Thierry Meyssan
FUENTE: https://www.voltairenet.org/article216137.html
Prosiguen las operaciones militares en Ucrania pero hay dos narrativas radicalmente opuestas, una en los medios occidentales y otra en los medios rusos. Las dos versiones no sólo difieren en la descripción de las operaciones, también describen de manera muy diferente los objetivos mismos de esta guerra.
En Occidente, el público está convencido de que el ejército ruso tiene enormes problemas logísticos, de que no logra disponer del combustible necesario para sus tanques y de que los aviones rusos atacan indiscriminadamente blancos civiles y militares, destruyendo ciegamente ciudades enteras. Los medios occidentales afirman que el dictador Putin no parará hasta arrasar Kiev y matar al presidente electo Zelenski, que para él Ucrania cometió el crimen de haber optado por la democracia en 2014 en vez de integrarse a una nueva Unión Soviética y que ha decidido sembrar la muerte y la desolación entre la población civil mientras que sus propios soldados caen como moscas.
En Rusia, por el contrario, la gente piensa que los combates se circunscriben sólo a zonas precisas: el Donbass, la costa del Mar de Azov y los blancos militares en todo el resto del país. Por supuesto, hay bajas que lamentar pero no una hecatombe. La opinión pública rusa ve con estupor como los antiguos aliados de la Gran Guerra Patria (así designan los rusos lo que Occidente llama la Segunda Guerra Mundial) apoyan a los «banderistas» –los neonazis ucranianos– y ansía que estos sean neutralizados para que vuelva la paz.
Como ruido de fondo, Occidente ha iniciado una guerra económica y financiera contra Rusia. Numerosas empresas occidentales están retirándose del país… y son reemplazadas de inmediato por otras, que vienen de países que no participan en esa guerra. Por ejemplo, en lugar de McDonald’s se instalará en Rusia la cadena turca Chitik Chicken y Emiratos Árabes Unidos está acogiendo a los oligarcas sancionados en Europa. China y la Comunidad Económica Euroasiática ya planifican establecer un sistema económico y financiero paralelo al de Bretton Woods [1]. En resumen, el mundo se divide en dos.
Pero, ¿quién dice la verdad?
Según los observadores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), el foro intergubernamental creado por los acuerdos de Helsinki (1973-1975), el frente del Donbass se mantuvo estable durante meses hasta el 16 de febrero de 2022. Ese día se reanudaron los bombardeos ucranianos hasta alcanzar un verdadero paroxismo el viernes 18 de febrero –se oyeron más de 1 400 explosiones. Los gobiernos locales de Donetsk y Lugansk procedieron entonces a la evacuación de más de 100 000 personas para protegerlas de aquel diluvio de fuego.
Precisamente el 18 de febrero comenzaba la reunión anual de las élites de la OTAN, la llamada «Conferencia de Seguridad de Munich». Entre los invitados más esperados estaba el presidente ucraniano Volodimir Zelenski.
El 19 de febrero, el presidente Zelenski hacía uso de la palabra en la Conferencia de Munich y declaraba que su país ambicionaba dotarse del arma nuclear frente a Rusia.
El 20 de febrero, la Duma –la cámara baja del parlamento ruso– entraba en ebullición y votaba una moción solicitando al presidente Vladimir Putin reconocer la independencia de las dos repúblicas del Donbass.
En la noche del 21 de febrero, el presidente Putin, respondiendo a la solicitud de la Duma, reconocía las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk durante una ceremonia oficial improvisada con tanta premura que el Kremlin no tuvo tiempo de encontrar las banderas de los dos nuevos Estados.
El 24 de febrero la operación militar rusa se iniciaba con un bombardeo masivo contra los sistemas de defensa antiaérea, posteriormente contra las fábricas de armamento y finalmente contra los cuarteles de los «banderistas» (los neonazis ucranianos). La estrategia militar rusa era tan improvisada como la ceremonia de reconocimiento diplomático de las repúblicas populares del Donbass. Las tropas desplegadas incluso acababan de participar en una serie de maniobras militares en Rusia y Bielorrusia.
Sin embargo, la Casa Blanca y la prensa occidental –sin mencionar la guerra iniciada antes contra el Donbass, ni las declaraciones del presidente Zelenski sobre su voluntad de obtener la bomba atómica– afirmaban que todo estaba planeado desde hace tiempo y que las tropas rusas ya estaban posicionadas. El dictador Putin, que no soportaba que los ucranianos optaran por la democracia, trataba de meterlos de nuevo en su Imperio, como cuando Leonid Brejnev “metió en cintura” a los checoslovacos (en 1868). Esa lectura de los acontecimientos sembró el pánico entre todos los ex miembros del Pacto de Varsovia y las repúblicas ex soviéticas, que además olvidan que Brejnev no era ruso sino… ucraniano.
Desde entonces, aplicando la técnica que Jamie Shea ya había utilizado durante la guerra de Kosovo, la OTAN escribe diariamente una nueva historia sobre los crímenes de Rusia, como el bombardeo irresponsable contra una central nuclear ucraniana cerca de la frontera rusa o la enternecedora historia de un niño que alcanza la libertad atravesando solo toda Europa hasta llegar a Berlín. Todo eso es ridículo y aterrador pero los medios occidentales lo repiten constantemente, sin reflexión ni verificación.
Desde el segundo día del conflicto, viendo que las cosas iban mal para el ejército ucraniano y sus paramilitares «banderistas» –o neonazis, según la terminología rusa–, el presidente Zelenski solicitó a la embajada de la República Popular China en Kiev que transmitiera al Kremlin un pedido de negociación. Estados Unidos se opuso inicialmente, pero finalmente permitió que lo hiciera.
Durante los contactos, Francia y Alemania tomaron algunas iniciativas, pero acabaron siendo sustituidas por Turquía e Israel. Es normal ya que Francia y Alemania incumplieron su responsabilidad como garantes de los Acuerdos de Minsk cuando permitieron que 22 000 pobladores del Donbass fueran masacrados. En cambio, Turquía apoyó a los tártaros ucranianos, pero sin realizar acciones en Ucrania, e Israel tomó súbitamente conciencia de que es muy real el peligro que representan los “banderistas”, o sea los neonazis, peligro que el diplomático israelí Joel Lion ya había denunciado cuando era embajador de Israel en Kiev.
Las negociaciones se desarrollan bien, aunque los banderistas ucranianos asesinaron en Kiev a un negociador de su propio país –el banquero Denis Kireev [2]– al que consideraron culpable de haber estimado que ucranianos y rusos son en definitiva hermanos. Por su parte, el ministro francés de Exteriores cometió la estupidez de insistir inoportunamente en que Francia es una potencia nuclear, dando lugar a la respuesta rusa que consistió en poner en estado de alerta las fuerzas nucleares de la Federación Rusa.
Las negociaciones entre Rusia y Ucrania podrían tener resultados que hoy parecen difíciles de imaginar:
Ucrania, que había integrado a sus fuerzas 102 000 banderistas, podría ser desarmada y puesta bajo la protección de Estados Unidos y Reino Unido, de hecho bajo la protección de la OTAN. Esa sería la única manera de respetar los tratados, principalmente las declaraciones de Estambul (1999) y de Astaná (2010). Ucrania tiene derecho a escoger sus aliados pero no puede desplegar armamento extranjero en su territorio. Puede firmar acuerdos de defensa pero no puede ser miembro de un mando militar integrado. Esta es una posición muy gaullista: en su momento, el presidente francés Charles de Gaulle sacó a Francia del mando integrado de la OTAN, mantuvo el país como firmante del Tratado del Atlántico Norte pero expulsó a los soldados estadounidense del suelo francés.
Rusia ocuparía, o anexaría, la costa del Mar de Azov –incluyendo la ciudad de Mariupol– conectando así el Donbass con Crimea. También ocuparía, o incluso anexaría, el Canal de Crimea del Norte que aprovisiona la península en agua potable. Finalmente, Rusia podría ocupar, o incluso anexar, la costa del Mar Negro –incluyendo Odesa– para conectar Transnistria con Crimea. La minoría húngara, igualmente víctima de los banderistas –que cerraron las escuelas de esa minoría– podría ser integrada a Hungría. Problema: la pérdida del acceso al mar por parte de Ucrania podría ser causa de conflicto en el futuro.
Lo único seguro es que Rusia continuará su acción hasta neutralizar a todos los banderistas y que Israel la apoyará en la materialización de ese objetivo… pero no más-allá. En ese sentido, la gran concentración que el presidente Putin organizó en Moscú «contra los nazis» no es una simple muestra de determinación dirigida a la opinión pública rusa, ya es un grito de victoria. Todos los monumentos que glorifican al «nacionalista» Stepan Bandera serán destruidos y los demás Estados que han respaldado y glorificado a los neonazis, como Letonia, tendrán que tener muy en cuenta lo sucedido.
Es en ese campo donde Estados Unidos se juega el todo por el todo. En unos pocos días, Washington impuso a todos sus aliados la adopción de medidas unilaterales –que son por consiguiente ilegales en derecho internacional. Pero esas medidas, calificadas como «sanciones» a pesar de que no son resultado de ninguna decisión de justicia, no son sostenibles ni siquiera a mediano plazo y ya han suscitado una especulación desenfrenada en el sector de la energía y un alza inmediata de los precios en Europa. Las grandes empresas europeas se van de Rusia muy a su pesar y precisándole al Kremlin que no tienen otra opción pero que esperan regresar lo más rápidamente posible.
El presidente Vladimir Putin trae de regreso a los liberales que en algún momento fueron acusados de haberse vendido al extranjero. El ex presidente Dimitri Medvedev vuelve a contar con el favor del Kremlin y la directora del Banco Central ruso, Elvira Nabiullina, designada para ese cargo durante el idilio con Occidente, ha sido propuesta a la Duma para garantizar su propia sucesión, pero trabajando en lo adelante con otros especialistas. Serguei Glaziev, cuyo nombre está asociado a las privatizaciones de la época de Yeltsin, ha recibido la misión de crear un nuevo sistema económico y financiero capaz de sustituir el de Bretton Woods, que los anglosajones implantaron en 1944. Se perdona todo a esos liberales con tal de que garanticen a China y a la Comunidad Económica Euroasiática (Bielorrusia, Kazajastán, Kirguistán, Rusia y Tayikistán) que no favorecerán el estatismo.
La paz en Ucrania no resolverá el conflicto entre Estados Unidos y Rusia, que se abrió el 17 de diciembre de 2021, y los straussianos (discípulos del filósofo Leo Strauss [3]), que nunca vacilaron en utilizar los argumentos religiosos para atacar a Rusia en Bosnia-Herzegovina, en Afganistán, en Chechenia y en el Medio Oriente, tienen intenciones de recurrir nuevamente a la manipulación confesional en el plano global.
Es muy importante recordar lo que ya ha sucedido antes. El orientalista straussiano Bernard Lewis –quien fue agente de la inteligencia británica antes de convertirse en miembro del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos y luego en consejero del primer ministro israelí Benyamin Netanyahu– concibió una manera de movilizar a los árabes para utilizarlos contra Rusia, según los intereses de Occidente. En la estrategia del llamado «choque de civilizaciones», Bernard Lewis explicaba que, en Afganistán, los creyentes musulmanes tenían que luchar contra los soviéticos ateos. Aquella manipulación se concretó a través de los árabes y afganos lidereados por Osama ben Laden.
Esa misma estrategia fue utilizada otra vez con éxito en Bosnia-Herzegovina y en Chechenia. En Bosnia-Herzegovina la OTAN utilizó el ejército de Arabia Saudita y los Guardianes de la Revolución iraníes, así como algunos elementos del Hezbollah libanés. Un straussiano, el estadounidense Richard Perle, se convirtió incluso en consejero diplomático del presidente bosnio Alija Izetbegovic, quien tenía como consejero militar a Osama ben Laden.
Después, durante la segunda guerra de Chechenia, los straussianos organizaron la alianza entre los banderistas ucranianos y los islamistas chechenos en el congreso de Ternopol, realizado en 2007, con el apoyo logístico de la Milli Gorus turca –entonces encabezada por Recep Tayyip Erdogan. Banderistas, neonazis e islamistas lucharon juntos en Chechenia por el Emirato Islámico de Ichkeria y contra Rusia.
Posteriormente, la estrategia concebida por Bernard Lewis fue popularizada por su asistente, Samuel Huntington. Pero Huntington no presentó «choque de civilizaciones» como una estrategia militar sino como una fatalidad que explicaba –muy oportunamente – por qué había que atribuir los atentados del 11 de septiembre de 2001 a los musulmanes en general.
Teniendo en cuenta que quienes luchan creyendo cumplir la voluntad de Dios no se detienen ante nada, los straussianos decidieron hace ya 4 años reactivar el cisma que separó a católicos y ortodoxos en el siglo XI. Con ese objetivo, se dieron a la tarea de separar a la iglesia ortodoxa ucraniana del Patriarcado de Moscú y lo lograron con ayuda de Turquía, que presionó al Patriarca de Constantinopla.
Ahora se trata de desencadenar las pasiones utilizando las profecías de Fátima. En 1917, precisamente después de la Revolución Rusa, videntes portugueses dijeron haber visto apariciones de la Virgen María, que les confió diferentes mensajes, entre ellos uno que denunciaba implícitamente el derrocamiento del Zar, quien ocupaba el trono en Rusia por derecho divino. Se presentaba así a Rusia como una entidad que había optado por el Mal y que, además, trataba de diseminarlo. En el marco de la nueva estrategia, el consejero de Seguridad Nacional del presidente estadounidense Joe Biden, Jake Sullivan, aprovechó su viaje a Roma, donde se reunió con enviados chinos, para convencer al papa Francisco y lo logró.
Se estableció entonces un calendario. El presidente Zelenski hablará al parlamento de Francia, el presidente Biden viajará después a Europa para presidir una cumbre extraordinaria de la OTAN y, finalmente, el papa Francisco, ajustándose a la profecía de la Virgen María en Fátima, consagrará Ucrania y Rusia al Inmaculado Corazón de María. Aunque puede parecer artificial, se trata de un montaje potencialmente poderoso, que puede llevar muchos católicos a creer que combatir a Rusia es un deber religioso.
En las próximas semanas, el presidente estadounidense Joe Biden adoptará un nuevo discurso. Tratará de presentar la paz en Ucrania como una victoria de la sabiduría, sin importar que el régimen ucraniano haya perdido su apuesta, ni que los banderistas estén presos o muertos. Tampoco importará que Ucrania haya perdido su acceso al mar. Los países miembros de la OTAN serán invitados a incrementar aún más sus presupuestos militares y a pagar de su bolsillo toda la matanza.
Thierry Meyssan Intelectual francés, presidente-fundador de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Sus análisis sobre política exterior se publican en la prensa árabe, latinoamericana y rusa. Última obra publicada en español: De la impostura del 11 de septiembre a Donald Trump. Ante nuestros ojos la gran farsa de las «primaveras árabes» (2017).
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