SANTIAGO NAVAJAS
Un millón de jóvenes han faltado esta semana a clase por una huelga convocada por un sindicato estudiantil marxista-leninista en apoyo al pueblo palestino. La inmensa mayoría no sabe situar en el mapa Jerusalén; mucho menos han oído sobre Arafat, Barak y Clinton en Camp David; para qué hablarles de Ben Gurion y Amin al-Husayni, el gran muftí de Jerusalén. La mayor de ellos parte se ha quedado en casa durmiendo, jugando a la Play. Es la mejor parte de la historia. Porque la minoría que sí se ha manifestado son los herederos de la Guardia Roja maoísta, de las Juventudes de las SS, solo que escuchan reguetón y a Taylor Swift, calzan Nike y visten Zara. En lugar de la hoz y el martillo o la esvástica empuñan la bandera palestina como si fuese un cohete de Hamás. Henchidos de sentimentalismo barato y odio que nos va a salir muy caro, estos estudiantes nacidos en el siglo XXI nos muestran el tsunami de ignorancia e irracionalismo, de impostura y nihilismo, que se nos viene encima.
Pero aunque la mayoría no haya asistido a las «manifas», sí que les habrá calado inconscientemente el mensaje de los convocantes contra el Estado de Israel y los judíos. Por supuesto, dicho antisemitismo no se muestra a las claras, sino a través de una disyuntiva tan simplista como maniquea y venenosa: estás con los israelíes o con los palestinos. Obviamente, es una disyuntiva falsa porque la respuesta correcta es que hay que estar con los israelís y con los palestinos, lo que implica, pero esto ya no es tan obvio, con el Estado de Israel, una de las mejores democracias del mundo, y en contra de Hamás, una organización terrorista.
Porque, ¿qué significa apoyar al pueblo palestino? Fundamentalmente, acabar con Hamás y Hezbolá, las dos organizaciones palestinas que llevan lustros oprimiendo y asesinando a los israelíes, pero sobre todo a los propios palestinos. Igualar a los palestinos con Hamás es como identificar a los vascos con ETA, con la salvedad de que los terroristas musulmanes son mucho peores si cabe que Josu Ternera y Santi Potros. Entre las pancartas exhibidas por los estudiantes se reclamaba el alto al genocidio en Palestina y se daban vivas a la lucha del pueblo palestino. Ni una palabra sobre que Hamás libere a los rehenes y entregue a los asesinos. De hecho, de manera orwelliana, los jóvenes aunque sobradamente adoctrinados estaban negando el derecho de Israel a la defensa, y, por tanto, a la misma existencia, además de apoyar el terrorismo islamista. Otras pancartas declaraban que «Israel asesina y Europa patrocina», lo que es una advertencia por parte de estos estudiantes proislamistas de que tras Jerusalén caerían Madrid, París, Roma y Berlin. El odio contra Israel es la vertiente más venenosa del resentimiento generalizado contra Occidente en la izquierda que va de Pedro Sánchez a Pablo Iglesias, los abanderados españoles de la vía reaccionaria del progresismo que baila al son que tocan en Caracas, Waterloo y Teherán.
Mientras, en ciudades de países islámicos, se canta: «Quien tenga un rifle, vaya a dispararle a un judío o se lo dé a Hamás». También en Sudáfrica desde partidos de supremacismo negro se canta que hay que disparar a los blancos. Los periódicos de izquierda en Occidente, tipo New York Times o The Guardian, le explican a su inquieta parroquia blanca y pequeño burguesa, que dichos cánticos son meros actos de la imaginación que subliman líricamente el asesinato del culpable colonizador en forma simbólica. Un rifle no es más que una metáfora de la aspiración a la liberación. Sus lectores se lo creen y se van tan tranquilos a festivales de música electrónica junto a la frontera con Gaza, donde reciben con flores y sonrisas a unos liberadores líricos y simbólicos que llegan en parapente armados hasta los dientes con Kaláshnikov y cuchillos para despellejar judíos, violar judías y secuestrar a niños y ancianos.
Así se inocula el antisemitismo y el fanatismo, entre «huelgas» y videojuegos. Dicho sindicato de ultraizquierda se aprovecha de la inclinación de los estudiantes por las vacaciones, el pasotismo de muchos padres, la indiferencia de bastantes profesores, la irresponsabilidad de los principales políticos y la cobardía de varios jueces para dejar que un derecho tan importante como el de huelga se corrompa todos los años a mayor gloria de la demagogia, la estupidez y la vagancia.
Este año, además, con repugnantes dosis de racismo, xenofobia y el tradicional odio español hacia los judíos, transmitido ahora a las nuevas generaciones. La banalidad del mal, ese caldo de cultivo en el que se cuece la vileza en la salsa de los falsos buenos sentimientos de las almas bellas, una vez más triunfando ante nuestras narices. Hace años cursaba un Máster en Madrid con gentes de diversos países. Uno de ellos, judío hispanoamericano, me preguntó una vez que nos hicimos amigos cómo es que los españoles eran tan antisemitas. El español medio cree no serlo. Pero por sus manifestaciones los conoceréis.
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