CAROLUS AURELIUS CALIDUS UNIONIS
Después del derrocamiento y posterior muerte de Muamar El Gadafi en 2011 (tras mantenerse 42 años en el poder) y a la que ha sucedido una cruenta guerra civil, en la que han intervenido diversos países extranjeros, Libia vive en una situación de gran inseguridad política…
Después de la caída de Gadafi, el gobierno transitorio posterior no logro constituir un gobierno aceptado por todas las partes, dando lugar a una guerra civil desde el 2014 hasta el 2020. En este periodo ambas partes han combatido para erradicar el Daesh y Al Qaeda, de los que quedan grupos activos al sur del país. Al gobierno del Oeste que es de tendencia islamista, lo apoyan entre otros países Turquía, Qatar, UE y EE. UU, al del Este, más secular, lo apoyan Egipto, Arabia Saudita y Rusia a través del grupo Wagner. A partir de octubre del 2020 en que se firmó la paz y se formó el Foro de Diálogo Político auspiciado por la ONU se ha tratado de poner solución a la situación, y aunque no ha habido avances demasiado importantes… El principal problema: el reparto de los beneficios del petróleo está todavía pendiente de ser solucionado. La guerra de Libia, que hay que considerar de momento inconclusa, tiene una razón fundamental: el control de los recursos, fundamentalmente el petróleo y el gas. La mayor parte de estos recursos se encuentran en zonas remotas, lo cual lleva a la población costera a reclamar que los recursos sean de todos los libios, mientras que las tribus a las cuales pertenecen los yacimientos energéticos piden una repartición más justa de las ganancias.
Siempre ha habido una rivalidad entre las tribus árabes y la población nativa (Amazigh, Tuaregs y Toubu), así como las poblaciones nómadas o semi nómadas. Gadafi se valió de estas disputas locales para dominar la población según la vieja técnica del “divide y vencerás”.
La parte oriental de Libia se ha sentido desatendido por los gobiernos de Trípoli, lo cual, combinado con movimientos federalistas o secesionistas de Cirenaica, han resultado en una profunda desconfianza entre Tripolitania y Cirenaica.
La influencia internacional en el fracaso del proceso de estabilización
Tanto Turquía como Qatar son importantes para la defensa de Trípoli dado que abastecen de armas y equipo militar a las milicias. Por otro lado, los países que apoyan al otro bando son Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita y Jordania. Su apoyo se debe principalmente a intereses, a motivos, de seguridad. En particular la lucha contra el terrorismo y el islam político, aunque también tienen fuertes intereses económicos.
Además, no hay que olvidar que Turquía tiene fuertes vínculos históricos con Tripolitania, y con Misrata en particular, así como Trípoli y otras ciudades costeras que son “Kouloughlis”, descendientes de turcos otomanos casados con mujeres locales.
Tras los levantamientos de las Primaveras Árabes (detrás de las cuales, supuestamente, estaba el deseo de los ciudadanos de Túnez, Egipto y Libia de alcanzar la «libertad y la democracia»), se puso en marcha una nueva Libia que se caracterizaría por la dispersión del poder, la fragmentación e inestabilidad política, que perdura hasta día de hoy.
Libia es un país con dos gobiernos, que está dividida entre dos administraciones rivales.
Después de 13 años del derrocamiento de Gadafi, los libios se sienten frustrados por el statu quo de su país y por las consecuencias que está teniendo en sus vidas. Son muchos los libios que sienten temor ante la posibilidad de que estalle de nuevo la guerra, debido a los enfrentamientos entre grupos armados. También expresan preocupación sobre su capacidad de hablar, de compartir sus opiniones políticas, en un espacio libre de amenazas. Los jóvenes no ven un futuro, salvo intentar marcharse.
Pues sí, la situación que se ha creado en Siria, tras el derrocamiento de Bashar al-Assad es idéntica a la existente en Libia, hace trece años, tras la caída de Muamar El Gadafi.
Y, «casualmente» los medios de información, creadores de opinión y manipulación de masas occidentales se muestran eufóricos y hablan de «esperanza de cambio» a la vez que celebran el triunfo de los yihadistas musulmanes… algunos, incluso hablan de que acabarán dándose pactos entre los partidos islamistas y laicos, que poco a poco introducirán elementos democráticos en un complicado proceso -que se espera que no sea demasiado largo- del que finalmente surgirá alguna forma de democracia en Siria…
De veras hay que estar ciego, sordo y mucho más para no haberse dado cuenta, después de la experiencia de Libia y de las denominadas «primaveras árabes», de que la islamización social y la fuerte presencia del yihadismo musulmán es un factor contrario a cualquier clase de cambio hacia un régimen de democracia liberal equiparable y homologable con los de los países occidentales. En el fondo subyace una profunda hipocresía entre los gobiernos occidentales y las organizaciones supranacionales que, de facto acaban prefiriendo regímenes dictatoriales, si éstos consiguen mantener a raya a un Islam político con aspiraciones de instaurar un Estado islámico.
En la Siria post Bashar al-Assad, como en la Libia post Gadafi, ahora son jefes de tribus y clanes los que ejercen la autoridad en sus feudos y su único objetivo es consolidar y, si es posible, ampliar su poder, si es posible, ampliar su capacidad de influencia frente a otros grupos de poder.
No se olvide que Siria no es un Estado propiamente dicho, sino más bien el resultado de una coalición de tribus, clanes, etnias, grupos religiosos, e intereses sin estabilidad posible a medio o largo plazo.
Ahora en Siria, como hace trece años en Libia, la oposición al régimen de Bashar al-Assad ha derrocado a un tirano que llevaba en el poder largo tiempo (al que hay que sumar el periodo en el que su padre, Háfez al-Asad, se mantuvo en el poder, desde 1971 hasta 2000), pero, lo previsible es que no se produzca una transición pacífica y menos todavía que el nuevo régimen sea sustituido por instituciones de consenso; es impensable que lo que ocurra no sea una lucha de poder entre las diversas facciones que forman parte de los hasta ahora llamados rebeldes.
En la Siria actual, y así será por mucho tiempo, no existe un Gobierno que tenga capacidad de ser aceptado en todo el territorio. El aparato del Estado está en manos de numerosas milicias que están en luchas constantes entre sí; y por otro lado tampoco existe algo que se pueda llamar «estado de derecho».
Tampoco es previsible que las potencias occidentales y no occidentales que libran en Siria una «guerra subsidiaria», una guerra por delegación, abandonen pronto el territorio o dejen de prestar ayuda armamentista o financiera a los bandos en conflicto, pues su mayor interés (si no el único) es el
control del petróleo y demás recursos de la zona.
Siria, al igual que Irak y el Líbano, ha sido un Estado creado de manera artificial después del declive del imperio turco, con base en multitud de grupos étnicos y religiosos. Siria formó parte del imperio otomano desde el siglo XVI hasta principios del siglo XX, tras la finalización de la segunda guerra mundial su territorio se lo repartieron Francia e Inglaterra. En 1946 fue reconocida internacionalmente como república independiente cuando los franceses y británicos abandonaron el territorio; desde entonces puede afirmar, sin exageración, que Siria ha estado inmersa en continuas guerras civiles, matanzas, tiranías e invasiones. Después de un régimen despótico, instaurado en 1970 por la dinastía Asad, de trece años de guerra civil (alimentada por sus vecinos y por potencias distantes), y de la ruina absoluta, se puede también decir que la paz y la reconciliación no son posibles, al menos a corto o medio plazos.
Y, por otro lado, después del abandono de Afganistán por parte de los EEUU y sus aliados occidentales (entre ellos España), con el rabo entre las piernas y pérdidas millonarias de todo tipo, ¿todavía alguien puede seguir afirmando que la mayoría de la humanidad suspira por la forma de vida occidental y por la «democracia liberal»?
Los cristianos y los drusos, junto con los alauitas, la confesión islámica a la que pertenece la familia Asad, pueden ser las poblaciones que más padezcan si se hacen con el poder absoluto los islamistas. La punta de lanza de esta campaña ha sido la Organización para la Liberación del Levante, mandada por el yihadista sunnita Abu Mohammed al Jawlani, a quien todavía los EEUU mantiene en su lista de terroristas más buscados.
Ya va siendo hora de que nos dejemos de pamplinas, las minorías de toda clase (religiosas, étnicas, sexuales, etc.) de Oriente Medio no están protegidas por las leyes, ni por la ONU…
Por otro lado, como consecuencia de la toma del poder por parte de las milicias yihadistas sunníes, Rusia es casi inevitable que pierda su única base naval en el Mediterráneo, situada en Tartus, en la provincia de Latakia. En 2015, la aviación, la artillería y la infantería rusas salvaron a Bashar al-Asad, pero el que se supone que es el segundo ejército del mundo está atascado en Ucrania en una operación militar especial que dura ya 33 meses.
También, el Teherán de los ayatolás contaba con Bashar al-Assad para formar un eje de resistencia contra Israel y Estados Unidos. Irán lleva soñando desde hace mucho tiempo con acceder al Mediterráneo y tener frontera con Israel gracias a un pasillo que se extendiese desde el Líbano (Hizbulá) hasta su propio territorio, pasando por Siria y por Irak. Su hermoso sueño ha acabado en pesadilla…
Y, la Unión Europea, en decadencia y absolutamente dependiente de los Estados Unidos de Norteamérica, posiblemente acabe siendo el lugar de acogida de una nueva oleada de refugiados. Son muchos los incautos que se han creído la propaganda de los medios de información, creadores de opinión y manipulación de masas occidentales que habla del pronto regreso a Siria de los millones de refugiados y exiliados, casi trece millones de personas…
¿En qué cabeza cabe que millones de sirios vuelvan a sus hogares, a un país en el que reina el caos y en el que es previsible una guerra civil tras otra, de forma interminable, o casi, como la acontecida en Libia desde la caída del régimen de Muamar El Gadafi? ¿De veras alguien piensa que regresarán sabiendo que les aguarda la guerra, la pobreza, el hambre y la enfermedad, mientras en Europa se reciben subsidios y disfrutan de paz y seguridad?
Después de la derrota de Bashar al-Assad Turquía suprime a un importante enemigo, motivo constante de preocupación e inestabilidad en su frontera sur. Erdogán, que gobierna Turquía desde 2003, pretende, no ya la adhesión a la Unión Europea (aunque sí fondos comunitarios mediante el chantaje con la inmigración), sino expandirse hasta el extremo de recuperar el territorio que ocupaba el imperio otomano.
Estados Unidos, que dispone de pequeñas bases militares en Irak y la Siria liberada, dedicadas sobre todo al antiterrorismo y la vigilancia mediante drones, podrá ampliar su presencia en la región con las antenas apuntando a Irán y Rusia.
En el bando de los beneficiados, por supuesto, también está Israel. Al menos a corto y medio plazo, y tal vez por muchísimos años. Siria dejará de ser una base de nuevos ataques. Y es seguro que amplíe su escudo territorial de los altos del Golán, que ocupa desde la guerra de 1967, aprovechando el vacío de poder existente en estos momentos en Siria. Sin duda motivo de alivio y de esperanza, ya que los israelíes podrán dedicar si no toda, más atención a terminar la guerra de Gaza y al conflicto en el Líbano con Hizbulá…
¿Qué futuro le espera a Siria?
Hasta ahora, las intervenciones militares y políticas realizadas por Occidente y varias potencias árabes (Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Qatar) con la finalidad o la excusa de la democratización, el derrocamiento de tiranos y la eliminación del terrorismo en Oriente Próximo, el Norte de África, etc. han concluido en desastres.
Siria en estos instantes está en manos de múltiples milicias que en cada región que controlan han sustituido a la tiranía de Bashar al-Assad por la de señores de la guerra con consecuencias imprevisibles.
Es posible que en la Siria post Bashar al-Assad ocurra como en su vecino, Irak donde los kurdos conservan el poder en la zona norte… Como en Irak, en Siria el Islam, la sharia, se convertirá en única fuente de derecho, sin que ninguna ley se le pueda oponer, dando como resultado la abolición de cualquier clase de laicismo o de otra clase de religión.
Otro ejemplo de lo que puede suceder en la Siria post Bashar al-Assad es Afganistán, la desordenada retirada de agosto de 2021 ordenada por Joe Biden dio paso a un nuevo gobierno de los talibanes. Miles de vidas occidentales y cientos de miles de millones de dólares y euros quemados para nada.
Siria puede acabar troceada en pequeños estados de facto para satisfacción de sus vecinos. Aunque eso reduciría el conflicto civil a pequeñas escaramuzas en las fronteras entre las nuevas taifas, los sirios seguirían sufriendo, pasarán a ser considerados «daños soportables» y posiblemente dejarán de ser noticias que abran los programas informativos de las televisiones occidentales…
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