Hace ya varias semanas que George Soros cumplió 90 años, nació en Budapest un 12 de agosto, y el diario globalista español «El País» le hizo un «masaje-interviu».
La entrevista demuestra que, tanto las preguntas como las respuestas ya estaban pactadas, y que Soros sólamente habló de lo que a él le interesaba, de su agenda, de los planes que tiene este nonagenario para cambiar el rumbo de la historia de la humanidad, de su proyecto de ingeniería social, para conseguir una nueva sociedad, unos hombres y mujeres «nuevos», a la medida de sus delirantes objetivos…
Han sido ya muchos los pensadores que han afirmado que, una de las características de la izquierda es que «aborrece a las personas», pero, en realidad, más que odiar a los seres humanos, acaba detestanto, condenando, y considerando infrahumanos a quienes considera un obstáculo para sus planes de ingeniería social.
Aunque G. Soros no se haya manifestado así de rotundo, respecto de quienes considera un problema para conseguir los que, él considera legítimos objetivos, lo que sí ha demostrado desde casi cuando era adolescente es su enorme torpeza, su ineptitud para sentirse cercano, una incapacidad para identificarse con alguien y compartir sus sentimientos. Sorprende que no se incomode especialmente cuando el alguien le pregunta por su actitud durante el holocausto.
El padre de G. Soros dividió y dispersó a su familia, para evitar que acabara perdiéndose, la dividió y re-colocó en otras familias no judías. Casualmente, George Soros fue un fiel acompañante del padre adoptivo que le asignaron, que trabajaba deportando judíos y requisando sus bienes. En la actualidad él se justifica diciendo: “Yo era un simple espectador”.
Lo de que Soros se defina a sí mismo como un espectador es en él una importante seña de identidad, han sido muchas las ocasiones en las que no ha ocultado su deseo de convertirse en un dios benévolo, con autoridad y poder sobre el común de los mortales, juez y padre de la humanidad, que todo lo sabe, que todo lo ve y controla… “como el Dios del Antiguo Testamento (…) Un dios invisible… Sí, Yo era muy invisible. Benevolente. Era muy benevolente. Panóptico. Intento ser panóptico”. Capaz de pasar desapercibido y al mismo tiempo estar en un pedestal desde el cual es capaz de ver y controlar al resto de los mortales… Invisible, actuando siempre en la sombra, permaneciendo siempre en la cocina de ese restaurante que es la vida pública, benevolente promoviendo causas supuestamente progresistas, aunque su bonhomía, su «bondad extrema» no vaya en la dirección de hacer avanzar, a mejor, a la humanidad.
G. Soros no pierde ocasión de hablar de «sociedad abierta», debemos entender que cuando lo hace, se refiere a las ideas de Karl Popper, también húngaro como Soros que, afirma que los humanos todavía tenemos que caminar, transitar desde una forma de sociedad tribal o «cerrada», sometida a fuerzas mágicas, hacia la «sociedad abierta» que acabará liberando las facultades críticas, intelectuales de los humanos. Paradógicamente, tal como Popper, G. Soros nos previene de los totalitarismos y los populismos, al mismo tiempo que, es partidario de que el poder político en los regímenes democráticos debe ser controlado, y debe ser utilizado para corregir los «excesos» del libre mercado.
Es por ello que G. Soros no contempla la posibilidad de tolerar, ni permitir, agrupaciones sociales menores, «sociedades intermedias» ya que, él las considera un obstáculo para sus planes de ingeniería social, y el nuevo orden global que se ha propuesto como objetivo final. Como más de uno ya habrá concluido, G. Soros considera que los individuos se deben someter a al supremacía del estado-providencia, el estado intervencionista, con un régimen de planificación centralizada de la economía.
El padre de Soros le inculcó la idea de que es necesario un único idioma universal, el esperanto, idioma artificial, creada por el polaco L. L. Zamenhof en 1887, que pretendía que fuera el instrumento de un hermanamiento definitivo entre personas, independientemente de su cultura (Se calcula que en estos momentos es hablado por cerca de 2 millones de personas en todo el mundo). El esperanto es un instrumento ideal para crear una sociedad sobre nuevas bases, y que borre todas las injusticias adheridas al pasado de las distintas sociedades. Así, según sus seguidores, incluido Soros, se podrá crear una nueva humanidad, en la que las personas podrán conseguir todos nuestros anhelos de justicia.
Esta idea también la consiguió leyendo a Popper y su libro «La sociedad abierta y sus enemigos», que él interpretó como una sociedad sin las ataduras del pasado.
En realidad, tal como recoge en sus libros («Mi Filosofía» entre otros) Soros considera que existen tres clases de sociedades. Las sociedades abiertas, y sus dos némesis (en referencia a la dios griega Némesis, la diosa de la justicia retributiva, de la la solidaridad, y también de la venganza, del equilibrio y de la fortuna): las sociedades marcadas por la tradición y las guiadas por ideologías totalitarias.
Pese a que no hay países que respondan por completo a ninguno de estos tres esquemas-definiciones, Soros considera que son las tres claves con las que hay que interpretar, a su juicio, la sociedad.
G. Soros promueve y financia acciones contra las formas de vida tradicionales promoviendo una migración masiva que funcione como la segunda ley de la termodinámica, borrando las diferencias entre unos países y otros, para tener una sociedad común.
La segunda ley de la termodinámica afirma que, La cantidad de entropía del universo tiende a incrementarse en el tiempo.Este principio establece la irreversibilidad de los fenómenos físicos, especialmente durante el intercambio de calor.
Tras la caída del muro de Berlín, George Soros creó la Universidad Europea Central en Praga (Chequia), en 1991. Dos años más tarde, trasladó su sede a Budapest, capital de Hungría, y posteriormente, en 2018 a Viena, Austria.
Es una universidad centrada en las ciencias sociales, no en las disciplinas científicas, o técnicas, que evidentemente no están en sintonía con las ideas y los propósitos de G. Soros.
En la universidad de Soros, por poner un ejemplo, se enseñan falsedades tales como que hubo un tiempo en que Europa era un crisol de culturas, una Europa multicultural, que en la Edad Media había una “interseccionalidad de religiones”. Y que la esencia de Europa es esa, la amalgama de religiones, su diálogo ilustrado y, en última instancia, que el destino de Europa debe ser autodestruirse, desmembrándose poco a poco…
Soros dice que es un luchador, un activista contra el los totalitarismos; él, que ha sobrevivido en Hungría al nazismo y al comunismo, de los que huyó para estudiar en la London School of Economics con Karl Popper.
Pero su visión al respecto está absolutamente desenfocada, hasta tal punto que afirma que el totalitarismo está presente en el movimiento favorable al Brexit y en la persona de Donald Trump.
Soros ha llegado a afirmar que Trump pretende convertirse en dictador de los Estados Unidos, pero que no lo conseguirá porque se lo impide la Constitución de los Estados Unidos.
Pese a sus premoniciones, las acciones de Donald Trump dicen todo lo contrario, hasta ahora Trump no ha asaltado la Constitución, mientras que Kamala Harris, a la que él apadrina, habla sin rodeos, sin circunloquios de que cuando sea presidenta de los EEUU legislará al margen del Congreso y de las resoluciones del Tribunal Supremo.
El pensamiento de Karl Popper le ayudó a acuñar la palabra “reflexividad” que utiliza para nombrar la interacción bidireccional que, según él, existe entre el pensamiento y la realidad que, está profundamente arraigada en nuestro sentido común.
Soros critica lo que él y otros llaman «economía neoclásica», la economía basada en la libre competencia, la ley de la oferta y al demanda, y su influencia en la subida y bajada de los precios de los bienes y servicios, la economía en la que se considera el dinero como un factor importante, etc.
Soros, cree que tales esquemas parten de una visión pobre del hombre, y le lleva a describir un mundo de ajustes perfectos que en muy poco, o nada, contribuyen a entender lo que ocurre realmente en el mercado.
Soros se define a sí mismo, cada vez que tiene ocasión, como un hombre egoísta. No es esa visión estrecha del hombre como un animal que sólo busca su propio interés lo que le aleja de la economía neoclásica, sino su constatación de que, nos movemos en un mundo dominado por las sombras, en el que los valores son opiniones sobre lo que la gente desea, no un reflejo exacto de esos deseos. Soros se ve a sí mismo moviéndose entre las sombras, pero con confianza. Puesto que los ajustes no son perfectos ni automáticos, sino que está sujeto a vaivenes marcados por oleadas de ideas y, sobre todo, por feedback negativos, los inversores pueden beneficiarse de esos vaivenes. Los feedback negativos son los procesos en los que el avance de un elemento crea las condiciones para su propio retroceso. A todo esto George Soros lo llama “reflexividad”.
Según Soros, el hecho de que la teoría neoclásica no refleje, a su entender, la realidad del mercado quiere decir que no pasa por la criba del contraste con la realidad. O sea, es una teoría científica, falsable (refutabilidad o falsabilidad es la capacidad de una teoría o hipótesis de ser sometida a potenciales pruebas que la contradigan. Es uno de los pilares fundamentales del método científico), sí, pero falsa. Y, dado que Soros considera que el libre mercado es sinónimo de economía neoclásica, lllega a la conclusión de que el mercado debe ser regulado por los gobiernos. Pero sólo el mercado; la moral, las migraciones, los usos sociales… todo ello debe quedar fuera del alcance de la intervención del Estado.
Teóricamente, como su maestro, Popper, Soros es antimarxista. George Soros no utiliza la lucha de clases, la dialéctica de dominadores-dominados, explotadores-explotados para interpretar la historia, sino esa tríada de sociedades abiertas, tradicionales o totalitarias. Soros, como muchos más, consideran que el método marxista no es científico, no es refutable, no es «falsable», siguiendo a Popper.
Soros es individualista. Aunque es un individualismo impostado; él se cree poco más o menos que «superman», capaz de diseñar y transformar la sociedad, usando sus habilidades y su experiencia empresariales. Para Soros la existencia de millonarios como él es imprescindible, ya que éstos pueden poner su riqueza al servicio de la lucha contra el totalitarismo. Individuos extraordinarios, como él, son capaces, como nadie, de comprender el mundo, se enriquecen con él, pero están tocados por un interés humanista. Según Soros, esos súper individuos son víctimas de la envidia y de la codicia de la gran masa, que rumia cabizbaja el alimento espiritual que le ofrecen los totalitarios, por un lado, o los súper individuos como él, por otro.
Soros entiende que su egoísmo es virtuoso, porque ese egoísmo le ha conducido a ganar dinero y luchar por causas que él llama filantrópicas.
Aunque algunos se empeñen en ver similitudes con Ayn Rand, nada más lejos de la pensadora judía de origen ruso, nacionalizada norteamericana. Ayn Rand, hace hincapié en el egoísmo como la preocupación y ocupación por el propio interés, entendido éste en un sentido muy amplio («La virtud del Egoísmo»). Y considera el egoísmo como la base de la defensa de los derechos individuales, no como la justificación de su propia historia personal, como hace Soros.
Esa separación, complementaria, entre la masa y los grandes individuos es para Soros importantísima. Soros pretende un orden global, formado por instituciones -también globales- inspirado en su idea de “sociedad abierta”. Pero, tal como ya se señaló más arriba, no contempla las sociedades intermedias que, él percibe como un obstáculo para sus planes de instaurar un «Nuevo Orden Mundial». Una nueva sociedad, un hombre y una mujer, nuevos, que sean reflejo de sí mismo,…
George Soros nos vigila desde su atalaya, observa el mundo, nos supervisa, como haría un padre, un dios protector. Pretende cambiar el mundo a la medida de sus sueños locos, de sus ideas delirantes… en la convicción de que el dinero, su dinero puede mueve el mundo a mejor…
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Carlos Aurelio Caldito Aunión
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