Winston Smith
Hay testimonios que llegan al corazón de quien lo lee porque salen del corazón de quien lo escribió. Os invito a leer un relato vitalista de un profesor / educador / docente y padre que estoy segura que os abrirá la mente de lo que a diario se vive en las aulas. Comienza el curso escolar y con él una parte muy importante de la vida de padres, alumnos y profesores.
”Un profesor no es como un padre, pero en ciertos casos se me ha obligado a hacer de padre con algunos alumnos que viven en su familia como si fueran huérfanos de padre y madre vivos”
Como profesor de inglés, lucho cada día con el rechazo de los alumnos a aprender una lengua que no es la suya. A veces, eso sí, hay alguna flor en el desierto a la que le gusta la materia. Pero no voy a hablar de temas pedagógicos, ni de la dificultad de la materia o de los dolores de cabeza que nos ocasionan las sucesivas leyes educativas.
Me gustaría dejar un testimonio sobre lo que significa para mí la enseñanza, que es mi vocación y cuyo desempeño es algo que me llena y me realiza como ser humano. Empezaré contando las historias de tres niños cuyos casos me han impactado y hecho reflexionar mucho sobre mi trabajo como docente.
En la sesión de evaluación, se comenta que se han tenido que mudar de pueblo, dejando amigos, trabajo y estudios. Me queda el recuerdo del precioso dibujo que esta niña hizo en una redacción que tenían escribir sobre El ruiseñor y la rosa, de Oscar Wilde. En el dibujo de ese pájaro alzándose al vuelo junto a una flor, quiero ver el espíritu de N., su esfuerzo de alzarse sobre la difícil situación social, económica y geográfica con que la vida la ha castigado a tan tierna edad. Tengo la esperanza de que el gusto por la literatura que le desperté con obras de Oscar Wilde, Charles Dickens, Bécquer y otros clásicos, se convierta en amor por conocer y aprender, y que, con los años, su conocimiento la ayude a salir del mundo conflictivo en que ha crecido y viva feliz y en paz.
Ahora es el segundo año que tengo a G. en mi clase. Aunque sigue gracioso y hablador, está más tranquilo y trabajador. Dice que quiere cambiar y ser bueno. Eso es buena señal, al menos quiere salir de la profundidad del pozo. Sin embargo, la historia de G. me hace reflexionar. ¿Cómo una madre puede decir tal cosa a su hijo? ¿Cómo un niño que ha recibido tales tratos y su propia madre le ha dicho que ojalá no existiera, puede salir adelante? Lo tiene difícil. Mis compañeros dicen que si tuviera otra familia y viviera en otro lugar sería completamente diferente. Pero no es el caso. G. me ha enseñado una cosa: la extrema importancia del amor en la familia, de una familia unida. Y del sufrimiento que una personita que has visto crecer desde que salió de su mamá, puede experimentar por la total falta de cariño.
Los días antes de Navidad, cuando ya muchos alumnos pasaban de venir a clase, él era el único de su grupo que venía. Le pregunté qué iba a hacer en las vacaciones y me dijo que lo de siempre, estar solo en su casa, o en su habitación y que no sale en su pueblo porque aquí no tiene amigos, y que no va a visitar a los que tiene en otros pueblos porque en su casa no tienen coche. “¿Por qué no coges el autobús?, le pregunté. Y su respuesta me sorprendió: “Ah, pues sí, nunca se me había ocurrido”. El pobre no da para más.
Es evidente que este niño está muy dejado, le falta atención y muchísimo cariño. La verdad es que poco más podemos hacer, ya que la situación familiar hace que haya caído en una apatía total y, al cumplir dentro de poco los 17, tendrá que dejar el centro y, o bien ponerse a trabajar, o sacarse el título de ESO en la Escuela de Adultos. Ya le he dicho muchas veces que se esfuerce y al menos se saque la ESO y haga algún módulo. Pero no tiene espíritu. Me da pena pensar en lo que será de este niño en unos años.
He llegado a escuchar a niñas de 4ºESO decir que si no se sacan la ESO, que se meten a stripper, o que vender droga es un buen negocio (clara influencia de su entorno y de las series que ven en Netflix, que tampoco ayudan). O niñas de 2ºESO que quieren “ponerse piercings en los pezones”, pero que han de esperar a “que les terminen de crecer las tetas”. Me vienen a la memoria muchas otras: una profesora en cuyo anterior centro fue amenazada y agredida físicamente por alumnos de determinada etnia y que, al punto de darse de baja por depresión, fue “salvada” por la pandemia, el confinamiento y las clases online. Anécdotas y comentarios hay muchos, como sabe cualquier profesor, pues con lo que vemos y escuchamos podríamos inundar de tinta cientos de miles de páginas.
Entiendo que no es lo mismo enseñar en zonas de este tipo que en otras de un nivel socioeconómico superior. El nivel es más bajo, algunos ni siquiera se expresan bien en su propio idioma, y ya no digamos en inglés, la materia que yo imparto. Hay días que no vienen a clase, o si vienen miran por la ventana ensimismados con el campo o sus pensamientos, y no trabajan. No obstante, esto hace si cabe mi labor mucho más atractiva y crucial. Estos niños merecen adquirir un conocimiento que les posibilite crecer, que aprendan que hay más, mucho más de lo que viven en su pequeño y cerrado mundo.
Pero mi deber como profesor no es sólo la transmisión de unos conocimientos que se les acumulen en la cabeza. He de conseguir que sepan aplicarlos en su vida, pues con ellos tendrán más oportunidades y vivirán una existencia más rica. Pero, además, dada la conflictiva situación en casa o en sus pueblos, muchas veces ejerzo funciones de padre con ellos: escucho problemas que no tienen que ver con el instituto, a veces incluso me piden consejo, los animo con tal o cual problema, o sencillamente me cuentan cosas sobre su familia y su vida. Al final, te das cuenta de que no sólo eres solo un transmisor de conocimiento para ellos, una figura neutra en un momento determinado en su vida, sino que muchos buscan un referente, algo de lo que carecen en casa.
Por todo lo dicho, se hace vital tomar conciencia de lo que representamos. Por una parte, por nosotros como docentes, para evitar convertirnos en grises funcionarios que van a trabajar, sueltan una perorata y vuelven a casa, esperando al fin de semana, o a final de mes para cobrar, o sin sentir el más mínimo interés por las jóvenes vidas con las que tenemos contacto. Y lo más importante, por los muchachos, debemos perseguir que no solo pasen por el instituto, sino que el centro pase por ellos. Hemos de enseñar lo que estipula la ley, sí, pero también ayudarles a tomar conciencia de la sociedad a la que saldrán cuando terminen de formarse.
Nuestro trabajo no es formar seres sin conciencia que al darse de bruces con el crudo mundo de los mayores, se pierdan y se vean incapaces de reaccionar. Nuestra labor es instruirles, acompañarlos, ayudarles a crecer, a pensar por sí mismos (¡que para ovejas ya hay muchas en las anchas llanuras de Castilla!); en definitiva, a formar personas con alma propia, que sean capaces de buscar la felicidad y de hacer felices a los demás en un mundo que les pondrá muchas trabas.
“El colegio no es el hogar de los hijos”
Winston Smith
FUENTE: https://www.sophya.es/un-profesor-no-es-un-padre-y-el-colegio-no-es-el-hogar-del-alumno/
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