CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN
Mis padres me llamaron a la vida, me trajeron a este mundo el siete de julio de mil novecientos cincuenta y siete, dieciocho años después del triunfo del ejército del General Franco sobre el bando republicano. Casualmente, cuando murió el General yo acababa de cumplir dieciocho años…
Pertenezco, por tanto, a la “generación de la leche en polvo americana”; sí, a la época en la que la gente pedía las cosas por favor, daba las gracias, los buenos días, las buenas tardes, y las buenas noches; los niños y jóvenes trataban a las personas adultas “de usted” (incluyendo a los padres, abuelos, maestros, vecinos…) se levantaban de su asiento cuando el profesor entraba en clase, en señal de respeto (a nadie se le ocurría salir corriendo del aula cuando sonaba el timbre anunciando la hora del recreo, o de que la jornada escolar se había terminado, hasta que el profesor daba permiso para levantarse y salir…) y por supuesto, a ningún padre o ninguna madre se le ocurría ir a reñirle al profesor de su hijo, o discutir, o cuestionar la labor del profesor, cuando el niño (o la niña) regresaba a casa quejándose de que había sido reprendido, o castigado “injustamente”, y menos yendo de la mano y en presencia de su hijo… Por supuesto, había un general consenso respecto de que “para educar a un menor es necesaria toda la tribu”, nadie tenía la ocurrencia de reñirle al vecino por haber tenido la osadía de reprender o castigar a su hijo, e incluso por haberle dado un guantazo, o una colleja… Se daba por supuesto que, si el adulto actuaba de tal modo, era porque el niño se lo merecía…
Los modales eran importantísimos. La educación cívica se enseñaba en todas las escuelas. Y, por supuesto, sólo había dos sexos y existía un patriarcado que nadie cuestionaba, aunque por lo general, tal patriarcado era en multitud de familias ficticio, pues la que llevaba las riendas era la madre.
En la España de entonces había cuestiones que nadie transgredía, nadie cuestionaba, por la sencilla razón de que todo el mundo consideraba que las fórmulas convivenciales que funcionaban, no había ninguna necesidad de cambiarlas. Pese a que en la actualidad haya mucha gente que nos pinte aquella época como un infierno absolutamente insoportable, poco menos que un estado policial, en el que la gente “funcionaba” a base del miedo y la represión, la coacción constante, con mayor o menor violencia, “la letra con sangre entra”, y cosas por el estilo; todo aquello, aparte de no ser percibido como una crueldad insoportable, salvo que alguien no sepa de qué está hablando, nadie puede afirmar -sin caer en la mendacidad- que tales cosas eran cosa exclusiva de la España franquista, dictatorial, liberticida, y etc. Cualquiera de las democracias occidentales de la época, poseían formas de convivencia similares, trataban y educaban a sus hijos de forma similar, y en todos los países supuestamente “modernos” de entonces, salvo raras excepciones se consideraba “legítimo” reprender y corregir de forma “razonable” a los menores, incluso recurrir al castigo físico. Tal es así que, en determinados lugares que se nos ponen generalmente como ejemplo de país avanzado, aún se sigue considerando legítimo que los padres y educadores abofeteen a la infancia.
También distorsionan la realidad de aquellos años, quienes presentan a los varones como unos brutos egoístas, abusadores, que trataban a sus esposas y compañeras de forma irrespetuosa, y demás “lindezas” de las que tanto nos hablan algunos en la actualidad.
Evidentemente, energúmenos haberlos los había, como sigue habiéndolos, y posiblemente (por mucho que nos disguste) seguirá habiéndolos por los siglos de los siglos. Como también, había “energúmenas” (siempre las ha habido…) Harina de otro costal es que la “legalidad” de entonces considerara a las mujeres como “inferiores” y merecedoras de ser tuteladas, primero por sus papás, segundo por el Estado, y después por sus esposos, hasta tal punto de que no podían contratar sin permiso de su padre o esposo, fuera comprar una vivienda, o contratar un préstamo, o cualquier cosa actualmente inimaginable… pero, no olvidemos que en España todos, sin excepción, eran considerados súbditos y por tanto “menores de edad” en casi todos los sentidos.
La “España nacional-católica” era tal cual era, para bien y para mal, con sus defectos y sus virtudes (sí, también tenía virtudes pese a que muchos lo nieguen)
Como es de imaginar, yo también fui educado en una familia tradicional, católica, apostólica y romana. Mi infancia la pasé en un pueblecito de apenas un millar de habitantes, como mi padre era Guardia Civil, vivía en un cuartel, sí en un lugar de esos en los que en la entrada hay un cartel que pone “Todo por la Patria” … Inevitablemente, recuerdo a mi padre desmontando su “mosquetón Máuser” modelo 1943, así como su “pistola Astra”, engrasar cada pieza, limpiar de forma minuciosa, sin prisas… para luego volver a colocar todo en su sitio…
Mientras, mi madre hacía tareas domésticas, cocinaba, cosía, planchaba con una de aquellas planchas de metal, huecas, que se rellenaban de brasas de carbón; de base triangular, con una tapa superior por donde se introducían las ascuas, e iban provistas de una chimenea y de un tiro como si se tratase de un pequeño hogar en miniatura para controlar el calor y su duración…
Los “pabellones” en los que vivía cada familia consistían en una sala/cocina (lo que ahora denominan “cocina americana”) y dos pequeñas habitaciones, una destinada a dormitorio de los adultos, y la otra para los niños… En aquel pequeño espacio vivíamos mis padres, mis cuatro hermanos y yo.
En el pueblo éramos de los pocos que poseían urinario y retrete, aunque, como no había agua corriente, mi madre nos aseaba en un enorme baño de cinc, destinado al baño semanal…
Por supuesto, como en aquellos días se carecía de frigorífico, lavadora y demás electrodomésticos, las tareas diarias de mi madre eran absolutamente agotadoras… Aun así, siempre la recordaré siendo capaz de sacar tiempo para leer, leer, leer, pese a que apenas asistió dos años a la escuela primaria.
Como la situación era de especial austeridad/precariedad, casi todas las familias (como el resto de los habitantes de Retamal de Llerena que se lo podían permitir) mi familia compraba un enorme cerdo –un “guarro” en la jerga local y de la comarca- que acababa siendo sacrificado, y del que se aprovechaba todo, dando para comer gran parte del año…
En la matanza del cerdo participaba la totalidad de los habitantes del cuartel, cada familia mataba su cerdo y se hacía por turnos…
Todos los años en el cuartel había un día muy especial, “el día de la patrona”, -Patrona de la Guardia Civil, claro- cada 12 de octubre, festividad de la Virgen del Pilar, y además día en el que se levantaba la veda y todos los cazadores podían salir al campo a matar a todo bicho que se moviera. Aquel día había en el cuartel una jornada de confraternización entre guardias y cazadores, y quienes allí vivíamos podíamos degustar exquisitos manjares, era un día de esos interminables, e inolvidables.
Como cosa excepcional, algunos domingos y “fiestas de guardar”, se mataba un gallo, al que generalmente yo desplumaba… También era frecuente que mi padre aportara alguna pieza de caza cuando regresaba de lo que en el lenguaje de los guardias se nombraba como “ir de correría”, mi padre se ausentaba días y días para recorrer los campos y caminos, en pareja, pernoctando fuera de casa durante aquellas jornadas, hiciera frío o calor, lloviera, nevara; los guardias civiles no tenían un horario de trabajo definido, debían estar siempre disponibles.
Fui muy prontito a la escuela, en aquellos tiempos en que había que llevar una silla de casa cuando uno estaba en la edad de ir al parvulario (también llevaba conmigo una pizarra para escribir, y un “pizarrín”) aparte de ir ataviado con un “baby” horroroso, feo, feísimo…
Cuando empecé a cursar la primaria, pasé a sentarme en pupitres en los que había unos agujeros en los que se colocaban tinteros; el maestro de vez en cuando mandaba a uno de los alumnos a rellenarlos, para que pudiéramos mojar la pluma en él… Por entonces esos artilugios llamados bolígrafos, yo no sabía ni que existieran.
Usábamos un solo libro de texto: “La Enciclopedia Álvarez”. Estudiábamos Lengua Española, Matemáticas, Historia de España, Historia Sagrada; practicábamos caligrafía, ortografía… y quien no se aprendiera lo que ordenaba el profesor, aparte de correr el riesgo de sufrir palmetazos, también corría el riesgo de copiar, copiar, copiar… Eran muchos los niños que se untaban las manos con “ajos porros silvestres” (puerros) decían que, con la intención de aliviar el dolor de los palmetazos que daba el maestro cuando alguien no se sabía la lección…
La tarde del sábado, como cualquier niño de mi edad, iba al “bar la Coguta”, situado en la plaza de España, a disfrutar de las series de televisión que proyectaban en blanco y negro, en la única cadena entonces existente, TVE. Echaban series como “Bonanza”, “Cabalgando hacia el oeste”, “La embrujada”, “La familia Monster”, … y el programa musical “Escala en IFI” (Presentado por “Monchi”, y antecedente de lo que hoy se denominan “videoclips” y “karaokes” …) En el bar tenían situados bancos corridos, formando filas a la manera de un cine, ocupado por la chiquillería, que generalmente comía pipas de girasol –todavía no sabíamos de la existencia de palomitas de maíz o similares-.
Pasado el tiempo, mis padres fueron los primeros en comprar un televisor, lo cual supuso que nuestra casa estuviera siempre repleta, atestada de miembros de las otras familias de Guardias Civiles que también vivían en el Cuartel.
En el cine y la televisión, los hombres, varones, eran presentados heroicamente. Fuertes, viriles y poco dispuestos a aceptar tonterías de sus mujeres. Si una mujer intentaba escapar de su control, un macho alfa, de los cuales había muchos, le daba una palmada en el trasero… Si por entonces a una mujer se le hubiera ocurrido afirmar que aquello era una agresión y hubiera acudido a denunciar tal cuestión a la policía, la guardia civil, o cualquier oficina gubernamental o cualquier juzgado, se habrían burlado de ella. Los hombres silbaban a las mujeres con frecuencia, y con total «naturalidad» y les hacían comentarios insinuantes, ya fuera en el trabajo, o en la vecindad, o en los centros de estudio, o en familia,… Y nadie, ni hombres ni mujeres, consideraban aquello una agresión.
Al mismo tiempo que todo ello ocurría, los hombres siempre pagaban en las citas (costumbre que aún perdura y que las mujeres no suelen cuestionar paradójicamente… ¿Por qué será?). El sexo prematrimonial era muy poco frecuente, pero si un hombre lograba vencer la resistencia o reticencia de una mujer y el asunto acababa en embarazo, el hombre se comportaba de forma «honorable» y se casaba con la mujer embarazada.
Aunque ahora las feministas y feministos digan lo contrario, la mayoría de los maridos trataban a sus esposas con respeto, y aunque fuera “el hombre de la casa” y nadie lo cuestionara, por lo general su comportamiento no era tiránico, ni arbitrario, y mucho menos violento, se puede decir que eran dictadores blandos y seguían el consejo de su “media naranja”, que siempre se consideraba sabio y valioso, lo cual implicaba que en la mayoría de los casos, la mujer fuera en realidad la gestora de todo en la familia, incluyendo las rentas familiares que salvo excepciones las aportaba únicamente el hombre.
No se puede negar que algunos hombres golpeaban a sus esposas, las violentaban, abusaban de ellas y también de sus hijos, y mientras esto ocurría la comunidad solía encogerse de hombros y considerar que «eran asuntos internos» de la familia que fuera y que la misma familia debía resolver, sin injerencias externas… claro que, generalmente siempre había quienes trataban de solucionar tales situaciones recurriendo a alguna clase de mediación, como el alcalde, el médico, el maestro, o el juez de paz… Pero realmente la mayoría de los maridos no se comportaban de forma incorrecta. Quien de mi generación haga memoria, aunque recuerde a hombres borrachos cuando era niño, es seguro que no recordará haber visto mujeres caminando por la calle con los ojos morados o cardenales visibles, huellas de haber recibido alguna paliza. También, es evidente que eran muchos los hombres promiscuos, en mayor o menor grado, que eran infieles a sus esposas; pero también se daba al revés… Pese a que los y las feministas afirmen hoy lo contrario, por entonces había un consenso entre hombres y mujeres que apenas nadie cuestionaba, los hombres y las mujeres cooperaban, se apoyaban recíprocamente y si se les pregunta a nuestras abuelas raro sería encontrar a alguna que afirme que no le fue bien bajo el patriarcado de entonces.
En mi niñez, casi todas las madres que yo conocía eran «amas de casa». Trabajaban muy duro cocinando, limpiando y criando a los niños. Aunque no recibieran un salario.
Cuando las mujeres se incorporaron al mercado laboral y comenzaron a trabajar fuera del hogar, eso debería haber dado como resultado que en que cada familia se duplicaran los ingresos. Sin embargo, ocurrió todo lo contrario, la mayoría de las familias dieron un paso atrás y salieron perjudicadas, al mismo tiempo que se convencía a las mujeres que si trabajaban fuera de casa conseguirían una «independencia económica de sus maridos» que antes no tenían. Cuando las mujeres empezaron a trabajar fuera de casa nació la industria de las guarderías, para hacer para poder criar a los niños recién nacidos, hasta que pudieran incorporarse a las escuelas. También surgieron la comida rápida y las comidas para llevar, en lugar de seguir sentándose a comer o cenar juntos todos los miembros de la familia… Poco después surgieron los «niños de la llave», niños que regresan solos a sus casas y comen solos y pasan largos ratos solos, frente al televisor o artilugios diversos…
Poco tiempo después surgió el maravilloso invento de la «discriminación positiva», para discriminar a los hombres y favorecer a las mujeres en el acceso a determinadas profesiones (generalmente las que menos esfuerzo físico requieren y en las que menos horas se trabaja y menos riesgo de accidente existen, faltaría más). Las mujeres pasaron a ser consideradas preferibles por los empleadores, y los medios de información, creadores de opinión y manipulación de masas que anteriormente no hablan de tales asuntos, empezaron a propagar ideas tales como que toda mujer es fuerte, segura de sí misma y física, moral y mentalmente superior a todo hombre.
Como resultado de tal propaganda, fueron muchos los hombres que comenzaron a absorber estos mensajes sin parar y, empezaron a perder su testosterona (y no lo digo de forma metafórica). Sea cual sea la causa, existen estudios que demuestran que los niveles de testosterona masculina han disminuido drásticamente durante las últimas décadas. A través de múltiples formas de adoctrinamiento, se ha conseguido que muchos hombres se hayan feminizado y las mujeres masculinizado.
De algún modo se estaban sentando las bases para que, más tarde llegara la locura transgénero, y los niños y adolescentes pudieran decir que eran niñas y viceversa. El feminismo y el transgenerismo se acabaron fusionando y acabaron pariendo una nueva monstruosidad.
El matriarcado resultante, impregnado de una profundísima misandria, de odio al hombre, convirtió al feminismo en absolutamente tóxico: “Una mujer necesita a un hombre como un pez necesita una bicicleta”, y casi ningún hombre se atreve a cuestionarlo.
Las películas y la televisión comenzaron a volverse abiertamente antimasculinas. Las mujeres protagonistas hablaban mal de los varones, los menospreciaban y los golpeaban sin reparo. La desnudez masculina se hizo más frecuente que la desnudez femenina. Las esposas infieles fueron retratadas con algo más que simpatía, mientras que los maridos infieles eran canallas incorregibles que no podían ser perdonados y a los que había que castigar severamente.
Los hombres, tanto en las películas como en la televisión, como en la vida real, pasaron a pedir perdón por el hecho de haber nacido con algo colgando entre las piernas y por el supuesto maltrato al que nuestros ancestros habían sometido a nuestras abuelas, bisabuelas, tatarabuelas… Si usted busca difícilmente encontrará películas y programas de televisión modernos en los que las mujeres se disculpen sinceramente con los hombres. Es casi infrecuente como encontrar en algún programa de televisión o película a una mujer agradable, de trato cordial, respetuosa o no conflictiva. La vida imita al arte, y viceversa y no hay duda de que actualmente existen mujeres más agresivas, ruidosas y dispuestas a recurrir rápidamente a la violencia, debido a ese continuo adoctrinamiento al que son sometidas.
¿Qué han ganado, en qué han sido beneficiadas las mujeres y los hombres tras la demolición del tantas veces denostado, denigrado, maldito, perverso… patriarcado?
¿De veras hacían falta tales alforjas para semejante viaje?
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