Marco llegó a casa de Fritz Henkel cuando tenía seis años. Era un niño «vigoroso y activo», pero también conflictivo y bastante descuidado. Su madre, de 29 años, estaba separada y apenas si se ocupaba de sus dos hijos. Marco, el menor, no hablaba bien para su edad y se comportaba de forma «destructiva», según recoge el expediente sobre su caso preparado por la Oficina de Menores de Berlín. En el informe, un asistente social recomendaba medidas contundentes: «Para limitar en lo posible los daños psicológicos, urge separarlo de su familia». Marco pasó así, en 1989, al hogar de acogida que Fritz Henkel administraba, con apoyo estatal, en Berlín occidental.
Henkel era un pedófilo. Y Marco, sujeto involuntario del oscuro ‘experimento Kentler’: entregar niños con problemas a pederastas; con el visto bueno de las autoridades.
Lo que siguió fue una pesadilla de varios años, recuerda Marco. Gritos, golpes y también abusos sexuales. Primero siente vergüenza, luego va desgranando algunos detalles. Las visitas nocturnas en su habitación. El tutor que se metía en el cuarto de baño cuando él estaba desnudo. El dolor y la sangre la primera vez que el hombre abusó de él. A menudo hacía grabaciones de él y de algunos de los otros niños que le habían sido confiados mientras los hacía masturbarse. Henkel lo violó por primera vez a los seis años, seis meses después de su llegada, y continuó haciéndolo hasta que tuvo 13 o 14, más o menos. Luego perdió el interés en él, aunque Marco siguió viviendo en ese hogar de acogida hasta los 21 años.
«Fue como estar en cautiverio», dice Marco, hoy de 38 años. Solo mucho después de salir de la casa fue consciente de lo monstruoso de lo que le había ocurrido, porque «él nos lo vendía como algo normal, como si no fuera nada malo», recuerda. Marco coincidió con al menos otros cinco niños y adolescentes en la casa en esos años. Uno de ellos era de su edad, un chaval de origen rumano al que las autoridades recogieron en las afueras de la estación de trenes Jardín Zoológico, ubicada entonces en el corazón del antiguo Berlín occidental y, en esa época, conocido punto de encuentro de niños de la calle.
Ambos han contribuido a dar a conocer ahora el caso. Marco y Sven son los nombres ficticios con los que quieren ser conocidos en público y que usan para hablar de la demanda que han presentado contra la ciudad estado de Berlín como responsable de lo que les ocurrió. Porque el mayor escándalo de esta historia llena de horrores personales es que el suyo no es un caso aislado. La entrega sistemática de niños huérfanos o problemáticos a adultos pedófilos ocurrió con el consentimiento, e incluso bajo el auspicio expreso, de instituciones estatales.
Esa es al menos la conclusión a la que ha llegado un estudio publicado por la Universidad de Hildesheim, de Baja Sajonia, sobre el escándalo conocido bajo la etiqueta de ‘experimento Kentler’. El texto sostiene que en Alemania existió, al menos durante 30 años, una red dedicada de forma sistemática al abuso sexual de menores y cuyos tentáculos llegaban hasta varias instituciones públicas. O, en otras palabras, que la red pedófila contaba con el beneplácito del propio Estado.
Se trató de una «red que iba desde las instituciones académicas y pedagógicas, sobre todo de los años 60 y 70, hasta a algunas oficinas juveniles del Estado de Berlín, y en la que se aceptaban, se apoyaban y se defendían posiciones pedófilas», señala el informe, presentado este junio en la capital germana.
Para entender el contexto es necesario remontarse a las décadas de los 60-70 del siglo pasado, y al espíritu de una época marcada por las protestas sociales del 68. En la antigua Alemania capitalista florecen las ideas emancipatorias que barrían con la herencia autoritaria del nazismo e impulsan los movimientos de liberación sexual, entre otras revoluciones. La otra cara de la moneda, sin embargo, son las derivas hacia el extremismo político, por un lado —de ahí nace el grupo armado Fracción del Ejército Rojo, la RAF o ‘Baader-Meinhof‘—, y hacia un libertinaje sexual, por otro, que conduce además a que los más radicales cruzan la línea roja y coquetean con ideas pedófilas. También existe un personaje clave: Helmut Kentler, un psicólogo y sexólogo, profesor de la Universidad de Hannover.
Kentler se convirtió en esos años en una eminencia en el ámbito de la educación sexual y pudo darle así un aire de seriedad académica a sus ideas. Entre las más controvertidas estaba su posición favorable a los contactos sexuales entre adultos y menores. Entre 1966 y 1974, trabajó para el gobierno regional de Berlín como uno de los responsables del Centro Pedagógico, y desde allí impulsó lo que calificó como un «experimento» que consistía en entregar niños desamparados o con problemas de educación a hombres pedófilos. Su hipótesis era que «padres de acogida» de ese tipo podían crear un fuerte «vínculo emocional» con los menores para ayudar a sacarlos adelante.
El estudio de la Universidad de Hildesheim recoge que la casa de acogida de Henkel funcionó entre 1973 y 2003 y que por ella pasaron 10 niños y adolescentes. Uno de ellos, que sufría de discapacidad física y serios problemas de salud crónicos, murió en la casa del barrio berlinés de Friedenau, en 2001, a causa de problemas respiratorios.
«Siempre le oía por las noches, porque no podía respirar bien», dice Marco. Sven y él tenían que hacerse a menudo cargo de él, agrega. Henkel, un antiguo técnico de telecomunicaciones, vivía con los niños de los subsidios que recibía del estado de Berlín. Marco recuerda además al propio Kentler, al que visitaron varias veces en su casa en Hannover. «Celebramos una Navidad juntos», cuenta. Al profesor lo recuerda como una persona amable y risueña con los chavales.
El semanario ‘Der Spiegel’ dio a conocer los horrores de este programa en 2013. Desde entonces, el caso ha rondado la esfera pública alemana, pero su repercusión ha ido cayendo con el tiempo. Ni siquiera la presentación del reciente informe de la Universidad de Hildesheim tuvo una repercusión mediática reseñable. Es un escándalo que levanta ampollas en el ámbito político por la posible implicación directa de funcionarios públicos berlineses en la red pedófila y se ha convertido en la herencia más incómoda de un movimiento político y social que contribuyó a moldear a la exitosa Alemania moderna.
Las acusaciones de haber flirteado con la pedofilia en décadas pasadas alcanzan a hijos ideológicos del movimiento del 68 como Los Verdes, que toleraban posiciones de ese tipo en sus díscolos debates de los años 80. Pero también a los liberales del FDP, en cuya organización juvenil se llegó también a abogar por despenalizar el sexo con menores.
El gobierno regional de la capital alemana, conocido como el Senado de Berlín, se ha comprometido a aclarar los crímenes del ‘experimento Kentler’ y a indemnizar a las víctimas. Hasta ahora se han dado a conocer tres, entre ellas Marco y Sven, pero el estudio de Hildesheim cree que hubo muchas más y que los hogares de acogida como el de Henkel tuvieron réplicas no solo en Berlín, sino también en otros lugares del país.
El informe, además, deja claro que no consigue responder a todas las interrogantes, por ejemplo, sobre cuántos hogares de acogida existieron en Alemania y hasta qué punto representantes de la administración pública estaban implicados, ya fuera por omisión o por participar de forma activa. «En otros estudios se debe aclarar qué tan difundidos estaban estos lugares de acogida y cómo las redes (de pedofilia) conseguían crearlos pese a las disposiciones legales», señala el texto.
El estudio de Hildesheim es el segundo encargado por el propio Senado, después de uno publicado en 2016 por la Universidad de Gotinga. Este ya apuntaba a la falta de cooperación de las autoridades durante las investigaciones, algo que les impidió, sostiene la autora del informe, dar con el nombre de la persona o las personas que autorizaron el ‘experimento’.
El Senado berlinés asegura que seguirá apoyando las investigaciones sobre lo ocurrido. «Sería insensato de nuestra parte no estar interesados en eso», responden a una consulta de El Confidencial, y aseguran que no hay motivo para ocultar nada: «Las personas que están hoy a cargo son otras y, más allá de eso, no hay ningún motivo para no querer que se esclarezca todo. Al contrario, lo impulsamos y lo queremos expresamente», agregan.
Marco y Sven se quejan del trato recibido, entre otros motivos porque el gobierno regional no ha dado hasta ahora ni siquiera una cifra sobre la indemnización prometida. Los demandantes piden un monto de al menos 100.000 euros y una pensión vitalicia de 2.500. La denuncia penal contra los culpables directos ya no procede, porque ambos están muertos. Kentler murió en 2008, Henkel en 2015.
«Ambos aspiran a recibir una compensación económica y nosotros creemos que es lo adecuado», dice a El Confidencial un portavoz del Senado respecto a la indemnización, aunque no da plazos para los desembolsos. También asegura que la administración estatal contrató a una persona externa para asesorar a los dos demandantes en los trámites legales, pero que estos dejaron de tomar sus servicios después de un tiempo y que han cambiado varias veces de abogado.
Hace un tiempo, la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) le ofreció su apoyo a Marco para publicitar el caso contra el Senado, gobernado actualmente por una coalición tripartita del Partido Socialdemócrata (SPD), La Izquierda y Los Verdes. Él rechazó la oferta. «No quiero que todo esto se politice», dice.
Marco es hoy un tipo alto y robusto, aunque al hablar se torna taciturno, casi dócil. Al encuentro cerca en la localidad donde vive, en la periferia sur de Berlín, acudió solo al tercer intento tras cancelar dos citas, porque el tema lo agobia demasiado a veces. Sven se disculpó diciendo que estaba un poco enfermo.
Soy una piltrafa. El tren de mi vida partió hace mucho tiempo
Marco considera su vida un fracaso, pese a que ha formado una familia con la que vive ahí en las afueras, lejos del trajín de la ciudad. «Soy una piltrafa«, resume. «El tren de mi vida partió hace mucho tiempo». Apenas cobra un subsidio estatal debido a una discapacidad laboral reconocida desde 1999 y sufre ataques de pánico constantes. Todavía se despierta a menudo en las noches, dice.
Se avergüenza un poco al hablar del monto de la indemnización que reclama. «No lo hago por el dinero», asegura. «Si yo no hago esto, la gente como Kentler y Henkel ganan». Luego se anima al decir que usaría ese dinero para pagar algún día los estudios de su hija de cinco años y de su hijo de cinco meses.
Se detiene un momento a pensar y por primera vez mira con curiosidad para intentar despejar una duda. «Porque para ir a la universidad se necesita dinero, ¿verdad?».
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