Rosa Martínez
Yo no quería ser de derechas, estaba a favor del aborto, porque quería pensar que una mujer que se sometiera a tal atrocidad tenía que tener una razón de peso muy importante que a mí me era imposible comprender. Estaba convencida de que arrastrar de por vida las secuelas psicológicas de un aborto no es algo que alguien elige a la ligera. Después vi las estadísticas de las mujeres que abortan en España. Comprobé que la mayoría de las mujeres que abortan tiene estudios superiores y más de 30 años, que no son mujeres pobres y desamparadas sin medios para sacar adelante un hijo ni para adoptar medidas para evitar la concepción. También descubrí, aterrorizada, cómo un alto porcentaje de esas mujeres han abortado no solo una vez, sino más de tres, cuatro, cinco o incluso seis veces. Ante esto, ante los datos, se cae el argumento de la pobre chica violada que no denuncia por miedo, pero queda embarazada y es muy violento e injusto obligarle a seguir adelante con ese embarazo.
Con las cifras delante, una se da cuenta de que se está utilizando el aborto como un método anticonceptivo sin más, cuando lo cierto es que ya ha habido concepción y ya tienes una vida dentro, que vas a eliminar porque no te viene bien en este momento de tu vida. Tampoco te venía bien en ese momento de tu vida usar un preservativo, tomar una pastilla, colocarte un DIU, visitar un centro de planificación familiar o a un ginecólogo para asesorarte de métodos anticonceptivos varios o simplemente cerrar las piernas. Es más sencillo someterte a una intervención en la que te hacen un raspado y te sacan de las entrañas, a trocitos, lo que podría ser un bebé dentro de unos meses. Una vez que interiorizas esto, es imposible estar a favor del aborto. Si no somos lo suficientemente responsables y empáticos como para respetar una vida que nosotros mismos creamos y que llevamos dentro, es preferible que el aborto no sea una opción para nadie. Yo no quería ser de derechas, tenía una mente muy abierta y liberal en la que me daba exactamente igual lo que cada uno hiciera con su vida, para ser feliz. Si te sentías mujer y querías vivir como si fueras una, porque vivir siendo el hombre que eres te hacía profundamente desgraciado, no me suponía ningún dilema. Nunca tuve problema alguno en llamar señora a alguien que se comportaba como tal, aunque no lo fuera, si eso le hacía feliz.
Y empecé a ver cómo esas personas, solo por el hecho de decir que ahora son mujeres, conseguían triunfos, premios, medallas y trabajos que les eran arrebatados a mujeres que no necesitan sentirse mujeres, porque sencillamente lo son.
Después me impusieron que no solo tuviera que tratar de señora a quien dijera sentirse mujer, sino incluso a admitir que alguien es una mujer tan solo porque quiere y le da la gana. Me impusieron el respetar los deseos y los sentimientos de otros, sin tener en cuenta los míos. Me obligaron a no poder protestar por tener que compartir espacios íntimos para mujeres, como vestuarios y aseos, con genitales masculinos solo porque su propietario dice que es una mujer. Y empecé a ver cómo esas personas, solo por el hecho de decir que ahora son mujeres, conseguían triunfos, premios, medallas y trabajos que les eran arrebatados a mujeres que no necesitan sentirse mujeres, porque sencillamente lo son. Cuando empezaron a surgir violadores que iban a la cárcel y exigían que su internamiento fuera en cárceles para mujeres, porque aseguraban que se sentían mujeres, y se les concedió su deseo, se me retorció hasta el hígado. Más aún cuando posteriormente supimos que habían vuelto a violar en la propia cárcel.
Ante estos datos, ya no me puede dar igual cómo quieras vivir para ser feliz respecto a quién o qué sientes que eres, porque perjudica directamente mis posibilidades de ser feliz y de ser respetada como mujer. Si tengo que elegir entre herir tus sentimientos, ofenderte por no admitir tu forma de pensar y herir los míos u ofenderme yo, pido perdón por mirar por mí, pero siempre elegiré lo mejor para mí. Se llama supervivencia y gracias a eso estamos los seres humanos sobre la faz de la tierra. Yo no quería ser de derechas, porque quería que cada cual pudiera elegir vivir donde le diera la gana y creía que era coherente ayudar a la gente que más lo necesita, en un momento dado, para adaptarse a vivir en un nuevo país o cuando simplemente le vienen mal dadas.
Empecé a ver a seres de países lejanos portando machetes por la calle, golpeando a ancianos para robarles el monedero, violando a mujeres en manada, como la manada de lobos que ataca a una oveja que se separó del rebaño…
Después empecé a enterarme de que la mayoría de la gente que es detenida por temas de tráfico de drogas en mi país, España, no solo no es de aquí, sino que además cobra una subvención o ayuda por inmigrante. Empecé a ver a seres de países lejanos portando machetes por la calle, golpeando a ancianos para robarles el monedero, violando a mujeres en manada, como la manada de lobos que ataca a una oveja que se separó del rebaño… Empecé a escuchar a hombres, de culturas muy distintas a la mía, diciendo que si la mujer no va tapada hay que rajarle el cuello o que no se le puede culpar después si la viola, porque como hombre tiene instintos que no puede reprimir, como si me estuviera describiendo a un animal salvaje sin raciocinio, respeto, educación, empatía ni capacidad de vivir en sociedad conmigo… Y ya no me pareció normal que me obligaran a compartir mi país con gente que no lo entiende, no lo quiere y no me respeta. Podría extenderme mucho más sobre todas las razones por las que yo no quería ser de derechas, pero creo que lo importante, al final, es entender que, aunque yo no sea de derechas, hoy por hoy no se puede ser otra cosa, si quieres sobrevivir y respetarte a ti mismo. Aunque si quieres ganar un Oscar, seguramente te conviene mucho más ser de izquierdas o, al menos, fingirlo.
FUENTE: https://www.vozpopuli.com/opinion/no-queria-ser-de-derechas.html
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