia así lo había hecho saber a la ONU.
Así que no me convencen los que claman que hay que matar al «tirano» Putin.
¿Y cómo es posible no darse cuenta de que las imágenes sobre las «batallas» victoriosas del ejército ucraniano son siempre las mismas? ¿Cómo es posible no darse cuenta de que sólo nos muestran unos pocos vehículos destruidos? ¿Será que los reporteros de guerra de las agencias occidentales no han visto nunca guerras verdaderas? El público no interpreta las imágenes en función de lo que ve sino según los comentarios que las acompañan.
Nos dicen, desde hace una semana, que las fuerzas rusas mantienen cercado Kiev a una distancia de 15 kilómetros, que los rusos avanzan diariamente… pero siguen a 15 kilómetros… y que están a punto de lanzar el asalto final. Cuando nos dicen que el «dictador» Putin quiere el pellejo del simpático y amable presidente Zelenski –quien arma a los neonazis y promulga leyes raciales… pero es un tipo muy agradable– yo trato de ver qué me dicen los hechos.
Y los hechos dicen que las fuerzas rusas nunca se han fijado como objetivo tomar las grandes ciudades. Se mantienen fuera de ellas, exceptuando Mariupol. Están combatiendo a los paramilitares «nacionalistas», que en realidad son neonazis. Siendo yo francés y admirador de la Resistencia francesa contra la ocupación nazi, las fuerzas rusas tienen toda mi admiración.
El ejército ruso está aplicando en Ucrania la misma táctica que en Siria: cercar las ciudades que sirven de refugio al enemigo, abrir corredores humanitarios para posibilitar la salida de los civiles y finalmente bombardear a las fuerzas enemigas que queden allí. Es por eso que los paramilitares neonazis bloquean esos corredores e impiden la salida de la población para utilizar a los civiles como escudos humanos.
Estamos ante una guerra de movimiento. Las fuerzas rusas se mueven en camiones y en vehículos blindados capaces de desplazarse rápidamente. No hay batallas de tanques, que hoy resultan poco útiles en los teatros de operaciones. En 2006, en Líbano, vimos el Hezbollah convertir en chatarra los tanques Merkava de Israel. Las tropas rusas se desplazan en vehículos motorizados blindados. Como Occidente ha entregado decenas de miles de cohetes antitanques al ejército ucraniano, incluyendo a los paramilitares neonazis, estos tratan de utilizar esas armas para destruir los blindados rusos. En realidad, no hay «batallas», sólo emboscadas.
Como si la situación no fuese ya bastante complicada, el presidente Zelenski anunció en Munich, durante la Conferencia de Seguridad y justo antes del inicio del conflicto, su intención de obtener la bomba atómica, lo cual constituye una violación del Tratado de No Proliferación de las armas nucleares, tratado firmado por Ucrania.
Y después de esa declaración, las fuerzas rusas encontraron y publicaron un documento de trabajo del gobierno ucraniano, documento que demuestra que Kiev tenía previsto iniciar un ataque militar a gran escala contra el Donbass y Crimea el 8 de marzo.
Además, el ejército ruso reveló la existencia en Ucrania de unos 15 laboratorios que realizaban investigaciones sobre armas biológicas… para el Pentágono, en otras palabras para el Departamento de Defensa de Estados Unidos. Moscú anunció que va a publicar la documentación hallada por sus fuerzas en Ucrania y que sus tropas especializadas ya destruyeron 320 contenedores de agentes patógenos.
¿Qué quiere decir lo anterior? Que Estados Unidos, potencia firmante de la Convención de la ONU que prohíbe las armas biológicas, respeta esa Convención en suelo estadounidense pero la viola en el extranjero. Documentos que una periodista búlgara había publicado hace 2 meses ya lo demostraban.
El 8 de marzo, el ministerio de Exteriores de la República Popular China solicitó al Pentágono explicaciones públicas sobre los más de 330 biolaboratorios que mantiene en 30 países. Pero la respuesta vino del Departamento de Estado, que publicó un comunicado donde negaba esas prácticas. Sin embargo, en sólo horas, durante una audiencia ante una comisión del Senado, la subsecretaria de Estado Victoria Nuland reconoció que Estados Unidos estaba “colaborando” con programas sobre armas biológicas en Ucrania e incluso expresó inquietud ante la posibilidad de que el material patógeno pudiera caer en manos de las fuerzas rusas [6].
A pesar de esas declaraciones de la subsecretaria de Estado Nuland, cuando Rusia llevó al Consejo de Seguridad de la ONU la cuestión de los biolaboratorios hallados en Ucrania, las potencias occidentales trataron invertir la situación afirmando que si Rusia emitía esas acusaciones era porque seguramente estaba preparando un ataque biológico bajo falsa bandera. Por su parte, la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoció que había tenido conocimiento del trabajo que se realizaba en Ucrania con peligrosos agentes patógenos y que había solicitado a ese país que destruyera todo el material patógeno que tenía en su poder porque era necesario evitar todo riesgo de diseminación [7].
En resumen, el gobierno de Ucrania, que ha conformado una fuerza armada de más de 100 000 «nacionalistas» y los ha incorporado a su «Defensa Territorial» y que ha adoptado una ley racial, además realiza ilegalmente investigaciones sobre armas biológicas y proclama su intención de obtener la bomba atómica.
Pero en Francia, como en los demás países de Occidente, hemos optado por olvidar los ejemplos de valentía del líder de la Resistencia francesa Jean Moulin, del hombre que dirigió la Francia Libre en el exilio –el general Charles de Gaulle– y el sacrificio de los hombres y mujeres que en toda Europa siguieron el camino de la resistencia frente a la ocupación nazi.
¿Y a quién apoyamos? Al presidente Zelenski, que representa precisamente lo contrario.
Thierry Meyssan, Intelectual francés, presidente-fundador de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Sus análisis sobre política exterior se publican en la prensa árabe, latinoamericana y rusa. Última obra publicada en español: De la impostura del 11 de septiembre a Donald Trump. Ante nuestros ojos la gran farsa de las «primaveras árabes» (2017).
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