UNA LECTURA LIBERAL-CONSERVADORA DEL DISCURSO DEL PRESIDENTE DE ARGENTINA JAVIER MILEI.
FRANCISCO JOSÉ CONTRERAS
Javier Milei explicó las bases morales del libre mercado nada menos que en el Foro de Davos, una entidad dedicada a la promoción del “capitalismo inclusivo” o “capitalismo ético”. Pero la inclusividad y la “ética” pueden estar acabando con el sistema que ha sacado a la humanidad de la miseria. El intento de corregir el mercado en nombre de sus supuestos “fallos” y en pos de la “justicia social” termina generando el rumbo autodestructor que ha conocido Argentina en el último siglo -de ser uno de los países más ricos del mundo hacia 1900, ha caído por debajo del puesto 100 en el ránking mundial de PIB per cápita, desde que el peronismo apostó por la “justicia social”- y que puede extenderse al conjunto del Occidente desarrollado (la Europa socialdemócrata crece mucho más despacio que el Asia “capitalista salvaje”).
Es interesante conocer cómo surgió el Foro Económico Mundial. En 1970, Milton Friedman defendió el “shareholder capitalism”, el capitalismo de accionistas, en un resonante artículo del New York Times Magazine. Su tesis era que la misión de una empresa es ganar dinero y maximizar el retorno de la inversión hecha por sus accionistas: “the business of business is business”. Al servir a sus accionistas, la empresa sirve también al conjunto de la sociedad, pues en un marco de libre mercado sólo es posible obtener beneficios ofreciendo bienes y servicios de calidad que satisfagan necesidades de la gente a un precio ventajoso: este es el “altruismo paradójico” (para enriquecerme me veo obligado a servir a los demás) que Adam Smith había expresado a través de la metáfora de la mano invisible.
El artículo de Friedman fue respondido por un joven economista alemán llamado Klaus Schwab. En su libro de 1971 “Modern Company Management in Mechanical Engineering”, Schwab desarrolló el concepto de “stakeholder capitalism” como alternativa al del capitalismo de accionistas. La idea básica es que la empresa no sólo debe buscar el beneficio de sus accionistas, sino el del todos los “stakeholders”, todos los participantes en el proceso productivo (trabajadores, proveedores, clientes…), y más genéricamente el de toda la sociedad. En definitiva, Schwab no creía en el altruismo paradójico de la mano invisible y exigía a la empresa un altruismo visible, directo: de ahí saldrá, por ejemplo, la idea de la “responsabilidad social corporativa”. El Foro de Davos fue creado para promover este “capitalismo ético”, capitalismo inclusivo o solidario. Su primer documento fue el Manifiesto de Davos, un “código ético para los líderes empresariales”.
Desde entonces, en nombre de la inclusividad y de la corrección ético-social del “capitalismo salvaje”, el Foro de Davos ha ido convirtiéndose en un antro socialdemócrata en el que algunos de los empresarios y políticos más poderosos del mundo piden cada año más impuestos, más regulaciones y más intervención estatal en la sociedad. La demanda de intervención se va adaptando en cada momento a la ideología progre de moda: si en el siglo XX era la “justicia social”, en el XXI es más bien la “emergencia climática”, la “igualdad de género” y otros mantras woke.
Milei se metió en la guarida del lobo “radical chic”, la casta pluto-progre, para refrescarles los fundamentos del liberalismo, con una rotundidad didáctica que no se veía desde Thatcher y Reagan: el capitalismo es mucho más eficiente que cualquier forma de colectivismo (incluyendo en esta categoría genérica no sólo el comunismo, sino también el nacional-sindicalismo, la socialdemocracia o el “capitalismo inclusivo”); es él quien ha sacado de la pobreza a la mayor parte de la humanidad a una velocidad inédita, y sigue haciéndolo hoy (aunque Europa esté estancada, en África y Asia el capitalismo sigue rescatando de la miseria a cientos de millones de personas). Pero no sólo es más eficiente: también es más justo, pues se basa en contratos voluntarios y en la provisión de bienes y servicios por empresarios que arriesgan su capital, mientras el colectivismo se basa en la coacción estatal que quita el dinero a unos para entregarlo a otros. El empresario no se enriquece robando a los demás (es falsa la visión de la economía como un juego de suma cero), sino creando riqueza para todos: “el capitalista, el empresario exitoso, es un benefactor social que, lejos de apropiarse de la riqueza ajena, contribuye al bienestar general. En definitiva, un empresario exitoso es un héroe”.
Para irritación de los libertario-progres, Milei introdujo también vetas conservadoras en su impecable defensa del libre mercado: concretamente, dos alusiones meridianas al crimen del aborto y al necesario compromiso de todo verdadero liberal en su erradicación. Citando casi literalmente a Locke y a la Declaración de Independencia norteamericana, Milei afirmó que “los principios fundamentales del libertarismo son la defensa de la vida, la libertad y la propiedad”, dejando claro que incluye ahí la vida del no nacido, pues denunció “la agenda sangrienta del aborto”.
Creo que Milei está evolucionando desde el libertarianismo puro (que considera que bastan los contratos voluntarios y el Estado mínimo para que la sociedad se autorregule a la perfección) hacia el liberalismo conservador (que, sin dejar de confiar en el libre mercado en lo que se refiere a la economía, reconoce que no todo es economía, y que el modelo liberal no puede subsistir sin familias sólidas, ciudadanos virtuosos, “cuerpos intermedios” vigorosos…).
Como la evolución aún no se ha completado, su única referencia conservadora fue la defensa de la vida del no nacido (el ataque al feminismo lo veo más bien como una exigencia liberal, pues el feminismo está destruyendo la igualdad ante la ley, una de las grandes conquistas liberales).
Al discurso de Milei le faltó abordar la más grave amenaza para el futuro de nuestra sociedad. No es la “emergencia climática” (que no es tal emergencia), sino el suicidio demográfico, que nos está llevando a un envejecimiento de la población que más pronto que tarde hará insostenibles las pensiones e improductiva la economía, por falta de mano de obra joven y cualificada (la que llega desde África -el último continente con tasas de natalidad sanas- no lo es). Para afrontar el suicidio demográfico no basta el viejo manual de Smith, Hayek y Friedman, pues en su época no existía un problema de infranatalidad ni estaba desmoronándose la familia. Necesitamos un programa liberal-conservador a la altura del siglo XXI, que complete la libertad de mercado con medidas educativas e incentivadoras hacia la recuperación del matrimonio (que está desapareciendo, desplazado por la “pareja de hecho”) y el fomento de la natalidad. Y sí, el Estado puede y debe echar una mano en esto.
Francisco José Contreras
Catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Sevilla. Autor de once libros individuales (entre ellos, “Kant y la guerra”, “Liberalismo, catolicismo y ley natural”, “Una defensa del liberalismo conservador” y “Contra el totalitarismo blando”). Ha recibido el premio “Cristianismo y libertad” del Centro Diego de Covarrubias 2020, el Premio Angel Olabarría y el Premio Legaz Lacambra de la Academia Aragonesa de Jurisprudencia.